Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Franco alargó conscientemente la guerra civil (2/3): por el carbón y las naranjas
En la literatura disponible hay autores que se abstuvieron prudentemente de entrar en profundidades. Pertenecen a tal categoría Luis María de Lojendio, que caracterizó los planes de Franco de “luminosos”, o Manuel Aznar, que caracterizó de “matemática” la operación. Es cierto que el teniente general Rafael García-Valiño aludió crípticamente a “razones de tipo político” y que el coronel José Manuel Martínez Bande se refirió a “otros factores”. Autores muy recientes defienden a Franco, en la senda del inefable Joaquín Arrarás, como por ejemplo el general Rafael Casas de la Vega. Otros, como el general Rafael Dávila Álvarez, lo lían.
Con su claridad habitual, Cardona expuso las tres alternativas existentes tras el corte franquista por Vinaroz el 15 de abril. Al norte quedaron los restos desgastados de las mejores unidades republicanas. Al sur permaneció la mayor parte del Ejército de Maniobra y todo el de Levante, que se encontraban en mejor estado. La primera alternativa consistía en atacar hacia el norte por la línea de la costa en dirección a Tarragona y Barcelona. La segunda, en avanzar desde Lleida tras haber tomado algunas de las principales centrales hidroeléctricas que suministraban energía a Barcelona y sus núcleos industriales. La tercera, en lanzar las dos operaciones al tiempo. Sus generales esperaban una u otra. Lo mismo cabía decirse de los nazis y de los fascistas, cuyas aportaciones los historiadores pro-franquistas suelen disminuir.
Sin embargo, Franco, el genio militar de los tiempos modernos según sus panegiristas, sorprendió a todo el mundo: decidió formalmente el 18 de abril avanzar hacia la huerta valenciana. Esta opción redujo de inmediato la gran presión que podría haberse ejercido sobre Cataluña. Los republicanos trataron de aprovechar al máximo la oportunidad que se les abría. Lo hicieron con éxito.
La pregunta del millón estriba, pues, en dilucidar los motivos de Franco. No olvido, antes al contrario, que tuvo buen cuidado de explicarlos. El coronel Salas escribió su magna obra años antes de que se publicaran en 1976 las Conversaciones privadas con Franco, que dio a conocer póstumamente su primo hermano el teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo. Hay que tomarlas, en ocasiones, con gran prevención (omitió detalles poco dignos para Su Excelencia el Jefe del Estado, SEJE, sobre todo en los asuntos financieros y en alguno que otro, como el asesinato del general Balmes, dio pistas pero no las siguió). Sin embargo, quizá sin querer —o incluso queriéndolo en parte—, ofreció a la posteridad pistas fundamentales.
Para el tema que nos ocupa, las declaraciones de Franco el 2 de marzo de 1957 (poco después del cambio de Gobierno que elevó al poder político a algunos ministros del no santo Opus Dei) son muy reveladoras. Los amables lectores me permitirán su reproducción (los dos primeros entrecomillados recogen lo escrito por el primo hermano, traduciendo las ideas de SEJE).
“Nuestra guerra se ganó por un verdadero milagro, gracias a nuestra fe en la victoria, a los altos ideales que defendíamos y a la ayuda grande de la Providencia [obsérvese la desaparición de las “ayuditas” de Hitler, Mussolini, la Texaco y los efectos de la inhibición británica como adalid de la no intervención]. “Tuvimos que importarlo todo (sic) y empezar a fabricar municiones buenamente como pudimos, pues todas las fábricas militares y la mayor parte de la industria nacional estaban en poder de los rojos”.
En lo que aquí nos interesa, el primo hermano reprodujo en términos presumiblemente literales y en itálicas las palabras de SEJE. Las resalto, para su inmarcesible gloria, en negritas:
“Por ello mi prisa en conquistar el norte para apoderarme de la industria bilbaína y del carbón de Asturias; no quise apresurar la ocupación de Barcelona por no tener divisas para facilitar algodón a las fábricas catalanas. En cambio antes ocupé Valencia para poder exportar las naranjas y demás fruta de su espléndida huerta…”
Las instrucciones de Franco para iniciar la ofensiva contra Valencia se fecharon el día 18 y es evidente que en modo alguno las denominadas fuerzas nacionales llegaron a conquistar la totalidad de la huerta
Se observa, en 1957, la continuación del pensamiento de 1938, aunque referido no a los días inmediatos a la toma de Lleida sino a unos diez días más tarde. En ambos momentos, parece evidente —y más en el segundo— que tomar Barcelona y sus fábricas hubiera debido ser una prioridad económica (y no solo política y militar) porque las divisas no faltaban a los franquistas, aun cuando tampoco fuesen muy abundantes. Pero es que, además, hasta el lector más lerdo sabrá, si ha leído algo sobre la guerra civil, que las instrucciones de Franco para iniciar la ofensiva contra Valencia se fecharon el día 18 y es evidente que en modo alguno las denominadas fuerzas nacionales llegaron a conquistar la totalidad de la huerta. Su avance fue parado en seco, no sin dificultades, en posiciones que prácticamente no variaron hasta el final de la contienda en marzo de 1939.
