El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Historia de una silla
Entre todas las aspirantes fue la que más le gustó. Sencilla, sin pretensiones, sin ánimo de aparentar lo que no era. De todas las candidatas era la que le inspiraba más confianza, nada más verla, sintió que la conocía desde siempre.
Si le hubieran preguntado, Fede habría jurado que había formado parte de su vida desde que tuvo uso de razón. En casa de la abuela, mientras pelaba judías verdes; con su madre, mientras sobrehilaba bajo el flexo a las tantas de la madrugada; con su padre, cada domingo, mientras le sacaba brillo a los zapatos con aquel trapo que tenía huellas de un marrón rojizo, como el suelo de la escena de un crimen.
De todas a las que les había echado el ojo en las últimas semanas, solo ella tenía ese punto familiar que reconoces en algunas personas nada más verlas, ese que hace que sientas que siempre estuvieron junto a ti. No tuvo dudas, era la elegida, esa noche dormiría con él, en su casa.
No se equivocó en la elección. Aquella silla se convirtió en su más fiel escudera, la acompañaba en su soledad por toda la casa. Era un asiento ambulante que se adaptaba sin aspavientos a cada territorio. En la salita, Fede la usaba para leer debajo de la lámpara con forma de arco con la que siempre se golpeaba la cabeza al levantarse: “Me cago en diez”. En la cocina, lo acompañaba para desayunar “mi cafelito con leche templada en mi vaso Duralex”, para comer “plato de cuchara, yo si no como caliente es como si no comiera” y para cenar: “Una pera y un yogur, por no irme a la cama de vacío…”.
Compartiendo cotidianeidad, silencios, comentarios en alto que se perdían porque nadie más los escuchaba…
Después de fregar los platos y sacar la basura, la silla y él se iban juntos al salón y ella pasaba a postrarse a sus pies: “En el sofá, piernas en alto hasta que me entre el sueño, como un marqués”. Y cuando le despertaba el volumen de la tele, que se había subido a lo loco para los anuncios, Fede hacía el último esfuerzo: lavarse los dientes, apagar el gas y al dormitorio, con ella, claro. Allí la arrinconaba junto a la cómoda y colgaba en su respaldo el jersey beige y unos pantalones grises como él.
Fede se jubiló muy joven, según sus compañeros de la oficina, muy tarde, según su sobrina: “¡Pero si tenía que haberse jubilado nada más entrar a currar! ¡El tío, de hecho, nació jubilado!”. Una y otro habían llegado a la vida en el mismo país, en la misma ciudad y en la misma familia, pero hablaban idiomas vitales distintos. Ella, apasionada por viajar, por conocer mil mundos y él, disfrutador del único que le interesaba, el suyo: su casa, su vaso Duralex… y su silla. De todo lo que habitaba su paisaje permanente, era la imprescindible.
Veinticinco años después de fijarse en ella por primera vez, seguían paseando juntos por la casa, recorriendo las habitaciones, plantando patas y piernas en el mismo suelo, compartiendo cotidianeidad, silencios, comentarios en alto que se perdían porque nadie más los escuchaba…
El día que fueron a vaciar la casa después de venderla, los sobrinos de Fede llenaron cajas y cajas de objetos. Mil cosas que se habían ido amontonando en los rincones de un lugar que no recibía visitas. Recuerdos que, cuando falleció su único intérprete, perdieron su significado.
Al marcharse, cerraron la puerta de una historia que nadie completaría y dejaron en la calle una silla que no consiguieron vender en Wallapop porque no hacía juego con las otras: “Es que no me digas, ya hay que ser raro para tener esta silla que no pega con nada”. Y se quedó en la calle, apoyada en un árbol, esperando la recogida del Ayuntamiento…
Aquel verano hacía tanto calor que Ana y Javi salían a pasear a la perra al anochecer. De vuelta a casa se encontraron con ella.
-Ni la mires, que te conozco.
-Es monísima…
-Es horrible…
-¡Para apoyar tu guitarra es un puntazo! Nos viene de lujo, no tenemos ni muebles ni pasta.
-¡Pero que es una mierda!
-Para nada. Mola todo.
-Si es como de abuelos…
-¡Justo! ¡Es como si la hubiera visto en casa de mi abuela mientras emparejaba calcetines! ¿Sabes esa sensación, cuando te presentan a alguien y te parece que lo conoces de toda la vida?
-Pero…
-Es de ‘Cuéntame’ como un vaso Duralex. Esta silla se viene a casa.
-Mira que te gusta recoger basura…
-¡No pesa nada, se puede llevar genial de un lado a otro! La de cosas que habrá visto, igual vivía con una familia numerosa de esas con mucho ruido. Pero se ve que la han mimado, está nueva…
-Tú flipas…
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