Y sin embargo se mueve
El glifosato, en la cuerda floja
Comenzó a usarse en 1974, pero no fue hasta mediados de los noventa cuando el pesticida glifosato se colocó en el punto de mira de las protestas ecologistas. Monsanto, dueño de la patente en aquel entonces, empezó a comercializar semillas transgénicas de soja resistentes a este herbicida. Así los agricultores podían sembrarlas y fumigar para matar las malas hierbas sin dañar su cultivo. Desde entonces el uso de glifosato se ha multiplicado por 15. Hoy es el herbicida más usado del mundo. Se han fumigado 8.600 millones de kilos en todo el mundo. Solo en 2014, se vendió suficiente para rociar medio kilo sobre cada hectárea cultivada del planeta.
El glifosato se usa en abundancia en los países que cultivan soja transgénica, como Estados Unidos y ocho países latinoamericanos, como Argentina, Uruguay o Brasil. En Sudamérica también se usa como arma contra las matas de hojas de coca y otras drogas fumigando desde avionetas. En Europa se utiliza en jardinería y agricultura porque controla una amplia variedad de plantas, es menos tóxico que otros herbicidas y es barato. Monsanto perdió la patente hace 15 años y hoy en día más de una veintena de empresas lo venden y compiten por las ventas bajando el precio.
Los mensajes de los grupos antitransgénicos, de tinte más ideológico que científico, han calado en la ciudadanía. Lo han demonizado de tal manera que le atribuyen perjuicios que no son ciertos, como que en dosis muy inferiores a las manejadas por cualquier jardinero, provoca diversos tipos de cáncer, esterilidad y abortos no deseados. También atribuyen al herbicida los casos de cáncer de pueblos enteros de Sudamérica. Todo esto es rotundamente falso y no tiene ningún sustento científico. Es cierto que en algunos lugares se abusa del pesticida sin control. Es cierto que mal usado puede dañar la biodiversidad (en esto coinciden todos los informes). Pero no es cierto que provoque daños tan graves a la salud humana (en esto también coinciden todos los informes).
En Europa, la licencia para el uso de este pesticida maldito expira en julio. Los distintos organismos que trabajan en detectar riesgos sobre la salud, como la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), la Agencia de Protección Medioambiental estadounidense (EPA) o la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC) de la OMS, han evaluado recientemente la seguridad del glifosato. Las conclusiones han sido polémicas y han sumido a la EFSA y la IARC en un enfrentamiento.
Hasta marzo de 2015 los informes sobre un posible vínculo entre cáncer en humanos y glifosato habían sido negativos. Esa primavera, la IARC incluyó el pesticida en el grupo 2A, es decir como “probable cancerígeno”. Para que toméis perspectiva, en esa misma categoría figura por ejemplo trabajar en una peluquería, en una freiduría, el consumo de hierba mate caliente o de carne roja. "Probable" no significa que cause cáncer. En el caso del glifosato ni siquiera 100 veces la dosis que se recomienda utilizar en la etiqueta del producto es suficiente para representar riesgo para la salud humana.
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A finales de 2015, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) publicó una nueva evaluación, más exhaustiva, en la que concluía que este herbicida “es improbable que suponga un riesgo cancerígeno para los seres humanos”. Este informe provocó una reacción inmediata de algunos colaboradores de la IARC, que escribieron una carta a la EFSA con reproches sobre la metodología de su evaluación. De igual manera la EFSA respondió a la IARC cuestionando las limitaciones de los estudios que habían incluido en el suyo.
Y así están las cosas. Con las dos agencias debatiendo cuál es la mejor manera de evaluar el riesgo del glifosato. La decisión final de la Comisión Europea de prolongar el uso del glifosato no depende de las evidencias científicas sino de razones políticas. A la luz del informe de la EFSA todo indicaba que se renovaría la licencia del pesticida. Sin embargo, la votación de la reciente reunión de los países miembros no ha dado ese resultado. Italia, Francia y Holanda votaron en contra. Alemania se abstuvo. Sus razones tienen que ver con la falta de unanimidad de las autoridades científicas a la hora de catalogar el pesticida. Por eso han solicitado una nueva revisión sobre su toxicidad a otro organismo, la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas. Ese informe tardará como mínimo un año en estar listo.
En mayo es la siguiente reunión para decidir si el glifosato podrá seguir matando las malas hierbas europeas. Qué sucederá es un auténtico misterio. Puede haber un giro y los países que votaron en contra den su visto bueno o, todo lo contrario, se establezca una moratoria o directamente se inicie el desmantelamiento de la industria del glifosato en Europa y se sustituya por otro herbicida, es posible que más tóxico. Porque a veces el remedio es peor que la enfermedad.