Telepolítica
El mejor vídeo político de la historia de España
Durante muchos años he estado impartiendo cursos y seminarios sobre comunicación política. De todo el material que he utilizado, hay un vídeo que siempre ha sido mi preferido: la firma de los Pactos de la Moncloa de 1977. No hay un documento audiovisual de valor histórico comparable. Sería fácilmente imaginable cómo sería un evento similar en nuestros días. La convocatoria se realizaría en algún local solemne, perfectamente atrezado e iluminado. No faltaría detalle. Cada firmante elegiría su vestuario. Pensarían sin duda que la solemnidad del evento justificaría vestir traje y corbata en los hombres y un vestido para la ocasión, poco llamativo, para ellas. Antes pasarían todos por maquillaje y llevarían estudiados sus movimientos. Incluso, decidirían en algún caso firmar con alguna pluma simbólica que aportara un valor añadido a la mera ratificación del acuerdo.
Seguramente, se televisaría en directo la llegada al lugar elegido de todos los representantes de los diferentes partidos. Evidentemente, Ferreras y Ana Pastor llevarían un par de horas presentando un programa especial de laSexta que se alargaría durante varias más. Antes y después del evento los políticos realizarían declaraciones a la prensa. Por supuesto habría discursos en los que se decidiría un orden protocolario y una duración y contenido convenido entre los asesores de cada partido. La realización sería perfectamente estudiada y sería objeto de negociación previa, con el fin de que no favoreciera ni perjudicara a ninguno de los líderes asistentes. Se realizaría sin duda una foto de familia en la que cada uno ocuparía un lugar predefinido y de nuevo pactado. Las imágenes televisivas y las fotografías a todo color pasarían a formar parte de la historia de la política española.
En 1977 no se hizo absolutamente nada similar. El 25 de octubre de 1977 el marketing político en España aún no se había inventado. Los líderes no contaban con asesores expertos, ni los detalles de las apariciones públicas se tomaban muy en serio. Sólo así se justifica lo que allí sucedió. La grabación de la histórica firma no puede ser más inocente y amateur, lo cual le aporta un valor extraordinario. Todos los políticos, empezando por el presidente del gobierno, Adolfo Suárez, se sentaron informalmente a la mesa. Claro está, el machismo imperante no dejó hueco para que estuviera presente ni una sola mujer.
La firma formal duró apenas tres minutos. No hubo discursos. El vídeo en bruto que captaron los cámaras televisivos es toda una joya. Sólo había un micrófono en la mesa, en la cabecera, que estuvo abierto todo el tiempo y permitía escuchar todo lo que se dijo. El propio Suárez se encargaba de asignar sitios de forma improvisada a algunos de los asistentes. El salón estaba muy pobremente iluminado. Los fotógrafos de prensa rodeaban la mesa apelotonados echados encima de las espaldas de los líderes.
El protocolo no existía. Suárez intentaba pasar lista visualmente a los asistentes. Ni sabían bien quiénes tenían que estar. El acto se limitó a pasarse unos a otros el documento una vez aceptado por asentimiento general el texto. No había orden preestablecido. Los firmantes comentaban distendidamente lo que allí ocurría. Incluso, Leopoldo Calvo-Sotelo, representante de UCD, le tuvo que pedir al líder comunista, Santiago Carrillo, su pluma. Había ido a la firma de los Pactos de la Moncloa sin bolígrafo. Allí estaban todos, la derecha, el centro, los socialistas, los comunistas, los nacionalistas catalanes y los vascos. Todos firmaron.
La histórica grabación produce un profundo orgullo patrio y una dolorosa envidia a la vez. Recuerda unos tiempos en los que en España, nuestro país nos importaba más que nuestra ideología. El acuerdo, la unión de todos, pasaba por encima de siglas y de estrategias electorales. Y esto lo hicimos aquí mismo no hace tanto tiempo. Algunos de los que estaban en esa mesa aún viven. Millones de españoles, que celebramos aquel acontecimiento, todavía lo reivindicamos como un modelo de hacer política al que nos negamos a renunciar.
Hoy, nuestro país necesita un pacto nacional con la misma urgencia que en 1977. No hay un solo argumento patriótico que pueda oponerse a su consecución. Parece razonable y casi deseable que una ultraderecha que añora el régimen dictatorial no esté dispuesta a participar de un esfuerzo colectivo por apoyar una España de todos y para todos. Lo que no es justificable es que desde otras formaciones políticas se anteponga el profundo deseo de confrontación que impide el reencuentro mayoritario de los ciudadanos de este país. No tenemos derecho a echar por tierra el legado de las generaciones que nos han precedido. Partían de una situación mucho más dura que de la que proceden los actuales dirigentes. Nos llevaron mucho más lejos de donde pretenden llevarnos algunos líderes actualmente: a enfrentarnos unos a otros, a odiarnos, a despreciarnos. Me niego a renunciar a la posibilidad de pactar con quienes piensan diferente a mí. Lo hago cotidianamente en mi vida privada y profesional. Me cuesta entender que haya líderes que no lo entiendan.
Lo primero, lo urgente, es pactar. Luego vendrá lo demás, que no será fácil. Al final del vídeo de la firma de 1977, Rodolfo Martín Villa hablaba cordialmente con el socialista Tierno Galván y con el nacionalista catalán, Miquel Roca. Ya con los focos apagados, se oye que les dice: “Pues ahora, a hacer las leyes, porque los principios están bien, pero ahora hay que…”. Ahí termina la frase. Todos entendimos a lo que se refería.