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Ni demonio rojo ni santa revolucionaria: una nueva biografía de la Pasionaria busca a la mujer detrás del mito

Dolores Ibárruri, 'La Pasionaria', en una imagen de 'Diarios del exilio'.
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Dolores Ibárruri Gómez, la Pasionaria. Un nombre que hace estremecerse a buena parte (¿toda?) de la derecha española y que llena de orgullo a buena parte (¿toda?) de la izquierda española. En agosto de 1936, la revista francesa Regards le dedicó la contraportada. “Una mujer, una militante, un jefe Pasionaria”, rezaba el titular junto a una biografía de la dirigente comunista. “Pasionaria, heroína guerrera, es también una santa de los tiempos nuevos”, decía el interior. “Ella simboliza la esperanza que el triunfo de la revolución de España sobre cuatro siglos de horror representa para Occidente”. En 2019, el busto en su honor levantado en Rivas-Vaciamadrid fue derribado, y un año más tarde fue marcada con pintura su escultura en Miranda de Ebro. ¿Cómo abordar un personaje como este, que parece haber perdido su carácter mortal para ascender a los cielos (o descender a los infiernos) de la historia?

Eso se preguntaba Mario Amorós, periodista e historiador, cuando se propuso escribir su biografía. Aquel impulso se convirtió en ¡No pasarán!, un volumen de 600 páginas publicado por Akal que aspira a convertirse en el trabajo de referencia sobre Ibárruri. Amorós tenía experiencia en eso de retratar a personajes más grandes que su propia sombra: ahí están sus trabajos sobre Salvador Allende, Pablo Neruda o el dictador Augusto Pinochet. Para este trabajo ha contado con sus propias memorias, con más de una docena de obras biográficas, con las ediciones de sus discursos y artículos, con varios libros de conversaciones, con el Archivo Histórico del Partido Comunista de España (entre otros)… y con una nueva fuente: el archivo personal de la política, que custodia su nieta, Dolores Ruiz-Ibárruri Sergueyeva. “Es un archivo monumental, impresionante, son 150 cajas, con decenas de miles de páginas”, celebra el autor. El contenido va desde documentos de importancia pública, como su abundante correspondencia con distintas personalidades, como privada, como datos de la vida familiar o fichas autobiográficas que arrojan luz sobre la parte menos conocida de la vida de la Pasionaria.

“Para un sector de la sociedad española, sigue siendo el demonio. Para otro sector de la izquierda, sobre todo en la izquierda comunista, es un referente”, dice el historiador. Su importancia histórica ha hecho de ella un mito, algo a lo que ha contribuido la excepcionalidad de una figura como la suya. “Una de las cosas que me preguntaba”, explica, “cómo una mujer como Dolores Ibárruri, que nació en una familia de trabajadores, rompe con el futuro al que estaba predestinada y con el que cumplieron todas sus amigas de infancia, ser ama de casa y criar a sus hijos y atender, cuidar o soportar a su marido, y cómo llegó a tener una vida muy diferente desde que llega a Madrid en el año 31, y cuando luego se convierte en una de las voces que organizan la resistencia ante el golpe de Estado del 18 de julio de 1936”. Desde el “No pasarán” que se convertirá en lema del antifascismo internacional desde entonces, a sus discursos clandestinos que, a través de La Pirenaica, animaba a los españoles, a los militantes comunistas que combatían en las sombras contra la dictadura y a todos aquellos que no estaban en la lucha pero que necesitaban igualmente una palabra de ánimo para pensar que las cosas pronto mejorarían. Tardaron en hacerlo. Pero cuando sucedió, allí estaba ella: la única parlamentaria en el 36 que sería también parlamentaria en 1977. Tenía 81 años. Muchos no se lo podían creer: si La Pasionaria había vuelto, es que este era un país nuevo. Un país quizás recuperado.

