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La solidaridad activa como política de defensa

La reciente declaración de inocencia de los bomberos españoles miembros de Proem-Aid en Grecia a los que incomprensiblemente se acusaba de un delito de tráfico de personas (en grado de tentativa, menos mal) y la liberación del barco de Proactiva Open Arms, “Astral” retenido en el puerto italiano de Pozzallo, en Sicilia, por la acusación gravísima que pesa aún sobre ellos de ser una organización criminal que fomenta la inmigración ilegal (lo ilegal y criminal es entregar a esos migrantes a una autoridades libias más interesadas en conseguir dinero por la venta de esos migrantes como esclavos para financiar sus armas), me han hecho reflexionar sobre las amenazas externas que pueden afectar a nuestra sociedad. Y más en concreto preguntarme si no le cabrían a las Fuerzas Armadas algún tipo de misión en esta defensa de nuestras fronteras, ante la (en palabras del tremendismo ultraderechista y xenófobo) avalancha que invade nuestros países y amenaza con cambiar nuestros modos culturales.

No entraré en las misiones que nuestra Constitución encarga a las Fuerzas Armadas. Ya lo hizo en un magnífico artículo José Antonio Martín Pallín. Prefiero hablar de la política de defensa nacional que se regula en la Ley Orgánica 5/2005, de 17 de noviembre. Creo que es más atinente a cómo debemos enfocar las posibles amenazas contra nuestro país. En el artículo 2 (Finalidad de la política de defensa) se establecen como finalidades “la protección del conjunto de la sociedad española, de su Constitución, de los valores superiores, principios e instituciones que en ésta se consagran, del Estado social y democrático de derecho, del pleno ejercicio de los derechos y libertades, y de la garantía, independencia e integridad territorial de España (…). Asimismo, tiene por objetivo contribuir a la preservación de la paz y seguridad internacionales, en el marco de los compromisos contraídos por el Reino de España”.

Siempre me ha llamado la atención, como civil lego en estas materias, este mirar hacia dentro de España por parte del Ejército español. Me explico. Parece que una de las finalidades básicas de un ejército debería ser proteger el país de una agresión o amenaza del exterior. Pero esta función no aparece explícitamente ni en la definición constitucional de sus misiones (garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional) ni, como podemos comprobar, entre las finalidades contenidas en la Ley Orgánica de Defensa. Sí aparece, en ambos casos, la posibilidad de “disciplinar a los españoles” mediante la defensa de la “integridad territorial”. Aunque ciertamente bajo este concepto (junto con el de independencia y/o soberanía) podría entenderse comprendida la finalidad de defensa frente agresiones del exterior. Pero un poco forzadamente.

Parecería más razonable que se explicitara claramente esa misión defensiva frente a agresiones externas. De ese modo encajaría magníficamente la función contendida en la segunda frase del artículo 2 de la Ley orgánica “Preservación de la paz y seguridad internacionales”. Si hay paz y seguridad internacional no habrá conflictos que puedan atravesar nuestras fronteras. Aunque la realidad mundial es otra. El mundo es un avispero de conflictos. El ser humano, no contento con acabar con el planeta, quiere acabar así mismo con sus semejantes. Para ello inventa nuevas herramientas de destrucción (masiva o individualizada) de los demás seres humanos. Y como esas herramientas hay que probarlas, crea conflictos (o los aviva, que no le hacen falta al ser humano muchas creaciones para odiar al vecino) donde utilizar las armas.

El resultado de esos conflictos no es sólo la muerte de miles de personas. Es el desplazamiento de millones de seres humanos, que unen esta huída de la guerra a otra huída no menos cruenta: la de la violencia como forma de vida. Así, muchos migrantes huyen del hambre, de la violencia de género, de la violencia tribal… Al fin y al cabo, como decía Viglietti, “Tanta distancia y caminos/ tan diferentes banderas/ y la pobreza es la misma/ los mismos hombres esperan”. Y en esas condiciones, ¿hacia dónde huir? Lógicamente hacia donde no haya guerra, el hambre no sea generalizada, la violencia de género esté perseguida, al menos nominalmente, no haya violencia por pertenecer a una u otra raza… En definitiva, el mundo occidental.

