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El momento 'cool' de Kamala: si sabe de jazz tanto como parece estamos ante una mente compleja (y es bueno)

Kamala exhibe su dotes musicales durante un concierto en el Greek Theater de Los Ángeles en junio de 2023.

Máximo Pradera

Es altamente probable que Kamala Harris se pueda convertir en breve no sólo en la primera presidenta indoafroamericana de la historia de los EEUU, sino en la inquilina de la Casa Blanca de gustos musicales más sofisticados. No he visto nunca en redes un momento más cool (Camilo Sesto lo hubiese llamado un momento que mola mazo) que cuando la vicepresidenta fue entrevistada por un pequeño grupo de reporteros, a la salida de una tienda de discos vintage en Washington DC. Ocurrió el 3 de mayo de 2023, pero el pequeño vídeo, que ella misma se encargó de colgar en su cuenta de Instagram (@kamalaharris), se ha hecho viral ahora que sabemos que va a disputarle la presidencia al energúmeno de Donald Trump. La vice había salido a hacer shopping con motivo de la Small Business Week y eligió una tienda de discos, Home Rule Records (HMR para los melómanos), regentada exclusivamente por afroamericanos y especializada en vinilos de jazz, funk, soul y producciones independientes.

–¿Vicepresidenta, qué ha comprado? – le pregunta a la salida una reportera.

Y aquí llega la primera sobrada de la vice. Kamala le hace un gesto como diciendo no sé si quiero perder el tiempo contigo, gesto que acompaña con una pregunta:

–¿Sabes de música?

El subtexto es muy claro: los discos que acabo de comprar son para connaisseurs, apreciarlos requiere tantos conocimientos de música que solo los empleados friquis de la tienda de vinilos de John Cusack en la inolvidable película Alta Fidelidad serían capaces de entender por qué los he elegido.

La periodista titubea un poco, es como si Kamala la fuera a someter a un examen, pero la curiosidad puede sobre el miedo:

–¡Lo intentaré! – dice, acojonada.

La veep (así llaman en EEUU a todos los vicepresidentes) saca entonces tres vinilos de la bolsa de papel en que se los han envuelto y los va comentando uno a uno. Todos tienen carpetas muy chulas, de un tiempo en que los discos te entraban también por los ojos.

–Lo primero de todo, Charlie Mingus.

Kamala lo llama Charlie, no Charles, que es el nombre con el que firmaba sus trabajos. Está exhibiendo su cercanía y familiaridad con el legendario contrabajista y compositor. Si a Mingus lo llamas Charles es como si a Satchmo lo llamas Louis Armstrong o no sabes que a Charlie Parker hay que llamarlo Bird. Estás fuera de onda. El vinilo que ha comprado la vice es Let my children hear music, pero ella no llega a decir el título, porque considera suficiente el mostrar la mítica carpeta de un álbum del que Mingus dijo siempre que era su obra maestra.

Esto es jazz para entendidos, del que ponía Juan Claudio Cifuentes, Cifu, en Jazz entre amigos. Con cualquiera de las piezas del disco puedes vaciar una discoteca en medio minuto, porque es música sesuda, experimental, jazz para escuchar, como el bebop, no para bailar, como el swing.

¿Estamos asistiendo a una sesión de postureo kamaliano? La pregunta es legítima ya que mucha gente escucha jazz, aunque no le guste, porque le han dicho que es de izquierdas y se niega a ir a la ópera, aunque le guste, porque muchos dicen que es la música de la derechona. Yo mismo, en el Festival de Jazz de Vitoria, al que en tiempos iba todos los años, tuve que aguantar que en un recital de Chick Corea, la novieta que me acompañaba me mirara con odio por haberla arrastrado al concierto y que ante mi negativa a evacuarla del Polideportivo de Mendirrotza y devolverla de urgencia al hotel, no parara de decirme:

–¡No hagas como que te gusta, porque no te estás enterando de nada!

Confieso que sus reproches tuvieron tal fuerza, que aún a día de hoy no sé si me quedé al concierto porque estaba disfrutando o para que los buenos aficionados no pudieran decir al día siguiente:

–¿Pradera? ¡Un cateto! ¡Se salió anoche del concierto de Chick Corea!

Pero lo de Kamala os aseguro que no es postureo, porque en su hogar se respira jazz de la mañana a la noche. Quiero decir jazz de verdad, no tipo Kenny G., como el que tocó Bill Clinton al saxo en el show de Arsenio Hall (una actuación que dicen que le valió la victoria en las elecciones de 1992). El marido de Kamala, el abogado Doug Emhoff, second gentleman de los EEUU, es un auténtico jazz nerd. Tanto es así que a los hijos que tuvo con su primera mujer, Kerstin, (de la que se separó tras ponerle los cuernos con una de las profesoras del colegio de sus retoños) les puso Cole y Ella, en homenaje a John Coltrane y a Ella Fitzgerald. Por cierto que Coltrane también es el músico favorito de Obama, que suele citar A love supreme como su álbum de referencia. Pero lo de Emhoff (que conoció a Kamala en una cita a ciegas), es –como diría el Saza de Amanece que no es poco– auténtica devoción.

