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De vuelta a la calle

En la calle se hace política. Mucha política. Manifestaciones, concentraciones, aplausos, ánimos, críticas y abucheos. En una misma calle, como Ferraz, podemos ver desde movilizaciones de la extrema derecha negando la legitimidad de la Constitución del 78 hasta a abnegados militantes socialistas implorando a su líder que no les abandone en lo peor del camino. La calle no tiene signo político. La calle es un espacio que todos aspiran a conquistar. No importa quién gobierne. Se hizo un 15M contra un gobierno de Zapatero repitiendo que no éramos mercancía en manos de políticos y banqueros, se llenaron las calles contra la reforma laboral del Gobierno de Rajoy en dos huelgas generales y en Cataluña corear “els carrers serán sempre nostres” se convirtió en lo más habitual mientras se llenaban de reivindicaciones independentistas.

Pero quedan lejos todas esas movilizaciones desde este remoto 2024. Fue en 2018 cuando cambió el ánimo político en España y se traspasaron los papeles. El gobierno del PP de Rajoy abandonaba el poder tras una moción de censura y la derecha empezaba a verse relegada al ámbito de la calle. No por deseo, sino por ausencia de alternativa. No tardaron en caer bajo el hechizo tan legítimo de querer cambiar las cosas a través de la movilización popular. Solo que la falta de práctica se nota. Llevaban sin salir a la calle desde la manifestaciones contra el aborto y el matrimonio igualitario que le hicieron a Zapatero. Y cuando tocó volver a verse con los adoquines y las plazas no les sentó demasiado bien. Fue en 2019 en la madrileña plaza de Colón en la que nació la tristemente célebre “foto de Colón” donde aparecían Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal. Años después solo sobrevive políticamente el último (y a duras penas tras haber perdido 19 escaños y 700.000 votos en las últimas elecciones) y los otros dos son pasto de la historia. De esa manera se inauguró una especie de 15M facha bastante mal avenido pero muy resistente al tiempo cuya principal obsesión era retratar al gobierno de España como ilegítimo, felón y traidor. Da cierta tristeza pasar de un importante “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros” a un triste “Gobierno ilegítimo”. Pero así fue.

Con la pandemia las movilizaciones de la derecha no perdieron fuelle. Se multiplicaron y radicalizaron. En esa perversa concepción de la libertad que tiene la derecha asociada a poder hacer lo que a uno le dé la real gana mientras su dinero se lo permita vimos amplias concentraciones en los barrios más pudientes. Cayetanos con palos de golf en la mano golpearon mobiliario público creyéndose más que nadie al grito de “libertad” (para contagiar, claro).

Se les ha ocurrido una gran idea: convocar una nueva manifestación en mayo con la intención de llegar preparados para las elecciones europeas de junio. Es legítimo, otra cosa es que les funcione esta vez

Y así llegamos al 23 de julio de 2024. Parecía que la derecha volvería a casa después de una larga travesía por el desierto de la calle al que se sumaron fácilmente pero en el que se les reconocía verdaderamente incómodos. Recuperarían el poder que consideran que les pertenece por derecho de cuna y podría cesar esta hipermovilización histérica que no les había llevado a ningún lado. Sin embargo se quedaron a las puertas de Moncloa con la boca abierta y las esperanzas rotas. E incluso antes de que se produjese el intento fallido de investidura de Feijóo el PP ya estaba llamando a manifestarse a sus votantes en la calle de nuevo. Esta vez contra una ley de amnistía que todavía no estaba ni planteada y contra una investidura de Sánchez que ni siquiera estaba programada. Manifestaciones preventivas. Poco después vino la farsa de Ferraz en la que vimos a Esperanza Aguirre liderando cortes de carretera, a Abascal asediar una sede del PSOE y a toda la derecha española repetir eslóganes que ya sonaban a viejo. Gobierno ilegítimo, traidor, felón... Todo lo que se ensayó como una tragedia finalmente acabó como una farsa con una protesta el mismo día de fin de año comiendo las uvas en Ferraz mientras colgaban un muñeco de cartón del presidente del Gobierno contra el que se desgañitaban a valientes puñetazos patrióticos. Tanto esfuerzo para nada.

Sin embargo, como las ideas no abundan en la sede de Génova 13 y tras unos malos resultados en las elecciones en Euskadi y un mal pronóstico para las elecciones catalanas, se les ha ocurrido una gran idea: convocar una nueva manifestación en mayo con la intención de llegar preparados para las elecciones europeas de junio. Es legítimo, otra cosa es que les funcione esta vez. Pero sobre todo es humillante si lo comparamos con la reacción que están teniendo simultáneamente frente a la dignidad de los estudiantes que han salido a las calles y han empezado a acampar en las universidades protestando contra el genocidio contra el pueblo palestino. “Yo tengo la sensación de que van en contra de Israel y a favor de Hamás", ha dicho Borja Sémper. En fin. Perdieron las elecciones y parece que van camino también de perder la calle junto a la vergüenza.

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