Cuando los de 'os vamos a triturar' hablan de censura

De repente, la idea de saber quién mueve los hilos detrás de los titulares y cómo se reparte el jugoso pastel de la publicidad institucional ha desatado una tormenta de nerviosismo en ciertos sectores. Uno no puede evitar preguntarse: ¿qué secretos temen que salgan a la luz? ¿Por qué tanto pánico ante la perspectiva de un poco de claridad en un ámbito que moldea nuestra percepción de la realidad día tras día?

El plan de regeneración democrática presentado por el Gobierno de Sánchez, basado en normativas europeas, ha desatado una tormenta política y mediática bastante desproporcionada. Sobre todo teniendo en cuenta lo epidérmico que es. De repente, medidas de sentido común como la transparencia en la propiedad de los medios y en el gasto público en publicidad institucional se han convertido en el preludio del apocalipsis democrático, si hemos de creer a Feijóo y compañía. Muchos nos preguntamos ¿por qué tanto nerviosismo?.

¿Quién iba a pensar que conocer quién es el dueño de un medio de comunicación o cuánto dinero público recibe en calidad de publicidad institucional sería el nuevo caballo de Troya de la dictadura socialcomunista? Pero ahí tenemos a Feijóo, Ayuso y a Abascal enarbolando el estandarte de la libertad de prensa como si Sánchez hubiera propuesto resucitar una suerte de inquisición bolchevique para los periodistas díscolos. 

En el fondo, lo que está en juego aquí no es la libertad de prensa, sino la libertad de algunos para seguir moviendo los hilos desde la oscuridad

Lo gracioso del asunto es que estas medidas, ahora pintadas por la derecha como el apocalipsis de la democracia, fueron aprobadas en la UE con el beneplácito del mismísimo PP europeo. Es como si existieran dos PP diferentes: uno sensato que opera en Europa y otro alarmista que se activa al cruzar los Pirineos y pisar suelo español. Esta esquizofrenia política nos deja perplejos a todos. ¿Acaso lo que es bueno en Europa se vuelve veneno al cruzar la frontera? Tal vez deberíamos instalar detectores de coherencia en los aeropuertos, porque parece que algunas ideas razonables sufren una mutación inexplicable al aterrizar en Barajas. O quizás es que el PP ha perfeccionado el arte de la política cuántica, existiendo en dos estados contradictorios al mismo tiempo según el lado de la frontera en el que se encuentre.

Mientras la oposición grita "¡censura!" a los cuatro vientos, uno no puede evitar preguntarse: ¿No será que lo que realmente les molesta es que se destape el pastel de la financiación mediática? Porque, seamos sinceros, cuando un (pseudo)medio depende más del favor gubernamental del gobierno autonómico de turno que del interés de sus lectores, estamos más cerca del Pravda soviético que del necesario cuarto poder para cualquier democracia. Aunque qué le vamos a contar a los que frente a informaciones veraces ofrecen respuestas como “os vamos a triturar, vais a tener que cerrar”, como hizo Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete de Ayuso.

Y mientras la derecha se rasga las vestiduras, el resto del país observa perplejo viendo cómo se puede armar tanto revuelo por algo que, en cualquier democracia sana, debería ser de cajón. Y que de hecho en Europa ya lo es. ¿Transparencia? ¡Qué escándalo! ¿Saber que la publicidad institucional se reparte con criterios de audiencia claros? ¡Herejía!

En fin, que en un país donde hemos normalizado que un juez admita a trámite querellas basadas en recortes de prensa y bulos desmentidos, parece que pedir un poco de claridad en el ecosistema mediático es demasiado pedir. Quizás sea hora de que la oposición, en lugar de montar el circo de tres pistas cada vez que el Gobierno propone algo, se ponga a trabajar en alternativas constructivas. Pero claro, eso requeriría ideas, y ya sabemos que es mucho más fácil agitar el fantasma de la censura aunque lo único que se censure sea el secretismo conveniente y el reparto a discreción de fondos públicos entre simpatizantes.

En el fondo, lo que está en juego aquí no es la libertad de prensa, sino la libertad de algunos para seguir moviendo los hilos desde la oscuridad. Y eso, señores de la derecha, no es democracia. Es manipulación con careta de respetabilidad. Así que, mientras perpetúan su pantomima de opresión imaginaria, el resto podemos celebrar que, por una vez, un Gobierno se atreva a encender la luz en el cuarto oscuro de nuestro ecosistema mediático, aunque a algunos les moleste en los ojos.

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