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El Gobierno recompone las alianzas con sus socios: salva el paquete fiscal y allana el camino de los presupuestos

Elecciones decisivas

Grecia contiene el aliento mientras Syriza se transforma

Asistentes a un mitin de Syriza en la plaza Sintagma (Atenas).

“¿Vamos a pagar esta deuda? ¡Nooooo! ¿Vamos a pagar esta deuda? ¡Nooooo!”. La multitud congregada responde al unísono. En la tribuna, la que habla es Zoe Konstantopolou, la que fuera presidenta de la Vouli [Parlamento griego] durante siete meses. La misma que promovió que se auditara la deuda pública griega. A finales de agosto, abandonó la formación que dirige Alexis Tsipras. Posteriormente, se unió al partido formado por los miembros del ala izquierda de Syriza, favorable a la salida de la zona euro, Unidad Popular. Zoe Konstantopoulou es de esas personas que no deja a nadie indiferente y consigue arrancar grandes aplausos en esta tarde del martes en Omonia, una de las principales plazas de Atenas. Los presentes apoyan sus consignas, que consiguen dar en el blanco. “Al dilema entre memorando o democracia, respondemos, ¡democracia! Al dilema entre sumisión o democracia, respondemos, ¡democracia! Al dilema entre euro o democracia, respondemos, ¡democracia!”. Alexis Tsipras y Εvanguelos Meïmarakis (el dirigente de la derecha que sucedió a Antonis Saamaras, tras la dimisión de éste en julio) están al mismo nivel. Syriza, demonizado, es el blanco de todas las críticas y la candidata invita a los electores a no votar a “los que están más a la derecha que la derecha, a los más proausteridad que los fieles a la austeridad”. Resulta difícil creer que hace tan solo dos meses, Zoe Konstantopoulou fuese miembro de este partido.

La multitud en realidad no llega a ser tal y tampoco el ambiente es muy animado. El tráfico no se ha visto interrumpido y la concentración apenas llena media plaza. ¿La oposición de izquierdas de Syriza tiene problemas para movilizar a los votantes? El cansancio del electorado debe de situarse en sus cotas más altas. Atrás quedaron los tiempos de los grandes mítines políticos que animaban las campañas electorales en Grecia. Y atrás queda también aquella época en la que la izquierda lograba movilizar a multitudes combativas y henchidas de esperanza.

Apenas han pasado... nueve meses. El programa de Syriza que Alexis Tsipras presentaba era radical, preveía acabar con todas las medidas de austeridad aprobadas desde 2010, el fin de la supervisión de la troika, la reestructuración de la deuda pública. Los mítines estaban llenos, los candidatos encadenaban un encuentro público tras otro. Llega la esperanza, decía el eslogan del partido de la izquierda radical. Ahora, el partido asegura que está en condiciones de “renegociar” el memorando firmado. Nadie parece creerlo. Los diputados de Syriza, candidatos a la reelección, apenas responden ya el teléfono cuando la que llama es periodista. Solo Tsipras llena salas y continúa recorriendo el país. Para los demás, la campaña se limita a eslóganes televisivos y entrevistas con los principales responsables políticos.

Vaya por delante que el balance de Syriza no es maravilloso. Más allá de la reforma del código de la nacionalidad, que beneficia a los hijos de inmigrantes, no ha conseguido poner en marcha ninguna de las medidas previstas en el programa. Y es de prever una gran abstención ya que el sentido de estos comicios es indescifrable para los que no están muy versados en política. Bien es verdad que el pasado 5 de julio los griegos acudían, de forma masiva, a las urnas para decir no al plan de austeridad propuesto por la Comisión Europea. Diez días más tarde, el Gobierno aprobaba un programa todavía más duro en términos presupuestarios. Y ahora ¿hay que permitirles reeditar el Gobierno? Maria, madre de familia en situación de desempleo, escucha a Zoe Konstantopoulou. “Estoy harta de las mentiras de Tsipras, de Nueva Democracia, del Pasok”, dice. “Estamos hartos de pagar sus errores. Queremos un futuro para nuestros hijos, queremos que ellos también puedan fundar una familia”. Syriza ya se encuentra en el mismo saco que los dos partidos tradicionales de Grecia, la derecha y los socialistas. En este caso, el ejercicio del poder ha resultado nefasto para la izquierda radical.

