El Águila. En Toledo, la puerta de la Bisagra, acceso mítico de la ciudad que otrora fuera la capital del vasto imperio de Carlos V, recibe al visitante con uno de estos animales, de dos cabezas y con una corona imperial sobre ellas. Su monumentalidad podría confundir al visitante y hacerle creer que el Águila de Toledo es esa esculpida en piedra que protege los muros de la ciudad. Sin embargo, si traspasa la puerta y sube la cuesta que le lleva a la Plaza de Zocodover, el antiguo mercado musulmán de la villa, se encontrará el verdadero Águila de Toledo. Un hombre sobre una bicicleta inmortalizado en una estatua.
Una escultura ubicada en una cuesta, porque fue él quien dominó todos los puertos empinados que hicieron grande al Tour de Francia. En una de tantas cuestas donde dejó atrás a sus rivales de la ronda francesa. Allí vive para el recuerdo el mito que superó al hombre, Federico Martín Bahamontes, fallecido este martes, pero habitante del Olimpo de los deportistas españoles. Allí, cuando la estatua es golpeada por el sol, su sombra proyecta la forma de un águila. Es ese y no otro, el verdadero Águila de Toledo.
El apodo no es menor, los mitos suelen tener su alter ego y su identidad real. La de “Fede” no era solo su imperial apodo, sino también su verdadero nombre. El ciclista nació Alejandro Federico Martín Bahamontes, debió ser conocido, como en ocasiones bromeaba, como Alejandro Martín, pero la historia quiso que le recordáramos de otra forma, como un mito. “Martín hay muchos, Bahamontes solo yo”, decía. Un mito que, como tantos otros, fue usado políticamente por la dictadura franquista.
En un tiempo de hambre, de posguerra y de estraperlo, el franquismo estaba necesitado de ídolos y Bahamontes se convirtió, gracias a sus épicos triunfos en el Tour de Francia, en el perfecto mito para la propaganda del régimen. Su forma de correr, de auténtico genio, siempre desde la épica, el coraje, el individualismo e incluso la locura y la temeridad, formó parte de la construcción del prototípico héroe nacional deportivo de una dictadura que usó el deporte y los pocos éxitos derivados de él como propaganda internacional y como bálsamo interno ante el infierno de la posguerra.
El mito del deportista aguerrido y genial, empecinado y tozudo, victorioso por insistencia más que por calidad técnica, se convirtió en una constante en la propaganda franquista. En el caso del fútbol, esa construcción se articuló alrededor de la selección nacional, cuyo sobrenombre era por entonces la “furia roja”. Un apodo que el combinado nacional adquirió en los JJOO de 1920 y que describía un juego basado en la entrega, el pundonor y la determinación y, sobre todo en la genialidad individual para alcanzar la victoria.
Y de esa genialidad individual “Fede” iba sobrado. Su carácter, el cual le llevó a actos de genio para algunos y de chulería sin igual para otros, remarcaría un mito alrededor de su figura que se acabó haciendo legendario. Su imagen comiendo un helado en plena etapa del Tour mientras esperaba a que le solucionaran una avería o aquella donde se escondió en unos matorrales tras coronar en solitario su último puerto en una gran vuelta para luego montarse en el coche escoba, son ya parte del mito de Bahamontes.
La leyenda se fraguó entre los años 1954 y 1965 en las cuestas y en los puertos de montaña de todo el mundo. “Fede” fue considerado por el propio Tour de Francia y por el prestigioso diario L’Equipe como el mejor escalador de todos los tiempos gracias no solo a un estilo inconfundible encima de la bicicleta, sino a sus innumerables victorias. El Águila de Toledo consiguió 74 victorias en toda su carrera, coronó en cabeza los más míticos puertos de Francia y fue capaz de ganar en 6 ocasiones el gran premio de la montaña en el Tour, 2 en la Vuelta y uno en el Giro de Italia. Esos seis maillots fueron un récord en la ronda francesa hasta que le superó Richard Virenque. Cuando lo hizo, Bahamontes replicó: “si este es mejor escalador que yo, yo soy Napoleón”.
