Bajo los escombros de Gaza

Teresa Aranguren

No hay lugar al que volver, no hay casa, ni escuela, ni barrio al que volver, todo está destruido”, dice el abogado palestino Raji Sourani en una sala repleta de gente en el Colegio de Abogados de Madrid, “yo mismo no tengo ya casa, ni despacho ni siquiera el pequeño huerto que nos gustaba cultivar, todo son escombros , no hay lugar al que volver“, después hace una pausa y su silencio resulta tan expresivo como las palabras que busca y finalmente encuentra: “ Pero volveremos, Gaza será reconstruida, no nos rendiremos nunca”… Raji Sourani salió de Gaza por el paso de Rafah hace apenas un mes, su casa y el edificio de la organización de Derechos Humanos donde trabaja habían sido bombardeados en dos ocasiones muy seguidas hasta quedar totalmente destruidos; no fueron ataques aleatorios sino dirigidos, iban a por él y su familia, como ha ocurrido con las decenas de periodistas sepultados bajo los escombros de la vivienda familiar en esa peculiar forma de bombardeo selectivo con la que el ejército israelí acostumbra a liquidar a testigos incómodos cuya voz puede ser escuchada, como la del abogado Sourani, quien, tras su paso por Madrid, ya se encuentra en La Haya como parte del equipo legal que trabaja con sus colegas sudafricanos en la demanda por genocidio contra Israel.

Conocí a Raji en 1998 durante mi primera visita a Gaza, había cierre de territorios, es decir que en teoría nadie podía entrar ni salir de La Franja, pero entonces las normas no eran tan rígidas con los extranjeros y finalmente mi acreditación de prensa, que en los territorios ocupados solo puede dar el ejército, sirvió de algo y los soldados del puesto de Erezt me dejaron pasar, no así al taxista palestino que me acompañaba, y seguir a pie durante los casi tres kilómetros que quedaban hasta el siguiente control del ejército israelí ya a la entrada de Gaza. Habían pasado tres años desde el asesinato, a manos de un joven ultraortodoxo judío, del Primer ministro israelí, Yitzak Rabin y dos desde las elecciones que habían llevado al poder a Benjamín Netaniahu, quien durante toda su campaña había alardeado de que con él “nunca habrá un Estado palestino”. Para entonces ya se sabía que el proceso de paz se estaba yendo a la mierda. 

Yo había quedado con el doctor Haydar Abdel Shafi, el hombre que había encabezado la delegación palestina en la Conferencia de Paz de Madrid en 1991 y quizás la figura pública más querida y respetada entonces en Palestina. El doctor Abdel Shafi era un hombre bueno y sabio que hacía política como ejercía la medicina, para paliar el dolor del mundo, era lo más parecido a un santo laico; pienso en él cada vez que en estos atroces días oigo mencionar el nombre del hospital Shifa porque fue allí donde le conocí.  Esa noche, cenando en su casa, me presentó a su amigo Rají Sourani, abogado y director del Centro de los Derechos Humanos de Gaza. Era una casa de piedra de tres plantas con jardín y una hermosa galería a la que llegaba el aire del mar cercano porque Gaza es tierra marina y marinera. En aquella velada en la que bebimos vino blanco de Belén y Arak, una especie de anís típico de la zona de Palestina y Líbano, nadie era optimista,“ Europa es cómplice de los israelíes, está permitiendo que amplíen las colonias en Cisjordania para hacer imposible la creación de un Estado palestino” explicaba Raji y todos asentíamos porque para todos era evidente lo que estaba ocurriendo, la esposa del doctor Shafi intervino entonces: se equivocan los que piensan que los atentados suicidas tienen que ver con la promesa del Paraíso, tienen que ver con la desesperanza, no lo hacen porque esperen entrar en el Paraíso en la otra vida sino porque no esperan nada de esta; no pueden soportar tanta humillación y tanto sufrimiento en esta.”

Cuando el hambre, las enfermedades y las bombas amenazan con liquidar todo resquicio de vida en Gaza, el castigo a UNRWA es un castigo a una población al borde del exterminio

De vez en cuando uno de los nietos del doctor, un niño de unos 12 años, entraba sin hacer ruido, se sentaba en el suelo junto a su abuelo y se quedaba un rato con la cabeza apoyada en sus rodillas, escuchando la conversación de los adultos, luego se iba y al poco volvía a aparecer. En aquella Gaza sometida a la atrocidad cotidiana de la ocupación, la vida aún conseguía abrirse paso y creaba refugios de ternura y algo parecido a la felicidad, como la casa familiar de los Shafi.  

