Crisis del coronavirus

De oponente a enemigo: así se ha hundido la política en el fango de la polarización

Santiago Abascal junto a  Rocío Monasterio, Javier Ortega Smith e Iván Espinosa de los Monteros durante la concentración ultra en Madrid.

Un momento crucial. Y el país, dividido. España se adentra en una crisis de calibre desconocido con la polarización disparada. En las actitudes y los choques diarios de la vida política, está desbocada. Un fangal. La crispación se ha apoderado del debate –y, en buena medida, de su retransmisión–. No en vano, cerramos una semana irrespirable en la que el PP ha llamado "terrorista" al padre de un vicepresidente del Gobierno, al que Vox vincula con ETA. Pero no son sólo palabras, gestos, desplantes, faltas de respeto y tuits altisonantes. La polarización también es social. Y está por las nubes.

Es una tendencia que viene de atrás. "La polarización política y social ya estaba ahí. ¿Qué ocurre ahora? Que el populismo identitario, el que señala siempre el problema en el que está en frente, encuentra un filón en la inseguridad de la gente, sobre todo las clases más populares. La crisis sanitaria que ahora se convierte en económica se convierte en un nuevo activador ", señala Juan Miguel Becerra, director de SW Demoscopia. Coincide el politólogo Pablo Simón: "La música es la misma, pero la letra es nueva". Es decir, el coronavirus irrumpe en un panorama ya marcado por la polarización, lo que la hace aún más peligrosa. "La distancia ideológica ha ido creciendo a medida que los extremos han sido fuertes. A raíz de las elecciones de noviembre, con mayor presencia de Vox, más aún. Y partimos de que España está más polarizada que otros países porque tenemos dos turbinas. Una, el eje izquierda-derecha. Dos, el tema territorial. Las dos se retroalimentan en una dinámica de polarización in crescendo que hace que no haya sólo polarización política, sino también afectiva. Los rechazos cruzados son cada vez mayores", añade Simón.

Veamos los datos de rechazo a Pedro Sánchez. Si 1 es "muy mal" y 10 es "muy bien", en noviembre de 2019, antes del coronavirus, el 45,4% de los votantes del PP y el 70,2% de los de Vox ya calificaba como "muy mala" la actuación del presidente. En mayo, con la crispación ya disparada y las primeras eclosiones de malestar callejero, el porcentaje de los votantes del PP que dan un 1 a Sánchez se quedó en un 46,6%. En el caso de los de Vox, un 64,3%. Es decir, la polarización está disparada, sí. Y no sólo por este dato, sino por otros muchos. Pero ya lo estaba antes del coronavirus. Dicho de otro modo, ya había gasolina en el suelo.

La gasolina ha ido formando un charco durante casi una década de crisis económica y casos de corrupción. Ha seguido subiendo con el bloqueo político, las repeticiones electorales y las campañas basadas en el "o yo o el caos". Hay informes que acreditan llamas antes incluso de la pandemia. España ya era el país más polarizado de Europa antes del coronavirus, según el artículo How Ideology, Economics and Institutions Shape Affective Polarization in Democratic Polities, de Noam Gidron, James Adams y Will Horne, que analiza datos entre 1996 y 2015 y apunta al impacto de la crisis económica anterior como causa principal. Después irrumpió Vox. En resumen, ya había fuego antes del covid-19. La diferencia es que ahora la pandemia echa leña a ese fuego. Y la polarización se traduce cada vez más expresivamente en el debate político diario, lo que a su vez la puede reforzar. El pacto se hace casi imposible, en parte porque los electorados no se muestran proclives. 

La fotografía del CIS

La fotografía del barómetro de mayo de 2020 nos muestra marcados a hierro por la adscripción no ya política o ideológica, sino incluso partidista. La división es patente. La crisis preocupa más a la izquierda que a la derecha. Las medidas tomadas por el Gobierno son consideradas más innecesarias a derecha que a izquierda. El confinamiento se ha convertido en una especie de fetiche político, con propiedades atribuidas diferentes según la óptica partidista. Los que se ubican en la izquierda apuestan por mantener el confinamiento en porcentajes altos, en torno al 70%. En el extremo opuesto, los porcentajes bajan a mínimos de hasta el 27,5%.

