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La abstención es ya el principal partido: un 35% de electores no votarían frente al 23% de hace cinco años

La situación en el PP

Casado, año II: bajo la lupa de los moderados, lejos de la Moncloa y de reunificar el centroderecha

La exvicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría y el presidente del PP, Pablo Casado, durante el XIX Congreso del partido.

Hace ahora dos años, el sábado 21 de julio de 2018, el Partido Popular escribía una nueva página de su historia. El hotel Auditorium de Madrid acogía la última de las votaciones para elegir al presidente nacional de los conservadores. Dos candidatos, la exvicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de SantamaríaSáenz de Santamaría y el responsable de Comunicación de la formación, Pablo Casado, medían sus fuerzas para tomar las riendas de un PP en estado de shock desde que Mariano Rajoy fuese derribado por Pedro Sánchez en la moción de censura que registró tras conocerse la sentencia de la primera etapa de Gürtel. A grandes rasgos, se enfrentaban el aparato del partido del saliente Rajoy –aunque el exlíder del PP nunca hizo una apuesta en público por su exmano derecha en el Gobierno– y un joven dirigente que ya tenía un pie en Génova pero que también tenía fuertes lazos con el aznarismoaznarismo y el aguirrismo. Si Santamaría había sido la candidata favorita de la militancia en la primera fase de las primarias, los compromisarios optaron por respaldar de forma mayoritaria a Casado. El 57% de los apoyos frente al 42%. Es decir, los delegados corregían la votación que habían hecho semanas antes los militantes.

En estos dos años ha pasado de todo: dos elecciones generales, autonómicas, municipales, europeas. El PP perdió todas en el cómputo nacional y las únicas alegrías vinieron del ámbito autonómico: conquistó Andalucía por primera vez y mantuvo Madrid, Murcia y Castilla y León —en todos los casos salvo este último gracias al apoyo de Cs y de la extrema derecha de Vox— y Alberto Núñez Feijóo alcanzó su cuarta mayoría absoluta consecutiva el pasado 12 de julio. Todo lo demás fueron derrotas, alguna estrepitosa como en las generales de abril de 2019, cuando el PP sufrió su mínimo histórico: 66 escaños.

"Ha vivido una carrera de obstáculos. Ha sido un no parar. No ha tenido un par de meses tranquilos. Prácticamente nada más llegar se enfrenta a unas elecciones, que van muy seguidas de la foto de Colón, que acabó perjudicándonos. Por no hablar de cómo desde Moncloa se ha engordado a Vox", dice una de las personas que ha vivido cerca lo que ocurría estos años en la séptima planta de Génova 13, la que alberga el despacho del líder.

Casado no ha logrado, hasta la fecha, la "refundación" o "refundición" del espacio de la derecha, como se había propuesto cuando se presentó a presidir el partido. Confiaba, dicen en su entorno, en poder hacerlo desde el Gobierno central. Pero las dos elecciones generales consecutivas le cambiaron el paso y sin variar de objetivo, dicen las mismas fuentes, el jefe de los conservadores trabaja por atraer a los votantes que en su día apoyaron al PP y ahora están en Vox o Cs. En el caso del partido naranja, PP y Cs han testado con nulo éxito una coalición en Euskadi, donde se han despeñado de los nueve a los seis escaños. En el caso de la extrema derecha, el partido vive un debate permanente sobre cómo diferenciarse de la formación de Santiago Abascal, si compitiendo en dureza en los mensajes o arrinconándole con un discurso de centro.

En los últimos días, a raíz del éxito de Feijóo en Galicia, se han incrementado las voces internas que hacen una llamada a moderar el mensaje y apartarse de las posiciones más duras. Un mensaje que Casado se resiste a captar con el argumento de que su partido nunca ha abandonado la moderación y que es la izquierda la que construye ese relato de "crispación" para dividir al PP y "engordar"a Vox.

