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LA PELÍCULA DE LA SEMANA

Joaquin Phoenix y Lady Gaga nos gastan la gran broma final en ‘Joker: Folie à deux’

Lady Gaga y Joaquin Phoenix en 'Joker. Folie à deux'.

Ni Lily ni Lana Wachowski querían una cuarta película de Matrix. Las hermanas habían logrado pasar casi dos décadas saliéndose con la suya, pero finalmente las presiones de Warner Bros. movieron a que Lana aceptara dirigir Matrix Resurrections. La inquietud que este encargo le producía, la impotencia que evidentemente guiaba su capitulación —si iba a haber Matrix 4 de todas formas, mejor que fuera con ella involucrada—, terminaron modulando el propio argumento de la película. No como una crítica velada a Warner —cáusticamente presente en la trama— sino como una pataleta que denunciaba el estado de la cultura que había garantizado su existencia. Afortunadamente, Matrix Resurrections terminó siendo algo más que un lamento o una gamberrada.

Entre unas imágenes que habían perdido todo vigor Matrix Resurrections nos exhortaba a creer en una salida más allá de la encrucijada actual, según el mismo ímpetu emancipador que había convertido en clásico la película de 1999. Ese ímpetu emancipador había ido siendo cuidadosamente desactivado por cada año del nuevo siglo, con lo que volver a él se antojaba genuinamente heroico y romántico… y quizá inútil. Porque, un par de años después de Resurrections, Warner anunció que Drew Goddard —especializado en festivales de la vacuidad posmoderna estilo La cabaña del bosque— ya estaba trabajando en Matrix 5. Ahora sin ninguna Wachowski. Pero, así como es inevitable que tengamos Matrix 5, sí parece algo más improbable que vaya a existir Joker 3.

Es decir, dado que el Hollywood actual es plenamente capaz de integrar su propia crítica en las ficciones que produce —Barbie como manifiesto feminista al tiempo que publirreportaje de Mattel, Deadpool y Lobezno como homenaje a los X-Men de Fox al tiempo que celebración de la sed monopolista de Disney—, no deberíamos subestimarlo: muy posiblemente haya Joker 3. Pero si lo hay, no será porque Todd Phillips y compañía no se hayan esforzado en extremo porque tal posibilidad parezca una perversión, ahora que estrenan Joker: Folie à deux en el seno de la misma Warner de Matrix Resurrections y Barbie. Phillips dejó claro que no quería un segundo Joker. Lo había ideado como historia independiente, que no tenía sentido continuar. Convendría entonces llegar a alguna conclusión firme sobre cuál era esa historia.

La recepción crítica de Joker en 2019 pasó generalmente por alto el pasado de Phillips, aun cuando hubiera sido socorrido ya que este director venía de la comedia y el desdichado protagonista quería dedicarse al humor. En su lugar quiso discutirse su obviamente cínica coartada de la licencia de DC —algo que solo ha ido a más en Folie à deux— y la pertinencia del mensaje social, asumiendo que su perezosa mímesis de las tragedias urbanas de Martin Scorsese podía comunicar algo útil sobre el presente. Sí que hubo utilidad, al final, pero no en la ficción sino fuera de ella, cuando la discusión se polarizó entre supuestas fábulas fundacionales para la subcultura incel —en pleno florecimiento mainstream por aquel entonces— e irresponsabilidades políticas. Phillips descubrió que había pulsado una tecla, cuando él quizá lo único que había querido era echarse unas risas.

Las comedias de Phillips —tanto Resacón como cierto film muy exitoso que produjo, Project X, un manifiesto incel mucho más coherente que Joker— se sustentaban en una suerte de vacío amoral que permitía la carcajada estentórea y fatalista del listillo privilegiado: un hombre blanco y cishetero que sin tampoco tener mucho que perder notaba en el aire que todo iba a peor, que todo se parecía cada vez más a una gran broma. Frente a las encomendaciones a recuperar los afectos de la Nueva Comedia Americana —contemporánea a los primeros films de Phillips—, el director de Joker partía de un estado mental que le permitiría dar muy pocas vueltas para volcar el género hacia el drama histriónico, y preguntarse con toda la honestidad de la que era capaz qué demonios estaba pasando. La respuesta: múltiples avatares con la foto de Joaquin Phoenix en Twitter.

