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'Emilia Pardo Bazán'
infoLibre publica un fragmento de Emilia Pardo Bazán, biografía escrita por Isabel Burdiel dentro de la colección Españoles eminentes de la editorial Taurus. A lo largo de sus 750 páginas, la historiadora —Premio Nacional de Historia en 2011 por su trabajo sobre Isabel II— estudia minuciosamente la carrera de la novelista, articulista, crítica, intelectual y figura popularísima en vida, sin dejar de lado el análisis de su ideología, la construcción de su pensamiento y la recepción de su obra y sus posiciones políticas.
En este fragmento, Burdiel analiza el escándalo que generó la publicación de dos de sus novelas, Insolación y MorriñaInsolación Morriña, editadas en 1889 de manera conjunta bajo el subtítulo de Historias amorosas. Burdiel ve en estas dos historias de seducción —la primera, protagonizada por una marquesa; la segunda, por una sirvienta— una "reflexión contrastada sobre las posibilidades (o no) de autonomía, elección y responsabilidad personal en el desarrollo (y análisis) de la emoción amorosa y de su vivencia como goce o como maldición". La discusión sobre Insolación resultó particularmente acalorada, entre otras cosas por la dura crítica de Leopoldo Alas. Clarín, que comenta aquí la autora.
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Otras historias amorosas
En el plazo de cinco meses, durante aquel intenso año de 1889, Emilia Pardo Bazán publicó dos novelas que figuran, a mi juicio, entre lo mejor y más interesante de su obra: Insolación y Morriña. Los críticos han convenido en que, con ambos libros, la autora se alejaba progresivamente de las tesis naturalistas (que nunca siguió del todo) y avanzaba en el terreno de la novela de análisis psicológico y espiritual. Entre Insolación y Morriña había un nudo central básico: el proceso de seducción de dos mujeres (gallegas en Madrid) por parte de un señorito. Esas dos mujeres no podían ser, sin embargo, más diferentes. La primera, Francisca de Asís Taboada, marquesa de Andrade, viuda de unos treinta años, independiente, inteligente, segura de sí misma y de su entorno social. La segunda, Esclavitud, era una joven criada, hija ilegítima de un sacerdote, sin ninguna educación, traída desde Galicia para servir en Madrid en la casa de unos señores de la burguesía acomodada, también gallega. A la primera la seduce un caballero (andaluz) de su mismo entorno que acaba proponiéndole matrimonio. A la segunda le roba el corazón (lleno de morriña por su Galicia natal) el joven señorito de la casa, que acaba abandonándola a su suerte. Mientras que Asís de Taboada cierra la novela contemplando la posibilidad de su matrimonio, Esclavitud se suicida.
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Fue Juan Sardá, como hemos visto, quien acabó haciendo la reseña de Insolación para La España Moderna, en términos netamente favorables, mientras Clarín cumplía con lo que le había anunciado a Galdós: «ahora publico yo en mis folletos el artículo que él [Lázaro] quería postergar y el que me pedía él, pero este no le gustará mucho ni a él ni a Dª Emilia». Se refería a la serie de críticas literarias que publicó en 1890 bajo el título de Museum (Mi revista). La berrina alcanzó proporciones verdaderamente notables. A partir de entonces, la crítica literaria de Leopoldo Alas a la obra de Emilia Pardo Bazán se convirtió en poco más que un berrinche, con una brutalidad, una inquina personal y una voluntad de desacreditar, no solo la obra, sino fundamentalmente a su autora, que todavía asombran y que, probablemente, no tenían parangón en la crítica literaria del momento respecto a cualquier otro novelista de renombre. Don Leopoldo veía dos problemas fundamentales, estrechamente relacionados entre sí; ninguno de ellos era estrictamente literario.
