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La estrategia del PP sobre la dana: reclamar unidad con un sinfín de discursos que se contradicen entre sí

Diez años del 'tamayazo'

La verdad sobre el ‘caso Tamayo’

Las claves de la conjura que encumbró a Esperanza Aguirre

I. LOS ADJUDICATARIOS DE LA MAYORÍA ABSOLUTA

2003 fue el año de las ilusiones perdidas para el Partido Socialista Obrero Español. Antes de que les cayera el balde de agua sucia y fría del tamayazo, apostaban mil contra uno a que, después de siete años de languidecer en la oposición, desbancarían del Gobierno al Partido Popular. Tenían todo a su favor: José María Aznar se había arrojado a los brazos de George W. Bush para invadir Irak mediante falsedad interpuesta. Se suponía que el electorado no iba a perdonar aquella indecencia, como tampoco pasaría por alto la ineptitud ante el hundimiento del Prestige, cuyo vertido de petróleo se convirtió en un grave desastre ecológico. Errores abultados por una creciente desconfianza social que había sacado a la calle a millones de personas, descontentas con una reforma laboral ejecutada sin ninguna concesión al diálogo, y rematados por un alarde de nuevos ricos, la boda Agag-Aznar, que ilustraba la lejanía sideral del poder respecto de la calle.

El malestar estaba servido, los socialistas estaban a un paso de tomar el poder. Y no contaban con un termómetro mejor que las elecciones autonómicas y municipales de 2003. Esa contienda sería, pensaban, el ensayo general de su victoria. En las filas del PP cundía la ansiedad y no tardaron en atiborrarse de estadísticas. Javier Arenas, su secretario general, encargó una encuesta sobre intención de voto al oráculo predilecto: el actual ministro de Educación, José Ignacio Wert, quien reveló que frente al deseo socialista de hacerse con Madrid sólo había dos políticos capaces de ganar por la mínima: Alberto Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre.

Así que Aznar hizo un audaz movimiento estratégico. No quería entregar al PSOE la médula de su poder. Dado que Trinidad Jiménez competía por el ayuntamiento de la capital, la atajó con un peso pesado que frustrara sus opciones. Ordenó que Ruiz-Gallardón se olvidara de ganar por tercera vez las elecciones en el carril de la Comunidad. Ahora debía estrenarse como aspirante a la alcaldía, arrebatándole el cartel a José María Álvarez del Manzano, pegado al cargo durante doce años. El reemplazo de Ruiz-Gallardón salió del Senado madrileño: Esperanza Aguirre, cuyos méritos políticos era grises. Pero Aznar ve oro donde el resto aparta con el pie pedazos de carbón.

El contendiente de Aguirre era Rafael Simancas. No se trataba de ningún paladín de la justicia pero sí de una persona tozuda que se había cobrado la cabeza de Enrique Villoria, concejal de Obras e Infraestructuras del Ayuntamiento de Madrid y forzado a dimitir antes de que sus trapicheos sentaran a más de uno en el banquillo. Simancas era enemigo declarado de la especulación del suelo, precisamente en una época donde se repartían réditos multimillonarios bajo el paraguas de tres operaciones urbanísticas: la operación de Chamartín, el ensanche de Campamento y Valdebebas. Un paisaje donde la arquitectura, recalificación y construcción de miles de hectáreas era el negocio número uno de los sectores políticos y sectores vinculados al PP.

Para entonces, Simancas ya había alertado a los populares dónde iba a caer el golpe. Yéndose de la lengua con los periodistas, Simancas empezó a robarle el sueño a quienes temían que cumpliera su palabra y amargara la fiesta a los beneficiarios de la burbuja inmobiliaria madrileña. Ante los periodistas, el candidato socialista se declaró dispuesto a irrumpir en el templo donde maridaban los intereses financieros, políticos e inmobiliarios: Caja Madrid. Semejante falta de tacto articuló en un mismo objetivo a depredadores de diferente tamaño que, en cualquier eslabón de la cadena de corrupción, se resistían a vivir azarosamente luego de años de riqueza desenfrenada; no querían quedarse a la intemperie sólo porque a un joven político se le antojara, en un arranque de bravura o resentimiento, poco importa, meterles el dedo en los ojos. Era urgente cerrarle el paso, movilizar cualquier recurso para precipitar su caída. Investigaron trapos sucios y no hallaron nada. Inventaron algún que otro bulo, pero sin conseguir ninguna repercusión. No había duda de que se iban a emplear a fondo en el juego sucio. Por lo pronto, había que volcarse en la campaña de Esperanza Aguirre. Era su única baza para revalidarse a la sombra del poder. Ana Garrido, testigo clave de la Fiscalía Anticorrupción del caso Gürtel, recuerda que cuando se proclamó su candidatura a la Comunidad de Madrid, el imputado Arturo González Panero, más conocido ahora como El Albondiguilla, y entonces alcalde de Boadilla del Monte, dio su palabra de que Aguirre iba a tener todo el dinero que necesitara.

La propaganda sobre la que Esperanza Aguirre se daba baños de pureza liberal fue pagada en buena medida por Special Events, una tapadera de la trama Gürtel. Nadie preguntó de dónde venía el flujo de caja que empujaba su campaña electoral. En el PP se limitaban a trajinarlo en la Fundescam, una velocísima lavadora de dinero en la que todo empresario que quisiera tener un favor qué cobrar inyectaba sumas cuantiosas. Este soporte financiero, aunado a la maquinaria oficial puesta a disposición de Aguirre, le permitió cubrir más territorio en menos tiempo. Por otra parte, gracias a su paso por el Ayuntamiento, donde entre 1983 y 1996 había sido concejala de los distritos de Moncloa y Villaverde, y responsable de Medio Ambiente y de Cultura, y gracias también a que el programa satírico Caiga quien Caiga, pretendiendo ridiculizarla acabó popularizándola, su rostro era reconocible para muchos madrileños.

En una entrevista con El País, el 12 de mayo de 2003, Aguirre declaró: "Seré la primera presidenta en una comunidad autónoma de España. La mujer que hará que la prosperidad que entre todos generemos en Madrid les llegue a todos, especialmente a los más desfavorecidos". Demagogia aparte, Aguirre no ocultó la máxima preocupación de su entorno: "¿Y a usted cómo le salen las cuentas?", preguntó el periodista. "Me dan que me faltan dos escaños para la mayoría absoluta". ¿De dónde iba a sacar esas dos actas? Esta pregunta también atormentaba a la mayoría de ayuntamientos dedicados a lucrarse de sus corruptelas urbanísticas, a un entramado empresarial que, desde la construcción y venta de pisos, pasando por la comunicación, hasta la provisión de servicios precisaba de una mano amiga que redactara cada noche el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid, el BOCM, para leer buenas noticias cada mañana. Ninguno quería salirse del esquema arreglado de las adjudicaciones y subvenciones.

Cumplida la jornada electoral del 25 de mayo, el PSOE entró en estado de shock. Ni el oprobio de Irak, ni los "hilillos" del Prestige, ni los excesos autoritarios habían sido castigados por el electorado. Al menos, no como se esperaba. Todas las previsiones triunfalistas eran castillos en el aire. Jiménez no pudo con Ruiz-Gallardón en la disputa por el Ayuntamiento de Madrid. Siendo la política una disciplina que versa sobre la gestión de las expectativas, la victoria sabía a derrota. Aznar volvió a demostrar su maestría en la gestión de los estados de ánimo y se hizo aclamar por los suyos, que recibieron los resultados con alivio. Tras el abatimiento de las primeras horas, Zapatero decidió consolarse y volvió la vista hacia el único baluarte conquistado: la Comunidad de Madrid. Los escaños de Simancas (47) unidos a los de Izquierda Unida (9) superaban a los 55 de Aguirre, vencedora en el total de votos.

