Prudencia democrática Luis García Montero
Incompetencias estratégicas
Llevaba tiempo queriendo hablar de competencias, de esas funciones, responsabilidades y potestades que nuestro ordenamiento jurídico atribuye a cada órgano o nivel de las distintas administraciones públicas y que son irrenunciables salvo en los casos de delegación, sustitución y avocación (lo contrario a delegación) previstos en la Ley. De esas competencias, del lío que nos hacemos con ellas y sobre todo, del lío que nos hacen hacernos con ellas.
La reciente publicación de los resultados de la Encuesta de Competencias de Adultos de la OCDE, que valora las tres competencias básicas para la vida moderna (comprensión lectora, aritmética elemental y resolución adaptativa de problemas) y en la que España ocupa un lugar destacado por la cola, me ha servido de excusa perfecta para hacerlo hoy, tirando de polisemia.
El primer lío que nos hacemos con las competencias es, en gran medida, aunque no solo, fruto de nuestra responsabilidad individual. Un lío que se evitaría, o cuanto menos se desenredaría fácilmente, si mostráramos interés genuino por conocer el funcionamiento de los asuntos que nos rodean y las reglas de juego que nos hemos dotado como la sociedad civilizada, educada y democrática que somos. Se evitaría si elimináramos de nuestro vocabulario el tan manido “uf, eso yo no lo entiendo” o “yo eso no lo sé hacer”, también en los espacios de convivencia doméstica. Si hiciéramos algo por tratar de entender lo cotidiano que no comprendemos y que puede llegar a preocuparnos y a ocupar espacio en nuestras conversaciones, cada vez más públicas. O si tratáramos de aprender a hacer aquello que nos hace ser personas adultas funcionales y autónomas y que, al hacérnoslas gratis personas que nos quieren y con las que generalmente convivimos preferimos, vencidas por la pereza o vete tú a saber por qué otro pecado capital, no saber hacerlas. Ejemplos de este primer lío podrían ser el porqué y el para qué de los impuestos en las sociedades modernas, o cómo culminar con éxito la resolución de problemas sencillos como poner una lavadora, con sus prólogos y epílogos.
El segundo lío en el que nos hacen enredarnos es en gran medida, aunque no solo, responsabilidad ajena. Responsabilidad de quienes producen desinformación, manifiestan desidia y muestran desprecio por la verdad, todo ello sin pudor y a sabiendas de que contribuyen a que nos sea más difícil y agotador salir del primer lío, y nos anime a desistir de la razón y del sentido común como opción por defecto. A sabiendas de que consiguen rendirnos extenuadas en una aparente zona de confort mental, convencidas de que “esto en realidad no va conmigo”, que “cuanto peor, mejor” (como dijo aquél), o que prefiramos recaer resignadas en el “deja, que ya lo hago yo”.
Como personas adultas deberíamos ser capaces, porque nos lo hubieran o hubiesen enseñado en las etapas de educación obligatoria, de saber a quién corresponde o compete hacer qué (¿es mi ayuntamiento, mi gobierno regional, el ministerio tal o cual, la UE?) a quién exigir rendir cuentas de aquello que ese “quién” hace o no hace, que promete y que no cumple, que presume de competencias de las que carece, o reniega de las que sí tiene atribuidas. Y cada vez se torna más imprescindible saber cuán eficaz es para algunas personas hacerse pasar por incompetentes, en toda su polisemia. Y estar alerta.
Ser estratégicamente incompetente es una habilidad que se aprende y se perfecciona, que sale a cuenta y que es a priori difícil de presuponer
La competencia es contar con habilidades para una determinada tarea o función. Es aptitud, es idoneidad para hacer o intervenir en algo. Es también responsabilidad e incumbencia.
La incompetencia es incapacidad, ineptitud, inutilidad, ineficacia, torpeza o ignorancia. O todo eso junto. Además de acumulativa, la incompetencia puede ser recurrente e incluso consciente y estratégica para pretender y conseguir escurrir el bulto, para eludir responsabilidades. Ser estratégicamente incompetente es una habilidad que se aprende y se perfecciona, que sale a cuenta y que es a priori difícil de presuponer. Sin ser imposible su detección y mitigación, sí es difícil porque la incompetencia estratégica precisa de unas condiciones con las que contamos en abundancia.
Son cómplices de la incompetencia estratégica las trampas que vamos aprendiendo a identificar, pero en las que aún a menudo caemos, por ejemplo, en relación con el cumplimiento de las obligaciones de transparencia y de la rendición de cuentas, que dista de lo deseable y de lo técnica, tecnológica y humanamente factible. Son cómplices las carencias e incluso ausencias en muchos ámbitos de mecanismos de medición de resultados, de evaluación del desempeño, de análisis de eficacia, eficiencia y coste-beneficio en los que se tengan en cuenta todos los costes y todos los beneficios. Y los de todos, no los de unos pocos. Y los de largo plazo, no solo los del corto. Son cómplices también la pérdida de memoria individual, colectiva e institucional; la mentira y la luz de gas, ambas cegadoras.
Y a todo esto además ayuda mucho que España se sitúe por debajo del promedio de los 31 países OCDE participantes en la Encuesta de Competencias de Adultos, nada menos que en la séptima peor posición. Un caldo de cultivo ideal para seguir enredados en estos líos una larga temporada, y para meternos en otros tantos.
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Verónica López Sabater es economista y consejera de la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid.
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