El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
... ¡Dilo!
Se ha puesto de moda decir “dilo”. "Dilo" es la enésima expresión que se contagia como la perfussis a través de las redes sociales y de ahí sale al mundo exterior. Significa, si no me equivoco, que estás de acuerdo con lo que alguien ha dicho. Es decir, una persona expresa su opinión y tú, para dejar claro que estás en el mismo equipo, gritas con el teclado: “¡Dilo!”.
Siempre se han contagiado las expresiones, incluso las muletillas. Ahora nuestros adolescentes tienen valores altísimos de “en plan” en sangre, pero mi media naranja adolescente y yo tuvimos que obligarnos a darnos un autogolpe en la boca cada vez que decíamos “o sea” para tratar de eliminar ese conector de nuestro discurso. Es que hubo un momento en el que llegamos a decir más “o seas” que cosas…
Contagiarte de la manera de hablar de otros es también querer ser de su tribu. Imitas lo que te gusta, se te pegan los acentos que te enamoran. El récord lo batió mi hermana adolescente y madrileña, que volvió después de una semana santa en Málaga con un acento ‘que no vea’. La trasmutación de mi Merche de gata a boquerón fue meteórica.
Todos queremos ser únicos, pero también necesitamos pertenecer. Y, del mismo modo que nos alivia quejarnos a dos voces de una ola de calor, nos reconforta la calidez de sentirnos junto al otro y alardear de conexión: “Es que con mirarnos ya sabemos”. La complicidad es uno de esos ríos invisibles que te hacen sentir más fuerte, esos que te ayudan a creer que puedes ganar partidas. Compartir código, entender claves, gestos que son para la vida como las señas con tu pareja de mus.
La complicidad es uno de esos ríos invisibles que te hacen sentir más fuerte, esos que te ayudan a creer que puedes ganar partidas. Compartir código, entender claves, gestos que son para la vida como las señas con tu pareja de mus
Hoy he salido a pasear con mi perra, otra con la que comparto código— esto lo entienden muy bien quienes se comunican con los animales— y nos hemos encontrado con una de sus mejores amigas del barrio— otra con la que Betty comparte código— que se iba de vacaciones.
En medio de la conversación habitual— que gira en el 99 por ciento en torno al ser pequeño de cuatro patas que vive conmigo— va y suelta:
—Nunca te lo dije, pero qué bien me vino aquel abrazo que me diste aquel día. Gracias.
Y nos hemos dado otro y se nos han llenado los ojos de lágrimas a las dos. Y yo le he dicho que no tenía importancia y ella que sí la tiene para quien lo recibe cuando está jodida o asustada. Y yo le he dicho que para mí lo que sí tiene importancia es el amor que me llega mañana sí y mañana también, a través del que le da a Betty. Y ella me ha dicho que no se le da bien expresar los sentimientos pero que tenía que decírmelo y se nos han vuelto a llenar los ojos de lágrimas y nos hemos dado otro abrazo y nos hemos deseado un buen verano y cada una ha seguido su camino.
Toda esa conversación, que tampoco ha sido muy larga, la verdad, se habría condensado en un ¡dilo!. “Dilo” porque sí, estoy de acuerdo con ella, hay muestras de afecto que te llegan en un momento de mierda y tienen una fuerza inmensa. Ella no sabe cuántas mañanas me ha salvado con sus mimos a Betty…
Y “dilo” porque sí, mola decirlo y mola escucharlo, cuántas cosas importantes nos quedamos sin decir y sin que nos digan. Menos mal que existen las claves, los códigos, las señas de nuestro juego vital de mus. Menos mal que “con mirarnos ya sabemos”, pero qué bonito es decirlo y que te lo digan, ¡dilo!
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