El primero tenía que ver (y en esto seguía el tono de sus críticas anteriores) con el hecho de que Emilia Pardo Bazán era una mujer, y él un hombre. Este hecho provocaba en el autor de La Regenta una serie de esforzadas reflexiones que revelaban su desconcierto (y probablemente el de otros muchos literatos del momento) ante lo que significaba la presencia de Emilia Pardo Bazán en la esfera literaria, compitiendo con ellos de una manera completamente inusual en una mujer escritora de su época. Por una parte, no estaba seguro de si su incapacidad para «poder apreciar todo el valor que debe tener la ilustre gallega» era producto del hecho de que él, ni siquiera por unas horas, podía ser «hembra», o si más bien la cuestión residía en que estaba juzgando la obra de una mujer «que tiene algo de hombre, y que viene a ser como una resta del eterno femenino […], lo femenino ideal que tanto necesitamos los que somos masculinos completamente». Le faltaba «la gracia, el afecto, la sencillez». Tras advertir a sus lectores que él, «ni siquiera en mis funciones de crítico […] puedo ser, ni quiero ser, andrógino», se perdía (o se encontraba) en diversas reflexiones sobre las mujeres «que producen como hembras» y las que no lo hacían, concluyendo que muchas de sus objeciones se vendrían por tierra si los lectores y los críticos se figurasen que doña Emilia era un hombre.
Por otra parte, quizás podría pensarse que «el caso de Mme. Staël y el de nuestra crítica gallega es otro; estas son mujeres que en el arte y en la ciencia producen como hombres… algo afeminados a veces». Una solución como cualquier otra para el lío que se estaba armando el pobre don Leopoldo. Empleó varias páginas de su largo artículo «Emilia Pardo Bazán y sus últimas obras» en intentar aclarar la cuestión. Reconocía que doña Emilia era única (a Dios gracias) y que «muchas de las enemistades literarias que han surgido contra la señora Pardo Bazán tienen su origen en la envidia de varios barbudos sujetos, que no pueden llevar con paciencia que sepa más que ellos una señora de La Coruña». Pero ese no era su caso, por supuesto. Él no la envidiaba. Las señoras tenían todo su derecho a escribir como hombres, incluso podrían llegar a sentarse en el Congreso. «Al hombre le quedará el recurso de no casarse con una diputada.»
Una vez quedó claro este extremo tan tranquilizador, Leopoldo Alas realizaba una serie de insinuaciones sobre lo que podía significar una mujer de mundo (algo tan distinto de un hombre de mundo) y entraba en materia. Su segunda objeción fundamental respecto a Insolación era que la historia de amor que había contado doña Emilia carecía de «una sola nota poética», no tenía «nada profundo ni ideal, nada que sea una ventana abierta sobre el ensueño». No era nada más, ni nada menos, que «el antipático poema de una jamona atrasada de caricias». Había talento pero no imaginación, era una obra desmoralizadora, de «un color venenoso, y además chillón». No hablaba del amor, sino de la concupiscencia. El producto de «una mujer completamente prosaica» que había escrito sobre un amor vulgar, «es decir, un amor carnal no disfrazado de poesía, sino de galanteo pecaminoso y ordinario; es la pintura de la sensualidad más pedestre […], gastada, superficial, anémica». Su culmen estaba en la conversación de Gabriel Pardo y Asís (un atardecer en el paseo del Prado), cuando ambos reflexionaban sobre el doble rasero social, moral y amoroso para hombres y mujeres. Una conversación que Clarín resumió así: «¡Qué explicaciones para el libertinaje! ¡Qué estúpida libertad de pensar!». La autora pretendía que el lector pensase que
el amor es ese apetito, no vehemente, pero sí tenaz e invariable, prosaico y frío, y a pesar de verlo así no se desespera […]; no hay pesimismo, no hay sarcasmo implícito en esta historia de aventuras indecentes y frías, sosas y apocadas; hay complacencia, casi alegría […]. No hay más remedio: el que trata materia pecaminosa, si no sabe elevarse a la región de la poesía, deja ver el pecado como pecado. El amor sensual, objeto de un libro, cuando no muestra una trascendencia artística, es… escandaloso en la rigurosa acepción de la palabra.