Aquella noche agridulce, Aguirre consoló así a una de sus colaboradoras: "No llores, que en la oposición se vive de puta madre". Un arresto enérgico con el que sin duda no estaba de acuerdo Francisco Correa, sus secuaces de la entonces desconocida pero pujante red Gürtel y con ellos la casta parasitaria enganchada al erario autonómico. En ese momento de incertidumbre no hacían más que revolverse en sus nichos. Cuando Aguirre recuperó su temperamento habitual culpó a los demás por este fracaso. La diana fue Miguel Ángel Villanueva, su jefe de campaña, a quien responsabilizó por no haber hecho bastante sangre en las hostilidades contra Simancas. Aguirre no confiaba en Villanueva porque era un hombre de Ruiz-Gallardón, impuesto por Arenas. La candidata repudiaba el despliegue estratégico de su artífice por tibio y, lo peor, por escrupuloso.

Lo cierto es que donde sí «se vive de puta madre» es en el gobierno. ¿Qué era lo siguiente? ¿Cruzarse de brazos? ¿Conformarse mientras se evaporaban los negocios tan meticulosamente planeados? ¿Renunciar al BOCM?

Tragándose su orgullo, Esperanza Aguirre subió al balcón de Génova y celebró con el gesto arrugado el éxito de Ruiz-Gallardón. Fueron necesarios tres días de terquedad para reconocer que no contaba con la mayoría absoluta. Por su parte, Simancas empezó a vender la piel del oso sin haberlo cazado, y—sin detenerse a pensar en los conflictos que desgarraban la FSM— visitó el despacho presidencial de la Puerta del Sol que, en teoría, simbolizaba la recuperación del gobierno madrileño tras ocho años de oposición. Sería el trampolín para la reconquista del poder en toda España.

La falsa torie se concentró en otro desafío. En once días debía volver a competir. Ahora en un campo de golf situado en El Fresnillo, en Ávila, donde la esperaban sus contrincantes para arrebatarle el campeonato nacional senior. Aguirre no superó los 236 golpes y el desempate acabó en fiasco. No podía sacarse de la mente la mirada miope y burlona de Ruiz-Gallardón y de otros barones que la daban muerta. Pero si algo ahonda su irritación es ver frustrado su grandioso destino a manos de un muchacho, cuyo único papel en la vida debería ser la poda de este césped, o pasarle un hierro siete.

Que Aguirre sepa perder en el deporte, entre sus iguales, no sirve de antecedente para que capitule ante la plebe. Esto es una cuestión personal y en la política no existe el fairplay.

II. LA ARISTÓCRATA Y EL "BOLCHEVIQUE"

El año que Rafael Simancas arrastraba sus zapatillas para alzarse con el trono del break dance, Esperanza Aguirre había comenzado a bailar con el poder. En consecuencia, y en nombre de un liberalismo caricaturizado, tomaba posesión de una concejalía en el Ayuntamiento de Madrid. Era 1983 y Simancas no era más que un adolescente; Aguirre, madre en sus treinta de dos niños, respingaba ante las coreografías de extrarradio. Era 1983 y ninguno de los dos imaginó que, veinte años después, desencadenarían la lucha política más turbia de la que tenga memoria la democracia española. Justamente, su origen —y los catorce años que los separan— resultarán determinantes para comprender porqué cuando se tuerce la presidencia de la Comunidad de Madrid, Simancas se resignó a que Aguirre lo barriera, incisiva, altanera, hasta enterrarlo bajo la losa del fracaso.

Ironías del destino, si en la campaña electoral de 2003 hubiese tenido lugar el descrédito político que se vive hoy, Rafael Simancas habría sido un candidato imbatible. Está en posesión de una biografía que comparte la mayoría del afligido electorado. Sus padres salieron de Córdoba sin hablar alemán. Allá se partieron el alma como inmigrantes para brindarle un porvenir a su hijo, nacido en Kehl am Rhein y criado en Dortmund hasta los ocho años. Regresaron a Madrid en 1974 a comenzar otra vez desde cero. Simancas trabajó, estudió, se hizo a sí mismo. Entonces era —aunque nadie lo sabía porque eso no cotizaba— la estampa del político venido de la calle, conocedor en carne propia de la educación, de la sanidad y del transporte públicos. En contraposición, Esperanza Aguirre, condesa consorte de Murillo y Grande de España, habría tenido que lidiar con el rechazo. Sus maneras de niña bien con tendencia al lenguaje ramplón no hubieran pasado de la anécdota.

Por la boca de Aguirre sigue hablando la despótica voz de mando de nobles y terratenientes. No está hecha para bajarse de su pedestal. O ella o nadie y que reviente el mundo. Es la clase de caudillos que, delante del lodazal, esperan a que otros ofrezcan su cuerpo, su dignidad, como puente. Está acostumbrada a que sus cortesanos se rifen el gusto de cumplir sus caprichos, aunque tengan que ensuciarse las manos.

En el caso de Simancas, tampoco es la clase de líder mediático que, frívolamente, esperan sus altos mandos. Durante la primera campaña electoral de 2003, la mayoría de los dirigentes que aparecen a su lado aceptan que se les retrate juntos, pero de perfil. La estrella era «Trini», y el look triunfador era su chumpa de cuero y no los trajes mal ajustados del plebeyo Simancas.

Ideológicamente, Aguirre es la más populista de los populares. Liberal de palabra, pero no en la vida real, ni siquiera en los discursos deslavazados o en el gesto, inconscientemente autoritario. Aguirre padece un extraño acceso liberal que no puede existir sin los subsidios públicos. No escribe artículos ni prólogos, menos aún libros. Para promocionar su biografía tuvo que dejarle a otra la redacción controlada de sus fantasías y ajustes de cuentas. Por su lado, Simancas era por aquel entonces un izquierdista de trinchera, alérgico a la palabra consenso. Combina la intransigencia y la ingenuidad, a diferencia de la cabeza impasible y calculadora de Esperanza Aguirre. Ella aprendió a canibalizar antes que él —a pesar de que su maestro es Alfonso Guerra— y no distingue entre inconformes, discrepantes y enemigos. Purga sin piedad y cumple el rito político de llorar a sus víctimas públicamente. Simancas ignoraba esas destrezas, aunque de vez en cuando, y siempre en el momento menos indicado —con un micrófono delante— se explayara en comentarios políticamente suicidas.

Cuando se enfrentaron por la presidencia de la Comunidad de Madrid, Aguirre había cumplido los cincuenta. Simancas, con 36, una esposa y un hijo, cometió el error de subestimarla. Se fió de su soberbia juvenil. No reparó en que su rival tenía un importante bagaje y la agenda que resulta de haberse pateado los distritos, de haber hecho favores. Era la carta ganadora de José María Aznar y de todo aquel que temiera la pérdida de sus privilegios. No iba a ser fácil contrarrestar toda esa fortaleza, menos si en su partido, antes y después de las elecciones de mayo, la militancia se comportaba como una bolsa de gatos energúmenos.

Lo visto y aprendido durante los ocho años que Simancas fue concejal del Ayuntamiento de Madrid apuntaba a una reconducción sensata de la especulación inmobiliaria. O quién sabe: en el FSM existían socialistas dedicados a esa actividad lucrativa y no veían contradicción en ello. Nunca sabremos si de verdad hubiera marcado una línea entre los ciudadanos y los explotadores del suelo. En política no hay cabida para el «hubiera».

III. EL SABOTAJE PARLAMENTARIO

Iba a ser el presidente más joven de la historia de la Comunidad de Madrid. Rafael Simancas recibía la metralla de guiños hasta creer al pie de la letra que había logrado una hazaña. Nada la impedía cruzar la puerta de la Asamblea de Madrid erguido, sin saber dónde poner los ojos y las manos, reprimiendo a duras penas el agradable nerviosismo del que está a punto de pisar una cumbre política.