Pero frente a este discurso que niega dos almas en el Partido Popular y una división de sus dirigentes entre "duros y blandos" o "halcones y palomas" hay una serie de hechos y decisiones de su líder que lo ponen en cuarentena. Uno de ellos tiene que ver con los equipos de los que se ha rodeado en los últimos dos años y el perfil de aquellos a los que se ha ubicado en posiciones menos relevantes o, simplemente, se les ha dejado marchar.

"Hizo, desde sus orígenes, un equipo a su medida en el que apenas hay rastro de voces críticas o de dirigentes de la etapa de Mariano Rajoy en puestos relevantes", analiza un veterano líder provincial. Uno de los reproches que más se ha hecho a Casado desde su llegada al partido es precisamente el de haber orillado a dirigentes marianistas con experiencia de gestión y un amplio conocimiento de la estructura del partido. Y la de haber promovido el ascenso a puestos relevantes de dirigentes vinculados con el ala dura del partido y el aznarismo, como la portavoz en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo.

En este contexto, cada vez son más las voces que demandan a Casado un cambio de caras en la cúpula para dar "un impulso" al partido en un momento en el que se avecina una etapa política "clave", dicen en alusión a los próximos meses en los que, junto a la negociación presupuestaria, Pedro Sánchez va a tener que gestionar los efectos económicos de la crisis mientras se temen los efectos de un segundo brote de covid-19.

"Introducir algunos cambios sería un gesto que se percibiría muy bien", resume un parlamentario.

¿Por dónde pasa ese impulso? Más que a nombres concretos, las fuentes consultadas apuntan a un modelo concreto. Mucho se ha hablado en la última semana, al hilo de la cuarta mayoría absoluta de Alberto Núñez Feijóo en Galicia, de cómo la moderación y la huida de la crispación habían mantenido a Vox al margen del Parlamento gallego. 

Pero esto, coinciden las fuentes consultadas, no sólo implica un cambio de tono. También exigiría el refuerzo de determinados perfiles.

López Miras (Murcia), Feijóo (Galicia), Casado y Moreno Bonilla (Andalucía), tras asistir al homenaje de Estado por las víctimas del covid-19.

Hasta la fecha, Casado parece no haber captado el mensaje. No obstante, en la dirección del partido recuerdan que en los últimos meses han recurrido a perfiles "muy vinculados con la gestión" como las exministras Ana Pastor o Elvira Rodríguez. Pastor, expresidenta del Congreso, exministra de Sanidad y médico de formación, ha estado volcada en cuestiones relacionadas con las crisis del covid-19. La rama económica ha quedado en manos de Rodríguez. Todo ello, dejando en un segundo plano, por ejemplo, a la portavoz parlamentaria, Cayetana Álvarez de Toledo, una de las voces más criticadas por el sector moderado del PP. 

Algunos dirigentes incluso cercanos al líder del PP reconocen que Álvarez de Toledo es una portavoz para otra etapa. "Los meses que vienen van a ser muy duros en lo social y en lo económico y el PP tiene que estar más en presentarse como alternativa, con propuestas y vendiendo la experiencia de nuestros años de Gobierno, que en la confrontación", considera un senador.

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En este contexto, dirigentes muy cercanos a Casado extendieron hace unos meses la tesis de que al PP le interesaba ir marcando distancias de forma muy clara con Sánchez porque se acercaban unas elecciones. Fueron los días en los que el Grupo Parlamentario Popular se desmarcó del Gobierno absteniéndose en la prórroga del estado de alarma —después llegaron dos votos en contra—. 

Quienes se declaraban convencidos de esto se atrevían a fijar la fecha de las elecciones en 2021, cuando, decían, la crisis económica vinculada a la crisis del covid-19 y las condiciones impuestas por Europa a la hora de acceder a los fondos comunitarios para la reconstrucción harían que la coalición PSOE-Unidas Podemos saltase por los aires. 

Sánchez e Iglesias se han esforzado en las últimas semanas en destacar la solidez de su alianza. Y la sensación de legislatura agotada no es compartida por todos en el PP, como ya adelantó este diario.

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