La Campana de Gauss y las lecciones de Francia

Xoán Hermida

Sesenta días separan el inicio de las "operaciones militares especiales" de Rusia en Ucrania y la segunda vuelta de las presidenciales francesas. En dos meses se ha puesto en peligro por dos veces —una por una agresión desde el exterior y otra por un desafío desde el interior— nuestro espacio político europeo y modelo de libertades. El primer golpe lo ha parado el pueblo ucraniano con un sacrificio enorme y al que sus dirigentes, empezando por su presidente, no han abandonado a pesar de las invitaciones a hacerlo que les habían hecho llegar las cancillerías europeas. El segundo intento lo han parado los demócratas franceses con su voto, en algún caso haciendo caso omiso de las ambigüedades irresponsables de algunos de sus dirigentes, demostrando que los electores son más sensatos que sus representantes.

Pero más allá de estos resultados, nunca definitivos en momentos como los actuales, mal haríamos si no fuéramos capaces de ver que el peligro sigue presente y que nuestras democracias siguen, y van a seguir, atacadas desde el interior por los populismos extremos y desde el exterior por las nuevas autocracias que pretenden una revisión histórica del triunfo sobre los dos totalitarismos del siglo XX.

En Ucrania se ha parado el avance del totalitarismo, pero está por resolver el modelo de dependencia energético y comercial que impide construir una Europa libre de chantajes y está por ver si una vez más los intereses económicos alemanes no nos seguirán dando problemas. En Francia se ha parado a la extrema derecha populista, pero con niveles de voto para esta superiores al 40% y un espacio consolidado que tendrá un fuerte protagonismo en las legislativas de junio y quizás el poder de condicionar la futura gobernabilidad.

Las elecciones presidenciales francesas, y más allá la evolución política del país vecino en los últimos años, nos dejan más de una lección que deberíamos tener en cuenta.

La primera, y más importante, la inutilidad a largo plazo de los cordones sanitarios, que lejos de resolver el problema de fondo lo aplazan en el tiempo y se centran en un esfuerzo de contención que no solo no consigue sus objetivos —debilitar a la extrema derecha— sino que, además, se lleva por delante la estructura de partidos que sustentan la clave de bóveda del sistema pluripartidista democrático.

El cordón sanitario fue un invento de los años sesenta en Italia para impedir que la fuerza más votada, el PCI, gobernara, construyendo para ello bloques gubernamentales hasta de cinco partidos. Es verdad que se impidió gobernar a los eurocomunistas italianos hasta que transmigró a Partito Democratico della Sinistra, pero el coste fue una crisis democrática e institucional que casi se lleva por delante la república.

La segunda lección, de la que ya empezamos a tener alguna experiencia en nuestro país, es lo absurdo que es híperadjetivar con clichés de otra época a los enemigos de la democracia con el fin de generar miedo en el votante y de paso hacer ventajismo partidista frente al adversario.

El fascismo y el comunismo, aun cuando puedan existir fuerzas que se reclamen de ellos bien por nostalgia o por estética, son movimientos propios de acontecimientos ligados a la crisis de los primeros años del siglo pasado y existieron en tanto en cuanto se mantuvo la estructura económica y de clases del modelo fordista. Hoy ninguna fuerza desde esos planteamientos puede generar niveles de aceptación; los extremismos de izquierda y derecha responden a otras lógicas, de carácter nacionalista y populista, frente a la construcción de la globalidad. No tiene, por lo tanto, ningún sentido, desde un lado o desde el otro del arco político, seguir agitando el espantajo del comunismo y del fascismo, pues esos no son los "fantasmas" que recorren la Europa de hoy.

Los nuevos espacios de desafección tienen otras lógicas que se deben estudiar para saber interpretar, y lo mejor que se puede hacer con respecto al peligro del populismo extremista es combatirlo en la acción política, buscar los consensos mayoritarios necesarios frente a él y no atacar a un electorado que busca en ellos espacios de representación que respondan a las sucesivas crisis que el cambio de estructuras está creando.

La función de los partidos centrales del sistema democrático sería resolver los elementos que va dejando a cada vez a más sectores ciudadanos fuera de los consensos sociales y del contrato social.

La tercera lección tiene que ver con la construcción de mayorías y su traslación a las matemáticas —la Campana de Gauss—.

Cualquiera que estudie con algo de detenimiento la lógica de la dialéctica materialista, principal instrumento de análisis e intervención política que tiene construido la izquierda, y observe cómo se ha desarrollado la física moderna desde el surgimiento de la termodinámica, se dará cuenta de la increíble coincidencia entre la dialéctica empirista y la física de la complejidad.

Sin duda una de las incorporaciones más importantes que se han dado con la mecánica cuántica y los avances de la ciencia ha sido la teoría de la probabilidad (en base a elementos estadísticos matemáticos) para resolver problemas complejos.