El jazz es la banda sonora de mi vida – confesó en una entrevista a The Atlantic en junio de este año.

Heredó la pasión por el jazz de su padre, un real aficionado (para distinguirlo de los que compran jazz por postureo), en cuya discoteca descubrió desde el Giant Steps de John Coltrane al Kind of Blue de Miles Davis.

–Si hubiera tenido más hijos –le dijo al periodista– probablemente los habría llamado Miles, Chet (por Chet Baker) y Betty (por Betty Carter).

Pero volvamos al momento cool de la salida de Kamala de la tienda de vinilos.

–Realmente, uno de los más grandes intérpretes de jazz de todos los tiempos – remata la vice.

La conexión emocional de Kamala con Mingus no es tanto con ese disco en concreto, sino con el propio Charlie.

Porque podría haber añadido:

–Charlie es, además, un mestizo, como yo.

Recordemos que Donald Trump se burló de ella a primeros de agosto, más o menos en estos términos:

¿Es india o es negra? Porque hace un tiempo iba de india, y ahora resulta que es negra.

Charlie Mingus era un afroamericano de piel más bien clara, como su padre, pero no lo suficientemente clara para pasar por blanco entre los blancos ni lo suficientemente oscura para pasar por negro entre los negros. Aunque su padre (que incluso tenía ojos azules) siempre le advertía de que no se mezclara con esos pequeños negratas ignorantes, Mingus se enteró por las malas de que era más negro que blanco cuando una pandilla de mexicanos del gueto de Los Ángeles donde vivía le dio una tunda y lo llamó nigger, que en los EEUU resulta tan ofensivo que incluso cuando se discute el término en público se habla de “esa palabra que empieza con n” (the N-word).

Por si la conexión de Kamala con Charlie vía mestizaje no fuera suficiente, hay que decir que Mingus, en los últimos años de su vida, probablemente para aplacar sus demonios internos, se refugió en el hinduismo. Tanto es así que su viuda, Sue, cumpliendo sus últimas voluntades, esparció sus cenizas en las aguas del río Ganges. No hace falta recordar que la madre de Harris era de Tamil Nadu, el estado más sureño de la India.

Mingus fue conocido como el hombre enfadado del jazz por ser tan colérico en sus modales como genial en sus composiciones. Si hablabas demasiado en un club durante una de sus actuaciones, no solo te increpaba, sino que te perseguía hasta la calle. Si él mismo no estaba a la altura en una actuación, podía cargarse, por rabia, su propio contrabajo. Y si eras un músico de su banda y tenías una mala noche, te daba un puñetazo en la boca, como le hizo a su trombonista de toda la vida, el pobre Jimmy Knepper, que perdió un diente como consecuencia del mingazo y con él, toda una octava de su tesitura.

Los otros dos vinilos que nuestra gran esperanza negra muestra a la reportera son bastante más luminosos que el de la tenebrosa carpeta de Charlie, y los acompaña con estos comentarios:

–Uno de mis álbumes favoritos de todos los tiempos –dice blandiendo la mítica carpeta amarilla de Everybody loves the sunshine, del no menos mítico vibrafonista Roy Ayers–. ¿Lo conoces? ¡Es tan bueno! ¡Es un clásico!

No hay contraplano de la reportera, pero la imaginamos más aliviada, porque la música es mucho más accesible.

–Por último – termina Kamala–, Porgy & Bess. Y esta es una versión muy bonita, con Ella Fitzgerald y Louis Armstrong.

Un periodista irreverente como yo, de haber estado ahí ese día de reportero, le habría dicho a Kamala:

–¡Eh, un momento, conozco ese disco y no es la ópera completa, sólo es un best of de las canciones! ¿Intentando ir a lo fácil, no, vicepresidenta?

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Ahora hablando en serio: ¿por qué es tan prometedor que a la futura presidenta de los EEUU –¡quién puede perder si te respaldan Oprah o Beyoncé!– le fascine una música tan sofisticada como el jazz?

Muy sencillo: los gustos musicales de Kamala apuntan a una mente compleja. Y si para mí hay un cáncer en el mundo de la posverdad que estamos viviendo es el del populismo: vender soluciones sencillas a problemas complejos.

¡Suerte, Kamala!

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