Sobre ser ‘queer’, las siglas y los derechos de todas Marta Jaenes
Derecha resentida
En los últimos meses, se ha hecho muy famosa una creadora de contenidos popularizada bajo el nombre de Roro y que, a imagen del espejo estadounidense, vendría a escenificar un personaje similar a lo que se ha dado en llamar tradewives; esto es, un movimiento de mujeres conservadoras que se reivindican como amas de casa tradicionales. Es paradójico que, aun tratándose de una performance conservadora, él es "el novio de", y el personaje público es ella. Pero no me interesa mucho hablar ni de esta persona en particular ni de estas mujeres en general, porque ya se ha comentado mucho y porque me parece que existen otros aspectos más interesantes del fenómeno, ya sea real o meramente instrumental para construirse un personaje y ganar dinero.
La clave no está tanto en hablar de ella como en hablar de lo que realmente busca la derecha que reivindica y desea ese modelo de mujer. No quieren algo que todo el mundo desea y entiende como deseable; a saber, muestras de cariño, que te cuiden, tengan un detalle contigo o te reciban con una cena cuando llegas a casa. No, esa es la excusa cínica que se pone para ocultar el resentimiento y los objetivos políticos que persiguen. Nos quieren hacer creer, con una sonrisa hipócrita, que la tortuosa vida que lleva Betty Draper en la serie Mad Men es una expresión de libertad. Betty, recordemos, es una mujer encerrada en un rol que la somete a vivir la servidumbre cotidiana como si fuera una expresión de amor. Una mujer que aguanta todo tipo de humillaciones, pero que se mantiene firme y dispuesta a seguir cumpliendo con su función: satisfacer a su marido, siempre con una sonrisa y la mesa puesta.
Pero ese resentimiento no se limita a vender valores reaccionarios como si estuvieran exentos de ideología y formasen parte del sentido común; además, necesitan creer que las mujeres, cumpliendo ese rol, función y lugar concreto en el mundo, disfrutan con ello y lo desean fervientemente. Así se convencen de que no existe ninguna coerción, ninguna estructura de dominación, y todo fluye bajo el normal curso de las relaciones de pareja (un razonamiento que también puede aplicarse a las relaciones laborales). Si hay un ejemplo que ilustra esa aspiración de armonía despótica, que convierte a las mujeres en seres inanimados, es la novela de Ira Levin Las esposas de Stepford, que fue llevada al cine, primero en 1975 y luego, protagonizada por Nicole Kidman (Las mujeres perfectas), en 2004. A quienes reivindican ese modelo, les gustaría poder contar con una asociación de hombres que se dedica a sustituir a las mujeres por robots: mujeres complacientes, sonrientes y obedientes.
La derecha resentida desea mujeres que vivan sujetas a las decisiones que toman sus maridos y que hagan lo imposible para que el matrimonio funcione y perpetúe los valores tradicionales; quieren mujeres que parezcan desear hacer lo que se les ha encomendado que tienen que hacer. Se produce un falso dilema: frente a la realidad de muchas mujeres que sufren las dobles jornadas, dentro y fuera de casa, y al evidenciar que el trabajo no libera, se presenta el retorno al hogar como una forma de emancipación frustrada en el trabajo: estabas mejor cuando solo te ocupabas de las tareas del hogar. El dilema es falso porque la falta de autonomía sobre el tiempo derivada de las relaciones laborales no se solventa con una modalidad de dominación anterior basada en la subordinación de la mujer en el ámbito del matrimonio.
La derecha resentida desea mujeres que vivan sujetas a las decisiones que toman sus maridos
¿Qué tipo de orden político-sexual desea esta derecha resentida? Uno más parecido al de la familia romana que, como sabemos, viene de famulus y significa servidumbre. La familia era ese espacio no público gobernado de manera despótica que funcionaba como una unidad compacta. Al no existir la posibilidad de establecer diferencias o agonismo entre sus miembros, se consideraba a la familia como un espacio carente de libertad porque no existían las personas iguales que pudieran ejercer esa libertad. Cuando la derecha reivindica a la familia, no lo hace porque quieran más a sus padres, hermanas o hijos que el resto de la sociedad; no, lo hacen por razones de dominio político. Reivindican unas relaciones familiares basadas en la obediencia al pater familias, porque sirven de prototipo para organizar el poder político en la sociedad: la obediencia en la casa como la forma de pensar la manera de gobernar y ordenar a la población.
La derecha, en su melancolía, quiere retornar a un pasado idealizado en el que las cosas estaban dentro de un orden donde cada uno ocupaba su lugar y cumplía con su deber. Regresar a un orden familiar que es funcional a un orden social y a un modo de gobernar: compacto, sin agonismo, sin diversidad, sin igualdad y, por lo tanto, sin libertad. Lo que les molesta, en este caso del feminismo, pero en general de cualquier elemento y movimiento democrático, es el conflicto que introduce el cuestionamiento de ese orden porque distorsiona lo que entienden por normalidad: se resienten contra la democracia que altera las relaciones de poder. Y son resentidos porque, ante ese cuestionamiento de las relaciones de poder, se sienten agraviados cuando no consiguen seguir imponiendo su norma: esa victimización rencorosa les hace ser débiles. La reacción de ese tipo concreto de hombre que se siente humillado porque la mujer ya no es un objeto sujeto al dominio es la reacción de un tipo de hombre blandengue. Todas las libertades, y todo lo que tiene de bueno Europa y España, se ha conquistado contra el lastre que supone ese resentimiento.
____________________
Jorge Moruno es sociólogo por la UCM y diputado de Más Madrid.
Lo más...
Lo más...
Leído