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Italia y Albania reviven las tragedias de Vlora

Julián Lobete Pastor

Los migrantes que lleguen a Italia por mar serán trasladados forzosamente a Albania mientras se tramita su petición de derecho de asilo o de expulsión. Serán alojados en centros cerrados, primero en la ciudad portuaria de Shengjin y posteriormente en una base militar de la ciudad de Gjader. Todo ello mediante un acuerdo firmado por los gobiernos de Italia y Albania

El régimen de estos centros es cerrado, es decir los migrantes no podrán salir de ellos mientras se tramita su respectivo procedimiento de asilo, lo que equivale a someterlos a un régimen carcelario sin sentencia u orden judicial, contraviniendo, entre otras normas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

La administración interna de los centros corresponde a las autoridades italianas, mientras que la seguridad exterior, es decir impedir que los emigrantes se fuguen, corresponde a Albania. Hay que recordar que el método acordado por las autoridades italianas tuvo un precedente en la primera década del siglo XXI cuando Australia trasladó a migrantes a islas de Papúa Nueva Guinea a 4000 kilómetros de distancia.    

La tragedia del Vlora. El Adriático antes que el Mediterráneo

Lo que ahora sucede en Albania revive los recuerdos de las tragedias migratorias de los albaneses a Italia en los años noventa del siglo XX y más particularmente en los años 1991 y 1997. 

En 1990, el particular régimen autoritario de Enver Hoxha colapsó como lo habían hecho los regímenes comunistas de Europa Oriental. Los albaneses se quedaron sin recursos para vivir en un nuevo sistema en el que no habían crecido y la presión por salir del país se hizo insostenible; la presión se hizo evidente en el episodio del barco Vlora en 1991. Lo cuenta Lea Ypi, albanesa, en su libro Libre, con subtítulo “El desafío de crecer en el fin de la historia”, que se comentará más adelante. 

“El 8 de agosto de 1991 decenas de miles de personas se arremolinaron en el puerto de Durres. El Vlora acababa de llegar de un viaje a Cuba con un cargamento de azúcar. Fue tomado por las masas mientras estaba amarrado en el muelle esperando a que reparasen el motor principal. La muchedumbre subió a bordo y obligó al capitán a zarpar rumbo a Italia. Temiendo por su vida, el capitán decidió arrancar el barco con un motor suplementario, pero sin radar; con una capacidad de sólo tres mil personas, el Vlora zarpó aquel día con caso veinte mil. Pasó una eternidad hasta que el barco llegó al puerto de Brindisi, el mismo donde miles de personas habían desembarcado sin problemas en marzo. Desde tierra le negaron permiso al capitán para entrar en el puerto y le ordenaron que pusiera rumbo al próximo, Bari, a unos ciento diez kilómetros de distancia.  Tardaron otras siete horas en llegar hasta allí….En cubierta había un mar de gente: miles de hombres, mujeres y niños, abrasados por el sol, maltrechos por la espera en un espacio reducido, empujándose unos a otros , gimiendo, intentando desesperadamente abandonar el barco…Cuando por fin les dieron permiso para desembarcar les obligaron a todos a subir a unos autobuses y los llevaron a un estadio, donde les encerraron y les pusieron vigilancia policial. Si intentaban escapar, los detenían y les daban una paliza. Les lanzaban comida empaquetada y botellas de agua desde helicópteros. Los hombres, mujeres y niños se peleaban por hacerse con las provisiones. 

Tras casi dos semanas en el estadio metieron a la multitud en autobuses. Les dijeron que los llevarían a Roma para resolver el papeleo. Pronto se dieron cuenta de que los autobuses se dirigían al puerto y los embarcaron en ferris de regreso a Albania; a los que protestaban les golpeaban”. 

La tragedia de 1997 

El Fondo Monetario Internacional había calificado a Albania en los años noventa del siglo pasado de modelo de transición hacia una economía de mercado. La transición significó una terapia de choque y la aplicación de “reformas estructurales”, es decir, cierre de fábricas y empresas, despidos y desempleo masivo

