La oposición de los socialistas

Zapatero, todavía en la oposición, saluda en un mitin celebrado en Valladolid el 5 de marzo de 2004.

Soledad Gallego-Díaz

Es difícil pasar de ejercer el poder a encabezar la oposición. En el caso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ese hecho ha sucedido en dos ocasiones y en las dos el tránsito se ha hecho de la peor manera posible, exhaustos, sin liderazgo claro y con fuertes disputas internas. Todo ello influyó para que su papel como líder de la oposición frente a gobiernos del Partido Popular fuera bastante discreto, hasta el extremo de que su vuelta al poder en las dos ocasiones puede atribuirse casi por igual a graves errores de los gobiernos populares como a méritos propios.

En realidad, el PSOE se ha encontrado en la oposición en tres ocasiones desde el inicio de la Transición democrática. La primera duró cinco años, entre las primeras elecciones libres, de 15 de junio de 1977, y la victoria socialista de 1982. La segunda, de casi nueve años, entre la derrota de Felipe González en 1996 y las elecciones de marzo de 2004 que gana el candidato socialista José Luis Rodríguez Zapatero. El tercer período de oposición, que dura siete años, se produce entre las elecciones de 2011, que gana por mayoría absoluta Mariano Rajoy, y la exitosa moción de censura presentada por el polémico secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, el 31 de marzo de 2018.

Ese último periodo coincidió con un profundo cambio en el mapa político español, con la aparición de dos nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, ambos disputando el voto socialista y centrista que había reclamado el PSOE desde 1977. Los años 2014-2018 fueron, probablemente, los de mayor confusión en el Partido Socialista, con una dura batalla, no solo por el liderazgo interno, sino también entre dos visiones distintas sobre el papel que debía jugar el PSOE al frente de la oposición, en un momento de crisis institucional provocada por el llamado procés catalán. El liderazgo de Pedro Sánchez, elegido secretario general en 2014, fue convulso: fue obligado a dimitir en 2016 y volvió a ser elegido en 2017. Con su regreso a la secretaría general, el PSOE se abrió a una nueva política de alianzas, rechazada aún hoy por importantes personajes socialistas como Felipe González.

En realidad, el primer período y los dos siguientes no se parecen en nada. En 1977, el Partido Socialista acababa de salir de la clandestinidad y en las primeras elecciones libres desde la Guerra Civil obtuvo el claro encargo de dirigir la oposición y presentarse como única alternativa viable. Este período opositor tuvo, sin embargo, dos etapas muy diferentes: una, caracterizada por los Pactos de la Moncloa y por la necesidad de llegar a un consenso constitucional y otra, marcada por la presentación de una moción de censura, en 1980, en la que ya se plantea, con toda fuerza, la necesidad de proceder a la alternancia política, se dibuja un programa electoral claro y se inicia una dura dialéctica contra Adolfo Suárez.

La vuelta al poder en las dos ocasiones en que el PSOE lo ha perdido puede atribuirse casi por igual a graves errores de los gobiernos populares como a méritos propios

Para Felipe González y el equipo director de aquel joven Partido Socialista estaba claro que la política de oposición no debía poner en peligro el proceso democratizador ni la recuperación económica, pero sí debía aprovecharse para reunificar todas las fuerzas socialistas, es decir, absorber al Partido Socialista Popular, dirigido por Enrique Tierno Galván, y a los restos de otras formaciones menores. El PSOE contaba para ello con el liderazgo claro de González, un equipo cohesionado y ayuda por parte de importantes partidos socialdemócratas europeos. González aprovechó también muy rápidamente esta primera etapa de oposición para redefinir su partido, alejándole de posiciones marxistas.