Aquella mañana de 10 de junio de 2003, Simancas es un socialista radiante. Pudo haber pedido que lo pellizcaran para saber si estaba soñando. Ni por un segundo sospecha que las miradas de algunos diputados del PP encubren burlas y va a desarrollarse una premeditada función de teatro. Suena el timbre. Llega la hora de que el diputado electo de mayor edad, el socialista Carlos Westendorp, abra la sesión inaugural de la VI Legislatura de la Asamblea de Madrid. Con este ritual se suponía que iba a echarse a andar el guión pactado entre el PSOE e IU de conformar una mayoría absoluta de 56 escaños y estrenarla eligiendo presidente de la Asamblea, al socialista Francisco Cabaco. Así las cosas, el PP tiene un diputado menos y deberá asumir la oposición. Los representantes de la izquierda están contentos y murmuran sobre los detalles aún no conocidos del reparto de las consejerías. Sorprende la madurez y la cortesía de los diputados del PP. Parece que han encajado la derrota. Y resulta particularmente llamativa la conducta afable, serena, de Esperanza Aguirre. No exterioriza el menor resquemor. Sigue con la mirada a Simancas, todavía en las nubes, recibiendo toda clase de parabienes.

Transcurre el tiempo y los 111 escaños no se completan. La repentina ausencia de dos socialistas, los números 13 y 46 de la lista de Simancas, va enviciando poco a poco el ambiente. Se les manda a buscar, se les llama por teléfono. ¿A dónde fueron Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez? Nadie lo sabe, aparentemente. Se los tragó la tierra en cuestión de segundos. En medio de un rumor de voces que intercalan indignación y fingimiento, Simancas comienza a poner los pies en la tierra. Su proyecto político se está yendo al traste. Esta vez el nerviosismo es desagradable. No piensa lo que dice. Está bloqueado. En cuanto identifican a los ausentes comprende que no es víctima de un accidente. Acuden a su cabeza informaciones inconexas que hablan de un comportamiento extraño de Tamayo y sus secuaces, los ecos de disconformidad de la facción de los Renovadores por la Base transmitidos por su secretario de Organización, Antonio Romero, acaso las noticias de la intempestiva entrevista mantenida la víspera por Eduardo Tamayo con el número dos del PSOE, Pepe Blanco. Simancas comprende que Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, los dos diputados ausentes, no volverán. Y que con ellos, acaba de salir por la puerta de la Asamblea su pasaporte al poder.

Es aquí cuando se cierra la trampa. Toda la operación que está en marcha depende de la reacción del fallido presidente de la Comunidad. Ahora se pondrá a prueba su liderazgo y se verá si domina la escena política. Conciente del sabotaje de esta sesión, que aún no es de investidura, pudo haber frenado la confabulación desde su primera señal. Pudo haber convocado en el acto a sus diputados, y a Fausto Fernández para que hiciera lo mismo con sus aliados de IU. Alguno de sus amigos intentó advertirle en vano por teléfono. Su primer deber era mantener la calma y devolver el golpe rompiendo el quórum.

En vez de eso, Simancas se dejó ganar por la presión psicológica que el Grupo Popular ejerció sincronizadamente. Protestaron. Insultaron. No dejaron que ganara tiempo. Simancas perdió la cabeza y, como antílope a la manada de leones, acudió adonde Esperanza Aguirre. Pidió que le regalara una pala con la que cavar su propia tumba. Al pronunciar las palabras "Vais a tener la presidencia", y confesar que la cosa se le había salido de las manos, la carrera de Simancas acabó allí mismo. La aristócrata olfateó su miedo, su inseguridad, y se ensañó. Si ya lo miraba por encima del hombro, ahora iba a humillarlo.

¿Qué esperaba Simancas? ¿Que el PP jugara limpio? ¿No los había puesto contra las cuerdas anticipándoles los correctivos inmobiliarios y financieros que tenía preparados para ellos? Aguirre fue implacable y saltó al segundo paso de la operación: "No hay motivo ni tampoco precedente para que, una vez cerradas las puertas, no empiece la votación para elegir presidente de la Cámara". En consecuencia, desecharon al candidato acordado por la mayoría de izquierdas, Francisco Cabaco. Era el momento de que presidiera la Asamblea Concepción Dancausa. En un abrir y cerrar de ojos. Sin los dos diputados del PSOE, la presidencia era del PP. Tampoco es casual que Alberto López-Viejo se convirtiera en vicepresidente segundo de la Asamblea. Este amigo de Aguirre, estuvo involucrado en diversas corruptelas antes de ocupar el número seis de su lista. Era el enlace con Francisco Correa, nexo que se amplió y rindió sus abundantes frutos una vez (re)conquistada la Comunidad de Madrid.

Con la elección de Dancausa todo estaba dicho. Después de aquella demostración de poder, Esperanza Aguirre fue a celebrarlo. Los intereses encarnados que irán poniéndose en evidencia a partir de ahora, respiraron con alivio. Simancas, que iba a ser el presidente más joven de la historia local, sólo supo llorar, interiorizando una victimización desatinada.

¿Qué fue de Tamayo y Sáez? Lo que ocurrió fue propiciado por la obra de dos traidores del PSOE. Ninguno de ellos es mujer.

–¿Y Maite? –preguntó el piloto.

–Maite se queda. Vamos, arranca –ordenó Tamayo.

En el instante en que la furgoneta blanca se pone en marcha, María Teresa Sáez, conocida también como Maite, corre los cien metros que hay de la puerta de la Asamblea de Madrid hasta el solar donde está aparcado el monovolumen. Abre la puerta y se encarama como puede. Dentro, además de Tamayo, se topa con otros dos sujetos que no conoce. Tamayo se los presenta como dos amigos empresarios, que resultaron ser los constructores Francisco Bravo Vázquez y Francisco Vázquez Igual.

Al timón sí reconoce a Eugenio, hermano menor de José Luis Balbás, cabeza de su facción en la FSM, los Renovadores por la Base. Acelera. Su primer destino está en San Sebastián de los Reyes, en los estudios de Antena 3. Antes de llegar, descienden los Vázquez porque Tamayo no quiere que los vean juntos. En su primera entrevista, Tamayo despliega la retórica de la “amenaza comunista”. Desde allí el monovolumen viaja hacia el Hotel Los Vascos, donde los constructores Francisco Vázquez Igual y su sobrino Francisco Bravo Vázquez, militantes del PP, han reservado habitaciones.

Hasta ese momento, María Teresa Sáez actúa convencida de estar cumpliendo a cabalidad con el plan que le trazó su jefe de filas y amigo, Eduardo Tamayo. Su propósito, cree, es dar un golpe sobre la mesa para que Rafael Simancas reaccione y cumpla con los canjes acordados. Sáez está siendo coherente con la disciplina del militante que, desde su punto de vista, debe obediencia y lealtad a su facción. Hace tiempo que ella renunció a su punto de vista para asumir ciegamente el de su jefe político. Ella no tiene el menor trato con los líderes nacionales, su acceso a Zapatero o a Pepe Blanco, se limita a un apretón de manos o un abrazo en alguna concentración partidaria. El organigrama que desdobló en su cabeza, y por el que dio los pasos en falso, traza las líneas que dependen verticalmente de Eduardo Tamayo y, más arriba, de José Luis Balbás. En la FSM, infestada de sectarios y trepadores, ésta es su única jerarquía, todo el socialismo orgánico del que es capaz.

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Días antes, Eduardo me pidió que desayunáramos en un Eroski. Allí me informó de que Simancas se negaba a compartir el poder con las Bases y, en cambio, estaba decidido a entregar la mitad del Gobierno a los comunistas". Tal como estaban las cosas, con el incumplimiento del pacto de por medio, era necesario enviar un mensaje: los Renovadores por la Base no estaban jugando. "Iba a desatarse un conflicto", recuerda Sáez en sus primeras declaraciones públicas diez años después del desastre. La convencieron de que ella estaba en el centro de una lucha de poder y que debía posicionarse con los suyos. Por si fuera poco, eran las instrucciones de su jefe de filas, quien, además, prometía mantener su escaño y darle una lección al PSOE.

