‘Los reyes del mundo’, la 'road movie' de los desposeídos que triunfó en San Sebastián
Este fin de semana llega a las salas de cine Los reyes del mundo, aunque no es la primera vez que la cinta pisa suelo español. El pasado septiembre, la película cruzó el Atlántico para alzarse con la Concha de Oro del Festival de Cine de San Sebastián, ganando por primera vez en la historia el máximo honor del certamen para una producción colombiana. Con ella, la cineasta Laura Mora transmuta el estallido social, la insurrección juvenil y los esfuerzos de reparación que cruzan la historia reciente del país en poético y delirante cine del Bajo Cauca.
Los reyes del mundo cuenta el viaje de un grupo de chavales abandonados en las calles violentas de Medellín y liderados por Rá, a quien el gobierno decide restituirle unas tierras arrebatadas a su abuela por los paramilitares. En busca de ese lugar propio soñado, los jóvenes se adentran en la Colombia interior, donde sale a la luz la volatilidad de la tesitura social posterior a los procesos de paz entre el gobierno del país latinoamericano y las FARC.
En su segundo largometraje como directora, Mora inclina noventa grados el tropo de la road movie, que pierde todo el encanto rebelde y la genética western de las carreteras estadounidenses para convertirse en un triste catálogo de empinadas cuestas hacia abajo. Cada ladera por la que se dejan caer los protagonistas en su viaje en busca de las tierras heredadas por Rá es una pendiente imposible de remontar de vuelta. La acumulación de violencias que opera en esa sociedad quebrada —económica, policial, masculina, racial, burocrática…— pesa demasiado.
Es la misma violencia que quiso representar la realizadora paisa al trabajar con actores naturales, cinco chicos de Antioquia que dan vida a sus cinco protagonistas, y la misma que le ha salido al encuentro a la película, a pesar de su éxito internacional. Poco después de la Concha de Oro, uno de esos intérpretes no profesionales declaró con cierto revuelo que había tenido que huir del municipio de Yarumal tras recibir amenazas por la exposición de la película, criticando que la producción lo dejara desprotegido y a su suerte. La polémica, compleja y con versiones dispares, llevó a que se afeara a Laura Mora —y, con ella, al tipo de cine que se practica en Los reyes del mundo— un cierto extractivismo. En resumen, acusaban a la directora antioqueña de aventurarse en un contexto problemático para sacar rédito de él y luego esfumarse.
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Ese interés por globalizar el sentido trágico de la vida colombiana, que no sabría condenar tan rápido como lo hicieron las redes sociales, se mezcla con los planes de Mora sobre la marcha. A la cineasta le alegró descubrir en su gira por festivales, como contó en entrevista con EFE, que la mirada de los espectadores europeos es distinta, “más libre”, y se deja mecer más despreocupadamente por el viaje de la pandilla de Rá y sus dobles sentidos.
Hasta cierto punto, la película llega incluso a depender insatisfactoriamente de esos simbolismos. Los reyes del mundo se crece como esa road movie de los desposeídos que recorren el país carne contra asfalto y quisieran gobernar sobre algo, aunque fuera la nada. Sin embargo, la película trastabilla cuando el sentido bíblico de su trama —el profeta y sus apóstoles, la tierra prometida, el camino tortuoso y el maná— se impone en forma de insertos oníricos que soban más de la cuenta los anhelos de estos chicos desplazados.
Al contrario de lo que pudiera parecer, las metáforas cinematográficas no siempre amplían el campo simbólico: demasiado a menudo lo concretan y embarran. Y a Los reyes del mundo le pasa justamente eso. La película está fotografiada con tanta admiración por los espontáneos frescos selváticos como respeto por su amenazante magnitud, y con eso debería bastarle. Entre los horrores que omite y la crueldad que retrata, escapando siempre del fetiche amazónico, la Concha de Oro de 2022 acapara más que suficiente poder como un hipnótico sueño lúcido que, pese a sus pocas pegas, no conviene perderse en la cartelera.