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En Transición

"Sin partido no hay gobierno". Ni oposición

El entrecomillado del titular es una de las sentencias que Egea clamó el sábado en la convención del Partido Popular, aunque es una vieja proclama que todo el que haya tenido responsabilidades orgánicas en un partido conoce bien. Lo que sigue es pura deducción, y algo que me preocupa sobremanera.

No hay que bucear mucho en las profundidades de la filosofía política para constatar la importancia que una buena oposición tiene en democracia. Las democracias se sostienen en un equilibrio de pesos y contrapesos, de controles y rendición de cuentas, de cuya eficacia depende en buena medida la calidad del sistema. De esto se habló, mucho y muy bien, el pasado viernes en el seminario sobre evaluación, rendición de cuentas y transparencia organizado por el Máster en Evaluación de Programas y Políticas Públicas que dirige la profesora María Bustelo en la Universidad Complutense de Madrid (el seminario puede verse aquí).

Con estas ideas dando vueltas por la cabeza resulta preocupante ver lo que ha pasado en la convención del Partido Popular. Cualquier demócrata, independientemente de a quién vote, necesita de un buen gobierno, y de una excelente oposición, algo que llevamos años echando en falta, al menos por parte de quien debería liderarla.

El manual dice que estas convenciones tienen siempre dos objetivos: el interno, dirigido a cohesionar el partido y rearmarse ideológicamente con líneas estratégicas que permitan afrontar los retos del siguiente periodo político (en este caso, la segunda parte de la legislatura, dure lo que dure); y el externo, enfocado a visibilizar unidad, fortaleza y apuestas de futuro.

El primero ha sido el protagonista en esta convención y tenía como fin único reafirmar el liderazgo de Pablo Casado. Sin embargo, pese al obvio desfile de antiguos líderes y lideresas –que no acudieron al acto final–, es muy difícil poder calificarlo de éxito viendo, día sí y día también, en todas o casi todas las televisiones, la gira estadounidense de Ayuso. (Por cierto, ¿qué hubiera pasado si esa misma tourné la hubiera llevado a cabo el catalán Pere Aragonés?). La presidenta madrileña ya no sólo confronta con Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, sino con el propio papa, a quien, como es sabido, muchos conservadores consideran excesivamente izquierdista, y en círculos de la extrema derecha es calificado directamente de "Anticristo". Mientras Casado recorre España y cruza elogios con un Sarkozy condenado ya varias veces por corrupto, Ayuso salta a la escena internacional jaleada por los medios adeptos. Por si fuera poco, la presidenta madrileña llegó a la cita de Valencia a última hora, dejándose ver, rodeada de militantes al grito de "¡presidenta!", y con todos los objetivos y micrófonos apuntándole. Optó por lo más inteligente y pensó en el elefante cuando le dijo a Casado que sabía que Madrid era su sitio. Respiraron aliviados unos y otros, que escuchaban evidentemente atemorizados a la presidenta. Pero por muy bien que los spin doctors y los expertos en comunicación política preparen la escenografía, los gestos, las miradas y las muecas son reveladoras. El Partido Popular sigue instalado en una crisis de liderazgo que estallará cuando llegue el momento. La convención no ha servido para cerrar la partida, sino para colocar las piezas.

El segundo objetivo, el mensaje hacia el exterior, es difícil de calificar viendo el rosario de lo que unos llaman "errores" y otros simples "tropezones". De la reprimenda a quienes "votan mal" de Vargas Llosa a la crítica a las autonomías del fundador de Vox Vidal Quadras, pasando por la constatación de que "la judicatura es mayoritariamente facha" según Enrique López, o la segunda condena a Sarkozy por corrupción, no ha habido día sin sobresalto. Tanto, que la denuncia de Paula Gómez de la Bárcena, directora de Inspiring Girls, advirtiendo a los organizadores de la Convención de que hicieran el favor de buscar mujeres para intervenir en las mesas –lo que supone todo un escándalo– quedó eclipsada de inmediato.

Puede aducirse que todos estos resbalones se han producido por personas de la periferia del PP, así que conviene fijarse en el discurso final de Casado para hacernos una idea de lo que ha supuesto la convención. Duras críticas al Gobierno, y en especial a las políticas de transición ecológica, de igualdad y de diálogo, resolviendo así el dilema que tenía sobre la mesa: el Partido Popular de Casado opta por acercarse a Vox, sin confrontar con él, intentando achicarle su espacio pero sin hacerle daño. Si las cifras dan, tocará gobernar juntos.

Entre las propuestas, familia (así, en singular), empleo e institucionalidad, todas ellas empapadas de una buena dosis de pensamiento mágico. ¿Cómo piensa Casado bajar los impuestos y aumentar a la vez la protección social a las mujeres cuando se quedan embarazadas? ¿Qué va a hacer con quienes, por voluntad propia, deciden no seguir adelante con su embarazo y con la ley que les ampara? ¿Cómo piensa poner puertas al campo de la migración? ¿Y abaratar la factura de la luz, cuando sabe perfectamente que no estaría en su mano? ¿Y resolver el lío catalán con más mano dura? Quizá haya olvidado el resultado que obtuvo el PP en las últimas elecciones catalanas, donde tan sólo obtuvo 3 diputados. ¡Un partido que aspira a gobernar España! En el discurso de Pablo Casado las mujeres son consideradas solo como madres y para garantizar su maternidad; el empleo se supone que se crea dando libertad a las empresas; y la institucionalidad consiste en anular los indultos de los presos del procés.

Más allá de lo que cada cual opine de este diagnóstico y de las propuestas, lo que inquieta es comprobar la nula capacidad tanto de crítica al actual Gobierno como de proyecto propio. ¡Como si no hubiera flancos por los que ejercer la oposición al Gobierno y margen para articular propuestas en todos los frentes!

Ganar en los juzgados lo que no se ganó en las urnas

El Partido Popular no sale fortalecido de la convención. Ni se ha asentado el liderazgo de Casado, ni han dibujado las líneas maestras de oposición (más allá de la patada p'arriba habitual), ni las propuestas de futuro sobre las que trabajar los próximos años. Habrá quien piense que esto es un problema para los conservadores, que acabarán pagando su falta de perspectiva. Pero la cuestión es más grave. Los partidos políticos son criaturas extrañas: de naturaleza jurídica privada desempeñan funciones públicas importantísimas en democracia. Si no las ejercen, o las ejercen mal, es el conjunto del sistema el que se resiente. Sin un proyecto político consistente el Partido Popular no puede aspirar ni al gobierno ni a ejercer la oposición. Esto explica actitudes como los continuos bloqueos a la renovación de órganos constitucionales, la estrategia de ahogar los debates parlamentarios con descalificaciones de trazo muy grueso, y una continua apelación a la ilegitimidad del Gobierno.

Al margen, pues, de las preferencias políticas de cada cual, cualquier demócrata sabe que tendrá mejor gobierno en la medida en que tenga mejor oposición, y que sin ella el Ejecutivo puede estar siempre tentado a deslizarse por sendas resbaladizas.

Mientras en las universidades, los think tanks y las organizaciones de la sociedad civil hablamos de transparencia, participación y rendición de cuentas con sofisticados mecanismos para afinar cada vez más los pesos y contrapesos, una de las primeras fuentes de control, la que debería ejercer el PP como líder de la oposición, falla por su base. ¡Señorías, sean responsables y cumplan de una vez con su cometido!

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