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Una Gaza sin gazatíes, el sueño de Netanyahu que ejecutan sus militares

Pacientes palestinos sentados en un autobús antes de una evacuación organizada por la OMS, en el sur de la Franja de Gaza.

Gwenaelle Lenoir y Rachida El Azzouzi (Mediapart)

Creíamos haber utilizado todas las palabras para describir el horror de un año de guerra contra la población de la Franja de Gaza, atrapada, reducida al desplazamiento forzoso, bombardeada por el capricho de opacas decisiones militares, en cualquier lugar y en cualquier momento. Hoy necesitamos ya encontrar otras, porque la suerte de los habitantes del norte del enclave es aterradora, miserable e inhumana desde hace un mes.

Aún se conocen sólo fragmentos de este “asedio dentro del asedio”, de este “infierno dentro del infierno”. Las comunicaciones, ya difíciles con la Franja de Gaza, son aún más inciertas con su parte norte. No hay Internet, la red terrestre funciona mal y nuestros interlocutores siguen teniendo que buscarse la vida para recargar sus teléfonos cuando se corta la electricidad y los generadores se quedan sin gasolina.

Desde Beit Lahiya, Beit Hanoun y Jabaliya llegan a diario noticias de masacres, decenas de muertos e innumerables heridos. Las imágenes que consiguen enviar los escasos fotógrafos, periodistas y residentes no son más que desolación y a veces son insoportables.

La noche del 4 al 5 de noviembre, según informa la agencia de prensa palestina Wafa, fue bombardeado un edificio de la familia Al-Masry en Beit Lahiya, en el extremo norte del enclave. Murieron al menos 25 personas, entre ellas 13 niños. Según la misma fuente, en la mañana del 5 de mayo todavía había víctimas atrapadas bajo los escombros. Debido a la falta de sudarios, los cuerpos fueron enterrados envueltos en lonas de plástico.

Otras imágenes de la mañana del 5 de noviembre muestran a mujeres, niños y algunos hombres caminando por Beit Lahiya, cargados de bolsas y bidones, empujando sillas de ruedas y cochecitos rebosantes de pertenencias. Han recibido otra orden de evacuación.

Sin tiempo para huir

La primera orden de este tipo en varios meses se emitió el pasado 6 de octubre. El ejército israelí ordenó a los habitantes de tres ciudades del norte de la Franja de Gaza, Beit Lahiya, Beit Hanoun y Jabaliya, que abandonaran la zona y se dirigieran al sur. Para ello utilizan octavillas lanzadas desde el aire y el mapa controlado vigente desde hace un año. También exigen la evacuación de los cuatro hospitales de la zona, el hospital indonesio y las clínicas Kamal-Adwan, Al-Yemen-Al-Saeed y Al-Awda.

Sin embargo, según numerosos testigos presenciales, la huida se está produciendo bajo el fuego de cuadricópteros y los bombardeos. Las carreteras supuestamente seguras no lo son, y muchos se dirigen aún más al norte.

Cuando las cosas se calmaron un poco, salimos a ver cuántos muertos y heridos había en la calle y los llevamos a las ambulancias

Fadi Nasser, residente en Jabaliya

Fadi Nasser, de 37 años, con quien Mediapart logró ponerse en contacto por teléfono el 31 de octubre, cuenta que huyó con su mujer y sus tres hijos de 13, 10 y 3 años de su barrio de Saftawi, en los límites de Jabaliya y la ciudad de Gaza. El 5 de octubre se vieron rodeados por las fuerzas israelíes y, tras dos días de asedio, la familia consiguió llegar al campo de refugiados de Jabaliya, a pocos kilómetros. Sus padres y primos también estaban allí.

Los bombardeos fueron incesantes, día y noche, durante toda la semana que la familia permaneció en la casa. “Había muertos por todas partes, pero no podíamos salir, ni siquiera acercarnos a las ventanas”, cuenta Fadi. “Cuando las cosas se calmaban un poco, salíamos a ver cuántos muertos y heridos había en la calle, entonces entrábamos a buscar colchones y mantas y los llevábamos a las ambulancias, a unos cientos de metros. Los servicios de emergencia no podían entrar en la zona, les ametrallaban.”