Pero Balbás y Tamayo se movían en latitudes opuestas a las de Sáez. En la facción de los Renovadores por la Base existían tres escalones: el amo, José Luis Balbás; el capataz, Eduardo Tamayo; y la mano de obra, el resto. El idealismo ingenuo de Sáez servía para el consumo de la mano de obra; al amo y a su capataz les resultaba fértil para implantar su esquema de manipulación. Ellos, que sí tenían estudios universitarios y un pasado político, y que obtenían su riqueza de negocios desplegados a expensas del partido, no iban a sentir contemplaciones por los cientos de miles de votantes traicionados; menos aún por Sáez. Para un estratega ególatra como Balbás, Sáez no tenía otro valor que el de una pieza de su maquinaria. Ni siquiera merecía el esfuerzo de retener su nombre. Bastaba dirigirse a ella como "La Rubita". Allá ella si ignoraba lo que era la realpolitik. Sáez peleaba en nombre de los Renovadores por la Base, pero no fue tomada en cuenta ni un solo instante durante el proceso de negociación. Estaba fuera de todo. Era, simplemente, un soldado dócil y eficaz.

En aquel desayuno en Eroski, Eduardo Tamayo le avisó a Sáez de que debían ausentarse de la Asamblea para no votar la Mesa. Nunca le reveló que el desenlace último del plan era impedir la investidura de Simancas. Días más tarde, Balbás respaldó la orden: "Te voy a pedir, Rubita, que apoyes a Eduardo". Era un mandato que activaba su obediencia debida. La verticalidad se cumplió a rajatabla: Balbás instruyó a Tamayo y éste, a su vez, manipuló a Sáez. Había una diferencia sustancial: Balbás y Tamayo eran conscientes de la meta y conocían las condiciones y el precio que debían pagar unos y otros. María Teresa Sáez fue conducida a ciegas al acto que marcó su vida.

A medida que pasó el tiempo, Sáez fue descubriendo el objetivo espurio del tamayazo.tamayazo Entonces ya era demasiado tarde para volverse atrás. El 10 de junio sólo podía dar fe de la hiperactividad de Tamayo, de la cantidad de veces que habló por teléfono con empresarios, de la manera burda con la que la relegó a la oscuridad y al silencio temiendo que, en otra demostración de ingenuidad, estropeara sus propósitos hablando con los periodistas. Ella quería romper con la disciplina del partido, predisponer una pequeña rebelión que reivindicara el trabajo de las bases. De haber conocido las intrigas de su propia gente, jamás se hubiera prestado, bajo ninguna retribución, a que Balbás y Tamayo la utilizaran para beneficiar los intereses del PP. El precio, vivido en carne propia, ha sido muy alto.

Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez en una rueda de prensa en 2003.

IV. CONSPIRADORES POR LA BASE

En 2003 Eduardo Tamayo tiene 10 años menos que María Teresa Sáez, que ya cumplió los 54. A pesar de la edad, él proyecta sobre ella una influencia total. Además de la amistad está la relación asimétrica entre militantes. Ambos pertenecen a una corriente del PSOE llamada Renovadores por la Base. Se trataba de una facción surgida en los años noventa para terciar en la batalla cainita que desgarraba la FSM entre los seguidores de Joaquín Leguina y los partidarios del guerrista José Acosta. Eran la bisagra de la FSM. Su papel consistía en explotar la rivalidad entre los dos grupos principales para inclinar la balanza en favor de aquel que ofreciera mayores ventajas. En palabras de Sáez: "Nuestro grupo era pequeño, pero teníamos suficientes delegados para mediar entre los dos grupos".

Desde tiempos de la Segunda República Española, el territorio madrileño ha sido la arena en la que se han librado las más enconadas hostilidades del socialismo español. Un foco de inestabilidad y pugnas acérrimas. Las disputas ideológicas se alternaban y confundían con las luchas descarnadas de poder. Esa tradición se renovó apenas recuperada la democracia y fue empeorando con el tiempo. Sería injusto definir a los Renovadores por la Base como mercenarios, puesto que muchos de sus integrantes actuaban de buena fe en un territorio abonado para la guerra de facciones. En gran medida, eran un reflejo de los desbarajustes de la cúpula, a la que sirvieron siempre y cuando obtuvieran alguna cuota de poder.

Los Renovadores por la Base también eran conocidos como balbases, en referencia a su líder: José Luis Balbás,balbases alias El Tachuela, un político de mala escuela, jefe y preceptor de Eduardo Tamayo. En honor a su fama de artero y de francotirador desde la sombra, ninguna autoridad, ningún militante socialista que deseara ascender, quería pelearse con los Renovadores. Se tiene a sí mismo por un avezado estratega, pero su técnica no ha variado a lo largo de su zigzagueante carrera política, iniciada en las juventudes de la Unión del Centro Democrático. Siempre sacó la máxima tajada de las rivalidades ajenas mediante un uso disciplinado y eficiente de sus escuálidos recursos orgánicos.

Aplicó el método en la Federación Socialista Madrileña durante dos lustros y tuvo éxito. En julio de 2000 decidió que había llegado la hora de ascender de división. En los prolegómenos del el 35º Congreso Federal, contempló una disposición de fuerzas propicia para su estrategia. Dos bandos principales enfrentados –José Bono de un lado, José Luis Rodríguez Zapatero de otro–, unas fuerzas equilibradas y un resultado incierto. Exactamente el escenario que le resultaba muy ventajoso.

Balbás se acercó a Zapatero por intermediación de su operador político principal, José Blanco.

 Como Balbás presumía de computar por unidades los efectivos en liza y de vaticinar al milímetro el resultado, se hizo imprescindible. Tanto, que sus apoyos resultaron decisivos para que Zapatero le ganara a Bono la secretaría general del PSOE por nueve votos. A partir de ese momento, su reputación se consolidó a escala local y se extendió en otras federaciones donde estableció incipientes contactos. "Nos llamaban a nosotros –recuerda Sáez– y negociábamos. Si decidíamos apoyarlos, nos daban algo a cambio, algo que era una mínima parte en comparación con lo que tenían leguinistas y guerristas".

Balbás se anotó varios triunfos. Situó a uno de sus pupilos al lado del poderoso José Blanco, el actual secretario de Relaciones Institucionales, Políticas y Autonómicas. Antonio Hernando. Balbás, como vemos, tenía planes mayores y su descendencia sobrevive a través de Hernando, ahora con Alfredo Pérez Rubalcaba.

Tras el triunfo de Zapatero, Balbás intenta el asalto a la FSM aliándose con Blanco. En noviembre de 2000, los balbases apoyaron al candidato de Blanco, José Antonio Díaz, vicerrector de la UNED. La victoria de Simancas sobre Díaz probó varias cosas: primero, que los balbases no eran imbatibles, y que no siempre estaban en condiciones de inclinar la balanza. Pero demostró algo más. José Luis Balbás podía contar con Blanco. Pese a la derrota, Blanco presionó a Simancas para que incluyera en la nueva dirección más cuadros afines a los Renovadores por la Base, una lista que, bajo el pretexto de la reconciliación, posicionó en el espacio de acción de Simancas a varios de sus detractores. Como Simancas transigió, los delegados lo castigaron con un 49% de papeletas no votadas. El nuevo secretario general de la FSM fue abucheado, un espectáculo que reflejó el conflicto sangrante que habían causado estas artimañas.

La relación entre los balbases no hacía más que empeorar. El líder socialista aborrecía el estilo de los Renovadores por la Base y abominaba de los trapicheos inmobiliarios de su jefe. En 2002, los simanquistas pasan al ataque acusando a Tamayo en el Comité de Ética del PSOE. Se aportaron indicios contra Balbás. Circuló una página que delataba sus corruptelas y las vinculaba con casi 60 empresas y un amplio abanico de personas. El documento, que es ahora una pieza sumamente difícil de hallar, se titula Esquema de relaciones profesionales y mercantiles de José Luis Balbás y Ana Luisa Villar. O sea: del matrimonio Balbás o, si se prefiere, de los compañeros Balbás, porque Villar era miembro del Comité Federal del PSOE. Dicho esquema es un antecedente capital para conectar a Balbás con dos personas claves del tamayazo: Dionisio Ramos y su socio Pedro Artes Carpena. Pero no se hizo nada para depurar este asunto. De hecho, Blanco acudiría en ayuda de Balbás cuando se elaboraron las listas para la Asamblea de Madrid. A gritos, impuso a Simancas la colocación de dos balbases en la candidatura, justamente Tamayo y Sáez. Tamayo entra fijo con el 13, pero Simancas se desquita con Sáez relegándola al comprometido puesto 46.

