Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Izquierda en Galicia: lleguen antes, más unidos, repartiéndose el espacio
Antes. Los rumores de adelanto electoral eran constantes. Alfonso Rueda, en una decisión sin más objetivo que buscar el beneficio de su propio partido, anunció el adelanto electoral un 21 de diciembre, justo después de aprobar unos Presupuestos para 2024. En plenas Navidades y para que las elecciones coincidieran con el Carnaval.
Lo lógico habría sido aprovechar la mayoría absoluta para encarrilar las cuentas públicas (en muchas otras latitudes, los Gobiernos caen precisamente por no aprobarlas), pero optó justo por lo contrario, sintonizando con las necesidades de Feijóo en Madrid y su ansiedad por convertir su rechazo a la amnistía en una prueba más de que, en realidad, España está con él aunque no sume suficiente para una investidura.
En ese momento, el BNG tenía una candidata clara, consolidada desde 2016. Ana Pontón llevaba mucho tiempo preparándose personalmente, fortaleciendo su partido, probando el alcance de cada nuevo mensaje y diseñando su estrategia. Eso explica parte de su resultado. El BNG cosecha lo que ha ido sembrando poco a poco y con un liderazgo claro. Llegó el momento, remató el plan y lo ejecutó tocando teclas clave y, en realidad, sin espectaculares conejos en la chistera. No le hacían falta.
Nada que ver con los demás. Gómez Besteiro fue proclamado candidato socialista a mediados de octubre tras meses de movimientos orgánicos. El adelanto le sorprendió con el equipo a medio hacer. Había desembarcado en el Congreso menos de tres meses antes. Volvía no se sabía para acabar recalando dónde, tras siete años de ostracismo por acusaciones contra él ante la Justicia que se demostraron una operación de acoso y derribo.
Marta Lois se autodescartó a finales de noviembre como candidata para acabar siendo proclamada, sonando a descarte. No es la mejor manera de empezar. Era muy desconocida en España cuando fue elegida por Yolanda Díaz como portavoz parlamentaria, y en Galicia, fuera de Santiago, donde había sido concejala, también. Fue designada y presentada el 26 de diciembre. Pocas horas después, Podemos elegía a Isabel Faraldo, exconcejala en A Coruña y aún más desconocida que Lois para el público general. Pablo Iglesias había pedido el voto para el BNG cuando su propio partido parecía que iba a llegar a un acuerdo con Sumar.
José Luis Rodríguez Zapatero suele decir que en la oposición, tarea fundamental en democracia, es dónde más se aprende a ser líder y dirigir un Gobierno. Salvo el BNG, el resto de la izquierda llegó tarde. Si quiere ser competitiva, no puede elegir a sus candidatos casi con la convocatoria de los comicios. Para cimentar un liderazgo hace falta tiempo y muchas horas con militantes, ciudadanos y actores económicos, mediáticos y sociales. Sólo así pueden activarse en favor de la oposición cuando un jefe de gobierno convoque las elecciones cuando más le convengan a él.
El proceso requiere, y esto es importante, autonomía política y territorial para tomar las decisiones que más convienen a los ciudadanos a los que te diriges (para más razones, miren a Vox). En Galicia es (también) fundamental para no acabar en manos de mensajes estrafalarios de tertulianos o gurús made in Madrid, como demuestran algunos análisis superficiales que circularon el lunes. Hay que dejar de dar patadas hacia delante al balón hasta que sea inevitable tomar una decisión. Para tener posibilidades, la campaña para 2028 tiene que comenzar hoy.
Más unidos. No es ninguna novedad, pero hay a quien no le entra en la cabeza. La división en listas suele perjudicar a la izquierda allá donde se presenta. No siempre, claro, cuando las distintas listas tienen personalidad diferenciada y consiguen ensanchar el espacio (ver siguiente epígrafe). Pero Sumar y Podemos, sin entrar al reparto de culpas (pese a lo cómodos que se sienten muchas voces internas ahí), se han anulado mutuamente.
Puede que el resultado electoral no haya materializado las peores pesadillas: que BNG y PSdeG rozasen la mayoría y que la mala conversión en escaños de las otras dos formaciones frustraran el cambio.
Combinadas, suponen el 2,54% del voto en A Coruña y 2,72% en Pontevedra, las provincias donde aspiraban a rascar algo, lejos de la barrera electoral del 5% (y superarla no te garantiza automáticamente un escaño). El resultado del PP (con el colchón de Democracia Ourensana) es lo suficientemente amplio y las marcas de Sumar y Podemos, irrelevantes. Vox sacó más votos que las dos juntas y Pacma, más que Podemos.
El resultado es una prueba de la profecía autocumplida. Las batallas cainitas pasan factura. Podemos y Sumar han compartido el reto de la implantación y consolidación territorial. Sacarse los ojos durante tanto tiempo en Madrid difícilmente puede compensarse con medidas estrella, campañas en redes sociales o no confrontar en el único debate de máxima audiencia a la que están invitadas.