“Tsipras ha acabado con la esperanza que él mismo representaba. Ha dicho que no hay alternativa”, lamenta Errikos Finalis, hasta el pasado 30 de julio miembro del comité central del partido. Después de que, el pasado 13 de julio, se ratificara en Bruselas el acuerdo que ponía las bases de lo que ahora se conoce como el “tercer memorando”, las dimisiones se suceden en Syriza. Las diferentes corrientes más a la izquierda del partido –integrado inicialmente por una coalición de organizaciones alternativas, marxistas, trotskistas o también ecologistas– se han marchado dando un portazo; primero lo hizo el KOE (Organización Comunista de Grecia), después la plataforma de izquierdas (la corriente contraria al euro, dirigida por Lafazanis, que alumbró a finales de agosto el partido Unidad Popular), más tarde diferentes personalidades, incluidos responsables de la corriente de Tsipras. En total, la mitad de los aproximadamente 200 miembros del comité central se han marchado. “Estamos al final de una etapa, no solo para Syriza, también para la izquierda y para las luchas populares. La izquierda ya no ofrece ninguna perspectiva a una población completamente desilusionada y desorientada”, afirma Errikos Finalis.

Tras la relevancia europea del ascenso al Gobierno, en enero, de la izquierda radical, del momento histórico posterior que supuso la victoria aplastante del “no” en el referendo, el desplome es brutal. “Las elecciones celebradas hasta la fecha tenían un sentido concreto. Mientras en 2012, el objetivo era acabar con el viejo sistema político, a principios de 2015 el fin era otorgar la victoria a la izquierda. Esta vez, los electores están invitados a acudir a las urnas... ¡para que Syriza se deshaga oficialmente de los pesos pesados de la izquierda y para su reorganización interna!”, espeta Errikos Finalis. “Estamos ante un programa de clarificación política, para acabar con un Gobierno de coalición que en el fondo responde a lo que esperan los europeos. De este modo, lo único que habrá hecho Tsipras es restablecer el antiguo sistema político”. En el despacho de exmilitante de toda la vida, los carteles recuerdan a tiempos pasados, no tan lejanos. No a los memorandos y a la troika. ¡Vota a Syriza!.

Los dos errores de Tsipras

La amargura de Errikos Finalis es mayor por cuanto la corriente a la que pertenece, entre otras, no había hecho públicas sus reservas ante la proximidad de los comicios de enero. Simularon ser un partido unido para tener más posibilidades de ganar las elecciones, a pesar de que desde las elecciones europeas de mayo de 2014 veían con cierto recelo el giro centrista de Syriza, demasiado acusado, en su opinión. Los múltiples viajes de Tsipras, sobre todo, a Estados Unidos causaban indignación en más de uno en el seno del partido. “Tragamos sapos y culebras para no empañar la imagen de Syriza en público”, asegura Errikos. Así quería creerlo al menos y así lo creyó. No pensaba que el viraje, una vez que el partido llegase al poder, sería tan rápido.

Porque el viraje no sólo ha sido rápido en lo que respecta a las políticas aprobadas por el Ejecutivo, también ha sido vertiginoso en lo que se refiere a la toma de decisiones internas. En el seno de Syriza, tras el primer acuerdo alcanzado con los líderes europeos, el 20 de febrero, se reprochó a Tsipras que dejara de contar con las diferentes corrientes del partido. Y, a pesar de que estaba prevista la celebración este mes de septiembre de un congreso, una ocasión de oro para que los miembros del partido pudiesen rendir cuentas tras un año complicado, el máximo responsable del partido y primer ministro ha pasado por alto la cita, escudándose en la celebración de elecciones anticipadas.

La militancia está enfadada por que se ha aceptado la austeridad europea, pero también por este funcionamiento, percibido como antidemocrático. Ahora, Alexis Tsipras parece que toma decisiones en solitario. El primer ministro –que se rodea de un círculo de personas muy reducido del que forma parte su hombre de confianza de toda la vida Nikos Pappas y el exportavoz del partido y maestro a la hora de pronunciar discursos hueros de contenidos Panos Skourletis y algunos consejeros que ahora evitan a la prensa– parecía incluso ignorar la opinión del número dos del partido, Yannis Dragasakis. De hecho, éste manifestó sus reservas cuando se convocó el referédum.

