¿Cuánto falta para que todo estalle en el PP?

La pregunta no es si Feijóo tendrá problemas dentro del Partido Popular. La pregunta es cuándo los va a tener. Desde el 23J, al líder gallego del PP reconvertido a toda prisa en líder nacional se le está poniendo cara de su antecesor. Sobre Feijóo comienza a sobrevolar la maldición de Pablo Casado. Aznar, Ayuso y las fuerzas mayores de la derecha mediática se han conjurado contra él igual que hicieron con el último líder popular defenestrado. La única posibilidad de salvación para el gallego era la Moncloa. Pero la Moncloa quedó demasiado lejos, las manifestaciones constantes en las calles perdieron fuelle y sus últimas declaraciones sobre la amnistía, los indultos a Puigdemont y las negociaciones con los independentistas han acabado de hacer trizas el escaso valor interno del que todavía gozaba. Entonces reaparece la pregunta: no es si tendrá problemas, es cuándo los va a tener.

Por el momento, Feijóo aguanta. Están inmersos en una importante campaña electoral en Galicia que necesitan ganar sí o sí. De lo contrario se abriría una importante brecha en el relato del PP y comenzaría el fin de su corta luna de miel tras haber arrasado en las elecciones autonómicas de mayo. Galicia puede ser su Vietnam, y lo saben. Por eso los enemigos de Feijóo aguantan. Hay una elegante tregua de partido de la que Pablo Casado no pudo disfrutar en su momento. Pero el 18 de febrero pasará, los gallegos votarán y la tormenta será inaplazable. A partir de ahí puede haber dos escenarios. El primero es que si el PP pierde la Xunta Feijóo estará acabado al instante. Sus enemigos acelerarán todavía más el golpe interno y sus días estarán contados. El segundo escenario es que el PP mantenga la mayoría absoluta en su bastión gallego (algo estadísticamente más probable, aunque desde el 23J nunca se sabe), pero no nos engañemos, no por eso la contestación interna a Feijóo caerá. En una disyuntiva entre susto o muerte, este segundo escenario tan solo es el susto que precede, de todas formas, a la muerte.

La caída desde las elevadas alturas donde residían las expectativas fue muy dolorosa, y entre gritos de “Ayuso, Ayuso” a las puertas de Génova y con Aguirre diciendo que el PP tenía que cambiar de liderazgo si quería ganar, se gestó el principio del fin

El problema fundamental de Feijóo se divide en dos partes. La primera es que se creía dentro de la Moncloa, su equipo celebraba cada día repartiendo ministerios y alertando a la izquierda de lo poco que le quedaba en el gobierno. La caída desde las elevadas alturas donde residían las expectativas fue muy dolorosa, y entre gritos de “Ayuso, Ayuso” a las puertas de Génova y con Esperanza Aguirre al día siguiente diciendo que el PP tenía que cambiar de liderazgo si quería ganar, se gestó el principio del fin. Tras aquello vino la calma sostenida sobre la posibilidad del fracaso de Sánchez para armar la heterogénea alianza (amnistía mediante) que necesitaría para gobernar. Todavía podían tener una oportunidad. Pero hubo investidura, el Gobierno echó a andar y las manifestaciones constantes contra la amnistía empezaron a entrar en barrena. Ahí apareció la segunda parte del problema de Feijóo. Sin cumplir sus expectativas de victoria propia ni tampoco las ilusiones de fracaso ajeno, se vio tan acorralado y confundido que acabó dañándose a sí mismo insinuando que ahora contemplaba indultos condicionados, que difícilmente Puigdemont podría ser considerado terrorista y que se sentaron a negociar con Junts la amnistía y la estudiaron durante 24 horas. Esas declaraciones cayeron como un jarro de agua fría sobre una militancia exaltada tras tanta manifestación y promesa del fin de España de los últimos meses y sobre unos barones populares patidifusos que asistían con auténtico pasmo a cómo su líder se daba un tiro en el pie en la última semana de la campaña de las elecciones gallegas. Hubo silencio y cierre de filas. No podía haber otra cosa en medio de una campaña. Pero si hubo algo más, sin duda es la garantía de que estas declaraciones tendrán consecuencias. Una vez más, la pregunta no es si ocurrirá, sino cuándo ocurrirá.

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