El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
¿Cambio en Galicia? Por supuesto que es posible, pero depende
Reconozco que cada día que paso fuera de Galicia, más gallego me siento. Un amigo bromea habitualmente con que lo íntimamente decisivo no es permanecer “Sempre en Galiza”, en referencia a la célebre obra de Castelao, “senón ser galego sempre”. El propio Castelao lo vivió en sus carnes, pues el texto fue publicado en Buenos Aires, donde murió exiliado tras defender la legalidad democrática y a Galicia, precisamente, de un gallego como Franco.
El concepto de diáspora, la tensión entre la pertenencia y la ajenidad, cose la identidad de Galicia y su ciudadanía. Hasta el paroxismo. Un gallego o está en Galicia o suele pensar, con más o menos frecuencia, en volver mientras explica a sus amigos y conocidos que “morriña” no es lo mismo que “saudade” y, sobre todo, que no tiene nada que ver con la “modorra” de después de comer.
Pero el gallego no siempre acude a la cita con las urnas. La participación suele ser más baja que en otros comicios. El dato impresiona. La participación no ha superado el 55% en unas gallegas desde 2009, las volcánicas elecciones que perdió el bipartito de PSdeG y BNG y con las que el PP volvió al poder tras el fraguismo con Alberto Núñez Feijóo a la cabeza. En unas generales, en todo ese tiempo, jamás ha bajado de ese 55% y en varias ocasiones, como en las últimas, ha superado el 70%.
Más gallegos son gobernados por ayuntamientos de izquierdas que de derechas (la participación en las últimas municipales, por cierto, superó el 65% en Galicia). La izquierda ganó ampliamente en votos en las últimas generales, pese a que no se tradujera en escaños por la asignación de escaños a los progresistas, que concurrían en más listas.
Parece mentira que, tras las últimas generales a las que Feijóo llegó repartiendo ministerios, haya que recordar que el futuro se decide en las urnas y no en las encuestas
Parece mentira que, tras las últimas elecciones generales, a las que Feijóo llegó ya habiendo repartido algunos ministerios, borracho de encuestas, haya que recordar lo obvio. Pero este es el punto de partida. El futuro se decide en las urnas y no en las encuestas. Y hacer creer lo contrario a los ciudadanos es un planteamiento abiertamente antidemocrático y, evidentemente, muy interesado.
Hasta en las encuestas favorables a la derecha se señalan importantes elementos de fortaleza de la oposición, como el liderazgo de Ana Pontón y la pujanza de un candidato socialista como José Ramón Gómez Besteiro, el mejor cartel del PSdeG en mucho tiempo. O el enorme número de indecisos, cuando sabemos que las campañas son cada vez más determinantes en la orientación del voto. Y, desde luego, Sumar tiene razón. Si Galicia vota como en las generales, hay cambio (y los de Yolanda Díaz entran en el Parlamento de Galicia, claro). En resumen: es absurdo partir de la base de realidades inmutables, de prejuicios (¡Galicia es de derechas!) o directamente de la desinformación.
Y sin embargo, cunde hasta en el electorado progresista la idea de que sí, que sería deseable un cambio, pero que al final ganarán los de siempre.
Por eso, como analizaba Fernando Varela en infoLibre, lo importante no es sólo que los gallegos vayan a votar sino que la izquierda lo haga. Por eso, como señalaba Pontón en entrevista con infoLibre, Alfonso Rueda disolvió el Parlamento de Galicia en Navidades y convocó las elecciones en plenos carnavales. Por eso, como apuntaba David Lombao, director de Praza.gal, en la última edición de La Caravana, el PP lleva mucho tiempo tratando las elecciones al Parlamento de Galicia como algo más burocrático que político. ¿Casualidad? No parece.
¿Hay partido? Por supuesto. De aquí al 18 de febrero, iremos explicando en infoLibre por qué. Aunque el nerviosismo de un PP que estrena candidato y que necesita una victoria para respaldar a Feijóo en su viaje son ya dos buenos indicadores. El desgaste (la alternancia, antes o después, es connatural a los sistemas plenamente democráticos), la ineficacia del gastadísimo “Que viene el lobo” y, por qué no decirlo, la sempiterna idea de que para prosperar hay que plantearse coger la maleta, se suman a una larga lista de asuntos que se merecen un debate a fondo y sin interferencias. Todo depende, claro, de una campaña decisiva que comienza por reivindicar la libertad informada del votante por encima de los estereotipos sobre Galicia y las profecías autocumplidas.
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