Las dos secciones de 'Gente' en un suceso
Un hombre guapo, español, hijo de famosos ha desmembrado a un hombre más corriente, colombiano, hijo de alguien. Las películas que nos cuentan nunca son así, por eso algunos estos días se esfuerzan en intentar lo imposible: girarnos la butaca de la sala de cine. Cambiar el marco. Retorcer los hechos hasta que –acaso– sintamos más empatía por un joven rico a quien le han cortado su copiosa melena al entrar en la cárcel que por el cirujano de mediana edad al que, según su propia confesión, mató con premeditación y una crueldad macabra: partiéndolo en exactamente 15 pedazos que fue capaz de ir repartiendo por la isla tailandesa de Koh Phangan.
Hay tres especialidades del periodismo que siempre he intentado sortear: el deporte por falta de interés, la economía porque soy de letras y los sucesos porque no puedo soportarlos. Escucho “así era el cuchillo con el que mató a” y tengo que cambiar el canal o abandonar la sala. Aprendí a escapar cuando de pequeña, en casa de mi abuela, se veía religiosamente el programa Gente de Televisión Española: media hora de asesinatos escabrosos y otra media de vida y milagros del famoseo. No me interesaba nada ninguno de los dos mundos. Siempre he pensado que en qué hora a alguien se le ocurrió contraponerlos en un programa de la tele pública. Tenían hasta una presentadora diferente cada uno.
Hay muchas aristas en este suceso más interesantes (y respetuosas) que la escenificación en plató de cómo se descuartiza a alguien (ha ocurrido)
El caso de Daniel Sancho es un suceso que fusionaría las dos secciones de Gente y juntaría a las dos presentadoras en pantalla si el programa siguiera en emisión. El nieto de Sancho Gracia, el nieto de ¡Curro Jiménez! El hijo de Rodolfo Sancho, el hijo de ¡Nico de Al salir de clase! El descendiente de una saga de actores populares se da a conocer por unos hechos que parecen pertenecer más a un guion que a un atestado. Queda con un amigo colombiano en Tailandia, compra en un supermercado las que serán sus armas, lo mata y desmiembra y desperdiga su cadáver subido en un kayak.
La víctima de este suceso es Edwin Arrieta, un cirujano colombiano de 44 años, y lo son también sus seres queridos. Sobre él no se está hablando tanto y cuando se habla, terror: el abecé de la homofobia y de la xenofobia y de la más purita ignorancia en prime time, líderes de audiencia. Estos días asomándome a algunos de los programas que están haciendo su agosto con este hipersuceso me acordaba de quienes quieren romantizar la televisión del morbo y del amarillismo por “popular”. Qué mal uso, qué poca esperanza en la palabra “popular”.
El buen periodismo no puede desentenderse de un suceso como este porque obviamente es noticioso que el hijo de una saga de actores españoles desmiembre a un cirujano colombiano en Tailandia, un país donde podría enfrentar cadena perpetua o pena de muerte. Hay muchas aristas en este suceso más interesantes (y respetuosas) que la escenificación en plató de cómo se descuartiza a alguien (ha ocurrido). Hay una vertiente diplomática, hay una pregunta básica: ¿Recibirá el mismo trato judicial que si no fuera un hombre guapo, español, hijo de famosos? El mediático ya sabemos que no.
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