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Su justicia social y la nuestra

"Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca, ¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos?”

Nietzsche

El necroliberal ataca y cuestiona los derechos, la justicia social y los servicios públicos en nombre de la libertad lanzando una pregunta: ¿y eso quién lo paga? La respuesta se resume en una creencia basada en que, si alguien acumula mucho, ya sea dinero o patrimonio, no le debe nada a nadie y, por lo tanto, nadie le debe decir a esa persona cómo gastar su dinero. Así pues, el Estado le coacciona para que entregue su dinero con el objetivo de financiar una justicia social que, desde esa perspectiva, se convierte en injusticia social porque, para que unos disfruten de algo, otros se lo tienen que pagar. De este modo, la riqueza no se acumula gracias al trabajo que realizan unos y del que otros se apropian o gracias al soporte que ofrece la inversión pública; no, la riqueza es resultado del riesgo y la audacia del individuo emprendedor que, lejos de deberle algo a los demás, entiende que es al revés: son los demás quienes le deben algo a él por generar la riqueza.

También defiende una idea de igualdad que no admite diferencias entre las personas ni entre los grupos de personas: no hay estructuras, ni dominación, ni existe el poder. Igualdad en tanto que propietarios, donde uno vende algo y otro se lo compra. En el mercado, todos vendemos algo a quien lo quiera, para luego comprar algo y obtener lo que queremos: si no puedes obtener algo, es porque nadie quiere lo que ofreces, y si nadie lo quiere, es porque tú no quieres o no necesitas realmente lo que buscas. Uno siempre hace lo necesario para obtener lo que quiere, así que, si no lo obtienes, es que no lo necesitas tanto.

Gracias a que cada uno busca libremente su beneficio particular, es posible que el resto, que también busca su propio beneficio, encuentre lo que necesita. Uno satisface sus propias necesidades en la medida en que satisface las de los demás: yo poseo una mercancía que intercambio en el mercado por dinero, con el que a su vez obtengo otras mercancías para mi propia satisfacción. Vendo cosas que otros necesitan como medio para obtener las cosas que yo necesito y, como nadie es engañado ni robado, todos los actores que participan lo hacen en libertad e igualdad, porque intercambian sus mercancías por voluntad propia.

Si como resultado de las relaciones de intercambio uno sale ganando y otro sale perdiendo, o uno acaba poseyendo mucho más que otro, esto no afecta para nada al propio funcionamiento del mercado ni pone en duda la condición de personas libres e iguales que llegan a un acuerdo, dado que, en tanto que propietarios de mercancías que se intercambian, todos los participantes siguen siendo iguales y no hay ninguna justicia que reparar. La desigualdad generada entre unos y otros solo sería fruto de la diferencia a la hora de saber aprovechar las oportunidades, de arriesgar más, de tener más o menos suerte, talento o más o menos olfato, en definitiva, de ser capaz de ofrecer una mercancía que otros valoren y quieran comprar. Si todos los actores que intercambian en el mercado son libres e iguales, ¿por qué los que salen ganando tienen que pagar para mantener a los que salen perdiendo? 

Si el secreto del éxito es que uno recibe de otros lo que aporta y uno aporta tanto como lo que necesita, ¿por qué hay que hacerse colectivamente cargo del fracaso? Es injusto quitarle a uno el dinero para dárselo a otro que no ha querido esforzarse o que no ha conseguido ofrecer nada que le interese al resto. Así pues, resulta que es igual de libre alguien que hereda 20 millones de euros que una madre soltera con un trabajo precario. Esta libertad, que se fundamenta en negar que la libertad está vinculada al poder, permite concebir que se pueda vivir bajo una relación de dominio o necesidad y a la vez ser libre. Es una libertad que nos hace iguales a condición de olvidar las condiciones que nos hacen ser libres.

En una sociedad como la nuestra, la libertad solo puede ejercerla quien disponga de los medios necesarios que se lo permiten

Sin embargo, la justicia social no es más que una forma de compensar una expropiación estructural de partida. Una de esas mercancías que se intercambian en el mercado tiene una particularidad que la diferencia de las demás: no es una cosa, sino una persona convertida en cosa que se ve forzada a venderse a sí misma. Para que exista esa mercancía es necesario que tenga lugar una expropiación estructural que la produce. Se normaliza la existencia de una clase de gente que carece de autonomía y medios para decidir sobre su tiempo, por lo que se ve forzada a vender su capacidad de trabajo en el mercado para ponerla al servicio de los intereses de otro que compra su tiempo. Solo omitiendo esa expropiación estructural del tiempo puede entenderse que la justicia social es injusta. 