Veintiséis años después, todo son escombros y muerte y destrucción, una nueva Nakba más atroz aún que la del 48, se cierne sobre la población palestina. La ofensiva israelí contra Gaza no es una operación de represalia, menos aún de autodefensa, tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, es una operación de exterminio. La solución final que el gobierno israelí ha puesto en marcha para liquidar la causa palestina.

No hay refugio ni lugar al que volver, dice Raji Sourani para describir lo que está ocurriendo en Gaza, y lo que describe se parece mucho a lo que sabemos que ocurrió en los meses previos y posteriores al establecimiento del Estado de Israel en 1948, cuando las milicias sionistas, luego ejército israelí, llevaron a cabo la gran operación de “vaciado” del territorio, es decir la expulsión en masa de la población autóctona palestina. Una de las claves de aquella operación consistió en destruir las localidades desalojadas y allanar el terreno con excavadoras o poner minas entre los escombros para que los vecinos expulsados de sus aldeas “no tuvieran lugar al que volver”. Más de cuatrocientas localidades palestinas fueron destruidas y sus nombres ya no figuran en los mapas, más de 750.000 personas, dos tercios de la población palestina de entonces, fueron expulsadas de su tierra y de la noche a la mañana se convirtieron en refugiados. Todo lo que ocurrió entonces está perfectamente documentado, pero mucho más eficazmente tapado. Y setenta y cinco años después, el horror de entonces se repite ahora en forma mucho más cruel y letal. 

Ha tenido que ser un país africano el que, frente a la pasividad, en muchos casos complicidad, de estadounidenses y europeos, ha tenido el coraje y la decencia de denunciar por genocidio a Israel. Sudáfrica, cuya población fue víctima del crimen de lesa humanidad del apartheid, está especialmente preparada para detectar crímenes como los que ellos sufrieron. En los años 90, tras una visita a la Cisjordania ocupada, el obispo sudafricano Desmond Tutu, figura clave en la lucha contra el régimen del apartheid, declaró: “lo que están viviendo los palestinos es peor que lo que nosotros sufrimos en los años del apartheid”. 

Al día siguiente de que el Tribunal de la Haya admitiese la demanda sudafricana y dictase medidas cautelares que, aunque no paran la guerra, suponen un serio obstáculo para la continuación de la ofensiva israelí en Gaza, ésta se ha intensificado en un mensaje claro de “desacato” al Tribunal o, dicho al modo en el que Benjamin Netanyahu acostumbra a expresarse, “los jueces pueden decir lo que quieran que no vamos a parar”. 

El Tribunal de la Haya no tiene medios para forzar a Israel a cumplir con las medidas cautelares, entre las que figura “garantizar la entrada de ayuda humanitaria en cantidad suficiente para atender las necesidades de la población de Gaza”, es decir sin las restricciones que impiden el acceso de los camiones de UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos) a las zonas más necesitadas de ayuda, especialmente al norte de la Franja. A modo de respuesta, el gobierno israelí ha lanzado gravísimas acusaciones contra UNRWA, más exactamente contra algunos empleados de la agencia que supuestamente, según Israel, habrían participado en el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023. No es la primera vez que Israel lanza acusaciones de este tipo contra la organización humanitaria. La UNRWA no solo es la organización que provee de asistencia vital a los refugiados de Palestina, es también un recordatorio permanente de lo que ocurrió hace 75 años, la limpieza étnica de la que los refugiados son testimonio vivo. Por eso lleva tiempo en el punto de mira de Israel y en consecuencia de EEUU. Donald Trump ya lo intentó, suspendiendo de golpe la financiación de su país a la agencia, y no necesitó ninguna acusación como la actual para hacerlo. Ahora, una oportuna “revelación” de los servicios secretos israelíes ha bastado para que varios países, encabezados por EEUU, decidan suspender su contribución a UNRWA en unos momentos en los que la labor del “mayor actor humanitario en Gaza” es más necesaria que nunca. Y resulta chocante, por no decir sospechosa, la rapidez con la que países europeos como Reino Unido, Canadá, Alemania, Italia o Francia, siguiendo el camino indicado por EEUU, han anunciado la suspensión de su contribución financiera a UNRWA, sin esperar a las conclusiones de la investigación que Naciones Unidas ha puesto en marcha de inmediato.

Cuando el hambre, las enfermedades y las bombas amenazan con liquidar todo resquicio de vida en Gaza, el castigo a UNRWA es un castigo a una población al borde del exterminio. 

Bajo los escombros de Gaza hay miles de cuerpos sepultados. Y con ellos, los derechos humanos, la legalidad internacional, la justicia y ese mínimo de dignidad que nos hace humanos. 

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Teresa Aranguren es periodista y escritora.

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