Para Amorós y para su familia, Dolores Ibárruri era también “una figura muy querida”. Eso, defiende, no le impidió acercarse a ella con todo el rigor histórico. Ni tampoco le hizo temer a los “temas difíciles”: los enfrentamientos en el seno de la izquierda durante la Guerra Civil, en la que algunos se mancharon las manos de sangre, y su apoyo al “periodo más duro del estalinismo, donde en la misma documentación del PCE hay documentos difíciles de entender y de contextualizar”. Esto, en gran medida, ya se conocía, a partir de la apertura de los archivos del Partido Comunista en los noventa, y también por trabajos previos de otros historiadores. “Como miembro de la dirección del PCE, fue parte del combate dialéctico contra el POUM”, cuenta Amorós, “en todo el clima de enfrentamientos que llega a los hechos de mayo. Entonces se produce una campaña muy dura en la que agentes soviéticos del NKVD secuestran y asesinan a Andreu Nin, considerado por el Partido Comunista como un aliado de Franco. Esto es un hecho lamentable de división de las fuerzas republicanas, y está claro que en este aspecto no sale bien parado históricamente el PCE, porque los dirigentes del POUM no merecían ser llamados aliados de Franco ni, por supuesto, la muerte”.

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Eso sí, Amorós no está dispuesto a aceptar otras leyendas negras sobre Ibárruri. Por ejemplo, sus supuestas amenazas de muerte a Calvo Sotelo en el Congreso de los Diputados el 16 de junio de 1936. Según parte de la derecha, la dirigente comunista le habría dicho al conservador: “Has hablado por última vez”. Calvo Sotelo sería asesinado el 13 de julio. Ni en el diario de sesiones, ni en la prensa de la época hay prueba alguna de que sucediera tal cosa. “Ni siquiera el biógrafo de Calvo Sotelo habla de estas amenazas de muerte”, dice el historiador, enfadado. “Se repiten estas falsedades históricas porque Dolores Ibárruri es uno de los mitos de la izquierda de este país, y para arremeter contra la izquierda se arremete contra ella, contra Largo Caballero, contra Negrín. Eso siempre será así, y eso hay que combatirlo con libros rigurosos, que no dependan de propaganda anticomunista sino de fuentes incontestables”.

La trayectoria de Ibárruri fue larga, pero si el historiador tuviera que destacar un solo momento de gloria —de esos de los que se dice: si solo hubiera hecho esto, ya habría hecho mucho— destacaría su papel en la organización de la resistencia de Madrid tras el 18 de julio. Su discurso del “No pasarán”, ya en la medianoche al 19, en la Puerta del Sol, ante cientos de madrileños más que inquietos: “Al grito de ‘¡el fascismo no pasará, no pasarán los verdugos de octubre!’, comunistas, socialistas, anarquistas y republicanos, soldados y todas aquellas fuerzas fieles a la voluntad del pueblo van destrozando a los traidores insurrectos que han arrastrado por el fango y la traición el honor militar de que tantas veces han hecho alarde”. Pero no solo ese discurso emitido en Unión Radio. “Su papel —junto con el del PCE, porque no se puede desligar— en los primeros meses de la guerra fue crucial. Hay un gran desconcierto en Madrid y el PCE llama a la resistencia, a la defensa del modelo modernizador de la II República, llama a hacer un ejército popular. Ese ejército permitirá esa voluntad de resistencia que hará que Madrid no caiga en manos de los sublevados en octubre o noviembre del 36. En ese momento Madrid era la capital de la gloria, como dijo Alberti, y eso lo hizo posible Dolores Ibárruri, el PCE, junto a otros republicanos, también socialistas, también anarquistas”.

Se perdió la guerra, y luego se perdió algo más. La derrota de la Unión Soviética hirió de gravedad al comunismo, “la gran utopía política del siglo XX”. Pero Amorós ve un “hilo rojo” desde entonces hasta hoy: “El ideal político que abrazó Dolores Ibárruri está vigente, en la lucha por la igualdad, por la defensa de los trabajadores, de las mujeres, la lucha por imaginar que otra sociedad alternativa a la capitalista es posible. Ese proyecto político sigue existiendo en España”. Y entonces recuerda que el PCE, dentro de IU, en coalición con Podemos, participa en el Gobierno con dos ministros, y nombra expresamente a Yolanda Díaz, en la que ve “una continuidad histórica” de “esa utopía”. Aunque, eso sí, “hay que aprender de los errores del siglo XX”. Y para eso, claro, viene bien saber un poco de historia.

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