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El futuro de la extrema derecha

Asombrados aún por lo sucedido en Andalucía, los demócratas haríamos bien en sentirnos inquietos. Pero haríamos mejor en hacer autocrítica. Aunque duela. La irrupción de Vox, con su inequívoco mensaje de extrema derecha, representa un desafío para nuestro sistema parlamentario, para nuestros derechos y libertades. Sin embargo, pese a los peligros que esta organización personifica (o precisamente por eso), la respuesta a nuestro desasosiego debe ser firme y serena, decidida e inteligente. Y ante todo, ajustada a la realidad. Más si tenemos en cuenta que se trata de un asunto que siempre ha estado ahí; la diferencia radica en que ahora la extrema derecha ha encontrado un cauce político por el que manifestarse abiertamente. Lo que no quiere decir que haya que normalizarla.

El alarmismo y la épica, lejos de atajar la cuestión, tan sólo servirán para reforzar las posiciones extremistas, para disponerlas con mayor firmeza en el tablero político. Del mismo modo, el insulto a sus votantes no ayudará a remediar el problema, sino a dificultar la solución: sus electores se pondrán a la defensiva, volviéndolos más impermeables al discurso democrático y tolerante. Enfrentamiento y tensión. Eso es exactamente lo que desea la extrema derecha. Cuanta más polémica, más división y más crispación, mejor les irá a ellos.

A la actual extrema derecha, por tanto, se la tendría que combatir de dos formas. Por un lado, y en primer lugar, impidiendo cualquier tipo de manifestación o acto que atente contra la libertad o los derechos de la ciudadanía, sean del tipo que sean. No se debe confundir la tolerancia con la equidistancia. Se puede ser tolerante con quien cuenta chistes ofensivos, pero no se puede ser equidistante (estar a idéntica distancia) de ese humorista y de quienes amenazan a su persona y coartan su libertad.

Por otro lado, a la extrema derecha se la desactiva trabajando para solucionar los problemas de la ciudadanía. Porque Vox y el movimiento fascista, autoritario y nacional-católico que lo acompaña, es un fenómeno surgido como reacción a una determinada situación social, económica y política.

Por eso Vox no es un partido propiamente fascista, aunque tenga varios de sus rasgos, como el componente mítico y viril (la “reconquista”), su antimarxismo o su ultranacionalismo. En Vox no abogan por crear un hombre nuevo y hacer la revolución, sino por volver al pasado, por recuperar “algo” que se ha perdido. Es un proyecto principalmente reaccionario, que apuesta más por la involución que por el progreso.

La irrupción de Vox, y esto es muy importante, obedece a muchos factores, aunque desde mi punto de vista uno de los principales es el desconcierto, la confusión de sus votantes. O, lo que es lo mismo, de muchos ciudadanos. La confusión produce incertidumbre, y la incertidumbre miedo. Y es del miedo de donde nacen los monstruos. Utilizado además como arma política, mueve montañas y destruye civilizaciones. Es un proceso muy humano que, como decía antes, más que vilipendiar hay que comprender para poder desactivarlo.

Lo que Vox ha sabido canalizar (sin especial mérito, por otro lado), ha sido una rabia y una incerteza ciudadana; un grito visceral y caótico de desgarro ante una serie de cambios relacionados con la modernidad y con la coyuntura política española, concretada principalmente esta última en el miedo a la inmigración ilegal y al separatismo. No hay, pese a todo, un único factor que explique la aparición de Vox. Aunque su irrupción haya sido abrupta, los procesos sobre los que se ha impulsado para salir a la superficie son de largo, medio y corto recorrido, y se superponen unos sobre otros; llevan, además, velocidades distintas a las propias de la dinámica política. Son acontecimientos, por último, que conviven y se contradicen entre ellos, lo que intensifica aún más el ruido, la sensación de descontrol e inseguridad.

Si se me permite, agruparé esos procesos en cuatro, de forma un tanto simplificada, para tratar de hacer así comprensible los retos y las inquietudes que dichas transformaciones provocan entre distintos sectores de la ciudadanía. Me esforzaré por ir, además, de lo más genérico a lo más particular.

1.– El primero de ellos tiene que ver con la globalización y con su intensificación en los últimos años bajo el paradigma “neoliberal”. Muchas de sus consecuencias las conocemos: deslocalización empresarial y pérdida de puestos de trabajo, precariedad laboral generalizada e incremento de la desigualdad. Un proceso que se acelera con la crisis de 2008 y su gestión. Unida a esa incertidumbre laboral, el predominio del capitalismo especulativo deja en la ciudadanía una impresión aún más inquietante: la de que estamos a merced de fuerzas muy poderosas e imprevisibles. Nuestro destino individual, pero también colectivo, parece depender de entidades fantasmales localizadas en lugares opacos, movidos además por intereses oscuros que no alcanzamos a discernir.

Junto a esta dimensión “macro”, el proceso globalizador también se muestra en las distancias cortas. Las ciudades crecen, absorben cada vez a más personas que acuden a ellas por necesidad desde todas las regiones del mundo, llevando consigo su religión, sus costumbres y tradiciones. La ciudad se convierte en un espacio en el que predomina la mezcla, la confusión, en el que se originan problemas de convivencia que hay que aprender a gestionar. Una amalgama impactante que puede ser vista de distintas maneras: bien como una oportunidad de enriquecimiento social y cultural o, dominados por ese individualismo exacerbado tan neoliberal, como una amenaza directa.