En los años previos a 1997, varias compañías financieras ofrecieron productos que en realidad constituían una estafa piramidal; sin embargo, muchos albaneses invirtieron sus ahorros e incluso vendieron sus viviendas para dedicarlos a los productos financieros milagro; la burbuja estalló y comenzó el caos. Se produjeron disturbios en todo el país, que comenzaron en la ciudad de Vlora, se asaltaron cuarteles y se robaron muchas armas. Los enfrentamientos armados ocasionaron más de dos mil muertos; nadie, ni el gobierno ni la oposición, fue capaz de canalizar aquella revuelta. El caos produjo otra oleada emigratoria. La marina italiana blindó sus costas. El 28 de marzo de 1997, una fragata italiana interceptó, es decir, embistió una embarcación con emigrantes que habían salido del puerto de Vlora, causando la muerte de 80 personas

Con el consentimiento del gobierno albanés, se formó una coalición internacional llamada Operación Alba. Siete mil soldados, en su mayoría italianos, se instalaron en Albania para “garantizar” el orden y también para impedir todos los intentos de emigración. 

Lea Ypi era una joven de 17 años en 1997 y nos cuenta así sus reflexiones de entonces: “Era como retroceder a 1990. Era el mismo caos, la misma sensación de incertidumbre, el mismo hundimiento del Estado, el mismo desastre económico, pero con una diferencia. En 1990, no teníamos nada más que esperanza. En 1997, también la perdimos. El futuro era muy negro. Y, sin embargo, yo tenía que actuar como si aún existiera un futuro y tenía que tomar decisiones que me implicasen en él” 

Los albaneses se quedaron sin recursos para vivir en un nuevo sistema en el que no habían crecido y la presión por salir del país se hizo insostenible

Libre: el desafío de crecer en el fin de la historia

Lea Ypi es hoy profesora de Teoría Política en la London School of Economics, donde también imparte un curso sobre marxismo. El libro que ha escrito narra sus vivencias de niña en la época de Enver Hoxha, los sucesos de 1990 y 1997, hasta su salida de Albania donde no ha vuelto. 

En 1990, ante el derrumbe del sistema comunista, la niña de once años reflexionaba: “Yo siempre había pensado que no había nada mejor que el comunismo. Todas las mañanas me despertaba pensando hacer algo para que llegara rápidamente; pero en 1990 todos los que habían participado en las marchas que celebraban el socialismo y el avance del comunismo se echaron a la calle para exigir su fin. Los representantes del pueblo manifestaron que las únicas cosas que habían conocido bajo el socialismo no eran la libertad y la democracia sino la tiranía y la coacción…Mis padres declararon que nunca habían apoyado al Partido, simplemente se habían aprendido sus consignas y las repetían como todo el mundo. Pero había una diferencia entre nosotros. Yo sí creía en eso y no conocía otra cosa; y de pronto me quedaba sin nada, excepto por unos fragmentos del pasado, pequeños y misteriosos, como unas pocas notas de una ópera perdida en el tiempo”. 

La familia de Lea Ypi nunca vio con buenos ojos que ella estudiara Filosofía y además diera clases de marxismo, lo vieron incluso como una traición (su familia fue represaliada por el régimen comunista y sus padres vivieron bajo Enver Hoxha sin poder cumplir sus aspiraciones). 

Esa acusación de traición produjo en ella la necesidad de explicar su postura y por ello escribió Libre. “Al principio iba a ser un libro filosófico sobre las ideas de libertad en la tradición liberal y marxista, pero cuando comencé a escribir, igual que cuando comencé a leer El Capital, las ideas se convirtieron en personas, en las personas que me hicieron ver quién soy; se amaban y se peleaban, tenían diferentes conceptos de sí mismo y de sus obligaciones para con los demás. Eran, como escribe Marx, el producto de relaciones sociales de las que no eran responsables, pero a pesar de ello intentaron superarlas. Creyeron que lo habían logrado. No obstante, cuando sus sueños se hicieron realidad, se convirtieron para mí en desencanto. 

Para mi familia, el socialismo era sinónimo de negación, la negación de lo que querían ser, de su derecho a cometer errores y aprender de ellos, de explorar el mundo a su manera. 

Para mí, el liberalismo era sinónimo de promesas incumplidas, de destrucción de la solidaridad, del derecho a heredar privilegios, de hacer la vista goda ante la injusticia. 

Mi mundo está tan lejos de la libertad como de aquél del que mis padres intentaron escapar. Ambos distan mucho de ese ideal, pero sus fracasos adoptaron formas muy diferentes, y si no hacemos un esfuerzo por entenderlos, continuaremos divididos para siempre. He escrito mi historia para explicar, para reconciliar y para continuar la lucha”.

Libre, un libro de necesaria lectura.

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Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre.

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