La "polarización afectiva" se observa en múltiples indicadores. Suele utilizarse para medirla el porcentaje de electores de un partido que dicen que "nunca" votarían a otro. En mayo, un 49,4% de los votantes del PP decían que "nunca" le darían su voto al PSOE. De Vox, un 70,9%. El 75,6% y el 78,4% de los votantes de PP y Vox, respectivamente, "nunca" votarían a Unidas Podemos. El rechazo encuentra respuesta al otro lado del arco político. El 53,4% de los votantes del PSOE "nunca" votaría al PP, porcentaje que se va al 82,6% en el caso de Vox. El 70,9% de los votantes de Unidas Podemos jamás daría su apoyo al PP y el 98,2% nunca a Vox.

Son cifras altas, pero dentro de un largo periodo de polarización elevada, a su vez recrudecida por la aparición de Vox, que rechaza a la izquierda en la misma medida en que genera su rechazo. El sociólogo Jaime Aja señala que indicadores como la determinación de no votar "nunca" a un partido como la valoración bajísima exigen una lectura matizada por un motivo: la irrupción de Podemos –Unidas Podemos ahora– y de Vox, como fuerzas más a la izquierda y la derecha que PSOE y PP, matizan las opiniones sobre los partidos más moderados de cada bloque, por alejado que uno esté de ellos. Es decir, si uno sitúa a Vox en el 9, en un eje de izquierda a derecha en el el que 1 es extrema izquierda y 10 extrema derecha, es imposible situar al PP en el 9, cosa que sería sería posible si no existiera Vox.

Rechazo al acuerdo

El problema, indica Simón, es que se han formado "bloques" marcados por el partido que los del bloque contrario identifican como el más radical. Esto tiene una primera consecuencia: los electores de los partidos de izquierdas expresan un rechazo absoluto por uno de los partidos del lado contrario, que acaban haciendo extensivo también al vecino ideológico de este. Saltan así los puentes y se activa el círculo vicioso de la polarización. Igual ocurre de derecha a izquierda.

Añade Simón otro agravante: "Además de este rechazo cruzado, se crea una competencia entre los partidos del mismo bloque, con lógicas de rivalidad interna. Todo esto ayuda a que los bloques no se muevan y se exacerben las dinámicas de polarización, más aún desde que Ciudadanos, que era en teoría el de en medio de un sistema de cinco, decidió situarse en uno de los bloques".

La distancia entre los "bloques" de los que habla Simón hace muy difícil, incluso inviable, el pacto. Así lo demuestran adelantos y repeticiones electorales. Hay datos en las encuestas que animan más a volar puentes que a construirlos. Más a confrontar que a llegar a acuerdos. Los dirigentes del PP y Vox, que compiten entre sí, saben que sus votantes consideran especialmente nefasto a Iglesias. Y ponen el foco sobre él. La respuesta es poner el foco en Abascal, rechazado por los votantes de izquierdas. Se activa una espiral de confrontación alimentada por televisiones y redes sociales. Los analistas discrepan sobre si el sentir general es más causa o más consecuencia del comportamiento de los partidos, y viceversa. Lo cierto es que el 86,2% de los votantes del PP tiene "ninguna" o "poca" confianza en el Gobierno. El porcentaje roza el 90% en el caso de Vox. Esto es así hasta el punto de que Vox es el partido de ámbito estatal en el que un mayor porcentaje de electores creen que las medidas las deben tomar las comunidades autónomas, cosa llamativa cuando la formación de Santiago Abascal aspira a su desaparición.

En un momento de grave crisis sanitaria, preludio de una crisis económica y social que empieza a asomar las orejas, el 95,3% de los votantes sienten "poca" o "ninguna" confianza en Sánchez. El porcentaje sube hasta el 96,6% en Vox. Hay un indicador que se ha movido significativamente. El 95,1% de los electores del PSOE tienen "poca" o "ninguna" confianza en Pablo Casado. El porcentaje se acerca al 99% en el caso de los votantes de Unidas Podemos.

