Reforma fiscal y el virtuosismo parlamentario Pilar Velasco
Ucrania y el "antiimperialismo de los idiotas"
Esta semana Podemos ha criticado que la Unión Europea envíe armamento a Ucrania, así como la imposición de nuevas sanciones. Esta no es más que la última iteración del bochornoso espectáculo al que parte de la izquierda española e internacional nos ha sometido. Más vergonzoso, si cabe, cuando uno se siente parte de la misma. Desde la absurda convocatoria de Izquierda Unida, que frente a una invasión rusa destacaba su rechazo a la OTAN, hasta la controvertida declaración del comité internacional del Partido Socialista Democrático de los EEUU, no son pocos los movimientos de izquierdas que parecen más preocupados con la OTAN que con la invasión ilegítima e ilegal de un país soberano por parte de una superpotencia militar ultranacionalista como Rusia.
En primer lugar, conviene analizar cuáles son las alternativas que existen a estas dos medidas que Podemos ha criticado. Respecto al envío de armas (hasta ahora, la medida más polémica), nuestro país se ve en la disyuntiva entre unirse a la mayoría de los países de la UE o ponerse de perfil. Resulta reseñable que frente a la arbitrariedad de esta invasión, incluso países que, como Alemania, históricamente han preferido una política estricta de no-intervención hayan terminado apoyando el envío de armamento. Este mismo sentido de urgencia ha llevado a muchos a criticar la decisión de Podemos comparando su negativa a la de países como Gran Bretaña o Francia cuando, frente al golpe de estado de 1936 en España, decidieron no apoyar al régimen democrático republicano por evitar chocar con el régimen de Hitler. Las piruetas discursivas a las que han recurrido perfiles como Juan Carlos Monedero para enfatizar las diferencias entre Kiev en el 2022 y Madrid en 1936 se parecen más al argumentario de la derecha contemporánea respecto a la II República (“no se trata una democracia consolidada”, “había desorden social”) que al que uno esperaría de la solidaridad del internacionalismo. Nuestro deber moral con un pueblo que resiste una invasión extranjera es incuestionable: apoyarlo como haga falta.
Por otra parte, cabe plantearse cuáles son las alternativas a las fuertes sanciones comerciales a las que Rusia será sometida como consecuencia de esta violación del derecho internacional. En este momento, existen tres escenarios: una intervención militar de la OTAN, el establecimiento de durísimas sanciones comerciales o la inacción. La primera opción, además de políticamente inviable, resulta una insensatez cuando consideramos que Rusia es el país con mayor número de cabezas nucleares del mundo. Dejar al pueblo ucraniano a su suerte frente al invasor ruso tampoco parece aceptable ni desde un punto de vista moral ni desde un punto de vista estratégico (en términos de disuasión). Por lo tanto, la única vía razonable y responsable es la de un paquete de sanciones histórico. Es más, convendría contemplar sanciones incluso más duras, más allá de la desconexión de la plataforma de pagos Swift, como por ejemplo suspender todas las correspondencias bancarias (algo que además es políticamente viable, puesto que solo depende del estado de Nueva York). Asimismo, EEUU y Europa deben concentrarse en asegurar que estas sanciones a Rusia se ven complementadas con la persecución de las fortunas escondidas en el extranjero por los oligarcas de este régimen. Según investigaciones de Piketty, Zucman y Novokmet, el patrimonio escondido por estos oligarcas en el extranjero equivale al 85% del PIB de Rusia. Por lo tanto, no resulta sorprendente confirmar que hay una mayor proporción de la riqueza de los rusos más ricos (el 0,01%) escondido en el extranjero que en su propio país:
Una posición genuinamente de izquierdas no consiste en criticar estas sanciones, sino insistir en la necesidad de imponerlas también dentro de nuestras fronteras y en los paraísos fiscales donde nuestros propios oligarcas esconden su patrimonio.
¿Pero de dónde viene esta fijación con la inacción? Podemos identificar dos momentos fundacionales: la resistencia a la OTAN durante la Guerra Fría, que movimientos como IU han heredado como parte de su identidad política, y la condena de la invasión —a todas luces ilegítima— de Iraq por parte de los EEUU en 2003. Este rechazo histórico a la OTAN es si cabe más importante en nuestro país, puesto que ha sido uno de los elementos de distinción más significativos dentro de la izquierda española, entre un PSOE favorable a la alianza y una IU contraria a ella. Asimismo, el rotundo “No a la guerra” de 2003 sigue resonando en la conciencia colectiva de todo este espectro político. No obstante, hemos de ser conscientes de que esta tradición viene teniendo consecuencias indeseables en las lecturas de la política internacional que realizan ciertos grupos de izquierdas. Como una miríada de activistas o académicos han denunciado, esta imbricación ha llevado a muchos “antiimperialistas” a criticar las tímidas intervenciones de EEUU o Francia en Siria al tiempo que —a sabiendas o por error— blanqueaban el régimen criminal de Al-Assad. Esta posición, exigente con los países occidentales, pero ciega a los abusos de regímenes autoritarios fue denominada como el “antiimperialismo de los idiotas” (término que tomo prestado para el título de esta pieza). Así, si durante esos años se dio “un debate sobre Siria sin los sirios”, hoy vemos cómo parte de la izquierda discute sobre Ucrania sin los ucranianos, un pueblo que ha decidido no rendirse frente a la invasión de una potencia infinitamente más poderosa.
Una posición genuinamente de izquierdas no consiste en criticar estas sanciones, sino insistir en la necesidad de imponerlas también dentro de nuestras fronteras y en los paraísos fiscales donde nuestros propios oligarcas esconden su patrimonio
Aquellos que más abogan por “insistir en la vía diplomática” parecen ser quienes menos entienden cómo esta se combina con otros medios (como las sanciones comerciales) y qué sucede cuando esa vía se agota. Como los diplomáticos suelen decir, se trata de jugar con la estrategia del palo y la zanahoria. Un buen ejemplo de cómo la presión a través de sanciones puede facilitar soluciones diplomáticas es el Acuerdo Nuclear con Irán (el JCPOA, por sus siglas en inglés) de 2015, donde una combinación de presiones y canales diplomáticos desembocaron en un acuerdo histórico entre enemigos. Bien planeado, apoyar a quienes resisten una invasión ilegítima y sancionar a quienes llevan a cabo esta invasión representa no solo la opción más ética, sino también la adecuada para propiciar las condiciones para una solución diplomática. Porque, como bien apunta Rafa Cabeleira, quedarse en el discurso del “No a la guerra” cuando un país ya ha invadido a otro es equivalente a presentarse a un incendio con carteles de “No al fuego” y no hacer nada.
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