Pero no se preocupe el amable lector, hay eminentísimos autores que han dado con la piedra filosofal. Incluso se atreven a discrepar del glorioso Caudillo. En primer lugar, por ser quizá el más combativo y conocido, el adalid máximo de la historiografía profranquista: el ya fallecido profesor Ricardo de la Cierva. Los motivos de su decisión se los comentó el propio Jefe del Estado en 1972 (año de la aparición de la obra de Salas). Don Ricardo la utilizó en flamígeros escritos oponiéndose a la “marejada roja” que, según él, anegaba las universidades españolas. Añadió: lo que movió a Franco fue “el temor de suministrar un pretexto para la ya premeditada invasión francesa de Cataluña” (Biografía histórica de Franco, 1986). Diez años más tarde cambió sutilmente: se trataba de “no avivar el intervencionismo francés”. En 1999 fue menos críptico: “evitar complicaciones internacionales por el comprensible recelo de Francia ante la presencia de alemanes e italianos en el Pirineo”. Dejemos de lado la preguntita de si los franceses no habían intervenido en 1936 ni en 1937, ¿por qué irían a hacerlo en 1938?
De hecho, correspondió, en 1945, al general Alfredo Kindelán, en sus censurados Cuadernos de guerra, mencionar las discrepancias entre Franco y algunos mandos superiores entre los que se incluyó, si bien pudo escaparse de rositas al aludir a la necesidad de subordinarse al Mando, “que disponía de mayores elementos de juicio”. Criticó, con todo, la decisión afirmando que los republicanos apenas si contaban con aviación (lo cual era absolutamente cierto) y argumentó que “el cerebro y la voluntad del enemigo están en Barcelona, cuya toma podía “significar el fin virtual de la guerra”. Gracias a Tusell (2000) se conoce también, por las no publicadas memorias del general Solchaga, que este tenía la vívida impresión de que era posible cortar la frontera, porque el enemigo estaba “blando” y era una ocasión única. El general Juan Vigón, leal entre los leales, asintió, pero “en las alturas opinan de otra manera”. No mencionaron la menor referencia a las “complicaciones internacionales”, porque no las había, aunque muchos otros historiadores amigos o conocidos míos no terminan de creérselo o mezclan todos los posibles motivos. Stanley G. Payne, en la senda de mi buen amigo Robert H. Whealey, lo achacó en 2008 (pp. 54 y 431, Franco y Hitler) a una supuesta sugerencia del Führer (de todo punto inexistente) para que Franco se tornara hacia Valencia. Claro está que tan eminente autor se había olvidado de la fundamental obra de Merkes (1969) y no tardó demasiado en evadir la cuestión en libros futuros, por ejemplo en la versión en inglés de otra de sus síntesis (2012, p. 146, también traducida al castellano. Sin embargo, lo más habitual ha sido señalar que en las alturas parisinas el Comité Permanente de la Defensa Nacional (CPDN) había evocado la posibilidad de intervenir a favor de la “España roja”.
Naturalmente podría argumentarse que, desde la fecha de la reunión que tuvo lugar el 15 de marzo y es archiconocida desde 1946, hasta la decisión final de Franco de volcarse contra Valencia transcurrió casi un mes. En tiempos de guerra, una eternidad a la hora de fijar decisiones.
Para el historiador que se guía esencialmente por documentos y no por propaganda no se trata de acudir solo a los argumentos de aquellos autores que abordaron lo que habría habido de peligro —que no existió— en la reunión de la CPDN. La lista es considerable y destacan cuatro autores españoles: Jaime Martínez Parrilla, Ángel Bahamonde, Javier Cervera y Javier Tusell. Quienes aspiren a nota podrían haber acudido hace ya mucho tiempo al conocido diario del conde Ciano o a los documentos coetáneos de la Wilhelmstrasse (disponibles desde hace años en versión original y en inglés en internet). Que el profesor Payne tardara tanto en hacerlo es difícilmente comprensible.
(Continuará)
Ver aquí el primer artículo de esta serie de tres entregas.
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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Su última obra publicada es 'Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin', Crítica, Barcelona, 2023. Su próximo libro aparecerá el 6 de marzo: 'La forja de un historiador', en la misma editorial.
Anterior serie del mismo autor en infoLibre: 'El vector fascista en la conspiración contra la república'.
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