En abril, todavía un 74% de los votantes del PP y un 68,7% de los de Vox creían que había que "apoyar al Gobierno y dejar las críticas para otro momento". En mayo esos porcentajes han caído hasta el 45,6% y el 40,4%, respectivamente. Recordemos: no ha empeorado mucho la opinión sobre Sánchez, que ya era entre mala y pésima. Lo que se ha deshecho durante el estado de alarma son los propósitos de arrimar el hombro. El respaldo a apoyar al Gobierno ha caído en un mes 28,4 puntos entre los electores del PP y 28,3 entre los de Vox. Estos datos, lógicamente, los conocen en el PP y en Vox. ¿Diría el lector que predisponen favorablemente a sentarse a hablar de "reconstrucción" del país?

Se ha activado un rechazo a las medidas del Gobierno que parece vinculado, más que a la medida en sí, a quien la adopta. Un dato. En abril, cuando las críticas al Ejecutivo se centraban en su reacción tardía y todavía no en el supuesto abuso de poder a través del estado de alarma, los votantes de Vox eran los más partidarios e todos los partidos de ámbito estatal de prohibir la salida a la calle. Un 63,7% de los votantes de la formación ultraderechista respondía estar de acuerdo con que en España "no se permitiese salir a la calle y que las medicinas y suministros alimentarios se llevaran a las casas por personal especializado, como se ha hecho en China". Ahora sus líderes salen a la calle al grito de "libertad" contra el "gobierno socialcomunista" y "totalitario", en discurso de inspiración integrista.

"Polarización afectiva"

En octubre de 2007, el CIS ya ponía números a la antipatía que generaban los líderes políticos. Un 35,6% de los votantes del PP consideraban "muy mal", dándole 0 o 1 puntos, a José Luis Rodríguez Zapatero. El presidente entre 2004 y 2008 no era precisamente santo de la devoción de la derecha española. Pero nada que ver con el rechazo actual. El 46,6% de los votantes del PP le dan ahora a Sánchez un punto, el mínimo, que se considera "muy mal". Pero es que a su derecha está Vox, cuyos votantes le dan esta nota en un 64,3%. Se trata, reflexiona Pablo Simón, de eras políticas distintas. "La existencia de dos grandes partidos generaba competición centrípeta, al contrario que ahora", señala el politólogo. El sociólogo Jaime Aja añade: "Antes la idea era que había un votante de centro que iba oscilando y que había que buscar y convencer. Ahora, al haber más oferta, todos los partidos están obsesionados con movilizar a su propio electorado, sin ir más allá".

Todos los consultados afirman que el multipartidismo no lleva necesariamente a la polarización, pero hasta la fecha sí la ha alimentado en España, con poca tradición de coalición y pacto. Está por ver si con el tiempo caen los vetos y los bloques. De momento, la irrupción de Vox ha agravado el problema, según el politólogo José Rama Caamaño, profesor de métodos cuantitativos en Kings College London. "La polarización ha crecido de forma notable entre el electorado español. Más aún, lo que ha crecido es la polarización afectiva, sobre todo con la llegada de Vox, que bien pudo canalizar la polarización ya existente o servir como motor polarizador, aunque ya se venía observando con anterioridad". Y añade: "Los empresarios de la política, en el caso español Vox, perciben que hay un fallo en la oferta partidista para atender a las demandas de la sociedad y lanzan su opción partidista. En España se había abierto una brecha en el flanco derecho del PP, sobre todo motivado por el conflicto territorial y el proceso secesionista catalán, que, pese a las barreras del sistema político español, ha sido aprovechado por Vox, hoy tercera fuerza en el Congreso de los Diputados con un 15" del voto".

Redes sociales

¿Cómo hemos llegado a tal grado de polarización? Se suman muchos factores. El estudio All for all: equality, corruption and social trust, de Eric M. Uslaner, Bo Rothstein, frecuentemente citado, ha conectado corrupción con polarización. "Cuando la gente piensa que el único camino hacia la prosperidad es a través de la falta de honradez, las tensiones sociales entre los de arriba y los de abajo se acentúan", señala. También hay causas tecnológicas. Acaba de causar un revuelo la noticia de The Wall Street Journal de que Facebook tuvo plena constancia de la polarización que alentaba, aunque ignoró los informes. La estrategia de la división –con o contra, todo o nada, conmigo o contra mí– ha resultado rentable para todos sus impulsores: medios y partidos. Un estudio de la BBC vincula la difusión de notificas falsas con el auge de ideas nacionalistas, que se adaptan como anillo al dedo a la inmediatez y la emocionalidad de las redes. Otro del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) ha comprobado que las noticias falsas se difunden más y más rápidamente que las noticias de verdad. Un estudio del periódico Folha de S. Paulo concluyó que el 97% de las noticias compartidas por Whatsapp por los seguidores de Jair Bolsonaro en Brasil durante la campaña de las elecciones eran mentiras o distorsiones. La vinculación del éxito de Trump con la difusión de contenido dudoso está acreditada por numerosos informes, como Trump 2016, ¿presidente gracias a las redes sociales?Trump 2016, ¿presidente gracias a las redes sociales?, del profesor Roberto Rodríguez Andrés. Los polarizadores y difusores de bulos juegan en casa. Y es obvio que, sobre esta base, es más complicado establecer consensos constructivos.