En la práctica, el referéndum ha ido en contra de los intereses de los griegos. En Bruselas, a los dirigentes europeos les molestó muchísimo. “Sin embargo, este referéndum, en realidad fue muy útil”, asegura Yorgos Korfiatis, un treinteañero militante de Syriza. “Ha permitido hacer frente a la oposición interior y acabar con el chantaje del Grexit. No se puede olvidar las presiones europeas llevadas a cabo para hacer caer el Gobierno de Tsipras... ¡mientras que en Bruselas se recibía a los jefes de los partidos centristas y de la derecha, dispuestos a formar un nuevo Ejecutivo! El resultado ha demostrado a los europeos que lejos de estar aislado, Tsipras tenía tras de sí el apoyo de todo un pueblo. Y esto ha acallado a los medios de comunicación griegos, que hacían campaña en favor del , permitiendo que planease el riesgo de la salida de la zona euro. Esta situación ha permitido descartar el posible “paréntesis de izquierdas” dispuesto a cerrarse”.

Para Kostas Lapavitsas, economista marxista y exdiputado de Syriza y actual candidato en las listas de Unidad Popular, el problema radica en que Alexis Tsipras cometió dos errores. Un error político, el de rechazar que Grecia abandonase la zona euro (“no ha comprendido lo que era la unión monetaria, que implica necesariamente la aplicación de ciertas políticas de austeridad”) y un error estratégico, el de no haber buscado alianzas con Francia e Italia, para que estos países ejerciesen presión sobre Alemania. Lapavitsas no cede. Lo que Grecia necesita es suspender pagos para tener “margen de maniobra presupuestarios para financiar una política de recuperación”. Tampoco cree que los griegos sientan apego al euro y opina que habría sido necesario preparar, desde el primer momento una salida organizada.

Kostas Ysychos, viceministro de Defensa en el Gobierno de Tsipras y actual candidato en las listas de Unidad Popular, así lo confirma: “El primer ministro ha tomado una elección política, perfectamente consciente, optando por permanecer en el euro. En la negociación no había armas. Por el contrario, había una bomba atómica con el resultado del referéndum. No se ha ocupado de ello. No olvidemos que él también estaba sorprendido ante la magnitud del no”. Isychos trabajaba en el desarrollo de intercambios con países que no forman parte de la UE. Rusia (país al que ha viajado tres veces en seis meses), Brasil, China, Irán. “Tsipras no compartía esta postura, no quería provocar enfrentamientos ni con los europeos ni con Washington”.

Es difícil comprender cuál es la línea de Unidad Popular, corriente que formó parte del Gobierno hasta julio y actualmente convertido en su primer rival. ¿Qué hará esta pequeña formación en la oposición? ¿Será capaz de formar grupo parlamentario propio? Frente a una derecha que está dirigida por uno de sus pilares, un sexagenario vulgar y populista en la persona de Evanguelos Meïmarakis, la izquierda griega se reconcilia con sus viejos demonios, sus sempiternas divisiones y sus discursos en bucle. Los amigos de ayer se convierten en los peores enemigos de hoy, las barreras ideológicas ayer invisibles aparecen ahora infranqueables. Estas segundas elecciones de 2015, lejos de traer la renovación, presentan un panorama político anquilosado.

Ingenuidad y falta de experiencia

Todo, en Atenas, representa la confusión y la desilusión. En las calles, los carteles electorales, medio rasgados, se superponen, la “esperanza” de enero, la llamada al no de julio, las nuevas promesas de septiembre. Deshagámonos del pasado, conquistemos el mañana, dice el eslogan; “no se impondrá", mantiene Unidad Popular. Dicen ser el nuevo partido de la izquierda antisistema y ha incorporado a sus filas personas muy conocidas, sobre todo a dos sindicalistas de la compañía nacional de electricidad y de la televisión pública.

En vísperas de las elecciones, la mayor parte de los diarios ni siquiera recogen en portada la cita con las urnas. La noticia se encuentra en otro lado. A diario, Grecia ve llegar a miles de refugiados. Atenas y su puerto, El Pireo, se han convertido en el lugar de tránsito número 1 de Europa. Sirios y afganos llegan por cientos, a diario, en los ferris provenientes del Dodecaneso, frente a las costas turcas. La mayoría de ellos parten inmediatamente con dirección a Macedonia. Estos días, la ruta migratoria del norte, a través de los 12 km de frontera terrestre que separan Grecia de Turquía se está reabriendo, tras ser el principal punto de tránsito hace tres años. Aquí, dos mundos coexisten sin tocarse. Los partidos políticos y el desamparo de los migrantes, el gran ausente de la campaña.