Todo cambió tras la aprobación de la Constitución y las elecciones de 1979, en las que tanto UCD y Adolfo Suárez como Felipe González y el PSOE plantearon discursos de un dramatismo desconocido hasta ese momento. El PSOE se convirtió en un “peligro rojo” y Suárez, en alguien “incompatible con los avances democráticos”. El PSOE plasmó su nueva estrategia de oposición con la presentación de la moción de censura de mayo de 1980. Las alianzas no permitían a los socialistas pensar en una eventual victoria, pero la moción sirvió para presentar a Felipe González como una figura presidencial, capaz de hacerse cargo de los problemas económicos y sociales del país y de impulsar un avance democrático, mientras que Suárez quedó dibujado como alguien incapaz de hacer frente a los nuevos tiempos.

La moción de censura dio paso a un periodo de gran dureza, en un momento además en el que se producían importantes rupturas internas en UCD y todo ayudaba a promover una gran inestabilidad política. El PSOE se esforzó en presentarse como la alternativa segura y todo el esfuerzo se centró, no tanto en desautorizar a Suárez, como en afianzar su propio proyecto y la imagen presidencial de González. Cuando se produjo la dimisión de Adolfo Suárez y el fracasado golpe de Estado de 1981, los electores tenían claro que el PSOE era la mejor y la más clara opción y le dieron al líder socialista una formidable victoria.

Tras la derrota de 1996

Pasaron casi 14 años antes de que el PSOE perdiera el poder y regresara a la oposición. Y lo hizo ya en esa ocasión de la peor manera posible. La retirada de Felipe González encontró al partido inmerso en varios casos de corrupción, con fracciones internas enfrentadas y sin un liderazgo claro. De hecho, no existió una oposición real al gobierno de José María Aznar hasta casi su segundo mandato.

Desde 1996, en que los socialistas perdieron las elecciones por solo 15 escaños, hasta la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la secretaría general del PSOE en el congreso de 2000, pasaron cuatro años en los que el partido cambió dos veces de liderazgo (Joaquín Almunia y Josep Borrell), se vio agitado por fuertes disputas internas y no fue capaz de diseñar una política de oposición clara. En las elecciones generales en marzo de 2000, tuvo que ser Almunia quien acudiera como cabeza de lista socialista y con una apresurada estrategia de “pacto para gobernar” con el Partido Comunista que tuvo un pésimo resultado, el peor registrado por el PSOE hasta ese momento.

Almunia presentó inmediatamente su dimisión y una comisión gestora convocó el Congreso extraordinario en el que compitieron por la secretaría general José Bono y José Luis Rodríguez Zapatero. ZP, como se le conoció muy pronto, obtuvo la mayoría con un discurso integrador y pacificador, que desarrollaría inmediatamente, tanto como responsable del partido como en su condición de jefe de la oposición parlamentaria. Su principal característica fue lo que él mismo denominó oposición tranquila, con la que se enfrentó al segundo mandato de José María Aznar (con mayoría absoluta en el Congreso). El nuevo talante de Rodríguez Zapatero se plasmó en la oferta de varios pactos de Estado al PP, uno de los cuales fue el Pacto Antiterrorista, firmado en diciembre de ese mismo año 2000. Poco a poco, sin embargo, la oposición ejercida por Zapatero fue adquiriendo mayor empuje.

Zapatero cambió radicalmente de tono como consecuencia del apoyo prestado por Aznar a la invasión de Irak y el envío de tropas españolas a aquel país. El líder socialista desplegó toda la energía de su partido para movilizar a la ciudadanía en contra de estas políticas y el 15 de febrero de 2003 se produjo en Madrid la mayor manifestación conocida hasta ese momento, con entre 1,5 y dos millones de personas que marcharon tras el cartel “No a la guerra”. Aznar renunció a presentarse a un tercer mandato y dejó el partido en manos de Mariano Rajoy. Los atentados yihadistas del 11 de febrero de 2004 y la insólita actuación del gobierno del Partido Popular, intentando ocultar esa autoría, ayudaron a sacar al PSOE de la oposición y a impulsar a Rodríguez Zapatero a la presidencia del Gobierno.

