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El fracaso de Syriza ilustra la falta de "organización" de la izquierda radical en Europa frente al poder
El único partido de la izquierda radical que lideraba un país de la Unión Europea ha vuelto a la oposición. Los líderes europeos ya habían obtenido la capitulación ideológica de Syriza capitulaciónen el verano de 2015, empujando a sus líderes a aplicar la austeridad que se suponía que debían evitar. La capitulación electoral de la formación griega también se ha conseguido, a pesar de la menor participación.
Hace cuatro años, hablábamos de las esperanzas suscitadas por Syriza, pero también por Podemos en España, a través del hilo conductor que los une con las corrientes de los años 70 en busca de un camino democrático hacia el socialismo. Entre estas corrientes, el eurocomunismo ha sido una fuente intelectual importante para Syriza. Los partidarios de esta orientación, que data de hace 40 años, en los partidos comunistas italianos, españoles, franceses o nórdicos se distinguieron por su oposición a la tutela de Moscú, así como por su deseo de abrazar la radicalidad que se manifestaba en los movimientos obreros, estudiantiles, feministas y ecologistas.
Más allá de un rumbo doctrinal común entre los eurocomunistas de ayer y los nuevos movimientos de izquierdas radicales de hoy –es decir, la búsqueda de una vía intermedia entre la socialdemocracia y la extrema izquierda– había una similitud de situaciones. Los partidos más escrutados se encontraban en el sur de Europa, en países que atravesaban, simultáneamente, crisis económicas y políticas y cuya transición a una experiencia de transformación social podía tener una fuerte repercusión internacional.
Fracasado el eurocomunismo, quedaba pendiente para sus lejanos herederos una serie de desafíos. ¿Significa la derrota de Syriza que ha caído en la misma trampa, sin haber aprendido nada del pasado? Como entonces, ¿será un nuevo invierno neoliberal de cuatro décadas el precio que deben pagar los opositores del orden social capitalista?
En varios aspectos, Syriza se había librado de ciertos inconvenientes que pesaban sobre las partes implicadas en el eurocomunismo. En el contexto de la Guerra Fría, eran ambiguos sobre su caracterización de los regímenes orientales, a veces denominados “socialistas”, mientras intentaban identificar esta etiqueta con una democracia ampliada o radicalizada.
Además, estos partidos habían arriesgado y a veces perdido su unidad debido a los conflictos sobre la línea eurocomunista, que cuestionaban los fundamentos ideológicos y organizativos de los Partidos Comunistas occidentales.
La ausencia de tales dificultades permitió a Syriza parecer más coherente y atractiva para el electorado, hasta el punto de convertirse en líder de un gobierno en el que todos los eurocomunistas habían fracasado. Por otra parte, el contexto del ejercicio del poder resultaría indudablemente peor para Syriza de lo que podría haber sido hace 40 años, sobre todo en un estado llamado “periférico” de la Unión Europea.
Al igual que hace 40 años, la coordinación entre partidos de la misma sensibilidad se ha revelado muy débil a nivel supranacional. Syriza pertenece a un grupo parlamentario (la Izquierda Unitaria Europea) que es uno de los menos homogéneos del Parlamento Europeo (algo que no ha mejorado en las últimas elecciones europeas), y a una federación de partidos (el PGE) cuya actividad e influencia son marginales en el juego político europeo.
Aparte del apoyo verbal, no hubo ninguna campaña masiva de solidaridad a favor del pueblo griego movilizado contra la austeridad. Y en las negociaciones al más alto nivel, los socialdemócratas, cuyo apoyo algunos analistas anunciaron ingenuamente, demostraron ser agentes más o menos activos de la disciplina neoliberal.
Líderes mal preparados en un terreno estratégico minado
Sobre todo, los responsables del Gobierno de Syriza han jugado en un terreno estratégico particularmente minado. En su momento, los teóricos eurocomunistas identificaron el problema que planteaba el aparato estatal a cualquier estrategia de transformación social. Salvo en casos excepcionales, su capacidad de absorción institucional está sesgada a favor de la acumulación capitalista. Sin embargo, las últimas cuatro décadas se han caracterizado por un deterioro de la capacidad del pueblo para influir en el equilibrio social de poder condensado por la formación de cada estado.
No es sólo una cuestión de derrotas coyunturales. Así como las cadenas de producción se han alargado y fragmentado en todo el mundo, la autoridad política se ha dispersado o concentrado más allá de las fronteras que supuestamente sostienen la vida democrática.