Las posibilidades de segmentación de audiencias-electorados y elaboración de mensajes para nichos cada vez más concretos se ha adueñado de las campañas. El catedrático de Sociología Xavier Coller ha citado entre los factores desencadenantes de la polarización y la desafección lo que él llama la "espectacularización de la política", sometida al ritmo de las tertulias y las redes sociales y a la exigencia de los clics y las audiencias.

Más partidos, más volatilidad

Hay más medios y más partidos, aunque más pequeños que antes. Se aleja la posibilidad de tener un 40% del voto o de la audiencia, con lo cual se hace menos necesario un gran discurso para todos. A menudo se habla para los más cafeteros. Hay que centrarse en retener a tu audiencia, a tu electorado. "Esto ha generado una dinámica de retroalimentación brutal. Históricamente a habido una idea muy extendida: que hay una gran masa moderada y el resto es excepcional. Eso ya no es así. Hay muchos grupos muy radicalizados. Esto tiene que ver con la clase media, que se ha venido abajo con la crisis de 2008 y ha agriado mucho a la opinión pública", explica Oriol Bartomeus, que ha estudiado a fondo el fenómeno de la volatilidad electoral. A su juicio, la idea de que unos líderes irresponsables alientan al "hoolinganismo" a unas pequeñas bases es errónea. Simón destaca la crisis y la corrupción como motores de la polarización. Pero la inserta en una corriente más amplia: la pérdida de poder de los "cuerpos intermedios": partidos de masas, sindicatos de clase, grandes medios de comunicación...

Hay cada vez, sobre todo en la población más joven, lo que Bartomeus llama "fanáticos efímeros", es decir, población convencidísima de una idea, hasta el punto de no negociarla con nadie, hasta que la abandona y se hace convencidísima de otra. Esta volatilidad se ha extendido a los partidos políticos. Bartomeus ha estudiado el fenómeno a lo largo del todo el periodo democrático en Cataluña en su ensayo El terremoto silencioso, editado por el CIS. Su estudio desvela cómo con el paso de las generaciones se ha ido pasando de un elector lento, fiel, que se inclinaba fundamentalmente por partidos históricos, que se dejaba arrastrar por dinámicas observables y predecibles, se ha pasado a un votante rápido, tornadizo, que amplía su abanico de posibilidades, que toma la decisión ante la urna y que, nada más votar, ya no se siente concernido por su decisión. Cada generación es más volátil que la anterior, según la investigación de Bartomeus. Y los partidos tienen cada vez más electorado volátil que atender. En paralelo ha ido creciendo la desafección, fenómeno conectado con la polarización. La primera está disparada. En diciembre de 2019, última vez que el CIS incorporó el dato, un 49,5% consideraba que "los políticos en general, los partidos políticos y la política" eran uno de los tres principales problemas del país, un récord absoluto desde el inicio de la serie.

También han contribuido a la polarización, según los estudios y expertos consultados, fenómenos como las generalización de las primarias y el carrusel de elecciones generales. 2019 fue el primer año desde 1872 en que hubo dos generales en un mismo año natural en España. Fue la segunda vez que se sacaban las urnas dos veces en menos de 12 meses, ya que hay que recordar que las elecciones de 2016 ya fueron menos de 12 meses después que las de 2015. A menudo los candidatos, no sólo Sánchez tras la foto de Colón o Rajoy en pleno auge de Podemos, hacen campaña sobre el temor de su electorado al candidato en sus antípodas ideológicas, en el que personifican al resto de adversarios. Eso funciona. En cambio, no acertaron los que creyeron que en las elecciones de 10 de noviembre del pasado año habría una gran pasarela de voto de Cs hacia el PSOE. Eso a su vez desincentiva las estrategias en búsqueda del voto moderado. Círculo vicioso.

