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Etimología de "puta"

Si no sabemos de dónde venimos difícilmente llegaremos al lugar donde decimos que vamos. Y la sensación ante la realidad es que en algunas cuestiones no conocemos muy bien el punto de partida, de manera que con frecuencia más que avanzar lo que hacemos es dar vueltas sobre el mismo escenario.

Lo ocurrido el pasado día 21-5-24 con el rechazo a la proposición de ley contra el proxenetismo y las razones dadas a izquierda y a derecha, además del debate que se produjo en medios y redes defendiendo en nombre de la libertad y de la seguridad de las mujeres que ejercen la prostitución la necesidad de regular su ejercicio, llama mucho la atención.

Por un lado, porque la libertad no es un concepto abstracto, sino que ha de situarse en un contexto que le da significado, y por otro, porque se juega con la “seguridad de las mujeres” para que sigan en la mayor de las inseguridades a través del ejercicio de la prostitución. Ya lo hemos vivido cuando determinados sectores decían que si se regulaba la violencia de género iba a ser peor porque los maridos las iban a matar, o que si estos iban a la cárcel las mujeres y sus hijos e hijas no iban a tener dinero para subsistir. Para estas posiciones parece que es mejor dejar a las mujeres en la violencia dentro de la pareja y en la prostitución, dando por hecho que abordar esas realidades es peor.

Ahora en el tema de la prostitución pretenden resolverlo todo al cambiar el nombre y denominarla “trabajo sexual”, como si los nombres cambiaran la realidad. A nadie se le ocurriría regular la esclavitud diciendo que a partir de ahora será considerada como “trabajo intensivo”, pero nada de esto es casual, sólo una demostración de lo que es la cultura androcéntrica y cómo se perpetúa con instrumentos como el de la prostitución.

Y hablando de nombres podemos hacer el sencillo ejercicio de detenernos en la etimología de la palabra “puta” y de alguno de sus sinónimos, y ver que aporta una referencia objetiva sobre su origen y significado social, no sólo etimológico.

“Puta”, según el Diccionario Etimológico en castellano de Chile, tiene un posible doble origen. La opinión más extendida es la de Joan Corominas, y procede de la palabra “putta”, que significa “muchacha” o “niña”. Pero según Sebastián Covarrubias procede de “putida”, cuyo significado es “podrida”, y explica que una mujer en esas circunstancias “siempre es caliente y huele mal”.

“Prostituta” se refiere a la persona o cosa que era “colocada adelante”, “a la vista”, “para ser vista”, y hace referencia a la posición en la que colocaban a las esclavas más bellas o de mejor parecido para ser vendidas, las cuales eran situadas en las primeras posiciones de la fila o del grupo, “a la vista” de los hombres que actuaban como compradores.

“Ramera” hace referencia al ramo de flores que en la antigüedad colocaban en la puerta de las casas que actuaban como prostíbulos, para que los hombres pudieran conocer el lugar donde estaban las mujeres que ejercían la prostitución.

“Furcia” tiene tres posibilidades relacionadas con la prostitución. Una de ellas es “futuere”, que indicaba que “mantenía relaciones sexuales”. Otra es “forare”, relacionada con “foramen o agujero” por donde se penetraba. Y la tercera es “furca”, que describe la posición de las mujeres al “abrir las piernas” y representar una “horquilla”.

“Meretriz” describe a la “mujer que cobra”, “la que gana dinero”, pero no en un trabajo, sino al mantener relaciones sexuales.

En ningún momento la prostitución fue una decisión de las mujeres ni una libre elección, sino la imposición de la cultura machista, bien a través de la fuerza, la violencia y la esclavitud, o bien creando las circunstancias y el contexto para que la prostitución se entienda como una salida válida

De manera que si nos detenemos en la etimología de las palabras que definen a las mujeres que ejercen la prostitución, y nos situamos en el tiempo en que fue necesario crearlas para definir esa realidad que comenzaba, vemos que se trataba de “muchachas y niñas” con las que los hombres mantenían relaciones sexuales como esclavas, que estas eran tratadas como mercancías y las vendían e intercambiaban, y que para conseguir el mayor negocio colocaban a las de mejor aspecto en las posiciones más visibles, puesto que muchas de ellas debido a la continua explotación a la que las sometían eran consideradas “podridas” y había que esconderlas.

La desconsideración hacia ellas se manifiesta en la cosificación de esas muchachas y niñas hasta el punto de identificarlas por algunas de sus partes, como ocurre con la palabra “furcia” y su relación con “foramen o agujero” o con “horquilla” al abrir las piernas. Más adelante se socializa la prostitución para que todos los hombres puedan tener acceso al sexo con una mujer, no sólo los ricos con esclavas, y se presenta como una actividad normalizada a la que se incorpora el pago de dinero a cambio del sexo, no en beneficio de las mujeres, sino de los hombres que las explotaban, de ahí que apareciera la palabra “meretriz”, y que se identificaran los lugares mediante ramos de flores en la puerta en los que se encontraban las “rameras”.

En ningún momento la prostitución fue una decisión de las mujeres ni una libre elección, sino la imposición de la cultura machista, bien a través de la fuerza, la violencia y la esclavitud, o bien creando las circunstancias y el contexto para que la prostitución se entienda como una salida válida para las mujeres necesitadas, algo que históricamente no se ha planteado de forma similar para los hombres pobres.

Y lo sorprendente es que en la actualidad, miles de años después, continúan las dos circunstancias: la esclavitud de la explotación sexual a la que muchas mujeres son sometidas, y las circunstancias para presentar como un modo de vida o una actividad laboral como la prostitución, dejando de lado toda la construcción androcéntrica que hay detrás.

Ahora no hay ramos de flores en la puerta, pero hay luces de neón y anuncios por diferentes vías, tampoco hace falta poner a las de mejor aspecto delante, hay catálogos y webs para elegirlas, ni hace falta comprarlas, basta con alquilarlas por horas… pero siguen siendo putas, prostitutas, furcias y rameras. Cambiar los nombres y llamarlas “trabajadoras sexuales”, como cuando pasaron de ser esclavas a meretrices y rameras, puede parecer un paso adelante, pero sólo es un salto para caer en el mismo lugar de la cultura androcéntrica, la cual se vio reforzada al consolidar la prostitución en nombre de la "libertad" de las mujeres, pues ya no se ejercía sólo con esclavas.

Que una parte de la izquierda defienda esta “libertad” de las mujeres y se pierda en discusiones sobre lo mucho que hay que hacer para no hacer nada demuestra lo profunda que puede llegar a ser una cultura. Una cultura machista.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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