La palabra medicalizar no existe; el verbo abandonar, sí Benjamín Prado

Es lo que tiene la conducción temeraria: que puedes pegártela o perder la licencia. El PP se maneja con evidente desprecio por las normas de tráfico más elementales. Solo esta semana el “nuevo” oráculo de la estrategia de los conservadores, MAR, ha jugado contra las familias de los muertos en las residencias madrileñas durante la pandemia, en línea con su jefa, la presidenta Ayuso, que ha dicho que algunos de esos familiares son “resentidos” que “están mintiendo”. Feijóo, un aprendiz en la estrategia de la hipérbole, afirmó el miércoles que en España “es más fácil tener casa si se okupa ilegalmente que si se trabaja honradamente”. Y un senador también popular llamó “delincuente” al fiscal general del Estado a su cara, sin rubor alguno.
No es coyuntural: la estrategia de comunicación de rompe y rasga adoptada por el PP prácticamente desde su fundación se alimenta de exageraciones que siguen un mismo y arriesgado hilo conductor: el Gobierno socialista, en cuyo entorno abundan los corruptos y criminales, consumidores de prostitución y cocaína, es una pseudodictadura que cede ante los separatistas, los terroristas y los residuales para aferrarse ilegítimamente a la poltrona. Sirvió para el Felipe González postrero, para Zapatero y para Sánchez.
Si la estrategia de la tierra quemada no es nueva en el PP, tampoco es distintiva de la derecha española
El relato, que hoy contradicen los datos objetivos que presentan a España como un país próspero, seguro, solidario, destino preferido de medio mundo, logra sin embargo extenderse en amplias capas de la población: en la derecha, entre los más politizados y extremistas. También en el amplísimo “centro” de los que pasan de la política, los menos movilizados, es decir, en esa mayoría social que no lee The Economist, no va a mítines y a duras penas escucha las tertulias televisivas más vociferantes.
Si la estrategia de la tierra quemada no es nueva en el PP, tampoco es distintiva de la derecha española. Es la misma que siguen Trump, Milei, Orbán y Bolsonaro: reduce todo al blanco y negro; sitúate en el campo del pueblo virtuoso frente a un sistema político corrompido; genera con tus seguidores una sintonía espiritual directa; apela a la patria frente a sus enemigos globalistas y sus invasores, que violan a nuestras mujeres, okupan nuestras casas y amenazan nuestras tradiciones; genera miedo; defiende “la libertad” y el orden frente a los matices y las componendas, con valentía y un toque gamberro, casi punk.
¿Tiene éxito la estrategia de la hipérbole? A corto plazo es evidente que sí. Estamos hablando de líderes (no me refiero a Feijóo) amados por sus públicos, capaces de victimizarse de sus propias tropelías en las circunstancias más improbables, que marcan la agenda pública con sus sorprendentes titulares, que se convierten en objeto de incendiaria conversación de sobremesa.
¿Cómo contrarrestarla? Una opción sugerida con frecuencia podría ser no hablar de ellos ni contestar a sus memeces, pero tal cosa es imposible. ¿Cómo no denunciar el plan de Trump para montar la Riviera de Oriente Medio? ¿Cómo no reírse de Milei cuando dice que él no “promocionó” la criptomoneda de su amigo presuntamente estafador, sino que la “difundió”? ¿Cómo pasar por alto que Ayuso y su jefe de Gabinete llamen sectarios a algunos de los hijos de los mayores abandonados en las residencias o cuestionen su dolor?
Hay otra opción más realista que consiste en apretar las filas frente a la infamia y plantarle cara. Pero eso exige algo que la izquierda, por pudor, con frecuencia evita: simplificar y renunciar de vez en cuando a los matices en beneficio de un relato más emocional y sencillo; recurrir también a los medios alternativos para hacer llegar el mensaje a los más jóvenes y los más combativos; utilizar el humor; evitar las diferencias, mantenerse unidos; no renunciar a los principios ni los conceptos por mucho que se denosten (woke es un buen ejemplo); habilitar espacios propios, a modo de trincheras como las suyas.
Nada de esto es incompatible con perseverar en paralelo en la promoción de los fundamentos morales más propios de la izquierda: la protección de todos, incluidas las minorías, la justicia social a través de un Estado fuerte y eficaz y el rechazo de los dogmas y las supersticiones.
Los extremistas terminan saliéndose de la curva aunque dejen sus pifias sociales en el camino. El desafío es perseverar para pararles lo antes posible. Con la razón como guía, pero también con la emoción de persistir unidos, unidas, en las luchas ancestrales de la izquierda.
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