El resultado electoral del 25 de mayo de 2003 abrió un escenario familiar para Balbás: equilibrio de fuerzas y victoria de la izquierda por la mínima. Puede que la primera intención de los balbases fuese negociar una cuota de poder con Simancas. Sáez lo recuerda así: "Si vosotros no nos dais lo que pedimos, no vamos a votar por vosotros cada vez que haya pleno". Pronto comprendieron que Simancas nunca iba a otorgarles auténtico poder. Jamás se sentarían en una consejería, jamás redactarían disposiciones en el BOCM. Sin embargo, su naturaleza, su razón de ser como facción, como fenómeno político, consistía en explotar la debilidad de los demás. A estas alturas hay que recordar que, en la disputa de ver quién se queda con qué, los balbases se reducen al Tachuela y a Tamayo. Sáez está excluida de las negociaciones y su único canal de información es Tamayo, que la manipula.

¿Cuánto tiempo tardó Balbás en reconocer la disyuntiva que surgía?

Seguramente la misma noche electoral. Su primer camino lo obligaba a arañar las migajas del poder presionando a Simancas con sus dos diputados. Pero existía otro camino, otra posibilidad mucho más tentadora. Bastaba con analizar la situación de un modo amplio, con una perspectiva que abarcara no sólo a su partido, ni siquiera al conjunto de la izquierda, sino a la totalidad de la Asamblea. Tenía ante sí su escenario preferido: dos fuerzas igualadas: la izquierda con 56 escaños –54 si descontaba los dos que le pertenecían a él y no a Simancas–; la derecha con 55; yél, otra vez, con la llave maestra.

¿Y si traslada su personalísima y corrompida «tercera vía» al corazón de la Asamblea de Madrid? Balbás es un hombre pertrechado de estadísticas, así que el número de escaños entre el PSOE y el PP es una realidad que ya había calculado. Bastaría con dos diputados para romper equilibrios en beneficio del partido que esté dispuesto a costearlo. Una ganancia traducida en prebendas de cualquier tipo. A la postre, era una situación que había explotado durante dos décadas.

¿Sólo dos décadas? En realidad mucho más. Apenas concluido el cómputo de las elecciones autonómicas del 25 de mayo, el recuerdo de Balbás debió de retroceder a 1981. Un joven Balbás acudía al segundo congreso de las Juventudes de UCD. Los alevines, a imitación de sus mayores, se desgarraban en luchas intestinas. Cristianos, encabezados por Javier Arenas, y liberales, capitaneados por Pedro Pérez (hoy presidente de los productores españoles y empresario ligado al poder de Esperanza Aguirre) y Eduardo Zaplana. Eran los dos grupos principales. Un tercer sector, menor y autodenominado socialdemócrata, completaba el panorama.

–La alianza clásica, recuerda un delegado de aquel congreso, reposaba sobre el entendimiento entre liberales y socialdemócratas. Pero de la noche a la mañana ese acuerdo se rompió y una parte de los socialdemócratas cambió de caballo y pactó con los cristianos.

–¿Quién los lideraba?

José Luis Balbás. Tenía poco más de 20 años y presumía de estratega. Decía controlar las cifras de delegados.

–¿Obtuvo algo a cambio?

Situó como secretario de Organización de las Juventudes de UCD a su brazo derecho, un muchacho suarista.

–¿Recuerda su nombre?

Perfectamente: Dionisio Ramos. Un año después, entre los dos desplazaron al secretario general que resultó electo. No recuerdo siquiera cómo se llamaba el chico canario, porque en unos meses quedó desplazado y Ramos se convirtió en número uno de las Juventudes. Con mala suerte, porque la UCD estalló al poco. Ramos transitó por el Centro Democrático y Social de Suárez lo que duró el invento y acabó recalando en el PP, como la mayor parte de sus camaradas. Después se dedicó a la Universidad y a los negocios del ladrillo.

La descomposición de la UCD fue el laboratorio donde nació el método Balbás.método Balbás Allí se patentó la ingeniería que, años después, pondría patas arriba el socialismo y dinamitaría las instituciones autonómicas madrileñas.

El azar, decía Jacques Lacan, no existe: es el encuentro entre dos necesidades. Era cuestión de tiempo que se encontraran la necesitada Esperanza Aguirre y el necesitado José Luis Balbás. Ningún intermediario mejor que un coinventor del método Balbás: Dionisio Ramos.

V. LA EJECUCIÓN PERFECTA

Hasta hoy, sólo era posible entrever algunas de las claves del tamayazo basándonos en la prensa de entonces, en las actas de la Comisión de Investigación publicadas en los Diarios de Sesiones de la Asamblea de Madrid, incluso en los detalles esporádicos que, dependiendo de las circunstancias, aportaban algunos de los implicados.

En 10 años, esta es la primera vez que contamos con el testimonio directo de María Teresa Sáez. Y sobre todo, tenemos a la vista cuatro folios manuscritos de Eduardo Tamayo en los que, a través de un diagrama, detalla quiénes concibieron, financiaron, participaron o adquirieron favores con el tamayazo. tamayazo

Nunca antes habíamos dispuesto de tan significativas fuentes para explicar qué sucedió durante los dieciséis días que van de las elecciones del 25 de mayo al 10 de junio de 2003, fecha en la que debía activarse la mayoría que sumaban los grupos del PSOE e IU para, según lo previsto, elegir presidente de la Asamblea de Madrid al socialista Francisco Cabaco.

Ciñéndonos a los papeles de Tamayo, podemos llegar a la esencia de lo que ocurrió. Al identificar los nombres que aparecen destacados, descubrimos que Tamayo está relatando una historia en la que revela los intereses en juego de personajes principales y secundarios.

Empecemos por el más relevante, que aparece en el centro del primer folio. Dionisio Ramos es el gran muñidor del tamayazo. Primero, por su vieja y estrecha amistad con Balbás, que data de las juventudes de la UCD, que se ha alimentado de múltiples negocios comunes, entre otros la promoción inmobiliaria en Pelayos de la Presa por 15 millones de euros. Segundo, por su acceso privilegiado al PP, a través de su vecino y amigo Ricardo Romero de Tejada, secretario general del PP madrileño; también de su amistad con Cristina Cifuentes, la voz belicosa durante las comparecencias en la Comisión de Investigación, donde imprecaba sin cesar a los socialistas.

Tercero, por la inmejorable conexión de Ramos con las esferas urbanísticas, sus negocios con Pedro Artes Carpena y Leopoldo Arnáiz, el urbanista de cabecera del PP, actualmente procesado por delitos de lavado de dinero y evasión fiscal por un importe de más de 600 millones de euros. Cuarto, por la desenvoltura operativa de Ramos: él es quien facilita a Tamayo un nuevo teléfono móvil (propiedad de Artes Carpena) en cuanto se deshace del que pertenecía al PSOE. Él es también quien contrata los servicios posteriores de vigilancia que corren a cargo de José Antonio Expósito, según declaró este en un primer momento. Expósito, un personaje estrafalario que acabará procesado por hacerse pasar por agente del CNI y que custodia al desertor en los días de la traición. Esa misma desenvoltura, le permite a Ramos ocuparse de las relaciones públicas de Tamayo, a quien sirve en bandeja su primer salto a la fama en una entrevista en Antena 3, coordinada con Ángel Alonso, jefe de información nacional de la cadena y amigo de Ramos.