Joker: Folie à deux es una película aplastantemente superior a la original desde el momento en que no hay intención de limitarse a medir las aguas para ver qué se pesca, sino de sopesar qué fue lo que se pescó en primer lugar. Y, una vez sopesado, comprender que eso no estaba del todo bien. No hablamos de una autoconsciencia abatida estilo las Wachowski en Matrix 4, sino de una voluntad palpable por definir claramente un proyecto mediado por esa misma autoconsciencia. Phillips cedió en hacer Joker 2 por el dinero, claro, pero también porque se le ocurrió qué podía ser ahora Joker 2 mirando alrededor. Algo que, definitivamente, no había hecho en la primera película.

Es fácil, entonces, definir Joker: Folie à deux como un bromazo gigantesco. Con Warner de destinataria por un lado —más de 200 millones de dólares ha costado frente a los 55 de la primera—, y por otro todos aquellos que vieron a Arthur Fleck como algo más que un pobre diablo que merecía nuestra compasión. La película busca rectificar las energías que se escaparan a su control en la entrega anterior desde un agridulce prólogo animado estilo Looney Tunes —a cargo de Sylvain Chomet, responsable de la genial Bienvenidos a Belleville—, y a partir de ahí destina todos su esfuerzos a una rigurosa sinfonía del anticlímax. Desplegada entre apagados dramas carcelarios, juicios que no van a ningún lado y, sí, la irrupción del musical.

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La troleada de Joker: Folie à deux en este caso no va tanto por lo desconcertante de que Phoenix y Lady Gaga se arranquen a cantar, como por lo sombrío de sus arranques. Son fugas de la brutal realidad que viven sus personajes, pero fugas de muy corto recorrido: las fantasías siempre tienen el telón a la vista, los actores no entonan y la instrumentación es tirando a minimalista. El ingrediente operístico pronto queda opacado por una aspereza que contiene el embrujo, estilo el Bailar en la oscuridad de Lars von Trier o la más reciente Annette, y las festivas melodías de estos clásicos estándares de jazz y teatro musical —otra decisión que mosqueará lo suyo— nunca llegan a difuminar la distancia entre lo que es Arthur y lo que se imagina siendo. Y aquí está la clave.

Joker: Folie à deux triunfa ahí donde Matrix Resurrections no lo hizo del todo porque su ficción nace orgánicamente de los ambiguos interrogantes de un primer film (muy a nuestro pesar) clave para entender el presente. De forma que, aunque a veces sea reiterativa y el enclave musical tenga resultados muy irregulares, la película triunfa en lo que se propone por no despegar la atención de Arthur y coreografiar cada avance dramático y chispazo de dolor —la visualización de la violencia en Arkham es estremecedora— según una subjetividad que fue cooptada por las neurosis de quienes les rodeaban dentro y fuera de la ficción, y que ahora lucha por volver a tener agencia.

En torno a la cuestión de si a estas alturas es posible conseguirla o no —de si Arthur es Arthur, o solo ese Joker que en una baraja de póker suele servir de comodín y en la ficción le tocó servir para abanderar caóticos malestares sociales— Folie à deux prospera como tragedia hipnótica, acaparando por el camino inverso parte de la grandeza de esos referentes que tanto le fascinaban a la primera película. Esta vez sí, Joker: Folie à deux habla de algo, y lo hace con una mordiente que solo garantiza su condición de Caballo de Troya blockbusterizado. Parafraseando libremente una de esas películas que puede irritar recordar viendo Folie à deux: sin duda esta no es la secuela de Joker que merecía el mundo, pero sí la que necesitaba

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