La combinación de globalización, inmigración y crisis ha producido una reacción similar en distintos países: el resurgimiento de sentimientos nacionalistas. Ante la evanescencia de la realidad, ante la desaparición de referentes o asideros, la construcción de muros y fronteras, el reforzamiento del Estado-nación en su vertiente más étnica y cultural. Los nacionalismos establecen vínculos comunitarios que reconfortan, que tranquilizan, aunque sean tan engañosos y cambiantes como la realidad que pretenden combatir.

2.– El segundo proceso está relacionado con la lucha por la igualdad y la ampliación de derechos. La aparición y el éxito de Vox también puede entenderse como una reacción a lo que ha venido en llamarse la cuarta ola del feminismo y a todas aquellas políticas que combaten la desigualdad entre hombres y mujeres, e incluso la de aquellas que reivindican mayores derechos para los animales. Las exigencias feministas tienen una clara dimensión internacional con el #Metoo, que en España se han manifestado con fuerza. Distintas sentencias judiciales, como la de la Manada, han provocado mucha indignación entre el feminismo, entre los sectores progresistas y entre todas aquellas personas o asociaciones sensibles a los abusos de un sistema patriarcal que se percibe como intolerable.

Estas reivindicaciones de justicia e igualdad, junto con algunos excesos, han sido interpretadas por muchas personas como una agresión a un concepto trasnochado de masculinidad, reaccionando en consecuencia. Existe un claro temor, más o menos consciente, a que la reclamación de igualdad acabe con la tradicional preeminencia del varón sobre la mujer, algo que activa los mecanismos defensivos de muchos hombres y que una ideología reaccionaria como la de Vox puede canalizar con relativa facilidad.

3.– El tercer proceso está directamente vinculado con el desafío independentista en Cataluña. La “nacionalización” de la ciudadanía, entendida como respuesta al proceso globalizador, se ha acentuado aún más en España debido a la cuestión territorial. Ahí están las reivindicaciones de muchos de los líderes independentistas catalanes, de ideas tan excluyentes y dogmáticas como las de Vox. En cualquier caso y desde un punto de vista “español”, la gestión de este problema ha resultado insatisfactoria para distintos sectores sociales. Muchos de los votantes tradicionales del PP y del PSOE han sentido, cada uno en su momento, que sus representantes políticos no respondían como la situación requería. Esta decepción se aprecia en las elecciones andaluzas. Numerosos escaños perdidos por los socialistas han revertido en Ciudadanos. Aunque los factores que influyen sean variados, seguramente uno importante haya sido el mayor “compromiso nacionalista” de los de Rivera. De igual modo, a ciertos votantes del PP han debido parecerles insuficientes las medidas adoptadas por Rajoy y su partido, optando en gran medida por Vox, una formación absolutamente intransigente con el tema de la unidad de España.

4.– El último proceso y la última reacción tienen que ver con la gestión de la crisis económica que ha empobrecido a la ciudadanía en los últimos diez años. Aparejado a este fenómeno está el asunto de la corrupción y el paulatino deterioro de todas y cada una de las instituciones que forman la base de nuestro Estado de Derecho. Desde las Universidades hasta el Consejo General del Poder Judicial y la judicatura; desde la televisión pública hasta el Ministerio Fiscal, el Congreso de los Diputados o la monarquía. Por no hablar de la desfachatez e irresponsabilidad de numerosos políticos, que han generado un clima de desconfianza y desafección profunda hacia un conjunto de instituciones esenciales para el funcionamiento de la democracia. A todo ello se suma el hartazgo de algunas personas al constatar cómo, pese a la aparición de nuevos partidos políticos, la vida pública no termina de regenerarse, repitiéndose en las nuevas organizaciones los vicios viejos. Por último, cuestiones tan emotivas y tan de actualidad como una exagerada percepción de la inmigración ilegal o la mala gestión del traslado de los restos de Franco, contribuyen a soliviantar aún más los ánimos de los sectores más inmovilistas.

Es en este cuádruple vértice, el de la globalización neoliberal que disuelve el suelo a nuestros pies, el de las reivindicaciones feministas que amenazan con arrebatar al hombre su preeminente papel, el del desafío independentista que fomenta el nacionalismo, y el de la desafección política y el deterioro institucional, donde germina la semilla de Vox. El éxito de un partido que hace unos meses provocaba más risas que otra cosa, sin apenas publicidad, habla de la arrogancia de una parte de la izquierda. Y habla también de una ciudadanía que permanecía en silencio, callada, a la espera de que alguien expresara lo que estaban deseando oír.

El ADN de la derecha española

La mala noticia es que no se trata de una pataleta de un grupo de exaltados. El fenómeno tiene unas raíces relativamente asentadas, por lo que su auge no va a limitarse a Andalucía. Sin embargo, aunque los problemas a atajar sean de calado, basta voluntad política para comenzar a tapar los agujeros por donde se nos escurre la democracia. El reto está en ser capaces de renunciar a posiciones puristas para hacerlo. En practicar la tolerancia y el respecto que tanto se pregona.

Pero para eso es fundamental el sosiego, la inteligencia, la responsabilidad y la autocrítica. En realidad, la bravuconería de Vox y la de quienes le siguen, sus gruesas palabras y sus consignas altisonantes, no son más que una forma de ocultar su miedo. Su incapacidad para aceptar que el mundo cambia y que las respuestas no hay que buscarlas en el siglo XIX, sino en el XXI. El futuro de la extrema derecha no depende de su intransigencia, sino de nuestro compromiso con la tolerancia, la democracia, la igualdad y la justicia. El compromiso de todos y cada uno de nosotros. _____________

Alejandro Lillo es doctor en Historia Contemporánea y profesor en la Universidad de Valencia.

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