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Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

El auge de los ultras europeos amenaza con fracturar el apoyo a Ucrania de la UE

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg (en el centro), conversa con vartios ministros de Exteriores de países miemgros durante una reunión en Praga (República Checa) el pasado viernes.

La campaña para el 9J oscilará previsiblemente en España entre la “máquina del fango”, la ley de amnistía y la investigación judicial contra Begoña Gómez, la esposa del presidente del Gobierno. Pero en Bruselas, la legislatura que está a punto de comenzar pivotará en torno a la invasión rusa de Ucrania. Europa comparte más de 3.000 kilómetros de frontera con los beligerantes y Bruselas ve en la guerra una amenaza existencial. Pero los esfuerzos para ayudar a Kiev y frenar el empuje de Vladímir Putin pueden verse afectados debido al auge de la extrema derecha que muestran los últimos sondeos y a la posible victoria de Donald Trump en las elecciones de noviembre en EEUU, uno de los principales suministradores de armamento del Gobierno de Volodímir Zelenski. 

Desde el punto más septentrional de Finlandia hasta la desembocadura del Danubio, en el mar Negro, ocho de los miembros de la Unión lindan con Rusia y la Ucrania asediada por Moscú. 87 millones de europeos (casi un 20% de sus 448 millones de habitantes) viven a escasos cientos de kilómetros de los contendientes. Sus gobiernos, la mayoría de los cuales ya estuvieron bajo la bota de Moscú durante décadas, vuelven a sentir el aliento de Putin, que presiona con ataques de guerra híbrida, como el envío masivo de refugiados a las fronteras de Polonia, los países bálticos y Finlandia. También con su influencia en los partidos ultras europeos, los ciberataques y a través de su enorme maquinaria de desinformación y propaganda.

“La invasión de Putin en 2022 ha alterado el mapa estratégico del continente”, sostienen Hans Kribbe y Luuk van Middelaar, del Instituto de Geopolítica de Bruselas (BIG), que consideran que la intervención militar ha acabado con la “zona de amortiguamiento” entre los países europeos y Rusia, formada hasta el inicio de la guerra por Ucrania, Moldavia y Georgia. En su lugar, “una dura línea divisoria atraviesa ahora el continente”, entre los Estados más orientales de la UE, por un lado, y Rusia y Bielorrusia por el otro, añaden estos autores en un reciente artículo.

“Preguerra”

Con la excepción de Hungría y su primer ministro, el ultraderechista Viktor Orbán, principal aliado europeo del presidente ruso, los líderes de los países fronterizos advierten del peligro en cada intervención. El primer ministro polaco, Donald Tusk, habla sin reparos de situación de preguerra. “La duda es cuándo comenzará la próxima guerra y qué hacemos mientras; si nos preparamos para disuadir a Rusia o si cerramos los ojos y fingimos que no pasa nada”, ha dicho a El País la estonia Kaja Kallas.

Aunque Alemania es el principal donante en términos absolutos, el mapa del miedo a Rusia se ve muy bien en la ayuda prestada por cada país en relación con su PIB. Los bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) encabezan la lista, seguidos de Polonia, según el Instituto para la Economía Global de Kiel (Alemania). Entre los nórdicos, Suecia y Finlandia han dejado atrás su tradicional neutralidad para integrarse en la OTAN ante la amenaza rusa. A nivel mundial, la UE —a través de sus instituciones y de cada uno de sus miembros— es el principal contribuyente global a Ucrania, con 144.000 millones de euros comprometidos en ayuda militar, financiera y humanitaria, de los que ya ha desembolsado 78.000, según el instituto alemán.

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Bruselas ha dado ya un paso adelante de futuro incierto y ha iniciado las negociaciones con Kiev (y con Moldavia) para el ingreso en la UE. Pero su significado es casi simbólico. Mientras la guerra dure, su integración plena será una quimera, ya que el artículo 42.7 del Tratado de la UE contiene una cláusula de defensa mutua, es decir, que su entrada supondría asumir como propia la guerra. “Es de interés estratégico para la Unión integrar firme y definitivamente a los Estados de ‘nuestro’ lado (…) en un hogar seguro”, recalcan Kribbe y Van Middelaar.