Una vez más, el nuevo período de gobierno socialista, que había conseguido un éxito tan importante como el definitivo abandono de las armas por parte de ETA y notables avances en el reconocimiento de derechos de las minorías, acabó, sin embargo, mal, con fuertes divisiones internas y sin una sucesión clara. Zapatero abandonó el poder a finales de 2011, tras unos pésimos resultados en las elecciones municipales, en medio de una enorme crisis económica, una fuerte agitación social no reconocida a tiempo y sin un relevo claro. El Comité Federal del partido propuso como candidato en las inmediatas elecciones generales a Alfredo Pérez Rubalcaba, que aceptó el reto sabiendo que no tenía posibilidades de ganar. Pese a esa derrota, Pérez Rubalcaba se presentó inmediatamente después como candidato a la secretaría general, frente al sector que deseaba una renovación profunda de las estructuras del partido e impulsaba la candidatura de Carme Chacón.

En la oposición desde 2011

El Partido Socialista se encontró en la oposición, con un líder tradicional y con un mapa político profundamente cambiado, en el que el movimiento del 15-M marcaba ya la aparición de una nueva izquierda, muy crítica con el PSOE, que poco después dio origen a Podemos, un nuevo partido liderado por Pablo Iglesias. El Partido Socialista seguía siendo el líder de la oposición al gobierno de Mariano Rajoy, pero todas sus fuerzas estaban más dedicadas a la batalla interna por lograr resituar al partido y generar un nuevo liderazgo que a encontrar la vía para derrotar electoralmente al PP.

Habrá que esperar a una nueva etapa de la oposición, llegado el momento, para comprobar si los nuevos dirigentes han corregido errores pasados

La izquierda no sabe comunicar

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Los inesperados buenos resultados de Podemos en las elecciones europeas de mayo de 2014 llevaron a Rubalcaba a presentar la dimisión, que retrasó dos meses para no interferir con la abdicación de Juan Carlos I. El Partido Socialista seguía en la oposición y sin líder. Y así siguió hasta prácticamente 2018 porque, aunque se eligió nuevo secretario general, las luchas internas y enfrentamientos entre distintas visiones sobre posibles alianzas impidieron, una y otra vez, llegar a acuerdos duraderos y el ejercicio de una oposición sólida. El proceso de sucesión se llevó a cabo en un conflictivo congreso en el que Pedro Sánchez se impuso a Eduardo Madina, gracias al apoyo de los socialistas de Andalucía, dirigidos por Susana Díaz, y de la mayor parte del aparato burocrático del partido. La oposición ejercida por Sánchez se centró en la debilidad del gobierno de Mariano Rajoy, paralizado ante el llamado procés catalán, y sumido en multitud de casos de corrupción. Aún así, ofreció en octubre de 2017 el apoyo del PSOE al gobierno del Partido Popular para la aplicación del artículo 155 de la Constitución y la intervención de la Generalitat de Cataluña. Sin embargo, tras el mal resultado en las elecciones generales de junio de 2016, las discrepancias internas volvieron a expresarse con toda virulencia. Sánchez se negó a aceptar la opinión mayoritaria del Comité Federal de abstenerse para facilitar un nuevo gobierno de Mariano Rajoy y se vio obligado a dimitir como secretario general y como diputado y durante más de un año la oposición socialista quedó totalmente diluida. Sánchez regresó a la secretaría general gracias al apoyo directo de la militancia y empezó inmediatamente a establecer nuevos contactos y acuerdos, no solo con el tradicional Partido Nacionalista Vasco, sino también con las fuerzas independentistas que habían protagonizado el procés y con el principal partido a su izquierda, Podemos. Cuando se produjo la sentencia que condenaba al propio Partido Popular por corrupción, el líder de la oposición optó rápidamente por presentar una moción de censura que obtuvo los apoyos necesarios y los mantuvo en las elecciones posteriores, de manera que acabó con el tercer período de oposición del PSOE y regresó a la Moncloa. Habrá que esperar a una nueva etapa en la oposición, llegado el momento, para comprobar si los nuevos dirigentes han corregido errores pasados.

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Soledad Gallego-Díaz es periodista y fue directora de ‘El País’ entre junio de 2018 y junio de 2020.

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