Distracciones

En el arte de la magia se llama misdirection; así, en inglés, que suena más preciso que la mera “distracción”. A pesar de su sencillez teórica es una técnica de sorprendente eficacia. El mago pone la atención en una mano, de modo que el público no percibe lo que hace la otra, que puede maniobrar discretamente. O focaliza la mirada en un punto del escenario para dejar ocultos otros, en los que puede operar el engaño. Oscar López, flamante secretario general de los socialistas de Madrid, lo ha explicado de manera más coloquial y conocida: se señala el dedo para no dejar ver la luna.

Y así llevamos meses, a la búsqueda de la fuente de la filtración de un correo electrónico del novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid (a través de su representante legal) para distraer la atención de lo verdaderamente relevante: que –todo presuntamente– el susodicho se embolsó unos dos millones de euros de margen por la comercialización de mascarillas mientras trabajaba para el Grupo Quirón, uno de los más importantes contratistas sanitarios de la Comunidad de Madrid, siendo ya pareja de la presidenta y durante la pandemia. Que, también presuntamente, a través de facturas falsas, defraudó unos 350.000 euros, lo que podría acarrearle pena de prisión. Esto último no es presunto: su abogado reconoce que “ciertamente se han producido dos delitos contra la Hacienda Pública”. Eso lo dice el abogado en conversación con la Fiscalía en el correo electrónico cuya filtración se investiga.

Por arte de la distracción mágica, favorecida por los medios conservadores habituales y una dirección del PP con pocos escrúpulos y mucho miedo a la señora presidenta de Madrid y a su agresivo jefe de Gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, popularmente conocido como MAR, tenemos a un fiscal general del Estado investigado ¡por filtrar –presuntamente– un correo electrónico! y al Gobierno de España acusado de orquestar una operación de Estado contra una adversaria política. En resumen, sucede algo tan surrealista como sorprender a tu pareja en pleno coito en tu cama con un amante y que su defensa sea que no llamaste a la puerta al entrar.

Este espectáculo que ofrece el Supremo buscando la fuente de la filtración de un correo electrónico solo tiene una utilidad práctica, muy práctica, para los amigos de Ayuso y su novio, y también para el PP que se beneficia del despiste: se llama distracción

Pues bien: parece que a menos que el Tribunal Supremo se empeñe en forzar la ley y la jurisprudencia, esto no da para mucho más. Esta semana hemos sabido, por las comparecencias de MAR y de algunos periodistas citados por el Tribunal, lo siguiente:

Que MAR distribuyó aquel segundo correo afirmando que la Fiscalía le ofrecía un arreglo a González Amador.

Que, fíjate tú, MAR no sabía que había un correo previo en el que el representante de González Amador reconocía sus dos delitos. De paso, hemos sabido también que se inventó, por deducción, que la Fiscalía había recibido “órdenes de arriba”.

Que los periodistas tenían ese primer correo por cuya filtración se imputa al fiscal general antes de que éste último lo tuviera. Y que no van a decir de dónde les llegó ese correo, por puro y simple y sagrado secreto profesional.

¿Quién filtró entonces aquel primer correo electrónico amputado –o inverosímilmente desconocido– por MAR? ¿Cree el Tribunal que merece la pena mantener el disparate de estar buscando la fuente de la filtración de un correo electrónico? En España, como en el resto del mundo libre, se producen filtraciones cada día. Y también abusos del derecho a la intimidad. Se conocen datos –domicilios, cuentas bancarias, documentos personales, correspondencia privada, mensajes íntimos…– de ciudadanas y ciudadanos que ven violada su intimidad. En muchos casos celebramos esas filtraciones, como cuando Wikileaks o los papeles de Panamá, o cuando se filtran documentos oficiales que constatan las fechorías de los gobernantes. Que filtre el fiscal general del Estado es intolerable, por supuesto, pero que lo haya hecho está lejos de demostrarse. Y esos periodistas citados a declarar como testigos tienen derecho a callar sobre sus fuentes, un derecho vinculado a otro fundamental y protegido por la Constitución, que es la libertad de información.

Como si se tratara de un vodevil, aquí estamos buscando a quien filtró un correo electrónico que corregía un bulo grande como una catedral –que la Fiscalía ofrecía una solución al presunto defraudador y que fue impedida “desde arriba”– mientras no le dedicamos el rato a Díaz Ayuso y a su novio, que se ha sacado –presuntamente– unos cuartos a cuenta de comisiones por ventas de mascarillas y de un fraude a la Hacienda Pública. Imaginemos que la comisionista defraudadora hubiera sido Begoña Gómez.

Este espectáculo que ofrece el Supremo buscando la fuente de la filtración de un correo electrónico solo tiene una utilidad práctica, muy práctica, para los amigos de Ayuso y su novio, y también para el PP que se beneficia del despiste: se llama distracción o, para los magos, misdirection. Pero hay magos buenos y magos malos. Y a MAR, ahora en una ronda mediática de alto riesgo, se le está viendo el truco.

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