Paternidad Real

Los acontecimientos indican que el rey emérito es un problema para su hijo, el rey Felipe VI, y no por ser “demérito”, sino por ser su padre.

Padre e hijo no pueden encontrarse por “razones de trabajo”, como tampoco pudieron compartir escenario en la proclamación del heredero como rey en junio de 2014. Entonces no se sabía mucho sobre las actividades del rey emérito que ahora sí se conocen públicamente, pero, por una razón u otra, se decidió que no lo acompañara en la ceremonia, ni como antecesor ni como padre. Justo lo mismo que ahora, que, por una razón u otra, no se deja que padre e hijo se encuentren y puedan abrazarse.

El problema no es la realeza, estoy seguro de que si por las circunstancias se tratara de un expresidente de la República envuelto en “conductas reprochables” que tuviera que encontrarse con su hijo como actual presidente, la sociedad le exigiría un comportamiento similar y el “sacrificio” de que padre e hijo no se vieran. Una conducta muy propia de hombres.

La misma sociedad no dice nada, incluso comprende y apoya, cuando un hijo acompaña a un padre delincuente al juzgado, incluso cuando después de ser condenado por asesinato, lo apoya como persona y va a verlo a prisión todas las veces que lo necesite. Igual ocurre cuando es el padre el que apoya al hijo. Pero todo ello lo presenta como parte de la intimidad familiar o personal, para que no trascienda ni se vea cuestionada la paternidad androcéntrica forjada sobre el distanciamiento afectivo y la ocultación de las emociones. De ese modo, la propia paternidad actúa como garante del orden y de los valores de la identidad, especialmente en los hombres, pues todo hijo debe ser un “hombre de provecho”, y eso siempre exige ser un “hombre hecho y derecho”. De esa manera los hombres actúan como ejecutores de los mandatos culturales y vigilantes del orden que imponen, para que todo siga igual.

Una sociedad democrática que busca avanzar hacia la igualdad y romper con el modelo androcéntrico no puede caer en sus trampas, ni reproducir en nombre de otras razones sus mismos mandatos, pues si lo hace no habrá transformación social, tan sólo cambios dentro del mismo marco patriarcal. Ya lo explicamos en “El hijo del Rey”, junio de 2014, a raíz de la proclamación de Felipe VI, y ahora, nueve años después, vemos que todo sigue bajo las mismas referencias a pesar de lo mucho que se ha avanzado en la crítica al machismo, en el debate sobre las “nuevas masculinidades” con la paternidad como parte de ellas, y en medidas como los permisos de paternidad. Todo muy importante, pero en un contexto que aún exige a los hombres que sacrifiquen la paternidad ante las “obligaciones”.

Si no cambia todo no cambiará nada, gestionar el machismo no es solución de nada; al machismo hay que erradicarlo, no gestionarlo. Y si un padre ha realizado actividades delictivas hay que juzgarlo, no condenarlo a no ser padre y a no poder vivir su paternidad, como tampoco se puede condenar al hijo a no ser hijo por el bien de la patria. ¿Qué patria es esa que exige esas medidas?

Si no cambia todo no cambiará nada, gestionar el machismo no es solución de nada; al machismo hay que erradicarlo, no gestionarlo

Está claro que se trata de la “patria potestad” que el machismo ejerce sobre la sociedad, para que todos seamos criaturas de su patriarcado y nos parezcamos al padre. Y mientras que la sociedad se conforma con gestos como el ocurrido en el último viaje del rey emérito a Sanxenxo, la cultura se ve reforzada al mostrar lo hombres que son los hombres, capaces, incluso, de renunciar a ver a su padre y a su hijo con tal de mantener su trabajo y posición.

Justo lo mismo que hacen millones de hombres cada día en sus trabajos para seguir siendo hombres antes que padres, y disfrutar del reconocimiento y los privilegios que les da su masculinidad, no su paternidad. Es el juego cómplice de la cultura con los hombres, tú haces lo que yo necesito y yo te doy privilegios para que disfrutes de tu hombría.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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