El eje de la prosperidad de Dionisio eran los negocios. Sin embargo, de repente se volvió recatado con la exhibición de su fortuna. Hasta abril de 2008, el holding de su propiedad Aris Corporación disponía de una página web que revelaba sus acciones inmobiliarias. No tenía ningún pudor en hacer público que su paso por universidades y por el Gobierno autónomo se transformaba en riqueza, progresaba gracias a subvenciones nacionales y europeas.

En aquel momento, Aris Corporación estaba compuesta por cinco empresas que desarrollaban actividades tan dispares como consultoría sociosanitaria, la teleasistencia, la construcción de campos de golf y, por supuesto, la puesta en marcha de proyectos urbanísticos millonarios en Murcia, Almería, Ciudad Real, Madrid, León, Menorca y Marraquech.

Se suponía que entre Dionisio Ramos y todos sus contactos debían obrar el prodigio del «PP+2», soñado por Balbás, y que consistía en un acuerdo de gobierno entre el PP y los exdiputados del PSOE asociados en el Grupo Mixto. Finalmente, Esperanza Aguirre rechazó esa posibilidad («Esperanza no quiere pacto», se puede leer en los papeles de Tamayo), y se transformó en un PSOE+IU-2, que finalmente precipitó unas nuevas elecciones y el ulterior triunfo de Aguirre.

Pero los citados no son los únicos actores de la trama. José Esteban Verdes, abogado y afiliado al PP, desempeña un papel secundario, aunque relevante. Novio de la viceconsejera de Presidencia, a cargo del recuento electoral, Paloma García Romero, mantiene una fluida relación con Tamayo con especial intensidad durante el cómputo de los votos.

En la esquina superior de uno de los papeles aparece el nombre de Fidel San Román.

En otro de esos papeles se lee «Plaza de Toros», junto a «obras» y «otros». Se da la circunstancia de que, un año después, San Román obtuvo la concesión de la Plaza Monumental de las Ventas. Con posterioridad ha sido procesado por delitos conectados con el caso Malaya II de corrupción en Madrid y Marbella.

Resulta significativo cómo los papeles de Tamayo recogen algunos incidentes de la Comisión de Investigación. En particular, aparecen en dos ocasiones las palabras «fotocopias» y «fotocopiadoras». La primera «RT» (Romero de Tejada) problema en la comisión». La segunda junto a la expresión «follón». Se alude así a la empresa MIC, de reprografía industrial, que pagaba la Seguridad Social a Romero de Tejada, cosa que él negaba, y que pertenece a los hermanos Juan Carlos y Fernando Sánchez Lázaro.

Podría decirse que si bien en los papeles de Tamayo no están todos los que son, sí son todos los que están. Faltan detalles de la financiación de la operación que Tamayo desconocía. Tampoco menciona a constructores que constan como partícipes en la operación, como los Vázquez y Bravo, que para él es innecesario explicitar, pero que le proveyeron alojamiento y compañía desde el minuto uno de la conspiración. Sí figuran las piezas indispensables que permiten, junto con el testimonio de Sáez, completar el puzle que llevaba 10 años sin resolverse.

¿Y el PSOE? Ante la fuga, los socialistas transitaron en pocas horas del estupor al pánico. Al fin y al cabo, los responsables eran dos de los suyos. Durante las primeras horas se dedicaron a delimitar la magnitud del daño. ¿Quién más formaba parte de esta operación? ¿A cuántos afiliados alcanzaba? ¿Habría algún infiltrado agazapado para golpear cuando se lo ordenasen sus cómplices? Superada la desconfianza inicial comprobaron que Tamayo y Sáez no estaban secundados por otros cargos, ni tan siquiera por la mayoría de cuadros adscritos a los Renovadores por la Base.

Todos quienes de un modo u otro habían tenido que ver con los balbases se apresuraron a condenar el sabotaje, empezando por los más estrechos colaboradores de Blanco: Óscar López y Antonio Hernando. Tan sólo José Luis Balbás recitaba la misma cantinela que desgranaba Tamayo en su paseo por los platós: era una lucha interna por el poder dentro del PSOE y existía un trasfondo ideológico provocado por el rechazo de los moderados al pacto con los comunistas de IU. Balbás y su esposa fueron defenestrados inmediatamente.

Tan pronto como el tumor fue acotado, se desempolvaron las viejas denuncias archivadas contra los negocios de Balbás y Tamayo, y se decretó una versión oficial: eran dos traidores que actuaban empujados por la codicia. Era una conjura urdida con el PP y costeada por intereses bastardos. A esta convicción contribuyó el primer indicio que llegó al cuartel general socialista. El hotelero Antonio Catalán, propietario de la cadena AC Hoteles, entró en contacto con Joaquín Almunia para transmitirle una información valiosa. Los fugitivos se alojaban la primera noche en uno de sus hoteles, el AC Los Vascos, y estaban custodiados por un dispositivo de seguridad.

Más importante aún, la reserva de las habitaciones había sido realizada con anterioridad por dos constructores militantes del PP que tenían participaciones en ese hotel: Bravo y Vázquez, cuyos nombres fueron repetidos hasta la saciedad en las averiguaciones periodísticas y en los interrogatorios de la Comisión de Investigación de la Asamblea de Madrid. Almunia llamó a Jesús Caldera, miembro de la dirección, y este a Zapatero. No está de más advertir que entre los motivos de Catalán no figuraba la simpatía hacia los socialistas. Hombre más bien próximo a Unión del Pueblo Navarro, se soliviantó ante el desagradable propósito del sabotaje.

Fue casi la única buena noticia que recibieron los socialistas ese verano de 2003. Y una de las pocas ayudas externas. El PSOE tuvo que salir adelante con escasos apoyos. Su número dos, José Blanco, un aprendiz de brujo tocado, estaba en la picota por su entrevista con Tamayo de la víspera de la traición. Desde las propias filas del PSOE se alzaban voces reclamando medidas, alguna tan significativa como la de Ignacio Varela, tan próximo a Alfredo Pérez Rubalcaba, en el artículo "Desahogo", que publicó en El País el 13 de junio de 2003. Por su parte, la imagen de Zapatero no quedaba tampoco bien parada. Simancas y su secretario de Organización, Antonio Romero, daban palos de ciego. Los afiliados viajaban, consternados, a los tiempos del oprobio de Luis Roldán y Mariano Rubio.

Un equipo capitaneado por el polivalente Rubalcaba impulsaba una investigación amateur que jamás recurrió a agencias de detectives por expresa prohibición de Zapatero. Entretanto, un aplicado diputado autonómico simanquista, Modesto Nolla, trocó su destino de consejero de Urbanismo en el frustrado Gobierno de izquierdas por el papel de inquisidor. Los rostros de Sáez, Simancas, Tamayo y Blanco se hicieron tristemente famosos empujados por los ratings más elevados con los que jamás soñara Telemadrid a lo largo de su historia.

Como para dar la razón a la sabiduría popular, a mediados de agosto de 2003, mientras la comisión de Investigación madrileña se arrastraba en medio del asombro ciudadano y la calina mesetaria, quedó demostrado que no hay situación tan mala que no sea susceptible de empeorar. El 13 de agosto, Isabel García Marcos, portavoz socialista en el Ayuntamiento de Marbella y hasta esa fecha flagelo de los desmanes de Jesús Gil y Gil, propinaba un nuevo mazazo al PSOE al protagonizar un episodio de transfuguismo en el centro de la geografía corrupta.

VI. EL DESPERTAR AMARGO DE LA INGENUIDAD

No existe el crimen perfecto. Siempre quedan cabos sueltos. Y el principal cabo suelto del tamayazo tiene nombre, apellido y mucho que decir. Se llama María Teresa Sáez y fue condenada al ostracismo. tamayazo Durante años ha bregado con los cuchillos del estigma social: que murmuren "zorra" en la mesa de al lado en algún restaurante, que un hombre le grite "puta" desde el coche, y las monedas, tristes, hirientes, arrojadas a su paso.

Ella trata de mantenerse por encima de esa miseria. Jamás la amedrentaron. En su expediente laboral no aparece ninguna baja por depresión. Sáez no necesita otro tribunal de justicia que la confianza a prueba de periódicos de su marido y de sus hijos. Siempre ha contado con el apoyo de personas que no reconocen en la estatua de Judas a su amiga.