Uno de estos mecanismos increíbles es la "función gaussiana", conocida como "Campana de Gauss" en honor al nombre del matemático que formuló dicha teoría.

Lo que nos dice el planteamiento de Carl Friedrich Gauss es tan sencillo como que la distribución normal es la distribución de probabilidad que con más frecuencia aparece en estadística. Y, además, que esta configura una gráfica en forma de campana porque estadísticamente los elementos (aplicable a los individuos y sus posiciones políticas) tienden a incorporarse de manera equilibrada alrededor de un eje central de mayor concentración de posicionamientos.

Es el eje central sobre el que se vertebran los dos lados de la campana el que indica cómo se construyen las alternativas políticas gubernamentales. Esto implica que a la hora de construir alternativas mayoritarias deben buscarse soluciones de centralidad.

En los últimos años el esfuerzo de Marine Le Pen ha sido trasladar su discurso hacia la centralidad hasta el punto de dejar espacios para que aparezcan otras fuerzas menos representativas a su derecha como la de Éric Zemmour

En un formato asentado, incluso en tiempos de crisis como las que viven las democracias —siempre que estas no sean crisis disruptivas—, el modelo ejerce de elemento de atracción. Es así que las nuevas fuerzas populistas que surgen, después de un primer momento de radicalidad, tiende a moderar su acción política, acercar su espacio al eje central y adaptar su propuesta para prepararse a gobernar. En los últimos años el esfuerzo de Marine Le Pen ha sido trasladar su discurso hacia la centralidad hasta el punto de dejar espacios para que aparezcan otras fuerzas menos representativas a su derecha como la de Éric Zemmour. La tensión dialéctica entre la capacidad de los extremistas de deturpar el sistema democrático y su necesidad de adaptación, a medida que avanzan en cotas de poder, es una contradicción que ya hemos visto con anterioridad. La victoria de una u otra tendencia va a depender de la fortaleza de los mecanismos de contrapeso y la cultura democrática de cada país. La llegada al poder de Viktor Orbán en Hungría ha trastocado el sistema político mientras que la democracia italiana ha sobrevivido a la vicepresidencia de Matteo Salvini.

Hoy las democracias europeas están en un proceso de crisis de representatividad ciudadana pero no en una crisis "revolucionaria" que provoque un cambio de régimen rupturista. Por ello cualquier cambio de modelo, bien sea por resolver la crisis en positivo bien sea porque el populismo nos conduzca a nuevos autoritarismos serán procesos graduales. Por ello lo habitual, como está pasando en Francia, es que los instrumentos de representación cambien, pero ocupen los mismos espacios de representación anterior, manteniendo el dibujo de la "Campana de Gauss": Marine Le Pen ocupa el espacio que anteriormente ocupaba el Neo Gaullismo, Enmanuele Macron el espacio de los antiguos Partido Socialista y Radical, y Jean-Luc Mélenchon ocupa el del histórico PCF.

Alguien podría pensar que esto imposibilita la construcción de un espacio de izquierda transformador más allá de lo establecido. No necesariamente. Pero aquí es donde entra una buena parte de los problemas que tiene la izquierda.

¿Está la izquierda atenta, realmente, a las necesidades actuales de la sociedad o sigue con esquemas propios del siglo pasado?

Y en función de eso, ¿construye estrategias de cambio o se conforma con tener una actitud postural estéril?

Entonces, qué podemos hacer para que el "príncipe de las matemáticas" no nos arruine la acción política y el eje vertebrador cada día se sitúe más a la derecha.

Cuando nació Podemos lo hizo con voluntad, abandonada pronto, de hacer una apuesta transversal, próxima al eje de vertebración de mayorías, y abandonar "la esquina del tablero" donde la izquierda no socialista se ubicara desde la transición.

Hoy la realidad es que los movimientos populistas de extrema derecha van ocupando el terreno de la desafección que hace una década abanderaban las nuevas izquierdas —Syriza, Bloco, Movimento 5 Stelle, Podemos …— hoy en declive.

Aplicar una estrategia que metodológicamente permita construir una mayoría social para el cambio definiendo las propuestas económicas, políticas y culturales, que sean susceptibles de mejorar la vida de las personas y de ser asumidas por una mayoría social.

Construir una alternativa culturalmente desde la izquierda, pero pensada para mayorías. Desterrar el sectarismo contra el adversario político, el corporativismo clasista y la marginalidad ideológica.

El pensamiento político tiene margen para la intervención, pero esta no debería intentar poner en tela de juicio "las leyes de la física", pues simplemente estaría abocado al fracaso.

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Xoán Hermida es historiador y doctor en gestión pública. Analista político, director del Foro OBenComún.

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