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Fotoperiodismo

Lo que llevé conmigo cuando huí

Dowla, de 22 años, está refugiada junto a sus seis hijos en Sudán del Sur.

¿Para ti, qué es lo más importante? Si hablamos exclusivamente de lo material, la cuestión podría dar lugar a un sinfín de respuestas. Si el contexto se acota y se limita a una huida improvisada y peligrosa, las posibilidades se reducen a muchas menos. “Para todo el mundo, el objeto más importante sería su familia”, ilustra Brian Sokol. “Pero la familia no son objetos, sino personas”. Para el ejercicio que este fotorreportero estadounidense ha realizado con refugiados de Siria, Sudán del Sur, República Centroafricana y Mali, esa era la condición: cada uno tenía que escoger, de entre lo mucho o poco que aún conservara, el objeto más preciado. Las resoluciones de cada uno de sus retratados pueden verse en la exposición The most important thing, organizada en colaboración con Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados, y abierta en el CaixaForum de Madrid hasta el 31 de mayo.

Jean-Baptiste, refugiado en Congo, muestra su carné de identidad centroafricano | BRIAN SOKOL / ACNUR

Sokol, cuyos trabajos se publican en diarios como The New York Times o revistas como Time, The New Yorker o Geo, lleva toda su carrera profesional documentando violaciones de derechos humanos y crisis humanitarias por todo el planeta. Aunque resulte positivo para su currículum, lamentablemente hoy tiene más trabajo que nunca. “Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial hay más de 50 millones de refugiados en todo el mundo”, explica, “lo que significa que estamos en una nueva era de guerras”. Una impresión que corrobora Rosa Otero, portavoz de Acnur, que agrega que sólo en el primer semestre de 2014 se sumaron a esa cifra, de 2013, otros 5,5 millones de personas. “Lo que, para ponerlo en perspectiva, sería como si toda la población de la Comunidad Valenciana tuviera que abandonar su casa de un día para otro”.

Eso les ha ocurrido a personas como Dowla, una joven de 22 años con seis hijos a su cargo. Los incesantes bombardeos que acribillaban su pueblo, Gabanit, en el estado sudanés del Nilo Azul, le obligaron a salir corriendo hasta el campo de refugiados de Sudán del Sur. En el agotador trayecto, que se prolongó diez días, tuvo que cargar con sus niños, todos pequeños, que no tenían fuerzas suficientes. Lo hizo con ellos colgados de una balanza que se sujetaba sobre los hombros con una barra, y que muestra en su retrato como su más valiosa posesión. “En cada país, la situación de los refugiados en completamente diferente”, señala Sokol. “Lo mismo que para cada persona particular: hay gente que tiene que salir huyendo con lo que llevan puesto, mientras que otros tiene tiempo de cargar el coche, incluso una camioneta, y transportar sus enseres”.

Iman, siria refugiada en Turquía, muestra su Corán junto a sus hijos | BRIAN SOKOL / ACNUR

En la serie de fotografías en blanco y negro, todas tomadas ante un fondo oscuro y no en los campos de refugiados, porque allí el ambiente es “abrumador”, se van sucediendo así las historias: las hay que hablan de objetos que sirven para ganarse un dinero, como la máquina de coser de Benjamin, centroafricano refugiado en Congo; elementos espirituales, como el Corán de Iman, siria reubicada en el campo de Nizip, en Turquía; o recuerdos de la vida que un día fue, como el carné de identidad de Jean-Baptiste, otro centroafricano asentado en la República Democrática del Congo. Hay relatos aún más sobrecogedores, como el de Alia, una joven de 24 años ciega y postrada en una silla de ruedas, que cuando huyó con su familia, solo pudo llevarse consigo su “alma”.

La razón por la que Sokol ha tomado estas imágenes no es otra que “hacer ver que las estadísticas no son sólo eso, sino que hay personas detrás”. “Organismos como Acnur o Unicef no fueron inventados para ocuparse de estos problemas, sino de los niños europeos tras la Segunda Guerra Mundial. Y en Europa, ahora hay conflictos como el de Ucrania, y no ha pasado tanto tiempo desde el de los Balcanes”, remarca el fotorreportero, que explica que esta serie es parte de un proyecto fotográfico mayor con refugiados de todas las latitudes. “La guerra es siempre inminente, y si no aprendemos de los errores, estas personas podríamos ser nosotros. Por eso, estas fotografías quieren ser una ventana para empatizar y ponernos en la situación de nuestros hermanos en el mundo”.

Benjamin usa su máquina de coser para ganar dinero | BRIAN SOKOL / ACNUR

El fotógrafo danés Mads Nissen gana el World Press Photo con una foto de una pareja gay en Rusia

El fotógrafo danés Mads Nissen gana el World Press Photo con una foto de una pareja gay en Rusia

Abandonarlo todo camino de la nada, poniendo en riesgo la propia vida y la de los allegados, no es sino la muestra –como ilustra Otero, de Acnur– de la más auténtica “desesperación”. De ahí su llamamiento a las “soluciones políticas”, porque a los conflictos ya “enquistados”, como el de Siria, que ya ha cumplido cinco años y se está extendiendo, así como los de Somalia, Afganistán o el Sáhara Occidental, se están agregando sin descanso otros nuevos, en lugares dispares como Ucrania o Nigeria. “Este año los récords se van a superar”, advierte Otero, que pone de relevancia el papel de los países que acogen a los refugiados, que suelen ser los vecinos, y suelen ser pobres.

“Es necesario poner fin a estas crisis que sólo generan sufrimiento y muerte también por interés propio, porque las implicaciones de seguridad afectan a otros países”, insiste, para apuntar que, con España en el Consejo de Seguridad de la ONU, desde su organismo esperan que este país “pueda jugar un papel importante para aportar soluciones humanitarias”. Los 6.000 refugiados que llamaron a nuestra puerta sólo el año pasado marcan otro flanco de actuación y apoyo. “El perfil de las llegadas irregulares ha cambiado, y a día de hoy entre el 60 y el 70% son potenciales refugiados”, una situación ante la que lo importante es “acelerar las resoluciones y no crear alarmismo”. “Estas son personas que no tienen otra solución, y si se les devuelve, se les está condenando a muerte”.

Alia solo lleva consigo su alma. Cuando le preguntan por la silla, se sorprende: no la ve como un objeto | BRIAN SOKOL / ACNUR

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