Israel, laboratorio del ecofascismo
Si pensamos en términos históricos, es seguro que el genocidio que está cometiendo Israel en Gaza desde hace ya un año y medio será considerado en el futuro como un desgarro en el tejido moral de nuestras sociedades. Es un lugar común plantearse, desde la frustración y el horror que sufrimos cada día, cómo le explicaremos esto a nuestras hijas y a las generaciones que vendrán.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo pudo comprobar el horror de los campos de exterminio nazi, el filósofo alemán Theodor Adorno intentó reformular el imperativo categórico kantiano, un mandato moral que debe cumplirse en cualquier circunstancia, a partir de la experiencia histórica concreta del Holocausto
Hitler ha impuesto a los hombres un nuevo imperativo categórico para su actual estado de esclavitud: el de orientar su pensamiento y acción de modo que Auschwitz no se repita, que no vuelva a ocurrir nada semejante.
Implícita o explícitamente, este mandato moral fue una brújula moral para muchos demócratas durante la segunda mitad del siglo XX, pero hoy que vemos a la extrema derecha europea compadrear con el sionismo es evidente que su potencia histórica se está agotando. La destrucción de Gaza nos permitiría formular un nuevo mandato universal absoluto, de forma casi inmediata. El nuevo imperativo categórico para el siglo XXI sería: orientar nuestro pensamiento y acción para que Gaza no se repita, para que no vuelva a ocurrir nada semejante.
Si realmente consideramos a Israel como el laboratorio del ecofascismo, el imperativo categórico del siglo XXI nos impone una responsabilidad superior que nos interpela como ciudadanos de las democracias occidentales
Sin duda, es un mandato legítimo y un suelo moral mínimo con el que afrontar lo que viene, pero no puedo evitar que me parezca autocomplaciente. Nosotros y nosotras, habitantes de las democracias occidentales, no deberíamos actuar como si Israel fuese un mal ajeno, como si la tragedia de Gaza fuese un caso aislado producto de unas condiciones históricas concretas, del legado del colonialismo israelí y los cambios geopolíticos de los últimos años. En esa perspectiva histórica, mucho más horrorosa, Gaza es una advertencia para las democracias liberales ante la crisis climática, una advertencia de la posibilidad de que cualquier democracia en un mundo marcado por la crisis ecológica puede convertirse en Israel si se entregan al miedo, al supremacismo y a la gestión autoritaria de los recursos. Israel no sería una excepción producto del Holocausto y la “complicada” historia de Oriente Medio, Israel sería el anticipo de lo que viene: el laboratorio del ecofascismo.
Israel se ha transformado en un laboratorio político donde se ensaya un modelo de gestión autoritaria de la crisis climática en su variante ecofascista o fascista fósil: una democracia iliberal que, bajo la justificación permanente de una amenaza existencial, normaliza el estado de excepción. Si en Israel hasta ahora esa amenaza habían sido los países árabes, en el futuro sería la crisis climática y la competición con casi cualquier estado o bloque internacional circundante. Una sociedad que ha convertido la militarización en su columna vertebral social y su motor económico, y donde el aparato de seguridad permea todos los aspectos de la vida civil puede ser el modelo de democracias en las que las amenazas externas o el uso de recursos limitados sean la excusa para un régimen de control algorítmico-policial. Un Estado que ocupa sistemáticamente territorios ajenos justificando la apropiación de recursos vitales (especialmente el agua) mediante narrativas de supervivencia histórica o etno-religiosa puede ser la inspiración de un nuevo expansionismo colonialista. Un futuro que imita los mecanismos israelíes de segregación y control poblacional y su creación de realidades jurídicas y materiales radicalmente distintas para diferentes grupos humanos que habitan un mismo territorio. Si en Israel estamos hablando de los árabes israelíes o los palestinos que viven en los territorios ocupados, en el ecofascismo del futuro hablaríamos de un apartheid ecológico aplicado a los más pobres, los migrantes o de los habitantes de territorios neocolonizados.
Ante un mundo en policrisis (ecológica, económica, geopolítica, democrática…) Israel es la tentación que podrían enfrentar las democracias occidentales: fronteras militarizadas, sistemas de vigilancia omnipresentes, legislaciones de emergencia permanentes, y la aceptación tácita o explícita de que algunas vidas valen menos que otras. Es desde esta perspectiva que limitarse a pedir que Gaza no se repita suena autocomplaciente e indulgente. Porque si realmente consideramos a Israel como el laboratorio del ecofascismo, el imperativo categórico del siglo XXI nos impone una responsabilidad superior que nos interpela como ciudadanos de las democracias occidentales. Un mandato moral que oriente nuestro pensamiento y acción para que al enfrentarse a la crisis climática nuestras democracias no cedan a la tentación ecofascista, para que no se conviertan en Israel, para no convertirnos en Israel.
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Héctor Tejero es Responsable de Salud y Cambio Climático en el Ministerio de Sanidad.