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Memoria histórica

El día en que don Antonio cruzó la frontera de su último camino

Fotografía icónica del poeta Antonio Machado.
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Viernes, 27 de enero de 1939. La lluvia y el viento de tramontana arrecian con fuerza en la comarca del Alto Ampurdán. En lo alto de la carretera que conecta el municipio catalán de Port Bou con la localidad francesa de Cerbère, un grupo de soldados galos corta el paso a los vehículos que tratan de atravesar la frontera, formando un inmenso tapón de carros, coches, camiones y ambulancias que se extiende a lo largo de varios kilómetros. Ancianos, mujeres y niños agotados y hambrientos tratan de avanzar como pueden hacia territorio galo, prácticamente con lo puesto, con toda su vida apretujada en pequeñas maletas. Una caravana de desesperación en medio del frío y la oscuridad de la que forma parte el poeta Antonio Machado, quien con 63 años, gravemente enfermo, trata de alcanzar Francia junto a su madre, doña Ana Ruiz, que con 88 años tampoco goza de buena salud, y otros tantos allegados. Al llegar al paso, se presentan y preguntan a los soldados por la posibilidad de cruzar al otro lado. Un rato después, la cadena que impedía el paso se levanta ante sus ojos. El poeta cruza la línea divisoria junto a los suyos. Están en Francia. Atrás queda el terror golpista.

La vida de Machado siempre fue un continuo camino que le llevó a vivir en Sevilla, París, Soria o Baeza. “Iba de ciudad en ciudad con esa soledad interna que le acompañaba”, señala en conversación con infoLibre el hispanista Ian Gibson, autor de Ligero de equipaje: la vida de Antonio Machado (Aguilar, 2006). El golpe de Estado le coge instalado en Madrid, una ciudad que tiene que abandonar tras el asedio de las tropas franquistas. Con el fusilamiento de Federico García Lorca como precedente en agosto de 1936 en Granada, el poeta cede a los ruegos de sus allegados y acepta trasladarse a València, donde el Gobierno de Francisco Largo Caballero ha llevado su base de operaciones. Es el primer exilio de un Machado que siempre, hasta su último aliento, defendió la República a capa y espada. En suelo valenciano, se instala en la pequeña localidad de Rocafort, en una residencia conocida como Villa AmparoVilla Amparo. Y allí está con su familia hasta que, de nuevo, el avance de los soldados golpistas le obliga a poner tierra de por medio. Su siguiente destino, Barcelona.

El poeta aterriza en la Ciudad Condal en abril de 1938. Le hospedan, al igual que a sus allegados, en el Hotel Majestic. “Era donde se alojaban todos los periodistas que cubrían la guerra. Las niñas –sus sobrinas– estaban encantadas porque nunca antes habían estado en un hotel de lujo”, cuenta la investigadora Monique Alonso, impulsora de la Fundación Antonio Machado de Collioure y autora, entre otras obras, de Antonio Machado, poeta en el exilio (Anthropos, 1985). Al escritor, sin embargo, no termina de convencerle su nueva residencia. “Demasiado jaleo”, explica Alonso, hija de exiliados españoles. Por eso, le buscan otra. Torre Castanyer, un palacete en las inmediaciones de la plaza de la Bonanova, parece el lugar perfecto. “Durante el tiempo que permaneció allí, apenas abandonaba la mansión. Si bien es cierto que los domingos recibía alguna visita, Machado se encerró”, explica Gibson. La guerra no va bien. La Segunda República, poco a poco, se va desmoronando. El poeta está “muy cansado”. La enfermedad avanza. “En las últimas fotos, parece un hombre de ochenta años”, cuenta Gibson.