El periódico digital Middle East Eye entrevistó a Mohamed Krayem, un vecino de Jabaliya de 38 años. Mientras huía, él, su familia y quienes le acompañaban fueron atacados por un cuadricóptero. La bomba hirió a varias personas. Intentaron llegar a un hospital, pero dieron media vuelta ante los cadáveres diseminados por la calle.

Luego se dirigieron hacia el norte. “Fuimos al piso de un pariente por la zona del proyecto Beit Lahiya y nos quedamos allí. Llevábamos unos tres días sin dormir a causa de los bombardeos, las explosiones, los robots trampa y el olor a muerte que había por todas partes. En la madrugada del 22 de octubre, hacia las 04.30, bombardearon una casa cercana; en unos 10 minutos lanzaron seis bombas. Media hora más tarde, bombardearon la casa en la que estábamos”, relata.

Hospitales atacados sin tregua

Todos están heridos, en diversos grados. Ya no estaban seguros en el hospital de Kamal-Adwan, al que consiguieron llegar: “No había pasado ni una hora cuando volvieron los cuadricópteros para emitir consignas: ‘Estáis en una zona de combate peligrosa y debéis dirigiros a la zona del hospital indonesio’. Fuimos allí, y por el camino había muchísimos militares”.

También Fadi Nasser vivió la pesadilla de ser trasladado de un lugar supuestamente seguro –un hospital, protegido en teoría por el derecho internacional– a otro, ninguno de los cuales ofrecía la más mínima seguridad: “Salimos a las 5 de la mañana hacia el hospital de Kamal-Adwan. Estuvimos medio día en la calle, luego encontramos un garaje de unos amigos y al día siguiente nos fuimos a un anexo del hospital de Al-Awda que los responsables del hospital habían abierto para los desplazados. Fueron momentos terribles: sin comida ni agua, aparte de algunas latas de comida. Los niños acababan bebiendo el agua sucia y salada de la calle. Estábamos cientos de personas en ese anexo”.

Las tres ciudades del norte de la Franja de Gaza y los cientos de miles de personas que aún viven allí están sitiados. No entra nada desde el 1 de octubre. Ni alimentos, ni medicinas, ni equipos internacionales de socorro. A punto de la hambruna.

Incluso los hospitales que siguen abiertos están casi desabastecidos. “Sólo tenemos una comida al día, porque tenemos que alimentar a más de 200 personas, pacientes, familiares de pacientes y nuestro personal”, explica Mohamed Salha, director del hospital de Al-Awda, con quien Mediapart consiguió ponerse en contacto telefónico el 29 de octubre. “Al principio, dábamos dos comidas al día, pero ya no nos quedan apenas reservas. Y sólo de pan y arroz, porque no queda de nada: ni fruta, ni carne, ni huevos. Aquí en el norte no hay mercado ni ayudas.”

Israel quiere matarnos uno a uno para que dejemos el hospital, para que ya no haya posibilidad de atención médica en el norte

Hussam Abou Safiya, Director del Hospital Kamal-Adwan

El viernes 1º  de noviembre, 15 altos responsables humanitarios publicaron un llamamiento de ayuda en el que pedían a Israel que detuviera su ofensiva. Describieron la situación como “apocalíptica”. “La zona lleva casi un mes sitiada, sin ayuda básica ni suministros vitales, mientras continúan los bombardeos y otros ataques. Sólo en los últimos días han muerto cientos de palestinos, la mayoría mujeres y niños. Y miles de personas se han visto de nuevo desplazadas por la fuerza”, dice el comunicado. Este es un llamamiento entre otros muchos, y que no ha servido para nada.

Material médico destruido por los bombardeos

Un llamamiento como todos los anteriores. Como los que repite casi a diario Hussam Abou Safiya, director del hospital de Kamal-Adwan, el único que sigue funcionando en Jabaliya. Habla con Mediapart de una situación “espantosa” y “nunca vista”.

“Israel quiere matarnos uno a uno para que dejemos el hospital, para que ya no haya posibilidad de atención médica en el norte, para que no quede aquí ningún alma viviente. Para anexionarse el territorio”, teme el médico, que el sábado 26 de octubre enterró junto a una pared del hospital a su hijo Ibrahim, de 21 años, muerto el día anterior durante el asalto del ejército israelí.

