Reina (también) sin tacones

En la imagen se ve a la cantante Tyla luciendo un vestido hecho de arena y completamente pegado a su cuerpo. Es tan ajustado que no puede moverse por sí sola, así que son cuatro hombres -enfundados, por cierto, en lo que parecen abrigados y cómodos esmóquines- los que, como si fuera un mueble, tienen que trasladarla en volandas hasta la escalinata del museo MET de Nueva York. Ni que decir tiene que los altísimos zapatos que lleva tampoco ayudan.

Dicen que es una de las fiestas más glamurosas del mundo, pero viendo la incomodidad de algunas mujeres para moverse con libertad quizá sería más apropiado definirla como la pasarela de los suplicios. Para ellas, claro.  Con ceñidos modelos y tacones imposibles que limitan y restringen sus movimientos. Calladitas estamos más guapas, nos ha repetido el patriarcado a lo largo de los siglos. Quietecitas, también.

Apareció este lunes la reina Letizia en un acto oficial vistiendo zapatillas de deporte por una fractura en un dedo del pie. Un accidente doméstico que le obligó a “prescindir” de los tacones que suele lucir. La monarca hizo público hace algún tiempo que sufre una enfermedad en el pie izquierdo que le ocasiona fuertes dolores. Desde entonces la hemos visto con zapato plano, pero en contadas ocasiones. Si ni las reinas se libran de la tiranía de belleza, ¿cómo vamos a hacerlo el resto?

No es fácil. Su uso se impone en determinados eventos, celebraciones o bodas, en las que la mayoría de las veces acabamos descalzas o usando otro calzado más cómodo. Quizá sería buen momento para desterrar la creencia de que una mujer no está adecuadamente vestida si no lleva zapatos altos. 

Llegados hasta aquí, pueden pensar que hablo de una frivolidad. No lo es. Llevar tacones también es una cuestión política. En primer lugar, por motivos de salud. Los especialistas médicos llevan años repitiendo lo perjudiciales que son para los pies, las piernas y la columna vertebral. Provocan, además, dolencias tan mundanas y alejadas del halo de erotismo al que están asociados como los juanetes. Comprometen nuestro equilibrio e impiden que podamos caminar largos recorridos o bajar escaleras sin dificultad. Traten, por ejemplo, de cargar a un niño o a una persona con movilidad reducida con unos puestos.

A las mujeres se nos vende la idea de que nos hacen poderosas, nos estilizan y nos hacen sexis y apetecibles. No se trata de juzgar a quien decide llevarlos, pero ¿cómo puede resultar tan atractivo algo tan dañino para nuestra salud? Limitan nuestra movilidad y son una potente herramienta para controlar nuestros cuerpos, para coartar nuestra libertad. Para mantenernos quietecitas.

Es cierto que hay hombres que los usan en su trabajo, ahí tienen a las drags. Pero estoy convencida de que la mayoría de varones serían incapaces de acudir a sus oficinas subidos a un par de tacones haciendo equilibrios para no caerse. A las mujeres, por el contrario, se nos vende la idea de que nos hacen poderosas, nos estilizan y nos hacen más atractivas. El neoliberalismo nos ha hecho creer que nuestra imagen es nuestro mayor reclamo y los tacones se han convertido en un símbolo de la feminidad. Cuanto más altos, mejor. Entiendo que habrá mujeres que argumenten que se sienten cómodas encima de ellos. De hecho, que levante la mano la que no se haya sentido más guapa luciéndolos, pero asumamos nuestras contradicciones, ¿cómo puede resultar atractivo algo tan dañino para nuestra salud? Precisamente porque limitan nuestra movilidad son una potente herramienta para controlar nuestros cuerpos, para coartar nuestra libertad. Para mantenernos quietecitas. 

Y ¡ojo! porque llevarlos resulta erótico siempre y cuando no nos hagan parecer más altas que nuestras parejas masculinas. Acuérdense de Carla Bruni que, tras casarse con el expresidente francés Nicolas Sarkozy, comenzó a llevar bailarinas para no evidenciar la diferencia de estatura con su marido ni herir la virilidad de un hombre más bajito que su esposa.

En una de las escenas de la película, Barbie –esa muñeca de medidas imposibles y pies con forma de tacón– tiene que elegir entre unos zapatos de aguja o unas cómodas chanclas. O lo que es lo mismo, Barbie tiene que decidir qué futuro quiere: o seguir viviendo bajo el sometimiento de una sociedad que le exige ser perfecta o la libertad de no tener que hacerlo. La película, con todos sus fallos, pretende ser un alegato feminista así que no cuesta adivinar cuál es su elección.

Ni inmovilizadas por trajes imposibles, ni paralizadas por tacones que no nos dejan avanzar. Vestir ropa cómoda y zapatillas también es sexi, elegante y altamente beneficioso para nuestra salud. Es una frase que todas -reinas, actrices, modelos y yo misma- nunca deberíamos olvidar. 

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