Sobre el terreno, entre los simpatizantes y la militantes se percibe el fracaso. La organización juvenil de Syriza ha perdido al menos dos tercios de sus integrantes este verano. “Solidaridad para todos”, la red nacional de colectivos de ayuda financiada parcialmente por Syriza (cada diputado entregaba el 8% de su salario) se rompe. ¿Hay que seguir trabajando mano a mano con un partido que en la práctica pone en marcha políticas opuestas a lo que defienden estos colectivos que se autogestionan? Christos Giovannopolous, uno de los miembros clave del movimiento, está convencido de que es necesario escindirse de Syriza. En su opinión, la formación de Tsipras se ha convertido en un mero partido gestor, que solo toma decisiones electoralistas y políticas, pero completamente desconectado de sus bases. “No quiero ser la coartada de izquierdas de Syriza”, dice.

No obstante, ciertos personajes conocidos quieren seguir creyendo en Syriza. Es el caso de Sia Anagnostopoulou. Esta historiadora, que ha hecho campaña por su circunscripción, Patras, al oeste del país, entró en política en las elecciones de enero y ocupó el cargo de secretaria de Estado de Asuntos Europeos en el breve lapso entre el acuerdo del 13 de julio y la convocatoria de elecciones anticipadas de finales de agosto. Anagnostopoulou considera que aún existe cierto margen de maniobra y no se cree con “derecho” a abandonar a los electores.

“Hay que seguir dando la batalla. El Gobierno de Tsipras ha logrado abrir algunas brechas en el pilar europeo. Es cierto que no hemos podido aplicar nuestro programa, pero toda esta negociación se ha desarrollado con el chantaje del Grexit como telón de fondo, un camino que habría sido no solo suicida para Grecia, sino que también contraria a los compromisos adquiridos durante la campaña. Nos comprometimos con nuestros electores en enero, queríamos lograr un acuerdo en el seno de la zona euro”. Sia Anagnostopoulou está convencida de que la aplicación del memorando todavía es negociable. Tsipras, al firmar un acuerdo vinculado a una financiación a tres años, en realidad ha logrado ganar “tiempo y espacio” en un momento de asfixia bancaria en el que Grecia no tenía ninguna fuente de financiación.

Y Syriza está bien situada para poner en marcha por fin una ambiciosa política de reformas en Grecia: “No estamos vinculados con la oligarquía como lo está la derecha de Nueva Democracia. Tenemos más margen para luchar contra el fraude y la evasión fiscales”. Pero el Gobierno de Tsipras, ¿no ha adolecido de falta de preparación para las negociaciones que le esperaban? “Todos hemos pecado de cierta ingenuidad”, reconoce la candidata. “Yo misma, sabiendo que la negociación con los europeos iba a ser ardua, creía profundamente en la Europa democrática, la Europa del consenso, creía sinceramente que íbamos a encontrar juntos una vía alternativa... he sido ingenua hasta ese nivel. Nos han faltado también aliados políticos en el continente. Estos últimos años, por ejemplo, no buscamos alianzas con los socialistas o los Verdes. Fue un error y vamos a trabajar en ese sentido. Hay fuerzas que no son exclusivamente de izquierdas pero que comparten con nosotros la constatación de que el dogma de la austeridad no puede ser la solución”.

Improbable mayoría absoluta

Konstantin Tsoukalas, una de las figuras intelectuales del partido, diputado en la Vouli en la última legislatura, lo admite sin ambages: “No hemos podido poner en marcha políticas de izquierdas. La situación económica era demasiado difícil, por no decir peligrosa. Tsipras subestimó la fuerza de la derecha europea y a Syriza le faltaba experiencia. En política, hay que saber adivinar lo que es factible y lo que no lo es, lo que se puede y lo que no se puede decir, comprender que una batalla nunca se gana por completo, ni nunca se pierde por completo. Los ministros de este Gobierno han tenido que aprender todas estas sutilezas sobre la marcha”.