Sáez intenta olvidar, pero la memoria es inclemente. Sintiéndose defraudada, siguió preguntándose qué pasó realmente aquel 10 de junio de 2003. Durante un tiempo persiguió a Tamayo –«el elemento», le llamaba– y lo interrogaba sobre los puntos ciegos de la historia que le había contado. Tamayo enreda, falsea, no se acuerda. Invariablemente acaba jurando: "La culpa es de Balbás, habla con él".

El 10 de abril de 2008, a punto de cumplirse el quinto aniversario del tamayazo, ocurrió algo que abrió los ojos de Sáez. Una persona cercana a Tamayo le comentó que un exconcejal del PP había revelado la identidad de las empresas que habrían financiado la operación. Ese exconcejal indiscreto señaló a las constructoras Azata, Afar 4, y Virton, entre otras, como las que costearon el tamayazo.

Este soplo instiga la cólera de Sáez. En su mente, el agravio se reduce a dos embusteros: Balbás y Tamayo. En una decisión impulsiva quiere confrontarlos, quitarles la máscara, que se hagan cargo de su sufrimiento. Para Sáez todo lo que tenga que ver con Majadahonda es una pista creíble. La revelación del exconcejal tiene sentido: Azata SA es una constructora con intereses inmobiliarios en Boadilla del Monte, Pozuelo, Las Rozas y Majadahonda. Pertenece a José Domingo Rodríguez Losada, cuya hija, Berta, fue la primera esposa de Juan José Güemes, exconsejero de Sanidad.

En lo que respecta a Afar 4, esta empresa tiene su sede en Majadahonda, municipio donde realizó trabajos de urbanización en 2004, subcontratando por 13 millones de euros a Virton, que también tiene sus oficinas en Majadahonda, y tuvo como apoderada hasta abril de 2005 a María Mercedes Romero de Tejada Esteve, hija del ex secretario general del PP de Madrid.

La misma fuente aseguró que las palabras del concejal indiscreto llegaron a oídos de Tamayo. Hasta ese momento, el tránsfuga había disfrutado de ganancias menores en comparación a las que estaban extraviadas en el camino, concretamente la ruta que une Boadilla del Monte y Majadahonda, la alcaldía gobernada por Romero de Tejada entre 1989 a 2001. El burlador se sintió burlado. Tamayo se citó de inmediato con José Esteban Verdes en su bufete, y de allí salieron directo al emporio que Dionisio Ramos tenía en un edificio en Alcobendas. Tamayo no ocultó su enojo por la súbita prosperidad de Ramos, un éxito que remachaba su tarjeta de presentación: arriba de su nombre aparecía en relieve «Aris Corporación». Ramos se lo quitó de encima con buenas palabras. Todo lo que Tamayo obtuvo fue un fajo de tarjetas de Aris Corporación para repartir entre sus contactos.

Así que Sáez no cejó y hostigó a Balbás hasta que él aceptó reunirse con ella. La conversación tuvo lugar a las seis de la tarde del domingo 4 de mayo de 2008, en el Pacerom de Alaska, en el 108 de la calle Ayala, muy cerca del domicilio y de las oficinas de Balbás.

Nada más entrar, Sáez fue al grano:

Os voy a pedir una compensación por todo el follón en el que me habéis metido.

–Yo si acaso te puedo dejar mil euros si tienes un apuro. Y haz el favor de bajar el tono, que aquí me conocen.

No quiero tu dinero. Ya me dirás si tus mentiras no son para estar airada –replicó Sáez sin bajar la voz.

Los pocos y acalorados minutos que conversaron, Balbás, como siempre, echó toda la culpa a Tamayo.

Las dudas persisten y Sáez se atreve a dar un paso más. Quiere verse cara a cara con Ricardo Romero de Tejada. Averiguó que el político es asiduo a los toros. Es 4 de junio de 2008, fiestas de San Isidro. Esa tarde, Cayetano Rivera Ordoñez hace por primera vez el paseíllo en Las Ventas. El hijo de Paquirri salió de allí con cuatro orejas y por la puerta grande. En la misma plaza de toros, apoyado en la barrera, Ricardo Romero de Tejada diserta sobre la maestría del diestro. El júbilo se hace hielo: un fantasma del pasado lo llama por su nombre. Sáez pide explicaciones. El político se siente incómodo y se niega a hablar con ella.

Pero uno de sus amigos intercede para que el exalcalde de Majadahonda atienda a la mujer. Ante la insistencia de Mario Utrilla, exdiputado del PP, exalcalde de San Sebastián de los Reyes y actual alcalde de Sevilla La Nueva, Romero de Tejada saca una tarjeta de Caja Madrid –dice: Vocal del Consejo de Administración– y anota de puño y letra su número de móvil. Sáez no imagina que allí, en ese simple detalle, está blandiendo uno de los premios que cobró el político. Tres meses después del tamayazo —no un año o dos: tres meses, a la vuelta del verano en 2003—, Romero de Tejada fue elegido consejero de Caja Madrid.

A la mañana siguiente, sea por una casualidad o por alguna broma pesada de Romero de Tejada, queda con ella para el martes 10 de junio de 2008, fecha en que se cumplen cinco años desde el momento que Tamayo y Sáez abandonaron la Asamblea de Madrid. Saénz debe recorrer dieciséis kilómetros y acudir al hotel Majadahonda.

Por miedo, porque no se fía del hombre canoso, Saéz se hace acompañar por su amigo Miguel.

Romero de Tejada reconoce de inmediato al hijo de Venancio Mota, antiguo concejal popular de Vicálvaro y Moratalaz, y se cierra en banda.

–Necesito saber quién planeó todo. –Pregúntele a sus amigos —dijo ásperamente Romero de Tejada.

–¿Quiénes son mis amigos?

–Usted sabe bien quiénes son sus amigos.

Después de la interpelación fallida a Romero de Tejada, Sáez supuso que sería difícil estar delante de otro político del PP que maneje motivos y nombres y estuviera dispuesto a dárselos. Sorprendentemente Sáez iba a tener otra oportunidad. No había pasado ni una semana del traspié de Majadahonda cuando Sonsoles Aboín, diputada de la Asamblea de Madrid por el PP, la llamó por teléfono.

–Hay una persona que quiere hablar contigo.

–¿Quién?

–Alguien muy importante en el PP. Ya te lo diré cuando nos veamos.

Sáez aceptó. Apenas había saludado a Aboín, cuando ya iban dentro de un taxi para cubrir la distancia del ABC de la Castellana al Hotel Intercontinental. Allí, en un salón reservado, las esperaba Carmen Rodríguez Flores. La citó, dijo, para tratar un asunto delicado.

Militante del PP desde 1982, Rodríguez Flores fue concejala de Sanidad en Villaviciosa de Odón, consejera de la Empresa Municipal del Suelo y concejala-presidenta de Arganzuela. Recientemente pasó del Ayuntamiento de Madrid al Congreso de los Diputados para ocupar el escaño de Roberto Soravilla tras su fallecimiento. Rodríguez Flores obtuvo su acta de diputada en la Asamblea de Madrid el mismo día que se produjo el tamayazo.tamayazo Pero la importancia de Rodríguez Flores no brilla en su currículo. Ella es el brazo derecho de Álvaro Lapuerta, tesorero del PP durante años hasta que pasó el relevo a Luis Bárcenas.

El encuentro se produjo el jueves 19 de junio de 2008. Sáez recuerda la insufrible prepotencia de Rodríguez Flores y la sumisión absoluta del maître y los camareros. Sin rodeos, y hablándole con displicencia, aseguró:

–Vengo en nombre de una persona importantísima en el PP –y con el mismo aire de superioridad preguntó–: ¿Cuánto te han pagado?

Yo no he pedido nunca nada –respondió Sáez, ofendida, mirándola a los ojos–. Lo único que quiero es saber lo que pasó.