Pero sin duda, su victoria más importante fue la del Tour de Francia de 1959. Con ella, “Fede” se convirtió en el primer ciclista español en ganarlo después de años donde prefería perder tiempo al principio de la prueba para centrarse en la montaña. El régimen aprovechó esta victoria sobremanera, organizando un recibimiento por todo lo alto, donde todo el país salió a la calle a recibirlo y a celebrar su gesta. “Me montaron en un descapotable y desde Madrid hasta Toledo la calzada estaba llena de gente aplaudiendo. Me recibieron mejor que al papa y a Franco", contaba de su multitudinario recibimiento en una entrevista en El Mundo. La España del hambre necesitaba alegrías, y Bahamontes se las dio con ese Tour de Francia.
El ciclista fue además recibido por Francisco Franco por su triunfo en la ronda gala, que se produjo, paradójicamente, un 18 de julio, día del golpe de estado del bando franquista contra la Segunda República. Pese a este uso propagandístico de su victoria, Bahamontes nunca se sintió usado políticamente por la dictadura, ni se mostró activamente a favor ni en contra del régimen franquista.
Un hijo del hambre
Pese a su fama posterior, la vida de Federico Martín Bahamontes no había sido nada fácil hasta ese momento. Nacido en los albores de la Guerra Civil, su infancia y juventud estuvieron marcados por la posguerra. Su familia vivió entre el Madrid bombardeado y un Toledo que en nada se parecía a la capital imperial de antaño penados por un hambre atroz. “Comí de todo cuando era chaval, comí pieles de naranja, pan agusanado, fruta podrida, sarmientos, y gatos”, recordaba el ciclista.
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En ese contexto se forjó ese espíritu de buscavidas que marcaría su carrera deportiva. Cuando el hambre apretaba, el joven Fede compró una bicicleta (o algo que se le parecía) por unas 150 pesetas. Con ella sorteaba las cuestas toledanas y el camino existente entre los pueblos toledanos donde compraba comida para luego venderla en el mercado negro y así poder sobrevivir, pendiente siempre de evitar a la Guardia Civil. En esos caminos se dio cuenta de su habilidad para subir pronunciadas pendientes y así, en carreras de pueblo, comenzó a forjarse la leyenda del mejor escalador de la historia del ciclismo.
Ese paso de la miseria al éxito fue otra de las partes fundamentales del mito. El franquismo, que en los años 60 culminaría su salida del aislamiento internacional y de la pobreza y comenzaría a conseguir un progreso económico, encontró en estas historias de superación la metáfora perfecta de la situación del país. Bahamontes, junto con otras estrellas de esa época del mundo del fútbol, el cine o el toreo, fue uno más de esos hijos del hambre que salieron de la miseria y que fueron usados por el régimen para mostrar que en España se podía ascender socialmente.
Obstinado, empecinado, brillante, Bahamontes ya es leyenda del deporte español. De subir la cuesta de Armas con una bici que difícilmente se podría calificar como tal a quedar inmortalizado para siempre en ella. El Águila de Toledo es ya un mito eterno.
El Águila. En Toledo, la puerta de la Bisagra, acceso mítico de la ciudad que otrora fuera la capital del vasto imperio de Carlos V, recibe al visitante con uno de estos animales, de dos cabezas y con una corona imperial sobre ellas. Su monumentalidad podría confundir al visitante y hacerle creer que el Águila de Toledo es esa esculpida en piedra que protege los muros de la ciudad. Sin embargo, si traspasa la puerta y sube la cuesta que le lleva a la Plaza de Zocodover, el antiguo mercado musulmán de la villa, se encontrará el verdadero Águila de Toledo. Un hombre sobre una bicicleta inmortalizado en una estatua.