Y llegan entonces los más interesados en que esas personas no lleguen hasta nosotros, los xenófobos, y realizan un auténtico efecto llamada. Con mentiras y falseamiento de datos aseguran que a los extranjeros que atraviesan nuestras fronteras tiene todo gratis, hay trabajo y viviendas para ellos, sanidad pública gratuita que sólo aprovechan los migrantes… El mensaje, que es de consumo interno, va lanzado a las clases más desfavorecidas de la población para obtener, a través del miedo de la pérdida “de lo nuestro”, algún rédito, algún voto más. Pero no comprenden que en el mundo actual esos mensajes traspasan las fronteras, llaman a quienes sufren y tratan de llegar a nuestro supuesto paraíso. Y chocan con la realidad.

Los países “civilizados” del primer mundo se “defienden” de esta “invasión” de muy diferentes formas. Unos construyen monstruosos muros. Sí, los mismos que hace treinta años clamaban contra el muro de Berlín por considerarlo inhumano ahora construyen muros kilométricos contra la pobreza. Otros pagan a los países limítrofes (Turquía, Libia, Marruecos) para que sean ellos el muro, el colchón. Si para eso hay que cerrar los ojos a la política dictatorial de un líder enfebrecido, se cierran. Y si no hay que tener ojos para la venta de los migrantes como esclavos, ceguera social. Y si hay que firmar acuerdos preferentes de importación de materias primas, se firman. Todo para que el colchón no se desinfle.

Es una obviedad: en el primer mundo no cabemos todos los habitantes de la tierra. Es más, el sistema de vida del primer mundo consiste en explotar las riquezas de los países pobres, comprarlas a precios de materias primas y revendérselas a precio de materias manufacturadas, tecnológicas, “modernas”. En ese intercambio es donde obtenemos la plusvalía necesaria para mantener nuestro “paraíso”. Así que las migraciones son un auténtico problema de seguridad. Como no cabemos todos en el barco, sobrecargarlo hará que se hunda. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo afrontar el problema de seguridad? Desde luego no mediante muros o mediante territorios “aislantes”. Todo el mundo está de acuerdo en que sólo una actuación decidida en los países de origen puede frenar este problema cada vez más acuciante. Pero los poderes fácticos de cada país no parecen dispuestos a ello. De un lado porque hacer que en los países de origen haya unas condiciones de vida razonables podría hacer que el tocomocho “materia prima a cambio de materia manufacturada” perdiera mucha parte de su atractivo económico.

Esto se ha intentado “deslocalizando”, es decir, llevando la fabricación con todos sus problemas (vertidos, desechos, condiciones infrahumanas de trabajo, trabajo infantil, etc.) a países de ese mundo seleccionados por su especial docilidad. Pero hay muchos rebeldes que siguen pretendiendo huir de ese sistema que no garantiza una vida digna. Ahora parece que China, con determinadas inversiones en África, puede encontrar una forma diferente de ayudar al desarrollo. Porque no dudemos de que las ayudas al desarrollo de los países occidentales son escasas, mal repartidas y en todo punto insuficientes e ineficientes.

Pero, además, como se necesitan campos de prueba para las nuevas armas y, de paso, dar salida al stock de las existentes, se han incendiado muchas partes del globo con guerras brutales en las que se demuestra que las convenciones internacionales valen justo lo que la gran potencia de turno (o las grandes potencias orquestadas) valga. Esto ha generado otro problema para la seguridad de nuestros “paraísos”: el terrorismo, básicamente de raíz fundamentalista islámica. Y otra vez los xenófobos dan pistas a los terroristas para que lleven a cabo sus actos. Demuestran que las policías son poco eficientes, cómo usar las redes sociales para captar adeptos, en fin, les escriben el libro que acompaña a ese Corán retorcido que ellos leen.

Con todo esto, no cabe una política de defensa más que puramente preventiva. Así, se debería acabar con todos los conflictos para permitir el regreso de las poblaciones a sus lugares de origen. Al mismo tiempo se deberían buscar los medios de industrialización a través de auténticas políticas de desarrollo sostenible de los países de origen. Repartir un poco para evitar que, a base de acumular, la sociedad adquiera un síndrome de Diógenes perverso que nos ahogue en nuestras propias posesiones. Y un plan educativo interno en cada país con dos objetivos: que no veamos a otro ser humano como un extranjero y que seamos capaces de exigir y lograr en nuestros países una mayor distribución de la riqueza para evitar situaciones de desigualdad que son las que realmente provocan un problema de seguridad.

Las Fuerzas Armadas serían entonces las garantes no sólo de la unidad territorial o la soberanía o la independencia, sino de una solidaridad activa que muestran siempre que se les requiere, acudiendo a catástrofes, misiones de paz o ayudas ante accidentes. Eso sería velar por la paz y seguridad internacionales.

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