–¿Sabes? Yo soy católica romana y apostólica. Puedes confiar en mí. 

Sáez estuvo a punto de levantarse. Pidieron la comida. Se calmó.

Como para picar el orgullo de Sáez con un tenedor, la diputada Rodríguez Flores volvió al ataque:

–Te puedo asegurar que Tamayo cobró mucho dinero.

Sáez quiso explicarle que ella no se había vendido. Que sus motivos fueron otros. Una dignidad que atropelló la risa de su interlocutora.

El desconcierto de Sáez empeoró con otra pregunta.

–¿Tuvo que ver algo Ignacio?–¿Qué Ignacio? –dijo Sáez. –¿Qué Ignacio va a ser? Ignacio González, el vicepresidente de la Comunidad de Madrid. –Yo no sé nada –juró Sáez.

Aboín, postrada ante la autoridad de la dama alhajada, no dijo una palabra. Siguieron comiendo hasta que Rodríguez Flores se limpió la boca para decirle:

–Yo me voy a encargar de que te paguen tu mitad.

Al día siguiente de aquella cita urgente se inauguró el XVI Congreso del Partido Popular en Valencia. No volvieron a verse o llamarse más. Sonsoles Aboín, a quien Sáez conocía desde 2000, siguió el ejemplo de sus jefes. Esta comida se llevó a cabo en un contexto de espionaje y contraespionaje. Álvaro Lapuerta, tesorero del PP entre 1990 y 2008, y amigo cercano de Rodríguez Flores, ella misma y otros miembros del PP estaban bajo la vigilancia de una unidad parapolicial montada en la Comunidad de Madrid.

Para Sáez, 2008 fue un año clave. Ya no dudaba de que había sido traicionada por Tamayo y Balbás. Pero sigue necesitando oírlo de sus labios. Tamayo y Balbás no tienen el valor suficiente. Reconocen a medias algo de lo que hicieron y enseguida se desdicen. Sáez los aprieta y no será hasta 2009, el jueves 5 de febrero, cuando Tamayo vuelva a hablar del asunto. Quedaron en su despacho, en el número 155 de la calle de Alcalá. Esta vez esperan también a Dionisio Ramos. Saltan chispas. Sáez está alterada y les echa en cara que son unos sinvergüenzas, que tienen la culpa del acoso que ha sufrido todos estos años.

–Quiero una compensación moral –clama Sáez.

Ramos se puso de pie. Dijo de mala gana que hablaría con su amiga Cristina Cifuentes, la entonces vicepresidenta primera de la Asamblea de Madrid.

A partir de entonces, con la excepción de Ramos, los traidores volverán a reunirse con Sáez. Para Balbás y Tamayo, soportar los arrebatos de Sáez forma parte de la ley del silencio pactada con el PP.

VII. EDUARDO TAMAYO, ABANDERADO DE LA MARCA ESPAÑA

Siete años después de haber bautizado con su apellido uno de los episodios más negros de la democracia española, el 18 de marzo de 2010, Eduardo Tamayo se paró, desafiante, delante de la sede del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid. Se encargó de que la prensa supiera de su inesperada visita a Esperanza Aguirre. Una performance para espolear a la máxima beneficiaria de su traición. Tamayo está allí porque sigue teniendo "información". Calcula que la referencia a Ricardo Romero de Tejada y a Carmen Rodríguez Flores harán cundir el miedo en el círculo aguirrista. Fue a zarandear el árbol que sembró para ver qué caía.

El cinismo de Tamayo es de una bajeza que, a espaldas de Sáez, maniobra para arrancarle algún rédito al azaroso encuentro que dos años antes, ella sostuvo con Romero de Tejada y Rodríguez Flores. La mayor contrariedad de Tamayo es que los servicios que rindió al PP, implicaron que se quedara desconectado del aparato político. Su contexto y su tope radican en el mundillo darwinista de la mediana empresa. Dicho de otra forma: completamente desprestigiado, el gran botín se aleja cada vez más.

El espectáculo desplegado en la Puerta de Sol se proponía seguir tarifando su silencio. Un chantaje cíclico que los responsables políticos del tamayazo neutralizan como quieren, no como puedentamayazo. Por otra parte, el sólo hecho de lanzarle aquel órdago a la presidenta madrileña debió de ser motivo para iluminar el caso con una luz distinta a la teoría que impuso el PP, y que achaca exclusivamente el 10 de junio de 2003 a un brote cainita en el corazón de la FSM.

Los hechos demuestran que once días después de aquella provocación mediática, Miguel Fernández Abril fue nombrado administrador único de la empresa Estado Puro Inversor SL, que pasó a llamarse Prefabricados y Obras Zarza S. L. El 13 de julio de ese mismo año, Eduardo Tamayo sustituyó a Fernández Abril, quien pasó a ser el administrador único de otra sociedad limitada bajo el nombre Estructuras Prefabricados y Obras del Tajo. Después de Tamayo, se sumó, también como administrador, José López-Infantes Montenegro, hermano de Roberto Raúl, alcalde de Zarza del Tajo, un municipio de la provincia de Cuenca. En septiembre de 2008, El Día de Cuenca informó de que el alcalde, López Infantes Montenegro, estaba acusado de corrupción.

Prefabricados y Obras Zarza, la empresa de Tamayo y López-Infantes Montenegro, ha incursionado con notable éxito en Guinea Ecuatorial y en Venezuela. En el país africano sorprende que, mientras otros empresarios españoles son estafados por el lobby adyacente al dictador Teodoro Obiang, sin que el pago de coimas les allane ningún camino, esta empresa logró que, en agosto de 2012, Gregorio Boho Camo, presidente de la Cámara de Comercio del país africano, reconociera la importancia de sus socios. Combinando capitales de España y Guinea Ecuatorial, Prefabricados y Obras Zarza inauguró ese mes su sede guineana en Timbabe, Malao. La botella de champaña que descorcharon tiene su origen en el plan de Horizonte 2020, el proyecto de industrialización que desarrolla Obiang con financiamiento chino.

Pero los negocios de Tamayo no se circunscriben a África. Sus dominios también se extienden a Venezuela, de cuyo Gobierno abjuraba rabiosamente en la época del tamayazo. Tamayo es genio y figura. A finales de enero de 2013, Prefabricados y Obras Zarza suscribió un convenio millonario con el alcalde de Guiacaipuro, Alirio Mendoza, miembro del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV), la máquina política de Hugo Chávez. El acuerdo, que incluye la cesión de más de 100 hectáreas, consiste en la construcción de un polígono industrial de enormes dimensiones.

Volvamos a Estado Puro Inversor S. L., al origen de Prefabricados y Obras Zarza. Esta empresa inició sus operaciones el 11 de mayo de 2009. Según se lee en el Boletín Oficial del Registro Mercantil, del 19 de junio de 2009, su administrador único era Ramón Cerdá Sanjuán, un abogado facilitador de empresas por excelencia, una actividad que le ha llevado a figurar en sumarios como el del caso Gürtel.

Por fin, ha sido recompensado con un pase a las grandes ligas. Eduardo Tamayo está feliz de vivir la vida como los grandes. En el confort de su apartamento en la mejor zona de Malabo, se dispone a celebrar el décimo aniversario de su traición. Probablemente lo haga junto a sus nuevos y encumbrados socios: Pastor Micha Ondo Bile, ex ministro de Exteriores de Obiang; y Andrés Jorge Mbomio, vicepresidente de la Federación Ecuatoguineana de Fútbol.

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Ese mismo lunes 10 de junio, María Teresa Sáez se levantará como siempre a las seis y media de la mañana para acudir al hospital 12 de Octubre. Al acabar su jornada de trabajo regresará a su modesta casa, al barrio de toda la vida. Puede que esa noche, al zapear antes de acostarse, vea a José Luis Balbás dando lecciones de estrategia política en Intereconomía.

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Versión íntegra de la investigación publicada originalmente en tintaLibre, limitada en el papel por problemas de espacio.tintaLibre

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