Riesgo de "quiebra o desgaste"

Este es el panorama con con el que España afronta una crisis de dimensiones todavía desconocidas, pero que se prevé histórica. Los investigadores consultados no se muestran optimistas sobre los efectos en el tejido social. "Bajo un clima polarizado (dividido y confrontado) ciertas formaciones gozan de un campo de cultivo más proclive para obtener réditos electorales (aún a costa de ir en contra del interés nacional)", señala Rama Caamaño, profesor de métodos cuantitativos en Kings College London. ¿Y le ve riesgos? "Los riesgos propios de sistemas de partidos altamente fragmentados y polarizados: una quiebra o desgaste de la democracia. No en vano, el propio Vox ha canalizado (y movilizado) a electores con posturas no democráticas", responde. Pablo Simón también observa la situación con preocupación. "Nunca hemos tenido una crisis así, sanitaria y económica a la vez. Aún no sabemos qué va a resultar, pero sí que tenemos un gobierno inestable y mucha polarización", señala.

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Simón subraya un hecho que muestra hasta qué punto serán difíciles pactos y entendimientos. "No ha habido discusión a fondo sobre las políticas. Se rechazan en función de quién las hace. Le niegas todo al de enfrente", señala. El colmo está en la negación de la legitimidad democrática del Gobierno, idea acariciada por PP y Vox desde el acuerdo de PSOE y Unidas Podemos pero ya expresada sin tapujos. Se trata de un "gobierno socialcomunista" y "totalitario", reiteran dirigentes del PP y Vox. Ambos partidos manejan con soltura la idea de que el Gobierno es "dictatorial" o toma medidas "dictatoriales", en línea con las manifestaciones iniciadas en el barrio de Salamanca. La acritud del debate crece por días. La portavoz parlamentaria del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, llamó desde la tribuna del Congreso "terrorista" al padre del vicepresidente Iglesias, que militó en el FRAP. Iglesias ha acusado a Vox, también en el Congreso, de desear dar un golpe de Estado. La oposición alienta la idea de que el Gobierno es responsable de los muertos por coronavirus. Y no sólo políticamente, también penalmente. Abascal dice que el Gobierno es "ilegítimo" y va "camino de ser ilegal". Y vincula a Pablo Iglesias con ETA. "Hoy se cumplen 29 años del atentado contra la casa cuartel de Vich. ETA asesinó a diez personas, cinco niños. 200 kg de explosivo. Años después, el ahora vicepresidente alabó la 'perspicacia' de la banda terrorista ETA. Iglesias es un peligro para España y para la Libertad", escribió este viernes en Twitter.

Juan Miguel Becerra (SW Demoscopia) tiene claro que la actual situación de crispación tiene potencial para beneficiar al populismo identitario de Vox. "Un votante con inseguridad, con picos de ansiedad, con gran preocupación, puede empezar a prestar atención a discursos a los que no se la había prestado nunca", señala. Y advierte: "El populismo de derechas, con su discurso contra las élites, puede dar un salto en envergadura si es capaz de pescar en las aguas de los que menos tienen".

Becerra indica que aún quedan muchas incógnitas por despejarse: si Cs consolidará su giro al centro aprovechando ese espacio –indica que con los datos demoscópicos de los que dispone tiene alicientes para hacerlo–, si las medidas del Gobierno lograrán paliar el descontento social... A su juicio, la polarización y la desafección son potencialmente más amenazantes para la izquierda, cuyo electorado es más permeable al hartazgo en situaciones de ruido y furia a todas horas. Becerra pone el dedo sobre un dato del último CIS. El 6,3% de los votantes del PSOE se abstendrían ahora, más de un punto por encima que cualquier otro partido estatal. Cuando se acerquen las urnas, es previsible que todos los partidos teman la desmovilización de su electorado. ¿Y cuál es la fórmulas más utilizada para evitar la desmovilización? Exacto: polarizar. Y lo seguirá siendo mientras los votantes respondan.

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