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Literatura

Carlos Pardo: “Han fracasado las ideas de genialidad, de creatividad, de artista”

El escritor madrileño Carlos Pardo.

El viaje a pie de Johann Sebastian es la parte de ficción en una novela donde todo, salvo algunas cosas -como quien diría- es ficción. Ficción de la propia realidad. La realidad literaria y cultural, la familiar, la personal y, como suma de todas, la política. Imágenes y recuerdos remendados como retales que crean con su conjunción una nueva imagen. Con un capítulo dedicado al joven Bach que se cuela entre las páginas de su segunda novela, el poeta Carlos Pardo regresa a la prosa para dibujar un mundo que ya esbozó en Vida de Pablo: el suyo propio. A modo de autoficción, el libro plantea la estructura de un relato de formación para abundar en las dudas y las certezas de una existencia, quizá no más relevante que cualquier otra, pero sí única, en la España que fue creciendo para hacerse adulta con la gran crisis.

“Quería escribir un libro de ficción”, puntualiza el autor (Madrid, 1975), té en mano en un bar del centro de Madrid, “lo único que al final me di cuenta de que la ficción como tal, como algo abstracto, puro, es decir, la novela como género cerrado, era de alguna manera responsable del fracaso de los personajes que quería narrar, en este caso de mi propia familia”. A partir de esa idea –o “fe”- de que “la autobiografía es el género que surge cuando fracasa la comunidad”, Pardo se ha vuelto a agarrar a sus raíces para plantear reflexiones y, lo que es más importante, opiniones y juicios, sobre el panorama que le rodea a él y a todos los demás. Y su visión no es complaciente, ni al echar la mirada hacia dentro, ni de puertas afuera.

Una familia de cinco hermanos, todos chicos. Los padres, divorciados, caen enfermos, cada uno por su lado. El tiempo ha hecho que quienes un día fueron los cuidadores, hoy sean los que reciben, aunque muy sui generis, los cuidados. Él, el que escribe, el protagonista, el que se hace autor en la cabeza del lector, es el más joven de todos. Como el resto de su familia, que se quedó “tonta” por la ficción, recurre a ella para intentar explicarse lo que sucede y lo que le sucede. “Lo que no quiere decir que sea escapista: es la ficción como manera de aprehender el mundo”. En esa labor de introspección, asegura el escritor, no hay “ajustes de cuentas”, ni justificaciones del tipo “qué penita doy”. “Quería que el principal idiota, el más tonto y el más mediocre fuera el propio narrador. De esa manera los personajes, esas personas que han vivido realmente pero que al narrarlos se convierten en personajes de ficción, pudieran hablar por sí mismas, no aplastarlos”.

En el ejercicio de pensarse a sí mismo y lo que hace, Pardo llega a conclusiones como que la literatura “para ser verdaderamente literaria, tiene que aniquilarse”. Es decir, trascender sus propios contornos, que no son sino los que las personas le han marcado. “La literatura que me interesa es la que te obliga a replantearte qué estás leyendo, qué es literatura, qué es realidad y qué es mentira”, explica él. Esa tarea de desmitificación del arte, que define como una “necesidad”, es la que le lleva a saldar cuentas con el escritor, consigo mismo. “Hay una voluntad de que se pueda emprender una acción dura, casi política, desde la asunción del fracaso de unos conceptos muy abstractos que tenemos en la cabeza. Entre otros, las propias ideas de emprendimiento personal, de genialidad, de creatividad, de artista y demás”.

Frente al ideal del creador como un ser casi superior, tocado por las musas, que en la novela atraviesa los capítulos en forma de referencias que van desde la literatura a la música clásica –con Johann Sebastian Bach a la cabeza- o arquetipos culturales como el dandi o el bohemio –a los que él aspiró en diferentes fases de su juventud-, Pardo defiende una puesta en medida de esos “clichés de corte romántico”. “Creo que esta especie de epifanías que tiene muchas veces la literatura en sí misma son como las medallas que se cuelgan los escritores para justificar que lo que están haciendo es útil y que es realmente importante”, señala. “Yo no sé si realmente el espacio que ocupa la literatura hay que venderlo en esos términos de utilidad o importancia. Yo creo que es algo que existe, que construye sentido, y yo participo de él".

Curtido en la labor de la crítica literaria, que ejerció en el diario Público, Pardo insiste en la necesidad de bajar del pedestal al autor como tal. Pero también de subir, al menos un escalón, el papel que desempeña el crítico, a quien la época ha despojado de su antigua autoridad, "que no es una cosa que se herede: cuando se hereda la autoridad se hereda con violencia, casi como una cárcel, como una prisión", subraya. "Y la crítica literaria, igual que la literatura, en este sentido no es democrática, es una falacia pensar que la crítica literaria es democrática, que todas las opiniones cuentan lo mismo, lo que pasa es que hay que reinventar esa autoridad, que haga que nos creamos lo que opina un crítico literario. Creo que es un buen momento para eso, pero todavía no ha terminado de cuajar".

Si la cultura, como afirma, no nos salvará, quizá pueda hacerlo la política, cuestión que se revela igualmente indisoluble de su narrativa. El 15M y el "fracaso" de la revolución, el paro y demás miserias contemporáneas son así parte consustancial a la historia que se cuenta. "Aunque intento no hacer panfleto, y de hecho tampoco intento hablar de literatura, sino que estoy hablando de una familia y de una familia a largo plazo, es una especie de crónica del desarraigo familiar en el que uno puede reconocer España, pero puede reconocer también un proceso de modernización a través del liberalismo", afirma, para aclarar que, aunque no tiene voluntad de convencer, sí la tiene de exponer. "Este es un libro que pretende que se emitan juicios. No es esta idea de la literatura que plantea una pregunta y luego cada cual se contesta, sino que son preguntas tramposas para crear extrañamiento y obligar al lector a que continuamente esté juzgando". 

Autor de los poemarios Echado a perder o Desvelo sin paisaje, Pardo asegura haber zafado en la prosa las barreras que se le levantan como poeta. "A mí, personalmente, este tipo de escritura, que no sé si es prosa, biografía, novela… me ha liberado de mis limitaciones", dice. "Como poeta era muy limitado, garrapiñado, estaba muy cerrado en una idea de la corrección y de la perfección, en una especie de idealismo estético, que intentaba romper por uno y otro lado, y lo he conseguido romper haciendo prosa". Con todo, asegura no poder "evitar" que la poesía le siga pareciendo "algo muy importante". "Yo creo que es un tópico, pero es un tópico real: que la poesía apela al lector individual. Con que haya dos lectores de poesía, con eso vale".

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