La izquierda tiene deberes y son inmediatos. Porque ni haciéndolos bien está garantizado desbancar a un PP fuerte, con un suelo altísimo, más de lo que se pensaba
Aunque parte de su electorado potencial se vaya a las candidaturas consideradas más viables, la imagen es un permanente lastre para todo el espacio y una manera de desperdiciar energías frente a la fortaleza del rival. El acuerdo para las generales era precario y poco sincero, pero probablemente sin él no hubiera habido un nuevo Gobierno de coalición. ¿Qué hubiera pasado en Galicia? Quizás no fuese suficiente, pero mejor que un tiro en el pie.
Repartir el espacio. El PP dio un volantazo a la campaña en su ecuador para ir a la yugular del BNG. La hipótesis, verosímil a tenor de los resultados, es que eso movilizó al PP (y aumentó la participación general y en su electorado en particular), benefició al BNG, atónito ante lo burdo de los ataques, e hizo un sandwich al PSdeG al polarizar el campo de batalla electoral.
Parece obvio que el BNG se nutrió de electorado socialista. Para más señas: Vigo, el súperfeudo socialista en las municipales y única gran ciudad donde el BNG desbanca al PP y golea al PSdeG.
Ni el PSOE tenía un mal candidato, ni Ferraz bajó los brazos (al contrario), ni el electorado ha votado en clave fundamentalmente española contra la amnistía. El PSOE hace, según Sánchez, “de la necesidad, virtud”. Pero el BNG la defiende con convicción. Hoy hay en el Parlamento de Galicia un diputado más a favor de la amnistía que el viernes (el PSOE baja cinco, pero el BNG suma seis). El PP baja dos.
La pregunta sobre el techo del BNG y el conjunto de la izquierda es obvia. ¿Puede un PSdeG fuerte restar votos a la base más moderada del PP mientras que un BNG fuerte necesariamente tendrá que recibir voto prestado de los socialistas al tiempo que ahuyenta y agita a los conservadores por miedo a la alternativa?
Si eso es así, los anticuerpos de parte de la sociedad gallega respecto al BNG perviven y el horizonte de una presidenta nacionalista es lejano. En ausencia de algún gran acontecimiento inesperado que dé una patada al tablero, el viaje a la moderación en forma y fondo del BNG acaba provocando un solapamiento con el PSdeG. Compitiendo por el mismo espacio, sólo pueden pelearse por el liderazgo de la oposición. No es poca cosa, es una tentación, pero entiendo que no se trata de eso.
El BNG ha hecho una excelente campaña, a la vista de los resultados, por lo que achacarle la derrota de la izquierda es injusto. Pero sin un PSdeG fuerte y un reparto de papeles, difícilmente se ampliará el electorado. Hace falta generosidad e inteligencia por ambas partes.
La izquierda tiene deberes y son inmediatos. Porque ni haciéndolos bien está garantizado desbancar a un PP fuerte, con un suelo altísimo, más de lo que se pensaba. El PP sabe amortiguar sus propios bandazos, sorpresas como los tratos de su líder con Puigdemont, o la falta de fuelle de su cabeza de cartel, que se abonó a la marca y no a su propia imagen, como Feijóo o Fraga.
La identificación del PP con Galicia funciona. Las mayorías absolutas ayudan, incluso aunque la suma de votos totales, un 47,36% según el recuento de este domingo, no llegue al de los cuatro partidos de izquierda, ligeramente por encima con un 47,77. Pero parece que son muchos más y eso beneficia enormemente a sus opciones. Como dijo este lunes Feijóo, el domingo ausente (quizás no las tenía todas consigo): “Gracias, Galicia, por seguir siendo Galicia”. Porque si gobierna la izquierda, Galicia dejaría de serlo, se supone. Uña y carne en la ficción, una Galicia muy diversa y en dos bloques (uno más competitivo que el otro) en la realidad.
A renglón seguido, en la Junta Directiva del PP gallego en Santiago, Feijóo añadió: “El PP es el partido que más se parece a Galicia, porque si no es imposible ganar. Es imposible una mayoría, y otra, y otra, y otra. Cinco mayorías consecutivas. Eso no se da en ninguna región de Europa”, ni siquiera “en Baviera”, donde partidos transversales acaban necesitando apoyo de otros, cuando no son desalojados del poder.
He ahí la perfecta definición de anomalía democrática. Cuando acabe esta legislatura, el PP habrá gobernado 40 de los 47 años de autonomía en Galicia. Puede ser porque tiene líderes de gran “humildad”, como justifica Feijóo (...), o que ocurra por la consolidación de una estructura que trasciende al partido, con décadas de complicidades económicas, mediáticas o sociales. Cuando no de redes clientelares, como sugieren los anuncios de subidas salariales (en algunos casos, viejas) a colectivos horas antes de que acabase la campaña electoral y tantos años de inercias quizás legales, pero no éticas.
A eso, con todo el poder de la Xunta, se enfrenta la izquierda. Como para no hacer las cosas antes, más unida y con papeles mejor repartidos.
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