En el caso de la crisis de la eurozona, los Parlamentos se han visto claramente ignorados por los rápidos procesos de toma de decisiones entre los Ejecutivos nacionales y europeos, en lugares de negociación que escaparon a cualquier debate público. Desde este punto de vista, los dirigentes de Syriza no sólo subestimaron la voluntad política de destruir el desafío al orden europeo que encarnaban. También estaban muy mal preparados para una compleja “matriz institucional”, desplegada a escalas temporales y espaciales que los superaban.
En su último libro en inglés El desafío socialista hoy, subtitulado Syriza, Sanders, Corbyn, los intelectuales críticos Leo Panitch y Sam Gindin insisten en la grave falta de “organización” de la izquierda radical frente al poder estatal, del que Syriza parece ser un buen ejemplo. Según ellos, cualquier partido que pretenda ir más allá del orden neoliberal, por no mencionar el orden capitalista, debe invertir los lugares de poder con cuadros entrenados y competentes, pero manteniendo un pie en un movimiento social que presione a toda costa por políticas alternativas.
En este sentido, lo que ha fracasado con Syriza no es tanto la inspiración eurocomunista como su versión menos ambiciosa, llamada “liberal-gubernamental” por sus contendientes, lo que equivale a tomar un camino reformista descuidando cualquier dialéctica entre el partido y las movilizaciones sociales.
En un texto reciente y muy detallado, el activista Eric Toussaint muestra cómo el nombramiento de Varufakis y la forma en que llevó a cabo las negociaciones estuvieron marcados no sólo por una ilusión sobre lo “razonable” de las élites europeas, sino también por una distancia radical de los militantes y movimientos sociales de Syriza, que quedaron ignorados o impotentes ante las sucesivas renuncias, hasta que fue demasiado tarde. Una tentación que puede acechar a cualquiera en el camino hacia el poder gubernamental, y en la que la producción teórica de los partidos existentes sigue siendo muy pobre.
Aunque Alexis Tsipras fue un táctico lo suficientemente inteligente como para limitar la ruptura electoral, la promesa inicial de Syriza de una tercera vía entre la radicalidad impotente y la gestión conformista ha desaparecido. Las recientes desventuras de Podemos y Francia Insumisa son claros testimonios más de un retroceso de las fuerzas más originales de la izquierda europea, cuyo papel podría haber sido el de volver a anudar el hilo que las une a los partidarios de un socialismo a la vez transformador y democrático. ¿La situación griega, después de que el Partido Socialista español recuperase el estado de gracia indica una normalización del campo político a expensas de la izquierda radical?
Semejante diagnóstico sería probablemente demasiado precipitado. Si bien es cierto que el retorno al orden parece estar ganando terreno en los Estados periféricos de la UE, podría ser de corta duración. En Grecia, el panorama político postdictatorial se basaba en compromisos de clase cuyas condiciones han desaparecido en gran medida (en particular, los recursos para el clientelismo).
Además, los países están escapando de esta tendencia, como Italia, que sigue siendo liderada por fuerzas que hasta ahora estaban fuera del club de los partidos del gobierno. Mejor aún, las fuerzas desestabilizadoras de los sistemas partidistas siguen trabajando hasta el centro de la UE, por ejemplo en Alemania con la crisis del SPD y el debilitamiento de la Gran Coalición.
Por otro lado, el fracaso del eurocomunismo estuvo acompañado por el surgimiento de la configuración neoliberal del capitalismo, que reestructuraría las relaciones sociales de poder durante varias décadas, y dentro de la cual la paz social se compraría a través de diversos dispositivos. Sin embargo, también están agotados, con la excepción de la inyección masiva de liquidez en el sistema financiero por parte de los bancos centrales, que no deja de suscitar serias preocupaciones. Con las amenazas planeando sobre el destino de las clases medias diplomadas, la izquierda radical contemporánea también tiene una base social potencial más sustancial que en las décadas de 1980 y 1990.
Por último, el cambio climático y la sexta extinción en masa plantean ahora problemas concretos que radicalizan las cuestiones de justicia y democracia apoyadas durante mucho tiempo por la izquierda crítica. Esto no es un buen augurio para las salidas políticas elegidas por los ciudadanos, sino que forma parte de un contexto que debería hacer audibles los principios defendidos por aquellos que apoyan una ambiciosa transformación social.
Traducción: Mariola Moreno
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