Además, las negociaciones se han desarrollado en un contexto europeo muy hostil con respecto a Syriza, recuerda este profesor universitario, un entorno que está a punto de cambiar. “Sin pecar de un optimismo ciego, observo con mucho interés el resurgir de la izquierda. Se van a celebrar elecciones en Portugal, en España, en Irlanda. Renzi y Hollande están evolucionando. Por primera vez, desde que se firmó el Tratado de Maastricht, es posible que la ortodoxia de Alemania se vea socavada. Una nueva alianza progresista puede alterar el equilibrio de fuerzas europeas”.

Un responsable de Syriza, miembro del comité central, admite que se han cometido errores: “Tsipras ha creído que la política estaba en el centro de los intereses europeos, que era más importante que las cuestiones económicas, se trataba de una posición demasiado idealista. Hemos tenido que aprender, hemos descubierto que las decisiones se tomaban con relación a las cifras, hemos constatado lo que era imposible”. En definitiva, resume: “De un lado estaban los europeos, convencidos de que tenían ante ellos alguien que iba a terminar por aceptarlo todo, y, al otro lado, se situaba el Gobierno griego que creía que iba a ser escuchado por el simple hecho de que contaba con argumentos lógicos. Ni uno ni otro lo han logrado”.

Todas las personas interrogadas –antiguos miembros del Gobierno, diputados y responsables o exresponsables de Syriza– lo aseguran: nunca ha existido un plan B. Las afirmaciones de Varufakis según las cuales se contempló un eventual escenario alternativo carecen de sentido. Nunca se habló en estos términos en el Consejo de Ministros. “Varufakis está reescribiendo la historia”, asegura un miembro del Gobierno. “La historia es lo que está ocurriendo, ¡no lo que nos habría gustado que sucediese!”. Lo cierto, prosigue esta persona, presente en las negociaciones, “es que el acuerdo del 13 de julio pudo haberse firmarse mucho antes, pero los dirigentes europeos no querían enviar una señal así en vísperas de las elecciones en España. Algunas fuerzas de Bruselas querían hacernos caer. El 15 de febrero, me advirtieron de que existía la posibilidad de que se estableciera un control de capitales [finalmente aplicado en junio y actualmente en vigor]. Se produjo la asfixia financiera del BCE, la fuga masiva de capitales griegos... Nos vimos forzados a firmar un acuerdo que no nos convenía, de lo contrario habríamos llevado al país al caos total. Como se puede comprobar, con independencia del nivel de preparación de un Gobierno y de su capacidad para elaborar un programa, todo esto, al final tiene un impacto insignificante habida cuenta de la relaciones de fuerza a nivel europeo. Y la relación de fuerza nos era absolutamente desfavorable”.

El fracaso de Syriza ilustra la falta de "organización" de la izquierda radical en Europa frente al poder

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Bien es verdad que el acuerdo final incluye un duro programa de austeridad, pero supone un avance en varios puntos. Se incluye la posible reestructuración de la deuda. Se garantizan las necesidades financieras del país durante los tres próximos años con préstamos por importe de 86.000 millones de euros, en lugar de los cinco o seis meses de cobertura previstos inicialmente. En suma, según la misma fuente, numerosos aspectos aún están abiertos y son negociables. “Este memorando no puede sacarnos de la crisis, hay que integrarlo en un programa más amplio que incluya una lucha eficaz contra la corrupción, contra la colusión, una profunda reforma del Estado. Nos vamos a esforzar en hacerlo, con la preocupación de luchar por una mayor justicia social”.

El electorado dista mucho de estar convencido. Es poco probable que Syriza vaya a obtener la mayoría absoluta en la Asamblea este domingo. Para lograr seguir en el Gobierno, será preciso pactar con los que ayer eran sus enemigos, los socialistas del Pasok o los centristas de Potami. Las malas lenguas hablan incluso de una posible gran coalición con la derecha de Nueva Democracia. En una entrevista concedida el domingo al diario Kathimerini, el líder de la derecha se mostraba abierto a todas las posibilidades –una hipótesis formalmente descartada por la fuente gubernamental consultada por Mediapart–. No obstante, de momento, el resultado de la primera experiencia de Syriza en el Gobierno no dista mucho, a ojos de los electores, de las políticas de austeridad llevadas a cabo por los gobiernos precedentes. Así fue como, enmarañando su mensaje político, se hundió el Pasok.

Traducción: Mariola Moreno

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