El hospital no sólo fue atacado, sino que gran parte de su personal fue detenido y llevado por los militares israelíes tras el asalto de los días 25 y 26 de octubre. El ejército también pulverizó la única estación de producción de oxígeno de todo el norte de Gaza, el generador de electricidad, las redes y depósitos de agua, la central eléctrica y la farmacia.

Defensa Civil, que afirma haber sido atacada, anunció que todos sus vehículos habían sido confiscados o destruidos por el ejército israelí. Al igual que varias ambulancias.

El jueves 31 de octubre, el tercer y último piso del establecimiento recibió un nuevo ataque, que hirió a varias personas y destruyó material y equipos médicos esenciales, así como la red de agua y la bomba desalinizadora, poniendo en peligro la unidad de diálisis.

Hussam Abou Safiya, al que no le queda más que un médico, además de él mismo, filmó escenas de pánico cuando comenzaron los nuevos bombardeos el 5 de noviembre.

“Estamos perdiendo muchas víctimas. Están muriendo sin atención médica porque no hay ningún equipo quirúrgico para tratarles. Necesitamos un corredor humanitario seguro para poder traer cirujanos, medicinas, unidades de sangre y ambulancias. Los heridos son transportados o evacuados en carros tirados por burros. Muchos no pueden caminar debido a sus graves heridas y mueren en las calles”, explica.

El 24 de octubre, Defensa Civil anunció que ya no podía operar en el norte de la Franja de Gaza: era demasiado peligroso. El 28 de octubre, la Organización Mundial de la Salud (OMS) consiguió trasladar a 21 pacientes del hospital de Kamal-Adwan al hospital Al-Shifa de la ciudad de Gaza.

Sin corredores de salida

Quienes huyen hacia la ciudad de Gaza, si sobreviven a los disparos, tienen que pasar por puestos de control donde los militares israelíes separan a las mujeres, los niños y los ancianos de los hombres mayores de 16 años, a quienes se llevan para interrogarles. Algunos fueron liberados, como Fadi: “Estuvimos allí desde las 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde, no nos desnudaron, ni nos esposaron ni vendaron los ojos, pero tuvimos que permanecer en el suelo sin movernos. Empezaron a interrogarnos, luego nos hicieron ponernos de cinco en cinco delante de una cámara. Algunos quedaron detenidos. Conseguimos salir y acabamos en el campo de Shati, en una casa de mis suegros.”

Mohamed Salha, director del hospital Al-Awda, no tiene noticias de su hermano y su cuñado, detenidos en un control similar. Tampoco sabe nada del cirujano ortopédico del hospital, el último que quedaba en el norte de la Franja de Gaza, que fue detenido junto con sus colegas cuando se encontraba en el hospital de Kamal-Adwan.

Las autoridades israelíes afirman que, con este “asedio dentro del asedio”, quieren destruir las estructuras que supuestamente Hamás ha reconstruido en esta zona, que ya ha sido en gran parte destruida y bombardeada el año anterior.

Incluso en Israel, esta retórica oficial sobre la seguridad es desmontada por muchas voces. En la revista de investigación +972 se puede leer: “La lucha para poner fin a esta guerra de exterminio y expulsión que se está intensificando en Gaza, particularmente en el norte, es ante todo una lucha humana”. Y señala que desde enero de 2024 se multiplican los llamamientos a la instalación de asentamientos israelíes en esa zona.

Por su parte, el diario en lengua inglesa Haaretz titulaba su editorial del 29 de octubre: “Si parece una limpieza étnica, probablemente lo sea”. La realidad parece aún más brutal que el “Plan de los Generales”, también conocido como “Plan Eiland”, que lleva el nombre de un general de división retirado, propuesto públicamente el 4 de septiembre por el Foro de Comandantes y Soldados de Reserva.

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Ese plan proponía vaciar de habitantes el norte de la Franja de Gaza para asediar y forzar la rendición de los hombres de Hamás aún presentes. “Es permisible e incluso recomendable matar de hambre a un enemigo, siempre que antes hayas dejado vías de escape para los civiles. Y eso es exactamente lo que propongo”, declaró Giora Eiland a Haaretz.

Pero la realidad es que no hay “corredores de salida” para los civiles. Huir es posible, siempre que se sobreviva a las bombas, los cuadricópteros, los francotiradores, el hambre, la sed, las heridas y el miedo.

Traducción de Miguel López

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