Todo lo que el rey olvidó en su discurso (y queríamos oír) Marta Jaenes
El verdadero significado de la Navidad
Que alguien venga, a finales de 2024, a contarnos que la Navidad ha perdido su significado religioso es para calificarlo de incauto. Si en vez de responsabilizar al capitalismo depredador se inventa que la culpa la tiene el fantasma de la corrección política es para señalarlo como lo que es: un decidido sinvergüenza.
Esto no va del análisis histórico de una festividad o de una mirada antropológica a cómo las personas viven los hitos del calendario, esos acontecimientos que nos dan anclaje al otorgar cierta circularidad a nuestra vida. Esto, lo de convertir la Navidad en arma arrojadiza contra la izquierda es, simplemente, la enésima guerra cultural de la derecha.
Cuando hace unos años Cayetana Álvarez de Toledo la emprendió contra los Reyes Magos de Carmena, "no te lo perdonaré jamás", la cosa se quedó en un meme y la gente se mofó de la furia conservadora de la que entonces había quedado relegada a FAES y hoy es portavoz adjunta del PP en el Congreso de los Diputados.
Todo cambia y lo que hace ocho años era motivo para un chiste pasajero, fiscalizar estas fiestas desde las esencias, hoy se utiliza como dispositivo para el combate en el vertedero ideológico. Ayuso, el 29 de noviembre, lanzó la primera piedra asegurando que la Navidad estaba en retroceso porque era motivo de censura.
Este mecanismo narrativo que, en su superficie parece una soberana gilipollez, encierra sin embargo un valioso fondo para entender cómo opera el populismo ultra contra nuestra sociedad. Valioso porque explica no sólo por qué la celebración de la Navidad se ha convertido en parte del conflicto político, sino cómo ha avanzado la derecha aprovechando la resaca de la Gran Recesión.
Primero el neoliberalismo desmiembra valores, tradiciones y comunidad para sustituirlos por un individualismo atroz y egoísta. Esto, que crea un páramo sin mayor sentido que el logro impúdico de beneficios, asusta a la gente. Las derechas, que han promocionado lo neoliberal hasta hartarse, dan respuesta a ese miedo señalando a los oscuros manejos del progresismo como el responsable del hundimiento de aquel añorado mundo viejo y bueno, que por otro lado no es más que una fantasía nostálgica.
Fiscalizar estas fiestas desde las esencias hoy se utiliza como dispositivo para el combate en el vertedero ideológico
No, la izquierda no tiene ningún plan ni ningún interés para acabar con la Navidad. Entre otras cosas porque aunque así fuera, como ya comprobaron en la Unión Soviética, no se puede acabar con las inercias culturales por decreto. La Iglesia, más hábil que el comunismo en estas lides, ya entendió diecisiete siglos antes que era más útil parasitar las celebraciones preexistentes antes que intentar eliminarlas.
Bien es cierto que, si la izquierda se hubiera dedicado en los años posteriores a la gran crisis de 2008 a lo imprescindible, la búsqueda de la igualdad mediante el cambio de los factores productivos, no sería hoy una falsa culpable tan propicia para la conspiranoia de esta derecha encanallada.
Que parte del progresismo respondiera al gran hundimiento financiero de la pasada década con batallas culturales, centradas además en los modos de vida de los individuos, sirvió, sobre todo, para dejar un lienzo en el que la derecha actual pintarrajea a placer sus caricaturas, con gran éxito para una parte, no pequeña, de la población.
No les voy a negar que el escenario, que se repite una y otra vez en temas tan dispares como la seguridad, la economía o las relaciones personales, empieza a resultar desesperante. Sobre todo porque diseccionar los engranajes del reloj no vale para que nadie caiga en la cuenta de que está dando la hora equivocada.
Por eso, más que análisis, quizá lo que nos haga falta para desarticular el relato de las derechas sea humor, ese que además corta como el filo de una navaja. Berlanga y Azcona ya retrataron el verdadero significado de la Navidad en Plácido. Corría 1961 y lo terrible sólo se podía conjurar desde el realismo grotesco.
Cuando la película llega a su fin, la letra está pagada y la viuda llora al muerto, a la familia protagonista le arrebatan el único golpe de suerte que les había deparado su agitada Nochebuena. El inmediatamente superior a ellos les grita: "¡golfos, que sois unos golfos! Todos estos desgraciaos son iguales". La cámara asciende y en primer plano se ve al motocarro, portando una estrella de Belén de cartón y purpurina. Y suena el villancico:
Madre, en la puerta hay un niño,
más hermoso que el sol bello,
tiritando está de frío,
porque viene casi en cueros.
Pues dile que entre y se calentará,
porque en esta tierra
ya no hay caridad,
ni nunca la ha habido,
ni nunca la habrá.
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