La excepción ibérica

A mediados de junio, Alberto Nuñez Feijóo afirmó en una entrevista que la violencia machista era una obviedad. Lo dijo para justificar que el PP se había plegado a las exigencias de Vox y había eliminado el término violencia de género en algunos de los acuerdos a los que había llegado –o estaba a punto de llegar– con la ultraderecha por toda la geografía española. Fue una de las primeras veces que escuchamos al líder popular claudicar ante Vox de manera tan evidente pero no sería la única. Durante este tiempo los pactos entre ambas formaciones han permitido que se eliminaran concejalías o consejerías de igualdad, que se censuraran libros y obras de teatro o que se retiraran banderas lgtbi de los ayuntamientos. Visto con perspectiva impresiona ver la facilidad con la que han recortado derechos en tan poco tiempo. 

El domingo España frenó esa ola reaccionaria. Así lo demuestra el batacazo electoral de la ultraderecha. Los de Abascal siguen siendo la tercera fuerza política en el Congreso pero se han dejado más de medio millón de votos y han perdido 19 escaños. Una pérdida de poder que les cortará las alas para recurrir leyes al Constitucional o promover mociones de censura, dos de sus principales bazas durante la pasada legislatura. El resultado electoral deja claro que España también es la excepción ibérica en esto. Porque si miramos alrededor, la extrema derecha se entiende por Europa como un potente veneno y ya gobierna en Italia, Polonia o Hungría. En Suecia pactó la gobernabilidad aunque sin entrar en el ejecutivo y en Grecia cada vez tiene más fuerza. En Finlandia, país que hasta hace bien poco era referente en igualdad o educación, los ultras forman parte de un gobierno de coalición conservador desde hace algunas semanas y estarán al mando de algunos ministerios clave, como Justicia o Interior. Les han bastado solo unos días para anunciar que van a rebajar el gasto sanitario y las ayudas al alquiler. Sanidad y vivienda: dos pilares del Estado del bienestar. 

Más allá del descalabro de Vox en las urnas hay otra importante lección que extraer de estos comicios. España también le ha parado los pies a las mentiras y al trumpismo patrio, cada vez más instalado entre algunos dirigentes de la derecha.

Más allá del descalabro de Vox en las urnas hay otra importante lección que extraer de estos comicios. España también le ha parado los pies a las mentiras y al trumpismo patrio, cada vez más instalado entre algunos dirigentes de la derecha. Ese que desde mayo ha hablado de pucherazo electoral sembrando la duda sobre la profesionalidad de los trabajadores de Correos. O ese que ha criminalizado a la televisión pública –la de todas y todos– comparándola con un partido político solo porque una periodista hizo su trabajo de manera impecable. El que a fuerza de repetir ¡Que te vote Txapote! , ha conseguido que que se coree en estadios de fútbol o en bodas a pesar de la insistencia de algunas víctimas en que no se usara en su nombre. Pero si hasta el mismo día de las elecciones hubo dirigentes del PP que alimentaron el bulo de que la avería en un túnel de Renfe era una maniobra de Pedro Sánchez para impedir votar a los electores de derechas. Por no hablar de que el líder de la oposición y uno de los principales candidatos a la presidencia se negó a acudir a un debate con sus rivales políticos porque prefirió no explicarle a la ciudadanía cuáles eran las propuestas de gobierno de su partido. Visto lo visto no estaría de más plantearse que, como estrategia electoral, no resultó del todo acertada. En las últimas horas, hemos sido testigos de cómo el PP busca el apoyo de los socialistas -el sanchismo, repetían ellos- para formar gobierno cuando han basado toda su campaña en derogar ese mismo sanchismo. Es, cuanto menos, sonrojante. Desde las filas populares repiten el mantra de que debe gobernar la lista más votada, en este caso ellos. Parecen haber olvidado rápido que no se aplicaron el mismo cuento en la Comunidad y Ayuntamiento de Madrid o en el gobierno regional andaluz.

Las encuestas fallaron -y de qué manera- y finalmente Vox no entrará en el gobierno. Aún así, la posibilidad de que se revalide un gobierno central de izquierdas no cambia el panorama de consistorios o ejecutivos regionales en los que el poder ya lo tienen PP y ultras. Es ahí donde habrá que seguir demostrando que la violencia machista no es una obviedad, como afirmó Feijóo. Que tampoco lo es defender la cultura o los derechos del colectivo LGTBi, de las personas migrantes y los menores no acompañados. Quizá la obviedad por la que tengamos que sacar pecho ahora sea esa España, esa excepción ibérica, que se ha convertido en dique de contención de una (ultra) derecha a la que –lo han demostrado en muy poco tiempo– no le ha temblado el pulso a la hora de recortar derechos ya conquistados. 

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