El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Cómo Sánchez me está fastidiando el verano
Paso unos días en la playa de Caños de Meca. El ajetreo de las sombrillas y los restaurantes, del tinto de verano y de los boquerones fritos ciega a una ciudadanía aborregada, incapaz de percibir la destrucción de España que Pedro Sánchez, la política woke y el Gobierno social comunista han decidido y emprendido silenciosamente. Pero el proceso es irreversible y se percibe en la vida cotidiana de todos. También en la mía.
Al niño le duele el oído. En la farmacia me atiende un chaval – Rubén dice el identificador en su bata – con la uñas pintadas minuciosamente de rojo bermellón. Pregunto al joven qué remedio sugiere, y me recomienda Sinalar Ótico, dos gotas cada cuatro horas. Me obligo a mirar en Google: si como señalan sus uñas ese chico no tiene claro su propio género, ¿cómo habría de saber lo que le conviene al oído de mi hijo?
El mismo día de la ilegal entrada del prófugo Puigdemont en Barcelona y de su inmediata salida gracias al conchaveo con Sánchez, una familia catalana se sitúa en primera línea de playa, obstruyendo nuestra vista del mar. Que los catalanes están crecidos es patente: abuela, padre, madre y dos hijas pequeñas conversan todos ellos en catalán sin ningún pudor. Me alegra sin embargo que la marea alta les obligue a retroceder a las dos horas, dejando libre mi horizonte. Por su desconocimiento de las dinámicas marinas deben ser del interior de Cataluña, más proclive al independentismo. Que se jodan. (Coincidimos de nuevo en el restaurante: ellos no dejan propina, pues yo tampoco).
Compro a un senegalés que vende cosas por la playa (o un nigeriano o un guineano o lo que sea… negro en cualquier caso) unas gafas Ray-Ban Aviator, que sospechosamente me salen por 15 euros. A los tres días se me cae un cristal, confirmando mi sospecha. Espero pacientemente a que el vendedor ilegal pase por allí para que me devuelva el dinero. No aparece el muy sinvergüenza. Eso me recuerda que la limpiadora rumana de mi oficina lleva años insistiendo en que tengo que darle de alta en la Seguridad Social. Eso es lo que están haciendo con nosotros, la ley del embudo: para ellos todo muy ancho, para nosotros estrecho.
El ajetreo de las sombrillas y los restaurantes, del tinto de verano y de los boquerones fritos ciega a una ciudadanía aborregada, incapaz de percibir la destrucción de España que Pedro Sánchez ha emprendido silenciosamente
Vuelvo en tren a Madrid para un par de “reuniones”, dejando a mi mujer y los niños en la playa. Observo asombrado cómo un padre entra con su bebé en el baño de hombres (si es que ese sustantivo tiene sentido hoy) para usar el cambiador que Adif ha provisto. Ese pobre ciudadano ha tenido que poner un pañal, víctima del relativismo moral de la izquierda. Le miro y tuerzo el gesto solidariamente, sin respuesta por su parte. Otro que se rinde.
Señal inequívoca de la conversión de España en la Venezuela chavista es la presencia insidiosa de centenares de inmigrantes ilegales procedentes de ese país en el barrio de Salamanca/Jerónimos y sus tiendas atestadas de latinos, el silencio de Zapatero sobre el fraude electoral de Maduro y la creciente presencia de casetas que venden arepas en las fiestas de la Paloma.
Me doy un paseo por la Gran Vía, rebosante de gente gracias a Ayuso, que ha evitado la tradicional atonía de la ciudad en agosto. Paro en la Casa del Libro. Decenas de novedades en las mesas: mucha novela histórica, ensayos sobre la inteligencia artificial y algún volumen sobre la Guerra Civil y el franquismo. A pesar de ser el libro más leído de la Historia, ni una sola biblia. Que saque el lector sus propias conclusiones.
Los medios de comunicación dan los datos de desempleo, de inflación y de crecimiento que en nada se comparecen con la penosa situación de la economía de España, que el ciudadano común no asume. El barco se hunde pero en la cubierta la orquesta sigue tocando. ¿Dónde está el PP? Se habrán ido también de vacaciones. Nuestro país quiebra y todo es desinformación y desidia social.
El domingo me vuelvo a Cádiz. No seré yo el único pringado que se sacrifique por España.
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