Pero su reconstrucción, que costará unos 450.000 millones de euros, según una estimación reciente del Fondo Monetario Internacional, podría dividir a los socios. También su potencia agrícola, que, en pleno conflicto y pese a la ayuda militar europea, ya ha ocasionado roces con Polonia y Hungría, que han bloqueado el paso de sus productos (esencialmente cereales) por sus territorios al considerarlos competencia desleal. Con sus más de 40 millones de habitantes, el país se convertirá previsiblemente en el principal destino de los fondos de cohesión que ahora reciben otros países vecinos.

Una de las incógnitas del 9-J es cómo afectará al apoyo a Ucrania el auge de la extrema derecha que vaticinan todos los sondeos. Las encuestas reflejan que Marine Le Pen ganará en Francia. Los ultras también aparecen como previsibles primeros partidos en Italia (Hermanos de Italia, de la primera ministra italiana Giorgia Meloni), Hungría (Fidesz, del populista prorruso Viktor Orbán), Países Bajos (Partido de la Libertad, de Geert Wilders), Bélgica y Austria. También obtienen buenos resultados en Alemania (Alternativa para Alemania se juega la segunda posición con los socialistas) y Polonia (donde el PiS también es segunda fuerza).

Varios de esos partidos han tenido fuertes vínculos con la Rusia de Putin. Marine Le Pen lo visitó en Moscú en 2017 mostrando enorme sintonía y su partido, Agrupación Nacional, recibió en 2014 un préstamo de un banco ruso. Tras la invasión de Ucrania, se ha distanciado para reclamar conversaciones de paz. Wilders, el líder ultra holandés, prometió acabar con la ayuda a Ucrania durante la campaña a las elecciones de su país que ganó en noviembre pasado. Miembros de Alternativa para Alemania (AfD) están siendo investigados por ponerse al servicio de Rusia y de China y la agenda prorrusa del Fidesz de Orbán en Hungría es bien conocida.

Línea roja

La presidenta de la Comisión y gran favorita para seguir en el cargo, Ursula von der Leyen, del Partido Popular Europeo (PPE), se ha mostrado abierta a pactar tras las elecciones con algunas de estas formaciones. La línea roja la ha puesto, precisamente, en el apoyo a Kiev. En un debate celebrado en la ciudad holandesa de Maastrich el 29 de abril abrió la puerta a negociar con el grupo de los Reformistas y Conservadores Europeos (ECR) en el que se engloban, entre otros, los Hermanos de Italia de Meloni o Vox, pero no con Identidad y Democracia (ID), del que forman parte Le Pen y, hasta hace unas semanas, Alternativa para Alemania (AfD). Los socialistas ya le han advertido de que, si lo hace, romperá la gran coalición de populares, socialistas y liberales que gobierna de facto la UE desde hace 70 años.

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Entre las propuestas de la alemana está la creación de un nuevo comisario de Defensa que lidie con la creciente amenaza rusa y con los suministros militares a Ucrania, según avanzó en la Conferencia de Seguridad de Munich en febrero. La líder del PPE quiere, además, que ese puesto recaiga en uno de los países del este más cercanos al conflicto.

Pero, además del 9J, otras elecciones pueden afectar a la posición europea sobre la guerra. Si el republicano Donald Trump gana las presidenciales en noviembre (es el favorito), la ayuda militar a Ucrania de EEUU, segundo contribuyente tras Europa, puede quedar comprometida. El ala más trumpista de su partido ha conseguido paralizar en el Congreso durante meses el último paquete propuesto por el actual presidente Joe Biden, aprobado finalmente en abril. Trump, además, ha puesto además en duda durante la campaña la aplicación por EEUU de la cláusula de ayuda mutua que sostiene el tratado de la OTAN.

Si Washington deja de asistir a Ucrania, Europa se verá obligada a duplicar sus aportaciones, lo que, previsiblemente, suscitará la resistencia de varios socios entre los Veintisiete y podría resquebrajar la actual unidad sobre esta cuestión. Desde el instituto de Kiel, que monitoriza las aportaciones a Kiev de todos los países, se considera “un desafío” para la UE, aunque también “una cuestión de voluntad política”. Sus investigadores recuerdan que los Estados europeos se encuentran entre los más ricos del mundo y, hasta ahora, su ayuda Ucrania ni siquiera ha llegado al 1% de su PIB.  

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