A pesar de ello, sigue escribiendo. “Trataba de defender con su pluma lo que no podía con un fusil”, dice el hispanista. Buena parte de su actividad en sus últimos días en España se centra en artículos periodísticos. En este sentido, Alonso destaca, por ejemplo, la revista Hora de España o el diario La Vanguardia. “Con don Antonio nos llega un escritor y un hombre. Bienvenidos ambos”, recogía este último en un breve escrito editorial en marzo de 1938. Los artículos de Machado cargan con dureza contra la decisión de no intervenir en la Guerra Civil de Inglaterra o Francia. “La sola concesión de la beligerancia a Franco, sin la retirada total de las fuerzas italianas invasoras de España, es, a todas luces, la aquiescencia a los propósitos del fascio y a su total dominio en el Mediterráneo occidental, la entrega definitiva de la más importante llave de un Imperio y de las rutas marítimas de otro. Cuesta trabajo pensar que nadie, de buena fe, pueda en Inglaterra y en Francia amparar esta política”, escribe el poeta de la Generación del 98 en el último de sus artículos publicado en La Vanguardia. Es viernes, Día de Reyes de 1939.

La noche más larga y triste

Quince días después, la Ciudad Condal está a punto de caer. Comienza el último camino de Machado. “Como siempre, don Antonio esperó hasta el último momento”, señala la investigadora. El 22 de enero, tras ultimar un artículo sobre el general Vicente Rojo para el rotativo catalán que no se llegó a publicar, el poeta, junto con su madre, su hermano José, su cuñada Matea y otros allegados ponen rumbo a Francia a bordo de unas ambulancias de Sanidad Militar. “Si no hubiera sido por su madre, yo creo que se habría quedado en Barcelona”, especula Gibson. El trayecto “angustioso”, recuerda el hispanista, se prolonga varios días. La primera parada se hace en la masía de Can Santamaria, en Raset, donde esperan hasta poder reanudar la marcha. “Era un lugar de paso para intelectuales. Tuve la oportunidad de hablar en su día con una de las personas de la masía que estaba allí y me decía que se encontró con un señor mayor, decaído”, explica Alonso. La última noche en suelo español la pasa con los suyos en otra masía: Mas Faixat, cerca de Viladasens, a unos cincuenta kilómetros de la frontera francesa.

“Debió ser aquella noche, en vísperas de emprender su exilio, la noche más larga y triste de la vida de Machado”, recoge el estudioso Antonio Campoamor en su libro Antonio Machado, 1875-1939 (Sedmay, 1976). Al amanecer del 27 de noviembre, con la Ciudad Condal ya en manos de los franquistas, continúa lloviendo intensamente. Todos los caminos hacia Francia están atestados de coches y caravanas de personas que tratan de escapar despavoridas de la represión franquista. Una imagen de desesperación que se encargó de dibujar el propio Manuel Azaña en una carta enviada a su amigo Ángel Ossorio y Gallardo, quien hubiera sido embajador de España: “Una muchedumbre enloquecida atascó las carreteras y los caminos, se desparramó por los atajos, en busca de la frontera. […] Algunas mujeres malparieron en las cunetas. Algunos niños perecieron de frío o pisoteados”. Pero el poeta no tiene otra opción que cruzar la frontera para salvar su vida. “Es un representante de la lucha contra el franquismo y se encuentra en la lista negra, le habrían fusilado”, explica el hispanista.

La Casa Bugnol-Quintana, en la localidad francesa de Colliure, donde se hospedó el poeta Antonio Machado.

Machado logra entrar en suelo francés prácticamente con lo puesto. “El poeta no llevaba encima documentos ni dinero: solo diez pesetas”, relata Campoamor en su obra. En la travesía, cuenta Alonso, se extravía también una maleta con algunos de sus escritos: “Como tantas otras cosas de exiliados españoles, terminaría en una cuneta pisoteada”. Superado el paso, llegan a la localidad francesa de Cerbère, donde hacen noche en el vagón de un tren abandonado en una vía muerta. A la mañana siguiente, estudian dónde ir. Finalmente, se deciden por la pequeña aldea de Colliure, a pocos kilómetros de allí, en la que aterrizan pocas horas después. Son los últimos pasos de un viaje de siete días, el último de su camino. Todos están completamente agotados. Y, para más inri, la calle que lleva al Hotel Bougnol Quintana, donde está previsto que se alojen, es intransitable para su madre. “Su amigo Corpus Barga –seudónimo del periodista Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna– coge en brazos a la mujer, que tenía algo de demencia senil, y recorre con ella esos últimos trescientos metros, más o menos”, cuenta la impulsora de la Fundación Antonio Machado de Colliure.

