Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Para la reacción somos todos inmigrantes
La gran mayoría de la población inmigrante y de origen inmigrante se sitúa en los escalones más bajos de renta y de riqueza. Es decir, la mayoría de los inmigrantes y descendientes de inmigrantes son los más pobres. Los más pobres, al tener menos alternativas y margen de acción, esto es, menos recursos, pasan más tiempo en los espacios públicos. Los más pobres son más visibles en las plazas, bañándose en las fuentes, en las piscinas municipales, en el metro o en la Renfe. Los más pobres viven en pisos más hacinados, caminan por aceras más estrechas, calles más sucias y se mueven en barrios con una mayor densidad de población. La pobreza no conlleva ninguna virtud ni salvación; al contrario, solo hace más factibles las desgracias, y las desgracias separan a las personas y pueden enturbiar la convivencia. Vivir mal no tiene nada de bueno.
En Puerto Banús (o en el barrio de Salamanca de Madrid) también hay extranjeros, pero no son pobres; al contrario, son millonarios, así que su visibilidad es diferente: mansiones, yates, coches y restaurantes. En Fuengirola también hay extranjeros, no ricos como los de Puerto Banús, pero tienen mucha presencia en la vida cotidiana: tienen sus locales, sus redes, sus viviendas, sus iglesias e inundan las playas. Las comunidades de propietarios suelen costear traductores y pueden vivir durante años en el municipio haciendo vida normal sin aprender una sola palabra de castellano. Donde vive Aznar vive gente de procedencias muy diferentes, pero todos tienen mucho dinero: la convivencia siempre es más fácil cuando se vive bien. La principal diferencia entre unos y otros es la condición de pobre, no la procedencia, ya que unos vienen a trabajar y los otros, por lo general, a consumir.
Así pues, ¿dónde hay que poner el foco, en culpar de todos los males a los más desgraciados o en acabar con las causas que generan la desgracia? Hay una corriente reaccionaria que señala a los últimos de la sociedad como los culpables de lo que les pasa a los penúltimos. Su intención no es la de mejorar la vida de los penúltimos; les vale con generar su rechazo contra los últimos. Lo que busca esta corriente venenosa, capitaneada por los primeros, es cortocircuitar cualquier posibilidad de colocar el foco en la necesidad de mejorar las condiciones de vida de todos: de los últimos, los penúltimos y los antepenúltimos.
La corriente reaccionaria se presenta como rebelde y anti sistémica, cuando en realidad representa un espíritu servil al servicio de los más poderosos
Los mismos que acusan a los inmigrantes de bajar los salarios también están en contra de subirlos. Sabemos que la llegada de inmigrantes en la primera década de los 2000 no bajó los salarios de los autóctonos, al contrario; y que la pérdida de inmigrantes tras la crisis de 2008 no subió los salarios. Los inmigrantes, especialmente los que no tienen papeles, son quienes más sufren las malas condiciones laborales y los bajos salarios, principalmente porque cuentan con menos herramientas y derechos para defenderse. Por lo tanto, mejorar las condiciones de vida, también de los inmigrantes, beneficia a todos. Mejorar las condiciones de vida es condición necesaria para mejorar la economía y también la cohesión social.
La corriente reaccionaria se presenta como rebelde y anti sistémica, cuando en realidad representa un espíritu servil al servicio de los más poderosos. Es la infantería ideológica de un bloque de poder económico improductivo que busca desplazar la frustración social hacia lugares que eviten, por encima de todo, cuestionar el orden que sostiene ese poder económico. Lo que explica por igual la emigración de sectores formados, la precariedad de los autóctonos y, aún más, la de los inmigrantes, así como el problema de la vivienda, es un bloque de poder económico que secuestra el desarrollo del tejido productivo porque vive cómodo en un modelo de extracción de rentas, sectores de baja productividad y bajos salarios. Niegan la igualdad de los inmigrantes porque buscan negarles derechos para obligarles a tener que aceptar condiciones de trabajo miserables.
Ese es el modelo de sociedad al que aspiran para todos, incluidos los autóctonos: una España sin derechos que idolatre a una élite de mediocres. Dicen que les molestan los trabajadores inmigrantes que no pueden cotizar, pero defienden a todos los jetas que no quieren tributar. Esa es la sociedad que desean: una España de trabajadores sin derechos y de explotadores sin obligaciones. No les molestan los inmigrantes sin papeles; lo que les molesta es que haya españoles con derechos. Se ensañan con los inmigrantes, pero su objetivo somos todos los españoles. Los intereses que ganan con la precariedad de los españoles son los mismos que culpan de la precariedad a la inmigración; defienden los intereses económicos que lastran el desarrollo productivo de España porque defienden los valores de una idea reaccionaria.
Somos un país envejecido con una tasa de natalidad en picado que expulsa juventud, machaca a la que se queda y rechaza a la que viene de afuera. Necesitamos retener y atraer a más juventud: eso hacen los países que prosperan. No es ingenuidad, es una brújula ética: avanzar hacia un mundo donde nadie se vea forzado a marchar y a nadie se le impida moverse. Lo que propone la reacción no solo es despreciable, también es inútil. Deberían tenerle un poco más de respeto a quien le limpia la casa, cuida de sus mayores y sus hijos, a la cajera del supermercado, a la que le hace la pedicura, al que trabaja en la obra, a quien le pone internet, una caña o le trae un paquete a casa.
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