El escándalo de Clarín lo compartieron, entre otros escritores o críticos, Emilio Bobadilla (Fray Candil) o José María Pereda. Para el primero, Asís no era una señora, sino «una tía» disfrazada de señora, que admite «de buenas a primeras, con ocasión de ir a la iglesia, la invitación de un hombre casi desconocido a una romería donde menudean los navajazos y las borracheras. ¿Qué amor religioso es ese que prefiere la juerga al rezo? […] ¡Qué idea tan triste da esta novela del nivel moral de la mujer madrileña!». Pereda, por su parte, irritado por la crítica de Pardo Bazán a su novela La Montálvez (en una sonora polémica de la que volveré a hablar), consideraba igualmente inmoral el comportamiento de la marquesa de Andrade, al irse de «buenas a primeras con un galán, a quien solo conoce de haberle saludado la noche anterior, a la romería de San Isidro, y allí se mete con él en figones y merenderos, se emborracha, etc., etc., hasta volver ambos ahítos y saciados de todo lo imaginable, para continuar amancebados a la vista del lector, con minuciosos pormenores sobre su manera de pecar».
Desde mi punto de vista, la cuestión en juego era que Emilia Pardo Bazán había hecho trizas, con aquella novela, una determinada «comunidad emocional», compartida y difundida por escrito res en principio tan distintos, ideológica y literariamente, como Valera, Clarín, Pereda o incluso, en parte, Galdós. Aquella que prescribía para las mujeres un comportamiento amoroso y sentimental «ideal», que sublimaba y escondía (como «una manera de pecar») la posibilidad del deseo y las relaciones entre este y el amor. Era el terror a la sensualidad femenina independiente, a la «Eva lasciva» de la vieja misoginia que la imagen del «ángel doméstico» de la cultura (y de la novela) burguesa trataba de conjurar. Asís Taboada no era la discreta Pepita Jiménez de Valera, una auténtica señora, ni la víctima de deseos masculinos que no puede controlar como la Ana Ozores de La Regenta, ni por supuesto Fortunata, la apasionadamente honesta mujer del pueblo que ama con un amor puro, básico e inalterable, casi animal. No es tampoco la pobre criadita, Esclavitud, de aquel «cuadrito», Morriña, que constituye el reverso de Insolación.
'Buenas y enfadadas'
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María Lejárraga (1874-1974), la feminista, autora teatral y escritora oculta tras el nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra, escribió unos años después, en 1905, un artículo titulado «La feminidad de Emilia Pardo Bazán». Probablemente es la defensa más inteligente, y quizás la única escrita por una mujer de su tiempo, de lo que significó Emilia Pardo Bazán en tanto que zapadora de mitos respecto a la naturaleza ideal de las mujeres. También, respecto al arte que estas podían practicar. A su juicio, la feminidad de Pardo Bazán fue cuestionada precisamente por ser capaz de mirar de frente y cuestionar los estereotipos sobre el amor femenino y masculino; de escribir sin remilgos, sin dependencias respecto a un discurso idealizado que engendraba servidumbres y engaños, frustraciones y hasta violencia, tanto para unos como para otras. Es decir, se atrevió muy pronto, de forma singularmente moderna, a revelar y analizar «la dulce voluptuosidad de saborear los pasos del vencimiento […] y la amarga voluptuosidad de la clarividencia […] que heriría de muerte todo amor masculino». Fue una escritora capaz de pensar sobre la insania que produce el deseo reprimido en las mujeres y hablar abiertamente de ello. La protagonista de Insolación se pregunta: «Señor, ¿por qué no han de tener las mujeres derecho a encontrar bien formado el muslo de un hombre o a imaginarse el cosquilleo de un bigote? […] Si no lo decimos, lo pensamos. Y no hay nada más peligroso que lo reprimido y oculto, lo que se queda dentro».
Lo más interesante de todo es que, en Insolación, a esa mujer no se la castiga al final como, por ejemplo, a Madame Bovary o a Ana Karenina. Después de los momentos de pasión, Asís está firme y serena, hablando con su amante de un posible matrimonio. Se ha escrito que ese final es una concesión de la autora a las convenciones de la época, un final conservador. Creo, por el contrario, que, si se evita una lectura anacrónica, es profundamente transgresor. Lo es porque altera los patrones establecidos, al menos literariamente, para los «resbalones» y el deseo de las mujeres de la época. No hay expiación, juicio, ostracismo social, convento o suicidio. Es eso lo que resultaba realmente escandaloso.