El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Deja el ego en la puerta
Llevo semanas con una melodía en la cabeza, justo desde el día en que vi el documental que narra una mítica grabación de 1985. La iniciativa de Harry Belafonte que, inspirado en la que había puesto en marcha Bob Geldof en Reino Unido, reunió en un estudio a cuarenta y cinco músicos y vocalistas estadounidenses para recaudar fondos contra la hambruna en África.
Habré canturreado unas mil veces We are the world y habré visto otras tantas las imágenes de aquellas estrellas que se ajustaban los auriculares y encadenaban sus voces con otras no menos deslumbrantes: Bob Dylan, Tina Turner, Bruce Springsteen, Diana Ross, Huey Lewis, Cyndi Lauper, Stevie Wonder… En su momento, me pareció un sueño maravilloso, disparatado y eso que entonces desconocía que todo había sucedido en una sola noche.
Más allá del valor musical, la canción que escribieron Michael Jackson y Lionel Ritchie es redonda, el colorido de voces impresionante y la ejecución tan perfecta como emocionante. Más allá del valor solidario del gesto que nos obligó a pensar, al menos durante siete minutos, en personas —como nosotros— que morían de hambre en Etiopía; más allá del pellizco de nostalgia que te transporta a un momento de tu vida tan atrás en el tiempo, lo interesante es que al verlo me entraron ganas de jugar a la psicología social.
Y es que resulta fascinante observar y comprobar lo similares que somos los grupos humanos cuando la vida nos reúne en tiempo y espacio en situaciones felices o desgraciadas, ya sea para grabar una canción, en la oficina del SEPE o si el avión en el que viajas se estrella en Los Andes. En sentido literal o figurado, cuando nos encierran durante una noche en una habitación o nos vemos perdidos en una montaña inmensa, esperando que alguien venga a salvarnos, y no tenemos más que la relación con los que están junto a nosotros, somos más que nunca gente corriente.
Más allá del pellizco de nostalgia que te transporta a un momento de tu vida tan atrás en el tiempo, lo interesante es que al verlo me entraron ganas de jugar a la psicología social
“Dejad el ego en la puerta”, lo decía claro y cristalino el cartel que colgó el productor, Quincy Jones, en A&M Recording Estudios. Un aviso para navegantes cantantes, como quien te indica con una flecha dónde está el paragüero para que no embarres el lugar donde hay gente trabajando.
Después de ver el documental —para mí fue un auténtico disfrute—, puedes entregarte a un ejercicio interesante, preguntarte quién sueles ser tú cuando toca construir en grupo: Si eres Waylon Jennings y cuando las cosas no te convencen sales por piernas, o eres Bob Dylan e intervienes solo cuando te toca, aunque haya quien critique tus silencios porque no los ha entendido. Si eres Lionel Ritchie, el que pone toda la energía y el buen rollo para mantener la cohesión de la tribu o eres Diana Ross y lloras en un rincón cuando la grabación ha terminado porque te cuesta admitir que las experiencias bonitas tengan un final.
En aquel estudio abarrotado de fama y talento, había un montón de gente corriente como tú y como yo, con sus grandezas y sus miserias. Esas que siempre están donde estamos porque forman parte de nuestra naturaleza. We are the world, we are the people…
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