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Susan Sontag, la exégeta de una nueva época

Una de las últimas imágenes de la autora antes de su muerte. En Roma, mayo de 2003.

Elvira Navarro

El mechón blanco de Susan Sontag, que encarnaba la rotundidad de su presencia pública en un solo y llamativo rasgo, ha ido diluyéndose tras su muerte sin que eso se deba a que la pensadora, novelista, profesora, directora de cine y guionista esté siendo olvidada. Se trata más bien de lo contrario: sus imágenes se han multiplicado hasta el punto de que conocemos a la Susan casi adolescente que tuvo un hijo, a la que se marchó a París para acabar de asumir su lesbianismo junto a una antigua pareja, a la que se instaló en Nueva York y se hizo tan célebre que se codeaba con Jacqueline Kennedy, a la que posaba junto a su hijo David con el cabello muy largo y atuendos setenteros, a la que siempre llevaba un cigarro en la mano y también a la que devoró el cáncer. En Internet no cesa de haber nuevas fotografías de ella que se tornan de inmediato en imborrables e icónicas, como las de una antigua estrella de Hollywood a la que hemos visto en muchas películas a lo largo de nuestra vida. 

Sontag fue una de las intelectuales estadounidenses más influyentes de la segunda mitad del siglo XX en el campo de la crítica cultural. También fue una de las últimas pensadoras que alcanzaron el estatus de famosa, con todo el peso que eso implica. Lo sobrellevó de una forma natural si hacemos caso a Benjamin Moser, autor de la biografía que vio la luz en 2019 —Sontag. Vida y obra, publicada en España por Anagrama—. Según Moser, estaba acostumbrada a actuar desde su niñez para ganarse el inconstante, incluso dudoso, amor de su madre, cuya actitud era la de una diosa destronada y alcohólica que recibía a sus visitas con un vasito de vodka con hielo, fingiendo que era agua.

Nacida en Nueva York en 1933 en el seno de una familia judía, Susan Sontag se quedó huérfana de padre con solo cinco años. Sufría asma, y durante buena parte de su infancia llevó una vida nómada, primero en Long Island, luego en el Valle de San Fernando, California, y más tarde en Tucson, Arizona. Para huir de una existencia gris y de la escasa atención que recibía en el hogar, se refugió en la lectura con una voracidad que no sólo fue una forma de evasión, sino también de distinción con respecto a su madre: consiguió hacerse fuerte ante ella a través de lo intelectual. 

Contra los maestros de la sospecha 

Si bien comenzó su carrera universitaria en Berkeley, lo decisivo en su formación tendría lugar en la Universidad de Chicago, cuya vocación era generar una élite a través de un plan de estudios básico muy exigente destinado a formar espíritus críticos en no pocas disciplinas. Allí conoció a quien durante ocho años sería su marido, Philip Rieff, con el cual tendría un hijo con el que replicaría la tormentosa relación maternofilial de la que procedía. Sontag hizo su maestría en Filosofía y comenzó una investigación de doctorado en metafísica, ética, filosofía griega y teología continental en Harvard. Se convirtió también en experta en Freud y se sabe que fue coautora de Freud. La mente de un moralista, firmado sólo por Rieff. Asfixiada por una heterosexualidad que no sentía y por un destino de madre que no deseaba, dejó a su marido y a su hijo y se fue a Oxford y luego a París, estancia esta última que resultaría crucial y que la haría estar para siempre unida a la cultura francesa. No en vano su carrera como novelista, que empezó ya de vuelta en Nueva York con El benefactor (1963), atendía a los postulados del nouveau roman

Aunque escribió otras obras de ficción, como El amante del volcán o En América, la importancia de Sontag viene de su faceta como ensayista, en la que hizo aportaciones fundamentales para entender los cambios que se estaban operando en la cultura en los años sesenta. Una de estas obras es Contra la interpretación (1966), donde arremete contra la sobreinterpretación de las manifestaciones artísticas, que las reduce y domestica a un contenido reconocible y pobre. Bulle en estas páginas su rebeldía contra los maestros de la sospecha con los que se inaugura el siglo XX: Marx, Nietzsche y, muy especialmente, Freud. Este último construyó una teoría de la cultura según la cual todas las manifestaciones culturales son solo apariencias de pulsiones reprimidas. Saber qué expresan requiere un trabajo de exégesis. Frente a eso, Sontag sostiene que “interpretar es empobrecer, reducir el mundo, para instaurar un mundo sombrío de significados” donde la obra de arte se domestica y se hace manejable. Se trata de un filisteísmo que en ocasiones resulta incluso ridículo: así cuando se rebaja la obra de Kafka a ser una alegoría de la psicopatología.  

Contra la interpretación es un ensayo que ve la luz cuando nace el happening, sobre el que también reflexionó en Los happenings: un arte de yuxtaposición radical (1962). Cuenta Benjamin Moser que esta época en la que finalmente mata a su principal padre teórico, Freud, coincide con su relación con la dramaturga cubanoamericana María Irene Fornés, que no solo le hizo descubrir el orgasmo, sino la posibilidad de la inteligencia y la clarividencia al margen de la teoría, que era de hecho aquello de lo que la propia Sontag no podía desprenderse. Su afán de teorizarlo todo le impedía ver los hechos: ella misma era una maestra en sobreinterpretar. Sin embargo, a partir de este momento será partidaria de que no haya mediaciones, de experimentar de manera directa.

La obra que la convirtió en una celebridad fue Notas sobre lo camp (1964), donde delimita el concepto camp refiriéndolo a una sensibilidad caracterizada por el amor a lo no natural, al artificio y a la exageración. Se trata de “la sensibilidad de la seriedad fracasada, de la teatralización de la experiencia” que tiene lugar tras la caída en desgracia de la alta cultura, que privilegiaba el contenido sobre el estilo. En lo camp, la estética está por encima de la moralidad y la ironía reina sobre la tragedia. Esta nueva sensibilidad abraza la cultura de masas, la vulgaridad, y supone una inversión de valores. Sontag teoriza de este modo el espíritu de la época, en el que ella misma estaba inmersa. Muy cercana al pop art, no era ajena al mundo de la Factory y, de hecho, Andy Warhol le hizo uno de sus famosos retratos cinemáticos, conocidos como Las pruebas de cámara, en el mismo año de la publicación de este célebre ensayo. En el vídeo, una jovencísima Susan posa como una actriz, con melena corta, gafas negras de sol y fumando sensualmente un cigarrillo.

Sobre la fotografía (1977) y La enfermedad y sus metáforas (1978) son otras dos de sus obras esenciales. Sontag será asimismo muy conocida como activista en sus años de madurez a pesar del escaso interés que la política le suscitó en su juventud. Consideró, por ejemplo, un deber estar en el sitio de Sarajevo, donde montó Esperando a Godot, de Samuel Beckett como protesta por la falta de implicación de Europa y de las fuerzas extranjeras.

Literatura Random House y Debolsillo han publicado para los lectores en lengua española buena parte de sus obras, y una excelente manera de adentrarse en ella es a través de la reciente compilación Susan Sontag. Obra imprescindible. David Rieff, su hijo, hace la selección y firma un hermoso prólogo.  

Elvira Navarro y el espacio de lo extraño

Elvira Navarro y el espacio de lo extraño

Sontag murió de cáncer en 2004, pero su obra, tal y como ella anhelaba, perdurará.

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Elvira Navarro (Huelva, 1978) es escritora. Dos de sus obras más recientes son Los últimos días de Adelaida García Morales y La isla de los conejos, ambas en Liteeatura Random Hous

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