Lo que aparece ante nuestros ojos, el pago de un salario a cambio de un trabajo como si fuera un intercambio donde se te paga por lo que has trabajado, es, en realidad, una relación mistificada, porque lo que se está pagando es otra cosa. El pago del salario no es un pago equitativo al trabajo realizado; es un pago menor de lo que aporta el trabajador cuando trabaja. Se paga por una mercancía, pero no por lo que aporta y genera esa mercancía humana. Si en lugar de pensar que contratar a alguien es hacerle un favor porque se le permite trabajar, se pensase que con su trabajo el trabajador le adelanta un crédito a quien le contrata, el modo en el que pensamos lo que pensamos sería distinto. 

Los necroliberales no quieren derechos sociales porque consideran que la riqueza acumulada es el resultado de un intercambio entre iguales, donde no existen los condicionantes y nadie se ve forzado. Pero, paradójicamente, tampoco quieren los derechos sociales porque sí son conscientes de que la riqueza acumulada no es fruto de un intercambio entre iguales, ya que sí existen los condicionantes y algunos sí se ven forzados. Los derechos sociales aumentan el poder de negociación del trabajo; esto es, el poder para rechazar las condiciones de trabajo porque permiten vender más cara su fuerza de trabajo. En definitiva, permiten aumentar su margen de libertad, decisión y autonomía.

Sin embargo, reivindicar la justicia social como una forma de compensar lo que ponen los productores de más en el trabajo es, hoy, una lectura de la tendencia insuficiente. Es insuficiente porque persiste en hacer del trabajo remunerado la única vía de acceso al dinero para alcanzar los medios de subsistencia, cuando la tendencia es que se producen más medios de subsistencia con menos necesidad de tiempo humano de trabajo invertido. La paradoja es la siguiente: existen más medios de subsistencia, pero resulta más complicado acceder a ellos de manera estable y suficiente a través del trabajo. Al mismo tiempo, el trabajo se mantiene como la única vía que hace posible el acceso a los bienes. Esta lógica del cepo, donde el trabajador es virtualmente un pobre, hace más complicado reproducir la vida del trabajador dentro de la sociedad de trabajadores. La pregunta que podemos hacernos es la siguiente: ¿y si ese excedente productivo, que es tiempo humano liberado del trabajo, en lugar de usarlo para aumentar la dependencia en el trabajo se democratizase con el objetivo de ofrecer un tiempo libre garantizado para toda la población? ¿No es acaso eso mismo lo que explica el avance histórico de la humanidad por ampliar el ocio, entre trabajar 16 horas en la mina y la reducción de la jornada de trabajo? ¿No serían los derechos de existencia el siguiente paso en esa misma dirección, desplazando la condición de ciudadanía de la condición de trabajador a la condición de nacimiento, de existencia?

En una sociedad como la nuestra, la capitalista, urdida por el circuito relacional del trabajo y el dinero, el poder social, recuerda Marx, se lleva en la cartera. O, dicho de otra manera, en una sociedad como la nuestra, la libertad solo puede ejercerla quien disponga de los medios necesarios que se lo permiten. La renta básica universal e incondicional, junto con la vivienda liberada del mercado, hace las veces en el siglo XXI de lo que el pleno empleo significaba políticamente para Kalecki: poder político de la clase trabajadora, es decir, democratizar el poder para aumentar la autonomía individual y colectiva sobre el tiempo. Los poderes públicos no deben tener como finalidad mantener ocupada a la gente contra su voluntad, sino ofrecer las condiciones para que la gente pueda decidir en qué ocupar su tiempo. Su función no es la de limitar sino la de ampliar su desarrollo autónomo frente a la interferencia de la arbitrariedad de poderes privados. 

La tiranía se opone a la libertad, la libertad se asocia a la democracia, y la democracia se vincula a la dimensión temporal del poder: hay libertad cuando el tiempo libre se democratiza, y el tiempo libre se democratiza cuando hay autonomía. Los individuos que componen una sociedad son tanto más libres cuanto menos dependen de tener que vender su tiempo y su capacidad de trabajo a un tercero para obtener ingresos. Autonomía es eso: seguridad frente al mercado y dominio sobre el tiempo. El rearme ideológico del proyecto político, que hace indisociable el ejercicio de la libertad con el de la igualdad, pasa por colocar la dimensión del tiempo como el núcleo central de la democracia. Tiempo, autonomía y libertad: ser el arquitecto de tu propia vida.

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Jorge Moruno es sociólogo por la UCM y diputado de Más Madrid. 

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