Medio millón de Machados

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La historia del poeta, que finalmente falleció poco antes que su madre en una de las habitaciones de ese mismo alojamiento, da cuenta del “infierno”, en palabras de Gibson, que los exiliados españoles tuvieron que vivir hace más de ocho décadas. “Representa el espanto de tantos miles de seres humanos”, insiste el hispanista. Se calcula que en los tres primeros meses de 1939, casi medio millón de personas se vio forzado a abandonar su país como consecuencia de la guerra. Francia recibió a unos 440.000. Muchos de los españoles que llegaron a suelo galo terminarían encerrados en campos de concentración que las autoridades del país vecino fueron levantando cerca de la frontera, como el de Gurs, Vernet d'Ariège o Argelès-sur-Mer. De hecho, en este último, se estima que estuvieron recluidos alrededor de 100.000 republicanos que escaparon del franquismo. Exiliados que volvieron a verse amenazados con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Algunos lograron escapar a América Latina. Otros, no tuvieron tanta suerte. Se calcula que algo más de 9.000 fueron deportados a campos de concentración nazis. Solo por Mauthausen llegaron a pasar unos 7.200, de los que más de 4.400 murieron.

Con historias como las de Machado y miles y miles de compatriotas más sobre la mesa, hay declaraciones que duelen. Y duelen mucho. En concreto, se refieren a las palabras pronunciadas por el líder de Unidas Podemos y vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, durante una entrevista en Salvados al ser preguntado por el expresident de la Generalitat Carles Puigdemont. “¿Lo considera realmente un exiliado, como se exiliaron muchos republicanos durante la dictadura del franquismo, por ejemplo? ¿Los puede comparar?”, deslizó el entrevistador. “Pues lo digo claramente, creo que sí”, respondió el dirigente de la formación morada, que siempre se ha posicionado firmemente a nivel político junto a las víctimas de la dictadura. “Yo no sé en qué estaba pensando, no sé ni cómo se le ocurrió. No puede compararse, porque los que huyeron en aquellos años lo hicieron para que no les mataran, no para esquivar un juicio”, dice la investigadora. “Me chocaron, es terrible y metió la pata hasta el fondo, yo creo, porque estaba pensando en el tablero de ajedrez con la proximidad de las elecciones catalanas”, resalta el hispanista.

Pero igual que dicen esto, cargan también duramente contra la utilización que la derecha hizo de estas declaraciones. “Juicio político no ha tenido nunca, pero ahora también ha perdido el juicio moral”, dijo, por ejemplo, el vicepresidente de Acción Política de Vox, Jorge Buxadé. “Estas palabras son un insulto para todos los españoles que se vieron obligados a abandonar su país por defender la libertad”, apuntó en redes sociales, por su parte, la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas. Dos partidos que, en Madrid, no han tenido ningún problemas en sumarse al aunar fuerzas también con el PP para retirar el nombre de calles o menciones a Largo Caballero o Indalecio Prieto, dos de los representantes de un Gobierno legítimo que los golpistas acabaron derribando. “Hay veces que me dan ganas de reírme. Nos apuntamos al carro de los exiliados cuando interesa”, apunta la investigadora. En la misma línea se pronuncia Gibson, muy crítico con la retirada de esas distinciones en la capital: “La derecha todavía no afronta la criminalidad radical del régimen franquista, y es una pena, porque el país no podrá avanzar con una derecha así. Quieren pasar de página sin ni siquiera haberla leído”.

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